Cultura popular en La Loma

Conferencia pronunciada por el Dr. Manuel Amezcua con el título «La cultura popular de la Loma y su contribución a la identidad cultural andaluza», en el Instituto de bachillerato «Andrés Segovia» de Villacarrillo (Jaén), el 27 de febrero 1990, con motivo del Día de Andalucía, presentado por el profesor Antonio García.

Hace apenas una semana recibí la llamada telefónica de uno de los que ocupan escaño en el claustro rectoral de esta santa casa, el motivo era para invitarme a formar parte de una historia en la que no había de faltar ni la banda de música. Confieso que por momentos pensé que se trataba de conmemorar a los Santos Inocentes mas que el día de Andalucía. Pero hombre, Antonio García, ¿Qué hace uno como yo en un lugar como este? De todas formas, si estoy aquí lo es por tres razones: primero, porque te lo debía, segundo por ser donde es, y tercero porque si mal saliera este negocio, diría como el refrán: «pues estáis en carnaval, os tenéis que aguantar».

Debo aclarar que aunque vengo de la otra parte de la frontera, durante varios años he estado vinculado a esta tierra por razones profesionales, lo cual me permitió realizar algunas observaciones que hoy motivan mi presencia aquí, además del oculto deseo de rememorar unos escenarios en los que se mezclan sentimientos y vivencias personales, a cuya tentación de sacarlos para esta pequeña charla difícilmente podré escapar, porque forman parte de la intensa felicidad que en ellos conocí en otro tiempo.

     En este día se conmemora un acontecimiento importante para Andalucía, que tiene su origen en la recuperación de las libertades en los pueblos de España. Se trata de un acontecimiento político porque pone de manifiesto el deseo de autogobierno de nuestro pueblo, pero es también un acontecimiento cultural, ya que el comportamiento del pueblo andaluz en los comicios autonómicos no podía explicarse si no partiera de una conciencia de identidad, que a su vez nace de unas particularidades o rasgos culturales que nos diferencian de otros.

     Pero ¿Cuáles son estas peculiaridades propias? Cuando la socorrida imagen de la «España de la pandereta» nos llega como un primer flas a la mente, es cuando muchos andaluces empezamos a preguntarnos si realmente existe una cultura andaluza con mayúsculas. A pesar de todo, el flamenco, los toros, la picaresca, la siesta, el ronquío y otros tópicos andaluces nos llevan a buscar nuestros signos de identidad en esa otra cultura que las élites de Europa de otros tiempos dieron en llamar «popular».

     Tras el «descubrimiento» que de esta persistente imagen de Andalucía hicieron los viajeros románticos europeos, se inició en los medios intelectuales andaluces de finales del siglo XIX un movimiento encaminado al estudio de la cultura popular desde una perspectiva científica. Antonio Machado y Álvarez, padre del inmortal poeta y creador de la sociedad «el Folk-lore Andaluz», rompía esquemas con afirmaciones que llegaron a convertirse en un grito de alerta sobre la preservación de nuestras raíces culturales: «allí donde haya siquiera un rústico español, allí hay conocimientos y sentimientos y deseos que nos importa conocer y traer a la vida«.

     Luego, lanzaba su desafío a la recuperación de los temas populares con el rigor que la ciencia exige: «Las coplas no han de estudiarse por bonitas, ni los trovos por caprichosos, ni las adivinanzas por ingeniosas, ni por raras y curiosas las tradiciones y leyendas: coplas, adivinanzas, tradiciones, leyendas, trovos, adagios, refranes, proverbios, diálogos, juegos cómicos, cuentos, locuciones peculiares, frases hechas, giros, etc., han de estudiarse como materia científica«.

     La cultura popular empieza a interesar cada vez más y en ese afán por recuperar las costumbres y tradiciones también participarán los investigadores y eruditos del Jaén de principios de siglo. Especialmente destaca toda una generación de escritores que van a tener una marcada inclinación por el costumbrismo jiennense, entre los que cabe destacar al Académico Antonio Alcalá Venceslada, autor del «Vocabulario Andaluz», que si bien su obra cae dentro del terreno de la lingüística, en sus muchos artículos puso de manifiesto lo descuidados que estaban los estudios folklóricos en nuestra provincia, sugiriendo, imbuido de la filosofía machadiana, la necesidad de una sociedad dedicada, según sus palabras, al «espingueo del saber popular».

     Merece la pena detenernos aquí, pues fue Alcalá Venceslada quién a través del lenguaje popular empezó a descubrirnos los primeros rasgos de identidad de nuestros pueblos de la Loma y de otros de la provincia: «Asnos en Jaén, burras de Begíjar, hombres de Baeza, mujeres de Úbeda, bueyes en la Serena, mentiras en Sabiote, en Villacarrillo trigo, en Torafe frio, en Villanueva gala, en Beas frescura, tontos en Hornos, bellacos en Segura”.

     En otros se dejan apuntar las secuelas de relaciones atávicas de dependencia muy descompensada en la actualidad, así ocurre con los de Iznatoraf que desde la altura de su fuero les recuerdan a sus vecinos de abajo su sentimiento de capitalidad: “Será Villanueva, mientras Torafe quiera”.

     Las viejas paradojas solariegas también se dejan sentir en la sabiduría popular, aunque de las familias en cuestión no queden ni las piedras: “Los buenos de Villanueva son peores que los malos de Perogil«.

     Los tópicos seculares de los pueblos se incorporan al lenguaje familiar como suspiros: «Mal sabéis a Sabiote«, decíase como eufemismo hasta no hace mucho para tratar a uno de necio, por lo cual no es raro que abunden las cantinelas satíricas entre paisanos de diferentes pueblos, como esta con la que enfadaban los de Sabiote a sus vecinos de Torreperogil:

“Torreño de la Torre,
moco te corre,
¡Quiquiriquí, súbete aquí!”

     Y nosotros salimos de los debates del lenguaje con aquella ocurrencia del aceitunero de la Loma que, en tono de gorja, entre ánimas y queda, daba cuenta así de su paso por la calle donde dormía su buena moza:

“Como sé que te gustan
las aceitunas,
por bajo de la puerta
te tiro una”.

     Otros escritores costumbristas como Mozas Mesa, Lola Torres, Martínez Ramos y una larga lista que culmina en Ortega y Sagrista, tal vez la figura más representativa del género, nos han ayudado a encontrarnos con unas formas culturales que la historia oficial había ido relegando: literatura, música, teatro, danzas «populares», una especie de cultura apócrifa o paralela a la reconocida en los grandes manuales que aún estaba por explorar, estudiar y analizar.

     En realidad había existido siempre, pero había pasado desapercibida a los ojos de la erudición porque utilizaba como medio exclusivo de transmisión la tradición oral, o sea,  la tradición de padres a hijos, con lo cual le era mas fácil manifestarse en las ventas, las plazas públicas o las sacristías que en los foros obligados de la cultura del momento.

     La cultura popular nos enseña que muchos de nuestros abuelos y demás antepasados sabían mas que nosotros sobre lo que realmente debían saber -aunque apenas pudieran garabatear su nombre- porque habían llegado a adquirir una cabal visión del mundo, del hombre y de las cosas; porque conocían a la perfección la «tecnología» -no siempre tan rudimentaria como suele pensarse- que habría de permitirles la supervivencia dentro de su medio.

     Sabían refranes que les ayudaban a pensar y a actuar, o simplemente a consolarse, lo que termina por ser la cosa mas sabia y necesaria en este mundo. Muchos memorizaban canciones, romances y cuentos que constituían, por sí mismos, una magnífica antología de nuestra mejor literatura. De todas formas, no se me malinterprete, no es mi intención presentar como alternativa a la creciente mediocridad que nos rodea un modelo de sociedad antigua y pasada de moda. Solamente pretendo decir que la cultura no se reduce a los libros, que es mucho mas amplia de lo que a menudo tendemos a creer.

     Llegado el momento en que se supone debía de aportar algunos datos sobre rasgos de la cultura popular de la Loma que de alguna forma hayan contribuido a configurar nuestra cultura andaluza, diré que mi primer acercamiento a estos escenarios fue cosa de brujería. Y lo fue en el sentido más literal de la palabra y por una conocida inclinación mía hacia esa pléyade de mujeres embaucadoras, adivinas y embusteras que son las brujas.

     Tres, eran tres, Luisa García, Juana Ruiz y Ana de Jódar, las «mujeres sabias» que rescaté de los mamotretos del Santo Oficio para que me acompañaran en el descubrimiento de una cara oculta de la sociedad de nuestros pueblos. La una ensalmadora, la otra alcahueta, y la última hechicera por oficio, todas hubieron de probar los sinsabores del viaje a Córdoba para beber de la copa del ajenjo inquisitorial. Mucho aprendí con ellas, y especialmente de la hechicera, que era natural de Iznatoraf y vecina de Villanueva y que fue tratada también de embustera e invocadora de demonios, con los que mantenía pactos y los consultaba.

     La llevaron en auto de fe a la cordobesa Plaza de la Corredera para acusarle de que en cierta ocasión que pretendía demostrar el poder de sus malas artes a una mujer, le tomó el huso con el que estaba hilando y pendiéndolo de la hebra lo conjuró invocando los nombres de diablos como «Barrabás, Satanás y Belcebú», nombrando a Doña María de Padilla, la amante de don Pedro I el Cruel, y toda su compañía, y con Marta «la que los montes salta, y los infiernos quebranta«, le mandó al huso que anduviese y anduvo, y que parase y se paró.

     En su casa contaba con un variopinto arsenal de materiales a propósito para realizar sus conjuros y hechizos y para atar la voluntad de las personas que quería o se le encomendaban. Allí había desde estampas de los santos a alguna piedra preciosa, cabellos humanos, azufre o figuras de cera con el cuerpo atravesado por agujas.

     Como en los procesos de los santos, también en el de Ana de Jódar se anotaron sus más sonados prodigios: en una ocasión adiestró a cierta mujer en las artes para matar a su marido y que se fuese secando poco a poco. A otra que estaba enferma le dijo que era de pena por habérsele retirado su galán y subiéndose a una cocina alta intentó atraerle a base de conjuros, aunque todo lo más que ocurrió fue un tremendo golpe que dijo lo habían producido los doce demonios que la acompañaban por no poder con su enamorado, que de no ser sacerdote ya le hubieran traído de cualquier parte del mundo donde hubiera estado.

     Aquel tribunal terminó con mi hechicera, le colgó la soga al cuello y adornada con coroza le aplicaron doscientos azotes en Córdoba y otros tantos a su regreso a Villanueva, donde le expidieron cédula de destierro sin que después tuviéramos noticia alguna de su paradero. Con ella, y otras como ella, había contactado con una página de la Andalucía negra, la marginación, los grupos no privilegiados, la sociedad heterodoxa.

     Pocos años mas tarde me establecí en Villacarrillo. En esta ocasión lo hice como enfermero que soy y con el encargo de mi administración de introducir algunos cambios en el modelo de atención sanitaria. Al poco tiempo de conocer el terreno donde pisaba me di cuenta de que también en lo sanitario había existido, y en algunos aspectos persistían, unas formas de vida muy arraigadas que formaban parte de la cultura popular de la gente y que para nada tenían que ver con lo que hasta entonces se me había adiestrado. La información, en este caso, la recibía de comadronas, parteras y otras mujeres con gracia.

     Veamos como se organizaba la atención materno-infantil en Villacarrillo desde una perspectiva de la cultura popular. Cuando dos se casaban lo normal era tener hijos y para ello lo mejor era encomendarse con novenas, rezos y promesas a las devociones de cada uno, si bien a San Antonio se le reconocían en este terreno unos favores especiales. Cuando no se deseaba tener mas hijos había dos posibilidades, evitarlos en lo posible o en caso de fallo, abortar.

     Hay muchos que piensan que el método anticonceptivo selectivo de nuestros mayores era el de la «marcha atrás», pero ello no es del todo cierto. Para lo mismo algunas se introducían unas torundas de algodón en la vagina, porque decían que de esta forma «los bichos de los hombres» se quedaban sujetos. Después del coito se lo quitaban y se lavaban con vinagre. Otras usaban un «DIU» bastante rudimentario: una esponja atada con un hilo que se dejaba fuera para ser retirada con facilidad después del placer.

      En cuanto a los métodos para abortar eran mucho mas variados y no los describiré por no ser objeto de escándalo,  tan solo diré que generalmente se utilizaban medios e instrumentos como el perejil, agujas de hacer gancho, juncos, palillos de madera, etc.

     Durante el embarazo era obligado encomendarse a San Ramón Nonato y colocarse una medalla. Se tomaba con abundancia el caldo de gallina negra, lo de negra era porque luego daba suerte en el parto y por tal razón esta especie era muy cotizada. Había que tener cuidado con los antojos, pues de no satisfacerlos acudían los dolores de barriga y quizá un parto prematuro, además de las faltas con las que el niño podía nacer.

     Hasta hace una década los partos se hacían de forma casi generalizada en el pueblo, bien en la maternidad o a nivel domiciliario, de cualquier forma las técnicas empleadas no habían variado desde antiguo: el ritual del parto empezaba con la visita al Cristo del camarín de la plaza para ponerle mariposas o velas. Con los primeros dolores, la parturienta recibía una ración de chocolate caliente con aguardiente o coñac, y como el parto duraba tanto, la matrona o la comadre se acostaba con la embarazada los días que fueran necesario. La rotura de la bolsa la hacían con un grano de sal gorda y la postura mas generalizada para parir no era tumbada, sino sentada entre dos sillas y la matrona en medio para recibir al niño. El marido solo intervenía cuando el parto era difícil, entonces se sentaba en una silla con las rodillas abiertas y colocaba encima a su mujer asiéndola por el estómago y empujándola a la par que ella hasta que daba a luz.

     Tras el parto, la cuarentena, durante la cual la puérpera no podía realizar tareas domésticas ni tampoco levantarse de la cama, donde continuaba recibiendo sus raciones de caldo de gallina y de un jamón especialmente curado para tal efecto. Lo primero que tenía que hacer al levantarse era ir a la misa de parida.

     ¿Y el niño? ¿Qué cuidados recibía? Durante el parto se ponía un cacharrillo con aceite al lado de la lumbre para que estuviese caliente, luego la matrona lo usaba para untárselo al niño con un algodón por todo el cuerpo hasta limpiarlo del todo. Después lo vestían y le echaban en los ojos un chorreón de limón. El niño en realidad podía crecer sano sin los sofisticados cuidados que hoy precisan, lo peor que podía ocurrirle era que le hicieran el mal de ojo, que era una enfermedad que provocaban algunas personas cuando sentían deseos incontenibles de poseer el niño ajeno. Por eso se decía que este mal solo daba a los niños hermosos y no a los feos.

     Para remediarlo, lo mas habitual era, y aún es, bajar al niño a Mogón para que fuera atendido por una mujer con gracia que allí hay. Esta primeramente diagnostica la enfermedad, para lo cual utiliza un plato de porcelana con agua y unas gotas de aceite. Para curarlo moja su dedo corazón en el plato y le hace cruces al niño en la frente, en el cuello, en la espalda, en las manos, entre los dedos, en las plantas de los pies, mientras va rezando secretas oraciones en voz baja.

     También este mal se puede prevenir con algunos remedios que podéis apuntar por si llega el caso:

  • Se prepara una taleguilla que contenga tres bocadillos de pan, una cruz de esparto verde y una cuenta de azabache y se le cuelga al niño en las reatas.
  • También se le puede colgar de la ropa una manecilla negra de hueso.
  •  O bien se le sujeta a la muñeca una cuenta de azabache atada con un cordel.
  •   O, lo más fácil, se le visten unos calcetines de cada color.

     Bien, a la vista de esta interminable serie de rituales en los que se mezclan la racionalidad con lo aparentemente irracional, la religión con la magia, es verdaderamente difícil evitar la ruptura entre nuestras generaciones más cercanas si no hacemos un esfuerzo por conocer al menos las circunstancias y limitaciones que provocaban tales comportamientos. En todo caso, a mi se me ocurría pensar que de contar hoy día con esta vieja disposición de la gente para aprender sus propios cuidados, nos evitaríamos, en buena parte, esas luengas listas de espera con las que se adornan nuestros centros sanitarios.

     Pero lo peor es que este distanciamiento hacia la cultura tradicional no solo se produce en las costumbres relacionadas con el ciclo vital, lo cual es en parte comprensible. Lo que es difícilmente explicable es la sumisión nuestra hacia el acabamiento de otras parcelas de la cultura popular andaluza como las fiestas, la arquitectura popular, la gastronomía, la artesanía, etc.

     Si toda la incorporación de lo tradicional o lo popular se reduce a que los niños vistan trajes regionales y bailen sevillanas en vez de hacerlo a la moda del momento, solo conseguiremos cambiar el espejismo de modernidad por el de lo arcaizante. Trocaremos la bobería de «estar a la última» por la de disfrazarse «a la antigua usanza», y por supuesto seguiremos alimentando los tópicos de la cultura andaluza.

     A menudo se achaca a los medios de comunicación (sobre todo a la televisión) la pérdida o el deterioro de la serie de valores tradicionales que habían resistido el paso del tiempo en el medio rural. Es cierto que la televisión y la radio, con su poder de atracción, han acabado con las veladas después del trabajo y otras formas de tertulia y, consecuentemente, con la posibilidad  de que los conocimientos que la tradición hubiese preservado se transmitiesen naturalmente en aquellas verdaderas escuelas de la vida rural.

     Los más ancianos han perdido su orden en la jerarquía comunitaria, viendo sustituida su influencia por un aparato que, aparentemente, sabe más que ellos y que ni siquiera puede ser contestado cuando alguien no esté de acuerdo con él. Creemos que esto es cierto, aunque en justicia no debamos culpar de todo lo que ha sucedido en estos años a los medios audiovisuales.

     Tal vez cada persona, como miembro de una sociedad en que la pérdida de muchas tradiciones es una constante, deba preguntarse si pone todos los medios a su alcance para impedirlo. Es muy posible que, en ocasiones, nuestra propia desidia o nuestro retraimiento ante una responsabilidad (una más que la vida moderna y urbana nos exige) hayan hecho más estragos que la propia televisión.

     Para terminar no quiero desperdiciar la oportunidad que me ofrece este marco del saber, del saber oficial por supuesto, para lanzar como lo hiciera un siglo antes Don Antonio Machado una llamada a la recuperación de los temas populares. Durante mi estancia en Villacarrillo me alegró ver que a pesar de todo existe entre nuestros jóvenes grupos que trabajaban bajo la dirección de sus profesores en la búsqueda de lo que son las fuentes de nuestra identidad cultural, nuestras costumbres y tradiciones. Quizá sea una buena forma la potenciación de este tipo de seminarios de antropología y de revistas de ámbito local como «AGORA», que llevan al gran público los frutos de una paciente investigación. En ello mucho tienen que ver los propios profesores, que os enseñarán bastante mejor que los etnólogos los medios y métodos a emplear en vuestras prospecciones.

     Pero no olvidemos que nuestro reto lo encontraremos en la vida de cada día. Mi particular propuesta es que contempléis con perspectiva de futuro lo que aún pueda recuperarse de nuestra cultura, que rechacéis las imitaciones que lleguen de fuera. Pensad que para nuestra alimentación no habrá nunca mejor gastronomía que la que se basa en los productos que nuestra tierra produce, que para su condimentación no habrá mejores cacharros que nuestra propia alfarería, no revistamos las venerables piedras de nuestras casas con los vistosos adoquines que convierten las blancas calles andaluzas cuartos de baño.

     Vivamos nuestras fiestas como nos las han trasmitido, con sus devociones y con sus diversiones autóctonas, que nuestros toros no acaben siendo un mal San Fermín, nuestras verbenas unas aburridas ferias de Sevilla o nuestras romerías unas mediocres escapadas al Rocío. Y pues estamos todavía en Carnaval, no encerremos nuestros disfraces y comparsas en los teatros, tomemos la calle, como siempre se ha hecho, y metámonos con quienes nos tenemos que meter, que para eso tenemos por delante todo un año de cuaresmas. Los teatros de pueblo son para lo que son, y si no que nos lo diga esa comparsa del año 1928 que satirizaba así un hecho tan novedoso en el pueblo como la instalación de la calefacción en el teatro:

“Tengo un novio por desgracia
que el hombre es como la nieve
quiero llevarlo al teatro
pa que el pobre se caliente.

Estando mi novio y yo
calentándonos los dos
que se chumascó las manos
en el mismo radiador.

La calefacción señores
ha estado muy bien pensado
que la traigan al teatro,
que estaba el público helado.

En un palco la otra noche
observamos los murguistas
que estaban de discusión
unas cuantas señoritas.

Tengo un picor que no puedo,
debo de estar muy caliente,
con esto de la calor
está viniendo más gente,

quiero decir también caliente
-dice una a otras dos-
es que está muy bien pensado
lo de la calefacción.

Vengo ahora mismo del cine
tú no sabes que caliente
o me llevas todas las noches
o me instalas el… (chuesque).

Entonces le dice así
el novio que era un guasón
mañana me traigo el tubo
y le haré la instalación.

Empezaron los trabajos
por la prisa que corría
a los ocho o nueve meses
se rompió la tubería,

estaba mal instalada
me lo figuraba yo
que por el tubo de escape
reventó la instalación”.

Muchas gracias.

Lecturas recomendadas

Alcalá Venceslada, Antonio. Coplas aceituneras. Paisaje; II-514.

Amezcua, Manuel. Inquisición y hechicería en Villanueva del Arzobispo. Actas I Jornadas Histórico-Artísticas de Villanueva del Arzobispo. Junio, 1987: 9-16.

Amezcua, Manuel. Del cancionero anónimo de Jaén: un siglo de investigación del folklore musical de la provincia.  Diario Jaén, Crónicas de Cordel, 7.I.1990: 34-35.

Benavente García-Fanjul, JM: Refranero típico de la provincia de Jaén, estudio folklórico. Paisaje 1944-47; II: 453-4, 567-8, 714-5.

Diaz Viana, Luis. La cultura popular como contracultura. Revista de Folclore 1989; 98: 39-42.

Moreno Bravo, Tomás. Refranero típico de la provincia de Jaén, estudio folklórico. Paisaje 1948-49; IV-1542.

Murcia Rosales, Domingo. Pregón de Carnaval en Alcalá la Real. Alcalá la Real, 1990.

Rodríguez Becerra, Salvador. Antropología cultural de Andalucía (en el prólogo). Sevilla: Departamento de Antropología y Folklore, Instituto de Cultura Andaluza, 1984.

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Cómo citar este documento

Amezcua, Manuel. La cultura popular en La Loma [Conferencia en el Instituto de bachillerato Andrés Segovia de Villacarrillo, Jaén, 27.02.1990]. Casa de Mágina, 18.08.2023. Disponible en http://www.fundacionindex.com/casamagina/?page_id=868.

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