Así, tan devotamente, comienza el testamento de Mencía de Salcedo, la dama renacentista tras cuyos pasos he recorrido algunos archivos en los últimos días. Pero en el documento de postreras voluntades dejaba trazado un proyecto más material que espiritual: la creación de un señorío en tierras que fueron del viejo Reino de Granada. Esto ocurría en el siglo XVI y podríamos pensar que fue un intento más de repoblación, si no fuera porque quien lo promovía era una mujer muy singular. Y como lo prometido es deuda, compartiré algunas de sus noticias.
Pero antes dejadme que os cuente que me encontré por primera vez con ella cuando a finales de los años 70 tuve mi primer destino como enfermero en un pequeño pueblo de la provincia de Jaén llamado Noalejo. Al llegar al pueblo, no recuerdo bien, pero alguien me llevó a la fuente del Pilarillo para señalar el lugar donde cierta dama, hacía siglos, curó con sus aguas unos retorcijones que le aquejaron cuando acompañaba a su señora la emperatriz Isabel de Portugal camino de Granada. “De aquí no me alejo” dicen que exclamó, y al hacerlo le puso nombre al lugar.
Su existencia legendaria cobró carta de naturaleza histórica a través de una prospección de archivos que duró años. Y así pude saber que Mencía de Salcedo existió de verdad, que era más que una leyenda, porque fue camarera de la esposa de Carlos I con cargo de lavandera, y que a su muerte continuó en la casa de Felipe II. Pero en el entretanto tuvo la audacia de aprovechar su posición en la corte para hacerse con una luenga franja de tierra fronteriza llamada los Entredichos, que desde hacía años se disputaban los concejos de Jaén y Granada. Y allí, en el lugar de su curación, decidió erigir una parroquia que por más independencia situó bajo la jurisdicción de la abadía de Alcalá la Real.
No se conformó con fundar un pueblo para los labradores de sus tierras, sino que quiso proyectarlo hacia el exterior como foco de peregrinación, para lo cual erigió un convento de frailes Mínimos con la idea de albergar su imponente colección de reliquias que había atesorado durante su estancia en la corte. Al tiempo de su testamento permanecía soltera, por lo que hubo de constituir el mayorazgo en la persona de su más íntimo amigo y compañero en la corte, el acemilero mayor Diego Maldonado, iniciador de una saga que con el tiempo se vincularía a la nobleza, durando el señorío hasta su extinción a comienzos del siglo XIX.
De Mencía de Salcedo subsisten aún no pocas incógnitas que intentamos despejar en nuevas prospecciones como la de la pasada semana. Una de ellas era la de su origen familiar, pues su rastro se perdía en las nóminas de la casa real, por lo que llegué a pensar que debió haber venido a España con el séquito de Isabel de Portugal, pero no era así. El Archivo de la Nobleza de Toledo conserva las claves de su ascendencia castellana. Sus padres eran también criados de la casa de los Reyes Católicos, de manera que el desempeño de lavandera lo heredó de su propia madre. El oficio de lavandera era mucho más importante de lo que pudiera parecer, dado el lujo de las prendas puestas a su cuidado.
Lo último que hemos conocido de ella es que pertenecía a una familia enraizada en una de las sagas más antiguas del País Vasco. De hecho, ya en su madurez reclamará los derechos de propiedad sobre las tierras que su familia poseía en el valle de los Salcedo, y más concretamente en el concejo de Zalla. Este pueblo, situado en la antigua comarca de las Encartaciones de Vizcaya, es especialmente conocido por su mitología, adornada de seres sobrenaturales y hechiceras, entre las que destacó la adivina y curandera Lucía de Aretxaga, que terminó quemada por la Inquisición.
La ascendencia vasca de Mencía de Salcedo nos ayuda a comprender esa vetusta personalidad que deja entrever en sus ansias por establecer una casa solariega superando el limitante de la carencia de descendientes directos. También la obstinación y la audacia con la que afrontó su empresa, en un itinerario interminable de pleitos y litigios contra todos los poderes temporales y espirituales que intentaron infructuosamente oponerse a sus planes. De nuestra dama renacentista queda mucho por conocer aún, y me alegra que cuatro décadas después de darla a conocer se esté despertando el interés de historiadores e intelectuales por su figura, pues representa un arquetipo de mujer que hoy nos mira desafiante invitándonos a reivindicar el lugar que en justicia le corresponde en la historia. Manuel Amezcua
Continuaré indagando sobre Mencía de Salcedo, la dama solitaria sobre la que ya escribí en:
-Una cortesana renacentista en el Santo Reino. Diario Jaén, 14.05.1989: 27-29.
-El Mayorazgo de Noalejo. Historia y etnografía de la comunidad rural. Ayuntamiento de Noalejo (Jaén). 1992. http://ciberindex.com/index.php/proT/article/view/pt20092.
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