No es lo que parece. Emerge junto a la carretera como un peñascal coronando el escarpado montículo que se eleva sobre una ladera de almendros desde la ribera del Jandulilla. Muy cerca, la boca de Chicova, una hendidura natural que confiere al paisaje un cierto aspecto de cataclismo. Paseando por los alrededores de la pétrea atalaya uno se encuentra tejoletes de cerámica vidriada como la que esparcen a su alrededor los numerosos castillejos y torreones de la comarca.
¿He dicho atalaya? Con toda intención, pues ese erial informe que se erige orgulloso frente al Salto fue hace muchos siglos una famosa fortificación fronteriza. Por más señas, el castillo de Chincoya, ese que andan intentando situar los desorientados historiadores porque tiene el privilegio de aparecer en una de las obras literarias más importantes de la Edad Media: las Cantigas de Santa María de Alfonso X el Sabio. Una de ellas narra un incidente fronterizo ocurrido hacia el siglo XIII, en una época en que este territorio se encontraba en permanente disputa entre el reino nazarí de Granada y las recién conquistadas Úbeda y Baeza.
En estos años inciertos, las rayas fronterizas eran tan volátiles como la voluntad de los numerosos reyezuelos que salpicaban el territorio. El Jandulilla marcaba la divisoria entre los reinos y, en la parte de Jaén caía el castillo de Chincoya, gobernado por un cristiano, mientras que en la granadina se hizo fuerte el alcaide moro de Belmez. Este comprometido escenario se sostenía por la buena amistad que los gerifaltes se profesaban, hasta que la ambición de uno y la imprudencia de otro estuvieron a punto de variar la frontera.
El moro, por ganar prebendas de su soberano, aprovechose de este sentimiento fraternal e ideó una traición para apoderarse de Chincoya, y así fue a decírselo al emir granadino, que codicioso de añadir este castillo a sus dominios reunió a su ejército y se decidió a acompañarle. Eso sí, bajo la condición de que el traidor perdería su cabeza en caso de fracasar.
Y así fue como el de Belmez hace llamar a su amigo de Chincoya para invitarle a firmar las juras que asegurasen la tregua. El confiado alcaide cristiano acude a la cita en compañía de dos escuderos, pero estos, que no confían en el moro, aconsejan a su señor que desista y al final deciden volverse dejándolo solo. El alcaide, a pesar de todo no vuelve la cabeza y nada más pasar el Jandulilla es apresado y conducido a presencia del rey granadino, silenciosamente camuflado con su hueste entre el boscaje cercano. Interrogándole con amenazas de muerte, se informan de la situación tan precaria de su castillo, que encierra solo a quince hombres que apenas tienen para comer.
Es entonces cuando el emir sale de su escondrijo y cae sobre Chincoya, obligando al cristiano a pedir la rendición de los de dentro. Pero en vista que estos niegan entregar la plaza decide combatirlos con rabiosa virulencia, apedreando sus murallas y asaeteando a sus frágiles guardianes. Los del castillo, que se ven perdidos, no tienen otra opción que acudir a una imagen de la Virgen que tienen en la capilla y a la desesperada la asoman por las almenas implorándole que sea ella quien defienda la plaza. Ante la sorpresa, los asaltantes retroceden y tres moros «más negros que satanás» que han osado traspasar la muralla pierden la vida de manera fulminante. Espantados ante tales circunstancias, el granadino decide no luchar contra Santa María y hace tocar las trompas para mover su hueste en retirada.
El milagroso suceso de Chincoya, recogido en la cantiga del rey Sabio, fue tan sonado en su tiempo que transcendió a oídos del propio monarca. Contado «por hombres tales a quienes debemos creer», según él mismo afirma, debió complacerle tanto la belleza de aquella historia que decidió perpetuarla en forma de sencilla canción. El famoso manuscrito iluminado, está celosamente custodiado en la biblioteca del Real Sitio de San Lorenzo del Escorial, pero en Casa de Mágina contamos una excepcional edición facsímil que nos permite acariciar de cerca la belleza de tan singular códice. El texto está narrado en verso en galaicoportugués, la lengua romance hablada en aquel tiempo en el norte peninsular, y viene acompañada de su correspondiente partitura musical. Pero lo verdaderamente hermoso son las dos series de seis miniaturas con las que se ilustra la narración como si de un cómic se tratara.
En la actualidad, Chincoya pertenece al término de Bélmez de la Moraleda, que en agosto y desde tiempo inmemorial celebra sus vistosas relaciones de moros y cristianos con motivo de sus fiestas patronales. Aunque la trama que escenifican es también muy bella, es distinta al suceso de Chincoya, pero merece la pena que los belmoralenses conozcan bien esta historia legendaria con tintes de verdad, y muy especialmente que contemplen las escenas que recrean sus miniaturas. Aunque solo sea por el enorme privilegio de describir la manera de vestir y de enjaezar sus caballos de aquellos remotos guerreros que les precedieron siglos atrás, de visualizar el colorido de sus vistosos estandartes. Y qué decir de los versos y la música que le acompañan.
Recuerda, curioso viajero, cuando transites por el viejo arrecife entre Úbeda y Guadix, detenerte un momento en el restaurante la Chopera, y mirar a su frente esos peñascos amontonados que hoy son solo una sombra de la gesta heroica de la que fueron testigos, hace ya tantos siglos, que no ha quedado memoria. Si no fuera por aquel remoto rey sabio enamorado de las pequeñas historias que mandó escribir para nuestro deleite. Manuel Amezcua.
Te invito a visualizar ahora las miniaturas de la cantiga de Chincoya.
Traducción: Este es un castillo que llaman Chincoya, que está en el Reino de Jaén – El alcaide de Chincoya hizo buena amistad con el alcaide moro de Belmez – Pero el alcaide de Belmez fue a decirle al rey moro de Granada que le entregaría Chincoya – El rey de Granada salió con su hueste para apoderarse de Chincoya – El rey de Granada se detuvo con su hueste a la espera – Mientras el alcaide de Belmez se iba a hablar con el de Chincoya.
Traducción: El alcaide de Chincoya se hizo ver con el alcaide moro de Belmez – El alcaide de Belmez cogió preso al de Chincoya en una celada – Y el rey de Granada mandó combatir Chincoya pero no le salió bien – Pusieron la imagen de Santa María sobre la muralla y los moros huyeron pronto – Santa María supo defender el castillo como muy buena castellera – El rey de Granada tuvo que retirarse con toda su caballería.
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Preciosa historia, que junto con las delicadas miniaturas invitan a visitar el lugar y sentir el encanto de la narración. Gracias por divulgarlo.