Quién diría que viviría entre botes de lejía .

“La teleconsulta había llegado para quedarse,las mascarillas y los guantes me seguirían acompañando, que las manos no iban a estar suaves y sedosas tan pronto”

Xaime Santiago Subiela
Enfermero. Atención Primaria. C.S. Torrijos, Toledo, España.

Respiración entrecortada, camino mirando a los lados, intentando pasar inadvertido. Nada por la derecha, nada por la izquierda, avanzo. Parece que alguien me sigue, acelero el paso. Se me entrecorta la respiración, el sudor recorre mi frente, mi objetivo está cerca, solo un poco más… Y por fin lo alcanzo, la estantería donde están los botes de lejía. Prácticamente vacía. Cojo una de las últimas que quedan. Probablemente es la primera vez que compro lejía y lo que es peor, que tengo intención de usarla. Es la primera vez y lo veo como una necesidad, si esa estantería estuviese vacía habría vuelto a casa preocupado. Y ahí, parado en medio del pasillo del supermercado, con un bote de lejía con olor a rosas en una mano y otro con olor a jazmín, me pregunto en qué punto la lejía se ha vuelto tan importante para mi.

Todo empezó con el brote de COVID-19 en Wuhan. Por aquel entonces ni siquiera se había presentado por ese nombre, solo era “un nuevo virus que ha surgido en Wuhan”, “una nueva cepa de coronavirus”, algo muy desconocido, muy pequeño y muy lejano. Se ve alguna noticia de vez en cuando, “10 cosas que no sabías sobre el nuevo coronavirus”, “así es el nuevo virus que ha aparecido en China”. Poco a poco van aumentando los casos. Proporcionalmente aumentan las noticias en todos los medios, aumentan los minutos en el telediario, aumentan los chistes. Es algo más grave, pero no va con nosotros, sigue lejos. La gripe mata a muchísima más gente, esto es como un catarro, que exagerados en China… Todavía no creíamos que pudiese ser tan malo. Luego llega a Italia, ya tiene nombre, ya tenemos protocolos, tenemos algo más de miedo, porque Italia está ahí al lado. Pero bueno, a los italianos los ha cogido por sorpresa, a nosotros no nos puede pasar algo así. Hay que tener respeto, pero seguimos queriendo creer que es una gripe, la mortalidad es muy baja, solo afecta a gente muy mayor o con patologías graves de base. Y entonces llegó. Ya lo esperábamos, pero como cuando esperas que llegue un primo pequeño que “es un poco travieso” y el tío llega y te pone la casa patas arriba. Ha empezado tirando todos los trastos de la cocina por el suelo, cierras las puertas de la cocina y piensas que ahí tienes localizado el caos pero resulta que ya había hecho una guirnalda de papel higiénico por toda la casa, había utilizado la pasta de dientes para pintar las paredes, los sofás tienen sus huellas y por algún motivo hay ketchup en la ducha.

Todo fue muy rápido, cuando nos quisimos dar cuenta se habían suspendido las clases, se habían cerrado las residencias de ancianos y el confinamiento había empezado. Por suerte, tu primo “el travieso” había tenido tiempo de salir de casa para irse con sus padres. El centro de salud en el que trabajo se volvió un bunker. Mascarillas, guantes, alcohol, lejía, distancia y agua y jabón. Muchísima agua y muchísimo jabón. La piel de las manos se seca y se agrieta, se ponen rojas, pican, duelen. No puedo lavarme más las manos, voy a alternar un poco con el hidroalcohol… ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! Tremendo error, tremendo escozor. Pues menudo lío esto de la mascarilla. Me pica la nariz…¡No te toques la cara! ¡No te toques la mascarilla! ¿Y esta niebla? Ah si, gafas y mascarilla. ¿Y así cuanto tiempo? Como esto dure mucho me quedo sin manos. Menudo estrés. ¿Tengo qué coger una vía con esta pantalla? Que agobio, no puedo respirar. No toques nada. ¿Habré rozado esa pared? Me voy a echar hidroalcohol por si acaso… ¡Ay!¡Ay!¡Ay!

Al principio tuve miedo. Miedo de ser yo el que contagiase a los pacientes, miedo de contagiar a mis compañeros, de llevármelo a casa y contagiar a mi pareja. Miedo de pasar un catarro muy fastidiado. En ese momento seguía pensando que solo era peligroso para la gente muy mayor y con patología grave de base, pero veo las noticias, veo como suben contagios y muertes en Italia, veo que vamos detrás, veo que no solo afecta a esa gente “frágil”, que también está muriendo gente joven sin patología. En nuestro centro mucha gente se ha contagiado y algunos lo han pasado mal. En cierto momento llego incluso a tener miedo de morir. Probablemente ese es el momento en el que salí decidido a comprar la lejía. Por suerte convivo con mi pareja, quién puso la cordura… Que a mi en ese momento me pareció locura.. No nos duchamos con lejía, no limpiamos cada una de las bolsas del super, no lavamos todas nuestra ropa a 70º después de cada uso… Locuras. También dejamos de ver las noticias. Ya sabíamos que la cosa estaba mal, saber que estaba peor no iba a ayudar. Igual que en los juegos de niños, “casa” se volvió el refugio donde el coronaagobio no nos podía pillar.

Fuera tomamos todas las medidas necesarias, y en casa hacíamos una especie de ritual de entrada, pero una vez dentro estábamos seguros. Tras esta fase de miedo fui consciente de que la situación se iba a alargar. Fui consciente de que la teleconsulta había llegado para quedarse, que habría que buscar nuevas medidas para el control de crónicos, que las mascarillas y los guantes me seguirían acompañando, que las manos no iban a estar suaves y sedosas tan pronto… Comenzó la adaptación. Es lo que hay, vamos a hacerlo lo mejor que podamos. La gente nos aplaude, entiende la situación, agradecen el esfuerzo y eso hace que valga más la pena. Poco a poco el miedo se ha esfumado.

La desescalada lo está borrando de la calle, de las casas, pero no del trabajo. Es un punto de riesgo y aunque poco a poco se va abriendo, mantenemos restricciones importantes. Y mucha gente no entiende ese desfase entre la calle y el centro, ya no somos tan héroes, ya no hay tanta comprensión. La memoria dura poco y parece que la epidemia ya se ha acabado. El pico queda muy lejano. “Hace 2 meses que no me miro la tensión”. “Pues es que no me quieren atender”. “Es que estoy llamando y no me cogen el teléfono”. “¿Por qué no puedo entrar al centro si no hay nadie? No están haciendo nada”. Pese a todo creo, o quiero creer, que esas voces dan mucha rabia pero son muy pocas comparadas con la población. Que mucha gente se ha concienciado, que perder el miedo no ha significado perder el sentido. No puedo hablar por el resto de la gente, pero para mi la pandemia ha sido un frenazo en seco. He empezado a ver la vida desde nuevos puntos de vista, he aprendido a trabajar de nuevas maneras, a valorar cosas en las que no me había fijado, a amar lo cotidiano, a aburrirme y no hacer nada y… He comprado lejía.

Cómo citar este documento
Santiago Subiela, Xaime. Quién diría que viviría entre botes de lejía.Narrativas- Covid. Coviviendo [web en Ciberindex], 30/05/2020. Disponible en: https://www.fundacionindex.com/fi/?page_id=1422

 Volver a Sumario de narrativas
Elabora tu propia narrativa

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *