Al más puro estilo Nightingale.

“Quién nos iba a decir que hoy, más que nunca cuidaríamos bajo su legado”

Sara Alameda Salazar
Enfermera. Residencia de Alzheimer “Dolores Castañeda” AFA Vitae, San Fernando, Cádiz, España.

Con la sensación de quien está haciendo algo que no debe, salgo de mi casa para ir a buscar mi coche, repitiéndome una y otra vez: “Voy a trabajar. Soy enfermera. Llevo en el bolso el papel que justifica mi salida”. Como si quisiera que toda aquella persona que pueda estar viéndome desde la ventana de su casa, me leyera el pensamiento y así justificar por qué estoy en la calle en pleno confinamiento. Y es que, de un día para otro, hasta lo más cotidiano se hace con miedo y con inseguridad. El camino hasta la residencia de Alzheimer se me hace largo, a pesar de no haber tráfico. Ver las calles desiertas me entristece, noto que desde que salgo de casa ya nada es como antes y siento angustia al no saber cómo van a ser las cosas a partir de ahora. Mientras conduzco, intento poner en orden mis ideas, tratando de convencerme de que todo va a salir bien, que lo vamos a conseguir y que saldremos de ésta. Pero tengo miedo y me siento tan nerviosa que parece mi primer día de trabajo.

Cuando llego, mis compañeros auxiliares me esperan con caras de incertidumbre. “¿Cómo lo vamos a hacer?”, fue la primera, de un sinfín de preguntas, que iban surgiendo según pasaban los días. Y es que se había establecido un nuevo protocolo de actuación que implicaba una organización de trabajo diferente y nos teníamos que adaptar, hasta que ese protocolo diera paso a otro nuevo, en función de cómo fuera evolucionando la situación. Y así, continuamente. Días de cambios, de incertidumbre, de adaptación. El primer cambio vino con la reestructuración de las instalaciones de la residencia. La Unidad de Estancia Diurna tuvo que cerrar cuando empezó el confinamiento, así que el centro de Alzheimer se quedó sólo con los abuelos (así es como solemos referirnos a nuestros pacientes) que residen en él. Por tanto, se aprovecharon los espacios de dicha unidad para habilitar una zona de aislamiento. De tal forma que, las salas de estar, se convirtieron en salas y habitaciones de aislamiento preventivo de casos posibles y de contactos estrechos con casos posibles o confirmados de COVID-19. El salón de actos se dotó de varias camas, convirtiéndose en una zona de aislamiento para los casos confirmados que reciban el alta hospitalaria. Y las habitaciones destinadas al “Programa de respiro familiar”, se habían dispuesto como habitaciones de aislamiento preventivo para aquellos enfermos que tienen que salir de la residencia para acudir al hospital por algún problema de salud de cualquier otra índole. Pasar por aquella zona, a la que ahora llamamos zona de aislamiento, e imaginar esas camas ocupadas, daba escalofríos. Teniendo en cuenta que, tan sólo unos días antes, en aquellas salas había mucha vida. Se oían conversaciones de los abuelos que acudían al centro de día y comentaban anécdotas con auxiliares, risas entre compañeros o abuelas que cantaban canciones de su época. Y ahora, solo hay silencio.

Otro cambio importante se dio en el momento en el que se suspendieron las visitas de familiares para evitar posibles contagios. Recuerdo el día que se dio la noticia a los familiares en la puerta de la residencia. Estábamos en la zona exterior, había distancia entre nosotros y expresiones de angustia. No olvidaré sus caras cuando fueron conscientes de que ese día no entrarían a darles un beso a su familiar y que de forma indefinida no podrían ver a su padre, a su madre, a sus abuelos… No sabían por cuánto tiempo estarían sin darles un abrazo, alguno incluso tuvo miedo al pensar que quizá ya no pudiera abrazarlo más, de hecho, en algún caso, así ha sido. Cuántos cambios en relativamente poco tiempo y qué lento pasa el tiempo en estas circunstancias. Qué turnos tan diferentes. Cómo echo de menos esos turnos en los que un familiar durante la visita, se acerca para preguntarme alguna cuestión referida a la salud de su madre, por ejemplo, y terminamos riéndonos de alguna ocurrencia de la propia abuela. Cómo se echa de menos esa relación de complicidad que se crea entre la enfermera y la familia del paciente. Porque en este tipo de residencias, el cuidado al enfermo de Alzheimer se hace en equipo. Equipo formado por las enfermeras, las auxiliares y la familia. Cada parte aporta. “Y ahora, viene un virus y separa a este equipo”, me decía un familiar en una de nuestras conversaciones telefónicas. Pues sí, viene un virus y separa incluso a los propios abuelos que residen allí. Unos, hacen su día en una sala que antes estaba llena y ahora hay más de dos metros de distancia con el compañero, y otros, pasan el día en su habitación, echando de menos todos esos estímulos que se perciben cuando se está en grupo: las voces, el movimiento, los colores, el ruido, el tacto… Pero a pesar de que no haya más remedio que mantener la distancia, a pesar de que en la residencia de Alzheimer y en otras residencias de ancianos se hayan suspendido las visitas y no tengamos ese contacto al que estábamos acostumbrados, las enfermeras hemos hecho lo posible por acercar distancias.

Nos hemos volcado en seguir cuidando no solo al paciente, sino también a su familia, ofreciendo apoyo emocional, intentando levantar su ánimo cuando la desesperación se apoderaba de ellos, con llamadas de teléfono, videos y fotos de sus seres queridos y ofreciéndoles toda la información que necesitaran de forma continua, pero sobre todo escuchándolos. Toda esta situación, este 2020 de pandemia, ha dado lugar a que al más puro estilo Nightingale, me haya visto, no escribiendo cartas a las familias como hacía ella con las familias de los soldados en la guerra de Crimea, pero sí realizando videollamadas para que hijos y padres, hermanos, nietos y abuelos o maridos y esposas puedan comunicarse, o en caso de no ser posible la comunicación por tratarse de un enfermo de Alzheimer con mayor deterioro cognitivo, transmitiéndoles por teléfono el estado de su familiar a tiempo real, describiendo exactamente qué hace en ese momento para tranquilidad de su familia. Al más puro estilo Nightingale, he estado atenta a la ventilación, a la luz natural, a la distancia entre camas en las habitaciones y entre butacas en las salas, a la desinfección de material y del entorno. Al más puro estilo Nightingale he insistido hasta la saciedad en la importancia del lavado de manos de toda la población. Al más puro estilo Nightingale, no he organizado una sala de música o lectura, pero sí he dado vueltas por la residencia buscando una radio para hacer más ameno el tiempo de aislamiento de un abuelo, he proporcionado revistas y cuadernos de dibujo, para que tuvieran entretenimiento en esta situación, he buscado ratitos para conversar con aquellos que necesitan compañía porque se les hace muy largo un día entero en su habitación.

Quién nos iba a decir, que, en el año 2020, declarado por la OMS como año Internacional de las Enfermeras y Matronas, el papel de la enfermera iba a estar más visible que nunca, hasta tal punto que ahora hay quien nos llama “héroes”, como consecuencia de la lucha contra la enfermedad por COVID-19. Quién nos iba a decir, que el año en el que celebramos, además, el bicentenario del nacimiento de Florence Nightingale, íbamos a sufrir una pandemia que nos haría tenerla tan presente, haciendo que todas las enfermeras estemos cuidando, hoy más que nunca, bajo la influencia de su legado.

Cómo citar este documento
Alameda Salazar, Sara. Al más puro estilo Nightingale. Narrativas- Covid. Coviviendo [web en Ciberindex] 15/06/2020. Disponible en: https://www.fundacionindex.com/fi/?p=1469

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