“¡Detrás de la línea, y con mascarilla!”

“Teníamos que proteger el castillo a capa y espada, o mejor dicho, a mascarilla y pantalla”

Cynthia Calero Oliver
Enfermera. Atención Primaria. C.S Torrijos, Toledo, España.

Todo es un caos… Treinta de Marzo, retomaba mi trabajo en el Centro de Salud y eso parecía la guerra. La cola de pacientes esperando a pasar daba la vuelta por la calle perpendicular, “¿qué pasa?” me preguntaba. Cuando consigo abrirme paso, en la puerta, un compañero enfundado me hace un interrogatorio que parecía de tercer grado. Me bajo un poco la mascarilla para que me reconozca y me deja pasar. Voy a la taquilla, me cambio y pregunto sobre el funcionamiento del centro. “Solo se atienden urgencias, o algo muy excepcional que cada profesional considere. El resto por teléfono.” “Vaya locura” – pensé, “va a ser imposible reducir tanto los servicios, la gente va a seguir viniendo…” Efectivamente, estábamos en una guerra. Si caminabas eras «verde» y, por tanto, tenías que llamar por teléfono. Un teléfono al que llamaban miles de personas y que al final, era más sencillo que te tocara la lotería que te cogieran el teléfono. Y ya no digo a la primera, pero ni a la segunda, ni a la tercera… Pero no había más opción. “Insista caballero”, “siga intentándolo señora”, “hay que tener paciencia…” decíamos. Nadie entraba si no era estrictamente necesario. Pasamos de ser enfermeros a ser guardias de seguridad. Teníamos que proteger el castillo a capa y espada, o mejor dicho, a mascarilla y pantalla. Tratábamos a las personas como leprosas: “no se acerque”, “hasta la línea”, “tápese con la mascarilla por favor”, “sí, la nariz también”… Pero no solo ‘huías’ de los pacientes, sino que tampoco te acercabas mucho a tus compañeros. No confiabas en nadie, ni siquiera en ti mismo. “¿Y si me pegan algo?” “¿Me habré rozado? Me voy a lavar por si acaso”…

“Estoy bien, ahora todo es diferente pero seguro que en unas semanas se pasa y puedo ir a visitaros” les decía a mis padres. Que ilusa fui, a día de hoy sigo esperando esa ocasión que me permita poder verlos de cerca, aunque solo sea por un momento y aunque no pueda tocarlos. Fueron pasando los días y la cosa no mejoraba. El ring ring del teléfono se convirtió en nuestro hilo musical. Nuestro lema: “Llame por teléfono”. Nuestra arma: el lavado de manos. Y nuestro grito de guerra: “¡Detrás de la línea, y con mascarilla!”. Impotencia. Mucha impotencia. La gente no entendía por qué no podían ser atendidos por su médico, “¡si tengo cita para la tensión con mi practicante! Me la dio hace 2 meses, mire mire”. Discusión, tras discusión. Y cuando por fin un compañero te relevaba de ese cargo, tocaba llamar. Ay las llamadas… cuantas tortícolis nos han causado. Éramos igual que teleoperadores. “Buenos días, le llamo del Centro de Salud, soy la enfermera, ¿cómo se encuentra hoy?”. Ese era mi guion. Y esa era la parte más sencilla. Lo peor venía después. La contestación del paciente. A cada cual peor cuerpo se me quedaba. Eso cuando te cogían el teléfono. Miedo me daba lo que me pudieran decir, “¿qué puedo hacer yo?, ¿cómo le voy a poder ayudar?” me preguntaba una y otra vez. Pero más miedo me daba cuando nadie me cogía el teléfono.

En esos momentos me debatía entre quedarme con el pensamiento de “estará ocupado/a”, o mirar si estaba ingresado/a en el hospital. No lo soportaba. Demasiada gente. Gente que conocía, gente que solía venir a consulta, gente que me había confiado sus problemas y a la que ahora no podía ayudar. Y quien sabe si podría volver a ayudar en otro momento… Las tres de la tarde, el compañero del turno de tarde ha llegado. “¿Ya son las tres? Pero si no he hecho nada…” Maldita sensación de inutilidad. Llegas a casa, y piensas que todo será mejor. Que podrás desconectar y descansar. Pero no es así. Primero está el ritual de entrada. Como en el centro, habíamos marcado una línea que no podíamos sobrepasar. Una línea que separaba la parte sucia de la limpia. Ropa fuera. Baño de hidrogel. Vale, ya estaba lista para entrar. “¿Qué tal el día…?” Odiaba esa pregunta. Mal, el día mal. Muy mal. Esto no se acaba nunca, estoy cansada, y no me refiero a un cansancio físico de esos que estás tres días con agujetas. No. Era mucho peor. Era un cansancio psicológico. Me pasaba toda la mañana oyendo malas noticias. No podía ayudar a las personas como a mí me gustaría. Y además, tenía miedo de contagiarme. Aunque, si soy sincera, tenía más miedo de contagiar a alguien. No quería ser la responsable de eso. No lo podía ni imaginar.

Luego estaba la televisión, o la caja tonta como solía decir mi abuela. Aproximadamente cincuenta canales, y no había ni uno en el que no se hablara sobre el Coronavirus. Tantos afectados, no sé cuántas muertes, los hospitales están colapsados…, y así, un sinfín de noticias desalentadoras. Que por si te habías perdido alguna, te volvían a repetir en el siguiente programa, o quizás alguien se encargaba de ponerlo en algún grupo de WhatsApp. Así que no, no podía desconectar. Encima ha salido una nueva actualización de protocolo. Tendré que mirarla. Cada día uno distinto. Cada día una orden nueva, o quizás dos. Ya he perdido la cuenta. Y así, un día tras otro. Todo rutina. De casa al trabajo. Del trabajo a casa. Y vuelta a empezar. Como un hámster en una rueda. Cada uno en su burbuja. Y al final terminas acostumbrándote. Ya has cogido el hábito. Ya no es tan malo. Parece que vamos mejor. Hemos perdido el miedo.

Las noticias cada vez son mejores. Surgen más temas de conversación. Vienen los primeros pacientes programados. Eso sí, mantienes distancia. No te quitas la armadura. Y después, a limpiar todo bien. Empiezas a ‘normalizar’ la situación. Poco a poco. Charlas con los compañeros, incluso te permites tomar un café con ellos. Y qué bien sienta. Sigo esperando poder volver a casa pronto. Ver cómo están mis padres, abrazarlos y celebrar todos los cumpleaños ‘perdidos’. De momento, voy a seguir dejando la ropa a la entrada, y desinfectándome con el hidrogel antes de sobrepasar la línea.

Cómo citar este documento
Calero Oliver, Cynthia. ¡Detrás de la línea, y con mascarilla! Narrativas- Covid. Coviviendo [web en Ciberindex], 30/05/2020. Disponible en: https://www.fundacionindex.com/fi/?p=1427

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