Detrás de cada historia

“Esto no es otra historia, es nuestra historia”

Beatriz Aguirre Tomás
Hospital Obispo Polanco, Teruel

Estudié enfermería porque siempre me han gustado las personas. Cuando era pequeña jugaba con mi madre a imaginar cómo era la vida de los demás, siempre sonriendo, sin preocupaciones ni problemas, “¡tiene tres hijos y cinco nietos!, ¡acaba de aprobar un examen de matemáticas!, ¡de mayor quiere ser enfermera! Así es como veía el mundo, alegre y feliz, por esto es por lo que decidí ser enfermera, quería hacer el mundo un poquito mejor, pero eso, es otra historia.

Cuando me incorporé a la vida laboral tenía miedo, ahora toda la responsabilidad era mía, pero estaba feliz y pensaba que todo iba a seguir siendo así, tenía la ayuda de mis compañeras y podía aplicar todo lo que había aprendido. Esa felicidad duró mucho menos de lo que yo esperaba, tenía una asignatura pendiente. Nadie nos enseña cómo es la vida en realidad, no nos hablan del verdadero sufrimiento al que nos tenemos que enfrentar con la empatía que caracteriza en el desempeño de nuestra profesión y mucho menos cómo gestionarlo, cómo gestionar los numerosos sentimientos que nos abordan detrás de cada situación vivida a lo largo de nuestra carrera. Pero esa, es otra historia.

Un día como otro cualquiera llegué al trabajo, siempre pensando que va a ser un buen día, no puedo ni debo pensar que no va a ser así. Hoy toca planta, una de mis pacientes era una mujer de 54 años oncológica terminal, sabía lo que podía pasar y me armé de valor.

Estaba preparando medicación cuando el estudiante de enfermería en prácticas me llamó nervioso, venía corriendo, “¡la familia dice que no respira, vamos!”, le dije que mantuviera la calma y fuimos. Entramos a la habitación y vimos que la paciente había fallecido. Nos encontrábamos en un entorno con lágrimas y dolor, pero también mucho cariño y amor. Tragué saliva y le comuniqué a la familia lo que todos sabíamos pero nadie quería, siempre con cariño, de manera cercana y brindando mi ayuda para todo lo que pudieran necesitar.

Cuando acabó nuestra labor me fijé que el alumno no paraba de mirarme, sabía lo que estaba pensando, entonces rompía a llorar y le pedí que se sentará a mi lado explicándole que no soy insensible, aunque lo hubiera podido parecer al decirle que mantuviera la calma, simplemente pedí serenidad en alto para poder tenerla yo también. Le expliqué que la experiencia y el trato con las personas me había enseñado a ver amor y cariño en momentos dolorosos, no podíamos evitarlos como personas y mucho menos como profesionales.

Llegué a casa y no podía quitarme a esa familia de la cabeza, había perdido a un ser querido de manera injusta, dolorosa y demasiado pronto. Aprendí entonces que tenemos que estar agradecidos por poder vivir, por tener la oportunidad de disfrutar de lo bueno que nos rodea y aprender de lo no tan bueno, sin dejar que esto condicione nuestra felicidad.

Ese día me acosté triste, intentando buscarle un lado positivo a la situación vivida para dejar de estarlo y con ganas de hablar con alguien sobre cómo me sentía, lo que en ese momento me resultó complicado, no sabía con quién debía abrirme. Pero esa, es otra historia.

Seguí trabajando, aprendiendo cada día. Todo transcurría con normalidad, pero la pandemia por Covid-19 cambió nuestros ritmos de vida; pasé de ser una feliz mamá disfrutando de su bebé, a una incorporación laboral post-maternal a “planta Covid”.

Un día más de pandemia, uno de los muchos ingresos que cubrimos fue un hombre mayor, 83 años, cuyo pronóstico no era bueno, y cuidador principal de su mujer totalmente dependiente, gafas de alto flujo al máximo y, dada la situación, paciente no candidato a cama de UCI. Una tarde me contó su historia, me dijo que tenía que irse con su mujer pues ella dependía de él y como también era positiva no había problema en estar juntos. Esa tarde no cabía más dolor y ternura en mi cuerpo.

Dos días más tarde me dio la mano y me dijo que no quería estar solo y esa tarde, no me quité el traje. Ese hombre no me conocía y me brindó su confianza, me pidió acompañarle en un momento en el que probablemente hubiera preferido tener la mano de su mujer.

Cuando llegué a casa ese día no conseguía ver el lado positivo de aquella experiencia, pensando en aquel hombre, en su mujer y en la soledad, intenté dormir. Al día siguiente, tras ver la cifra de fallecidos de aquel día me di cuenta que había acompañado a una persona en una situación muy dura y que muchos otros también estaban sufriendo, pero en soledad. Me sentí un poco mejor, aunque es verdad que me hubiera gustado decirle a su mujer y familia que no estuvo solo. Tras mirar a mi familia me fue imposible no sentir miedo a la soledad, no sabía de nuevo con quién exteriorizar ese sentimiento ni cómo hacerlo, no puedo negar que cada día que pasaba era más duro por muchos aplausos que recibiéramos. Pero eso, es otra historia.

Pasé a trabajar a UCI, pocos recursos, menos personal y muchos pacientes, la cosa no mejoraba, cuando la pandemia fue remitiendo ingresó una mujer de 65 años, de un familiar mía, por una arritmia coronaria. Una noche que no aparentaba mala los monitores empezaron a pitar sin descanso, ¡parada!, para qué contar más, salió, y salió antes de que el internista llegara al box. Mi familiar todos los días me preguntaba cómo había pasado el día o la noche, mi profesionalidad contestaba, “¡ahí va tirando!”, “ya sabes que no puedo decir más, no os preocupéis que el informe médico es diario y si no dicen nada fuera de este no es porque vaya peor”, pero esa mañana no tenía recursos, no sabía qué decir, solo tenía la imagen de esa cara congelada como si hubiera visto un fantasma, en un cuerpo cuyo corazón había dejado de latir. Aquí lo positivo estaba claro, la vida de esta mujer, pero ¿cómo y a quién le contaba mi malestar?, ¿era normal ese malestar proviniendo del trabajo que yo había elegido?

Cuando llegué a casa esa mañana mi sorpresa fue que me dormí al momento de llegar a la cama, pero sobresaltada con la misma imagen con la que salí del trabajo me desperté, y así los siguientes tres días. Cuando volví a trabajar no puede evitar llorar al entrar, no me sentía capaz de desempeñar mi trabajo, pero mi supervisora me dijo que era lo más normal que me podía pasar, soy persona y las cosas afectan. Le conté mis inquietudes, todo lo que había valorado después de esa situación y había hecho mal, el miedo que me daba no poder hacer mi trabajo o hacerlo mal, de todo eso dependía la vida de una o varias personas. Aquellas palabras tranquilizadoras me hicieron ver que necesitaba más apoyo que el de una compañera cercana y empática, necesitaba ayuda externa e imparcial. Pero eso, es otra historia.

Estas historias son mías, y como estas, probablemente las de otros muchos profesionales de enfermería. Mi experiencia me ha hecho ver la importancia de expresar nuestros sentimientos, nuestros miedos, no guardar todo lo que nos puede causar desasosiego, no vamos a ser peores por exteriorizar y recibir consejo y tampoco mejores por aparentar que somos la persona más fuerte del mundo y podemos con este a cuestas. Tenemos que saber que cuando nos duela tenemos que observar, pues la vida está tratando de enseñarnos algo.

Esto no es otra historia, es nuestra historia y tiene mucha importancia, tenemos que pensar en el bienestar de los demás, pero no olvidar el nuestro, para poder tener la energía física y mental suficiente para desempeñar esa tarea tan bonita que hemos elegido.

Cómo citar este documento

Aguirre Tomás, Beatriz. Detrás de cada historia. Narrativas-COVID. Coviviendo [web en Ciberindex]  07/01/2023. Disponible en: https://www.fundacionindex.com/fi/?page_id=2439

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