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Bernardino Alvarez, fundador de la Orden de San Hipólito dedicada a los enfermos mentales

Autora: Elisabeth Moreno Vico, 1ºA (2014/15)

Bernardino Alvarez Herrera nació en Utrera (Sevilla) en 1514 y murió en México en 1584. Fue el cuarto hijo y único varón del matrimonio formado por Luis Álvarez y Ana de Herrera, de los que recibió una muy completa educación religiosa. Cuando contaba veinte años sentó plaza como soldado en las Indias, donde tuvo una azarosa y turbulenta vida. Al principio participó en algunas escaramuzas en la región de Zacatecas, en México, donde, durante una época, vivió como jugador profesional. Fue encarcelado y sentenciado al destierro en Filipinas, pero se fugó de la cárcel, y encontró refugio en casa de una mujer, en el barrio de Necaltitlán, de aquí salió para Acapulco y embarcar hacia Perú, donde continuó su vida de tahúr, consiguiendo reunir una gran fortuna que ascendía a 30.000 pesos.

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Por esas fechas falleció su padre, por lo que escribió a su madre proponiéndole que se trasladase a vivir con él al Nuevo Mundo en compañía de sus hermanas. Sin embargo, ésta declinó la oferta de su hijo, escribiéndole una carta en la que lo instaba a hacer buen uso de su crecido caudal en pro de los desfavorecidos de la fortuna. Conmovido por los consejos maternos, ingresó como religioso en el hospital del Marqués del Valle, en México, donde daba abundantes limosnas a los necesitados y se ejercitaba con frecuencia en penitencias muy rigurosas, como ayunos y disciplinas.

Bernardino Álvarez-1651 copiaDiez años más tarde, en 1567, tras observar que los locos vagaban por las calles sin que nadie los cuidase, fundó, con licencia de fray Alonso de Montúfar, arzobispo de México, una casa para pobres dementes que en principio ubicó en la calle de Zelada, y finalmente en un terreno cedido por el ayuntamiento junto a la iglesia de San Hipólito: el de San Juan de Ulúa, que, aunque en sus inicios fue hospital general, pronto quedó exclusivamente para enfermos mentales, siendo el primer centro psiquiátrico que registra la historia. Bernardino Álvarez sostenía a su costa una recua de cien mulas que, desde el puerto, servía para conducir a los indigentes hasta el hospital.

Viendo Bernardino Álvarez que cada día aumentaban no solo los pobres enfermos, sino también los religiosos y las limosnas, amplió su radio de acción, llevando a cabo las nuevas fundaciones de Oaxtepec (1568), Xalapa, Perote (1578), Acapulco (1584), San Juan de Montes Claros (1590), La Habana, Puebla de los Ángeles, Guatemala, Antequera, en el valle de Caxaca y Querétaro. Tanto crecieron las fundaciones y los religiosos dedicados a ellas que decidió crear una orden religiosa que los rigiera. Para ello se inspiró en la regla Agustina y fundó la Orden de San Hipólito, que fue muy favorecida en sus inicios por diversos pontífices, como Gregorio XIII, Sixto V y Clemente VIII, entre otros, aunque no fue formalmente instituida hasta que el papa Inocencio XII dictó una bula el 20 de mayo de 1700. El hábito de la nueva orden, ideado también por Bernardino Álvarez, se componía de paño pardo con escapulario y rosario al cuello. Desde la fundación de la Orden, las autoridades españolas la protegieron, por el gran servicio que prestaba a la sociedad, ya que, hasta entonces, los dementes no habían tenido la más mínima atención sanitaria. Ello fue causa de que se extendiera con rapidez por toda Hispanoamérica.

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El 12 de agosto de 1584, víspera de la fiesta de San Hipólito, fray Bernardino Álvarez falleció en la ciudad de México a los setenta años de edad. Recibió sepultura al día siguiente en la capilla de dicho hospital, asistiendo a sus funerales toda la ciudad que lloró su desaparición. Las exequias fueron precedidas por el Visitador Real y después Arzobispo de México Pedro Moya de Contreras, y el sermón fúnebre pronunciado por el provincial de la Orden de San Agustín fray Juan Adriano.

Bibliografía

-González de la Peña, Eduardo. 500 años del nacimiento de Bernardino Álvarez herrera, fundador de la orden de la caridad de san hipólito (1569), primera orden mexicana. Centro de Estudios Biográficos, Real Academia de la Historia. Publicado 30 septiembre, 2014.
-Louvier Calderón, Juan. Eguiara y Eguren Juan José de. Historia de sabios novohispanos. UNAM, México, 1998.
-Sierra, Vicente D. Enciclopedia de México, Vol. VII. Así se hizo América. Cultura Hispánica, Madrid, 1950.

 

Henry Dunant, fundador de la Cruz Roja

Autora: Ana Isabel Campos Sánchez, 1º B (2014/15)

Hoy día 29 de octubre es el aniversario de la muerte de Henry Dunant, y ¿Quien fue este hombre?, Henry Dunant fue el fundador de cruz roja.

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Henry Dunant nació el 8 de mayo de 1828 en Ginebra, Suiza. Dunant provenía de una familia calvinista muy piadosa y caritativa. Era un hombre de negocios por lo que en 1859 viajo a Castiglione, una ciudad Italiana por un proyecto empresarial, cerca de esta ciudad a tan solo 5 kilómetros se encontraba el campo de batalla de Solferino donde se estaban enfrentando los ejércitos francés y sardo contra las tropas austriacas del emperador Francisco José por la independencia de Italia.

La batalla causó más de 40.000 heridos, que apenas recibían atención por falta de recursos sanitarios. Henry Dunant, testigo de esta tragedia humanitaria se olvidó del propósito inicial de su viaje y con ayuda de otros viajeros y vecinas de la región se dedicó a socorrerlos.

El impacto que le causó la experiencia vivida en Solferino le llevó a publicar en 1862 un libro que llamó “Recuerdos de Solferino” donde recopilaba sus reflexiones, este libro sirvió para sensibilizar a la opinión pública de la época sobre la suerte de los heridos de guerra, en el que plantea la idea germinal de la cruz roja. Es en esta época en la que Dunant madura la idea de prestar ayuda humanitaria a quien la necesitara, independientemente de su raza, nacionalidad, creencias, etc.

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Para llevar a cabo su propósito necesitaba apoyos y es el 1863 cuando la iniciativa fue recogida por la Sociedad Ginebrina de Utilidad Pública (organización privada con vocación filantrópica) que nombró una comisión integrada por cinco miembros, que impulsaron el proyecto y fundaron El Comité Internacional de Socorro a los Heridos. Un año después, en 1864, el Comité Internacional logra convocar con significativo éxito una Conferencia Diplomática en la que doce estados, entre ellos el español, firma el Primer convenio de ginebra.

A partir de 1872, las Sociedades de Socorro, van adoptando progresivamente el nombre actual de Sociedades Nacionales de la Cruz Roja, a sugerencia del Comité Internacional de Ginebra, siendo la Sociedad Española de la Cruz Roja la primera en hacerlo oficial.

La experiencia acumulada a lo largo de la primera mitad del siglo XX y la reflexión sobre las nuevas modalidades de guerra, propiciaron que en 1949 se firmaran los Convenios de Ginebra, Siendo en años posteriores necesaria la aprobación de nuevos protocolos debido al avance de la sociedad. Hoy en día Cruz Roja sigue siendo una de las instituciones que más ayuda sanitaria y social presta a todo aquel que lo necesita.

Isidoro de Sevilla y su tratado de Medicina

Alumna: Estefanía Pérez López 1º A (2014/15)

Isidoro de Sevilla fue un eclesiástico católico y erudito polímata hispanogodo. Fue arzobispo de Sevilla durante más de tres décadas y canonizado por la Iglesia católica, por lo que es conocido habitualmente como San Isidoro de Sevilla.

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Compuso numerosos trabajos históricos y litúrgicos, tratados de astronomía y geografía, diálogos, enciclopedias, biografías de personas ilustres, textos teológicos y eclesiásticos, ensayos valorativos sobre el Antiguo y Nuevo Testamento, y un diccionario de sinónimos.
Su obra más conocida es Etimología (hacia 634), monumental enciclopedia que refleja la evolución del conocimiento desde la antigüedad pagana y cristiana hasta el siglo VII. Este texto, también llamado Orígenes y dividido en veinte libros, tuvo enorme influencia en las instituciones educativas del Medioevo y fue impreso diez veces entre 1470 y 1529. La temática de los libros es la siguiente:

Libro I. Acerca de la gramática.
Libro II. Acerca de la retórica y la dialéctica.
Libro III. Acerca de la matemática.
Libro IV. Acerca de la medicina.
Libro V. Acerca de las leyes y los tiempos.
Libro VI. De los libros y oficios eclesiásticos.
Libro VII. Acerca de Dios, los ángeles y los fieles.
Libro VIII. Acerca de la Iglesia y las sectas.
Libro IX. Acerca de las lenguas, pueblos, reinos, milicia, ciudades y parentescos.
Libro X. Acerca de las palabras.
Libro XI. Acerca del hombre y los seres prodigiosos.
Libro XII. Acerca de los animales.
Libro XIII. Acerca del mundo y sus partes.
Libro XIV. Acerca de la tierra y sus partes.
Libro XV. Acerca de los edificios y los campos.
Libro XVI. Acerca de las piedras y los metales.
Libro XVII. Acerca de la agricultura.
Libro XVIII. Acerca de la guerra y los juegos.
Libro XIX. Acerca de las naves, edificios y vestidos.
Libro XX. Acerca de las provisiones y de los utensilios domésticos y rústicos.

Voy a comentar el libro IV por ser el de mayor interés en nuestra rama. La enfermedad y la curación de la enfermedad ocupan una posición muy importante en los escritos de Isidoro de Sevilla. Debemos tener en cuenta que el desarrollo del cristianismo había centrado en el cuidado y atención de los enfermos un aspecto importante de la tarea piadosa de los buenos cristianos, que debían manifestar una continuidad respecto a las actividades sanadoras del propio Cristo. Los aspectos de curación de la enfermedad, tanto del alma como del cuerpo, van a merecer su atención.

De una forma más precisa, Isidoro trata del cuidado de los enfermos y de los medios de curación en el capítulo IX de su libro De Medicina incluido en la magna obra enciclopédica. Los términos de referencia antitéticos son la salud y la enfermedad. La salud la define como la integridad del cuerpo en una templanza en relación con la naturaleza: salud es la integridad del cuerpo y la templanza en la naturaleza, que procede de lo cálido y lo húmedo que es la sangre. La enfermedad estaría definida como un conjunto de padecimientos del cuerpo, en una ruptura del equilibrio. Para recuperar el equilibrio estaba el plan de cuidados más correcto: entre la salud y la enfermedad se encuentra el plan de cuidados, que en caso de no ser el conveniente no proporciona la salud.
Señala tres métodos para la curación de los enfermos, volviendo con ellos a conseguir el equilibrio adecuado:

1) La farmacia que se basaba en el uso de los medicamentos.
2) La cirugía, que se basaba en la operación en el cuerpo, realizada con las manos del médico, mediante la incisión; esta cirugía con instrumentos debe efectuarse cuando no se produce curación con medicamentos.
3) La dieta, a la que define como la observancia de la ley y de la vida, que consiste en seguir un determinado régimen.

Isidoro_de_SevillaNo cabe duda de que la visión de la enfermedad y de la curación en Isidoro de Sevilla es eminentemente hipocrática. Así el erudito hispalense habla de los cuatro humores, la sangre, la hiel o bilis negra, la melancolía o bilis amarilla y la flema. En esta interpretación, la combinación de estos cuatro humores puede producirse mediante el equilibrio, que significaba la salud, o mediante la falta de moderación que traería consigo la enfermedad. De esta forma, la medicina era entendida por Isidoro, desde el planteamiento hipocrático, sobre todo como una dietética que perseguiría que el hombre recuperara la armonía.

El equilibrio podía buscarse bien mediante elementos ex contrariis, bien por elementos ex similibus. Así aplicaba un ejemplo de remedio en la aplicación de las vendas en función de la forma de las heridas: para una herida redonda se emplea un vendaje o ligadura redonda, y una alargada para una alargada. La ligadura no debe ser de la misma clase en todos los miembros del cuerpo, ni tampoco en todas las heridas, sino que debe tener una forma semejante a la herida o a la llaga que pretende curar.

Seguidamente Isidoro expone la existencia de la curación a partir de los diversos fármacos entonces conocidos. Así dedica cierta atención a los antídotos, la hiera, la arteriaca, la catartica o purgante, la triaca o antídoto del veneno de las serpientes, la catapocia o píldora que se tomaba en pequeñas dosis, el diamoron o jugo de la mora, el diacodión o jugo de la adormidera, el diaspermaton que se formaba por semillas, el electuario que se tomaba con facilidad, el trocisco o pastilla que tenía forma de rodaja, el colirio que servía para los ojos, el epitema que precedía a otros remedios, la cataplasma porque en solitario era remedio, el emplasto porque se ponía sobre la piel, o la malagma porque se maceraba sin necesidad de fuego.

Se clasifican a las enfermedades en enfermedades agudas, crónicas y de la piel, sigue la más asentada tradición clásica, en concreto las líneas que habían apuntado los escritores romanos de medicina como Celso y Galeno. Su preocupación es no sólo la de mencionar sus características, sino indicar los consabidos orígenes de su denominación. Ahora bien, si todas estas enfermedades muestran esa caracterización más clásica, una de ellas señala el indudable signo de los nuevos tiempos: nos referimos a la peste.

Es cierto que el concepto de peste o de pestilentia tenía en su tiempo ya una larguísima tradición. Podemos recordar las famosas plagas bíblicas, la voraz peste que asoló Atenas en el 431 a. C., o las pestes que asolaron el Imperio Romano en los siglos II y III. La descripción de sus síntomas, de sus características, parecen reflejar que siendo pavorosas pandemias, ninguna de ellas correspondía con la famosa Peste Bubónica, es decir, con la Peste Negra. No obstante, desde su irrupción en el siglo VI, en época del emperador bizantino Justiniano, la peste bubónica se había extendido por el Mediterráneo, llegando hasta el extremo de la Península Ibérica.

Isidore_de_Séville_Corbie_800Los primeros datos que Isidoro recoge al respecto de esta enfermedad reflejan justamente la tradición clásica, en un contexto que indica la inexistencia de remedios conocidos contra este terrible mal. En su testimonio, la peste era una enfermedad de fuerte contagio, que teniéndola uno pasaba con muchísima rapidez a las personas que le rodeaban. Siguiendo la creencia helénica al respecto, afirmaba que el origen de este mal se hallaba en la corrupción del aire, reflejando que penetraba en las vísceras que era donde tenía sus principales efectos. No obstante, el obispo cristiano no podía menos que considerar que si físicamente la peste se producía por una afección del aire, la misma se debía a la voluntad divina con lo que dejaba en pie la insinuación de un castigo derivado de unos culpables.

Hasta aquí el conocimiento de la antigüedad greco-romana, sazonado con la visión de la actuación divina. No obstante, seguidamente Isidoro integraba unos datos que eran muy recientes, puesto que se referían de forma indudable a la peste bubónica, o inguinal, extendida desde el siglo VI, y cuyos brotes pandémicos eran una triste realidad en su época: también se llama inguinal, debido a la afección de la ingle. Igualmente se conoce con el nombre de Lues, que viene del latín Labes. Viene esta enfermedad de una forma repentina, y con ella la muerte.

En resumen, los escritos de Isidoro de Sevilla son un reflejo de la permanencia del saber clásico. Los aspectos médicos del conocimiento permanecen, pese a los nuevos condicionantes sociales que eliminan la existencia de profesionales de la salud. Pero el cuerpo doctrinal se enriquece con una nueva ética, aportada por el cristianismo, que une la curación del cuerpo y la del alma. El cuidado de los enfermos en los monasterios, tal y como aparece reflejado en las Reglas monásticas (tales como la isidoriana) es un buen reflejo de la nueva realidad. Y también aparece, en este caso en las Etimologías, una novedad referida a un terrible mal, el de la peste bubónica, y que no tenía remedios conocidos. Ese primer gran brote de peste bubónica había surgido en el siglo VI (peste de Justiniano), y no desapareció hasta dos siglos más tarde. Sería el precedente de la peste bien conocida, la Muerte Negra, que asoló el Mediterráneo desde mediados del siglo XIV.

Fuentes y bibliografía

García García Inmaculada, Ramos Cobos Maria del Carmen, Gozalbes Cravioto Enrique. Enfermedad y cuidados en la obra de Isidoro de Sevilla. Siglo VII. Index de Enfermería 2005  Mar;  14(51): 70-73. Available from: https://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1132-12962005000300015&lng=en.  https://dx.doi.org/10.4321/S1132-12962005000300015.

Herrera Carranza, Joaquín. El pensamiento de San Isidoro de Sevilla y su influencia histórica a través de autores del siglo Xx. Grupo de Trabajo Scripturium Isidori Hispalensis del Aula de la Experiencia. Universidad de Sevilla. Disponible en https://institucional.us.es/aulaexp/PanelP/ISIDORO%20JOR%20INV.pdf

Isidoro de Sevilla. Wikipedia. Disponible en https://es.wikipedia.org/wiki/Isidoro_de_Sevilla

San Isidoro de Sevilla. Etimologías. Edición bilingüe en 1 vol. preparada por J. Oroz Reta y M. A. Marcos Casquero. Biblioteca de Autores Cristianos, 2009.