G4 La medicina en la modernidad: textos

Asignatura: Historia de la Medicina
Profesor: Dr. Manuel Amezcua
Materiales de prácticas
Guía para realizar el comentario de textos: Síntesis CAI
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Referencia del documento: Alonso de Freylas. Conocimiento, curación y preservación de la peste. Jaén, Fernando Díaz de Montoya, 1606. Pág. 179-180. Ver ubicación

Ya que avemos referido los grandes inconvenientes que trae consigo el formar Hospital; sera bien que se refieran las comodidades, provechos, y remedios que con no formarle se hallan mas ciertos, y mas seguros.
El primero sea, averse quitado el miedo, y la vehemente imaginacion, que les causava, y forçaua à dexarse antes morir sin remedio del alma y del cuerpo: por no dexarse llevar al Hospital. De donde resulta otro muy grande; que el enfermo està pacifico y contento, y mas confiado; con la esperança que tiene que à de sanar, con la diligencia, amor y cuydado de los suyos, y ansi le aprouechan mas los remedios.
El segundo, aunque primero en la dignidad es, que se confiessan vna, dos, y tres vezes, con quietud y sossiego, y hazen sus testamentos publicos, sin temor que en descubriendose ayan de ser arrebatados por los feos ministros: y quitadas las culpas y pecados por la confession, que da la causa de la peste mas flaca, pues nace de culpas, y el enfermo mas fuerte, para que con la confiança y ayuda de Dios la pueda mejor vencer.
La tercera, que goza de mayor regalo y limpieza, y de mejor ayre, mas puro y mas limpio, que se puede mejor purificar, que el de toda una sala de apestados, que aunque nọ sea mas de mirar las paredes de su casa a donde nacio, se alienta, y mejora el enfermo. Y no haze fuerça la razon de los que dizen; que de no formar Hospital se pegara más la peste à los vezinos de la Ciudad, pues queda provado, que antes por formarlo se estiende mas el contagio por las razones dichas. Y la mas fuerça haze es, que cuando la peste viene por influencia del Cielo, no se pega tanto, y assi anda salpicado de vn barrio en otro, y de vna casa a otra, y en los Conventos de Monjas encerradas y niños, y donzellas muy retiradas a donde jamas uvo sospecha, causa, ni ocasion de cotagion, sino solo influencia del Cielo se hallo estos tales sujetos mas dispuestos, para hazer su efecto. Y creo por muy cierto, que él vezino que supiere que el suyo esta apestado, se guardara mas del, y plega à Dios, que los suyos de su casa no lo hagan, y se ha visto por guardarse, aviendo muchas ropas de cudicia por las calles, no aver quien las alce, por el temor de la contagion. Por todo lo qual me resuelvo en que en ninguna manera esta Ciudad, ni otras semejantes, formé Hospital para preservarse de la peste, sino cada vezino pueda libremente curarse en su casa.

Referencia del documento: Poema satírico de Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645). Ver ubicación

Pues me hacéis casamentero,
Ángela de Mondragón,
escuchad de vuestro esposo
las grandezas y el valor.
Él es un Médico honrado,
por la gracia del Señor,
que tiene muy buenas letras
en el cambio y el bolsón.
Quien os lo pintó cobarde
no lo conoce, y mintió,
que ha muerto más hombres vivos
que mató el Cid Campeador.
En entrando en una casa
tiene tal reputación,
que luego dicen los niños:
«Dios perdone al que murió».
Y con ser todos mortales
los Médicos, pienso yo
que son todos veniales,
comparados al Doctor.
Al caminante, en los pueblos
se le pide información,
temiéndole más que a la peste
de si le conoce, o no.
De Médicos semejantes
hace el Rey nuestro Señor
bombardas a sus castillos,
mosquetes a su escuadrón.
Si a alguno cura, y no muere,
piensa que resucitó,
y por milagro le ofrece
la mortaja y el cordén.
Si acaso estando en su casa
oye dar algún clamor,
tomando papel y tinta
escribe: «Ante mí pasó».
No se le ha muerto ninguno
de los que cura hasta hoy,
porque antes que se mueran
los mata sin confesión.
De envidia de los verdugos
maldice al Corregidor,
que sobre los ahorcados
no le quiere dar pensión.
Piensan que es la muerte algunos;
otros, viendo su rigor,
le llaman el día del juicio,
pues es total perdición.
No come por engordar,
ni por el dulce sabor,
sino por matar la hambre,
que es matar su inclinación.
Por matar mata las luces,
y si no le alumbra el sol,
como murciélago vive
a la sombra de un rincón.
Su mula, aunque no está muerta,
no penséis que se escapó,
que está matada de suerte
que le viene a ser peor.
Él, que se ve tan famoso
y en tan buena estimación,
atento a vuestra belleza,
se ha enamorado de vos.
No pide le deis más dote
de ver que matáis de amor,
que en matando de algún modo
para en uno sois los dos.
Casaos con él, y jamás
viuda tendréis pasión,
que nunca la misma muerte
se oyó decir que murió.
Si lo hacéis, a Dios le ruego
que os gocéis con bendición;
pero si no, que nos libre
de conocer al Doctor.

Referencia del documento: Constituciones para el régimen y gobierno del Hospital General de la Misericordia y de Antón Martín, 1589. Ver ubicación (p. 325).

Esta casa de Misericordia General ha de tener las obras conforme al nombre, y así conviene haya puerta abierta para la entrada de todos los pobres, hombres, y mujeres, que a ella vinieren, los cuales han de ser recibidos con toda piedad, y a todos se reciba así de día, como de noche, y el portero ha de tener gran blandura, y caridad para recibirlos a todos sin que tenga libertad para despedir a ninguno, y con todo cuidado tome la razón de ellos, y lo escriba en el libro General de la Portería en el día, mes, y año, y los Padres, Pueblo, y nación que ellos dijeren, y póngalos en el lugar, que está señalado para que los Médicos, y Cirujanos examinen sus enfermedades, para que sean puestos en las enfermerías, que conviniere.
Los que se hallaren contagiosos, e incurables luego sin ninguna dilación se remitan al Hospital de Antón Martín, pues ésta, y aquella son toda una casa dedicada para la cura de estas enfermedades, y a los que por sí mismos no pudieren ir, por su mucha flaqueza, o enfermedad llévenlos en las sillas, que para esta necesidad hay, y baya siempre con ellos un hermano persona de recaudo con cédula firmada del semanero, o del hermano mayor, encomendándole los reciban, y amparen luego, y en ella vaya asentado si van confesados, o no porque en esto, hay algún descuido.
Los enfermos que los Médicos señalaren, que se reciban luego los capellanes los confiesen si estuvieren dispuestos para ello, y si no lo estuvieren se dispongan, y antes de entrar en las camas lo hagan, y así mismo comulguen siendo hora, competente, y si no fuere notable peligro en la dilación, lo cual se deja a la prudencia de el capellán, para que al portero le conste estar confesado, y escriba en ella su nombre, y señas de su persona, y la enfermería a donde se ha de curar, y por esta cédula verán los hermanos enfermeros, los que han de acostar en las camas, que tienen a su cargo.
Antes que les desnuden los quiten el cabello si le tuvieren crecido, y después los desnuden, y limpien, y vistan una camisa de las que el Hospital tiene para su limpieza, el tiempo que se curaren, y haranlos persignar, y encomendar a Dios encomendándoles la paciencia, y conformidad a su voluntad, y la obediencia a los Médicos, y enfermeros en lo que conviniere a su salud.
En el invierno antes de acostarlos les han de calentar las camas, y camisas, y hágase con ellos todo lo que su necesidad y la caridad obliga, y así mismo se guarde, y cumpla en la casa de Antón Martín, como se ha de hacer en esta pues son una misma casa.
Haya un libro en cada enfermería así de hombres, como de mujeres; el cual tenga el enfermero, o enfermera mayor de ella el cual con el día, mes, y año se le reciba el nombre del enfermo, que se acuesta en la cama con el número de ella, y si es casado, o soltero, y muy en particular los vestidos, que trae los cuales se juntarán todos, y se atarán, y envolverán en la capa, que trajere, y cosida encima la cedula, que le dieron en la portería con la firma de confesión la entregarán toda al guardarropa, para dársela cuando se fuere, y si trajere dineros se escribirán con lo demás, los cuales se entregarán al hermano mayor, o a la persona, o arca que para esto estuviere señalada, el cual en este libro firmará el recibo de ellos, para que en todo haya cuenta, y razón, y se le vuelva a cada uno lo que fuere suyo, al tiempo que saliere del Hospital, y la salida se asentar en el margen de este libro enfrente de la entrada, y si el enfermo supiere escribir, lo firmará, y el recibo de todo lo que se trajo, y si muriere se pondrá la señal de muerto, y se asentará el día que murió, y si hizo testamento, o no, y ante quién para que de todo haya entera claridad, y razón.
Acúdase con tiempo a los enfermos que estuvieren fatigados, para que se les de la extremaunción, y hagan sus declaraciones, y testamentos, y los mejores vestidos, que dejaren benefíciense de modo, que se puedan hacer almoneda de ellos, y conviene haya un libro aparte adonde se escriban estas declaraciones, y testamentos el cual sirva de registro para esto al escribano, que lo hiciere, y de donde con facilidad se pueda sacar cuando fuere necesario.
Para que haya en las enfermerías todo cumplimiento se hará en ellas guardar de día, y de noche, para que con más facilidad se acuda a las necesidades de los enfermos, ayudándoles a levantar, y cubrir, y otras semejantes, y consolarles dando sustento a los flacos, y haciéndoles otros refrigerios necesarios, para que con el buen tratamiento, y regalo cobren más presto salud, y no se dará licencia a ninguno para que se vaya hasta que el Médico lo mande, y esto será después de haber convalecido en la enfermería, que para esto estuviere señalada.
Dárasele a cada enfermo luego, que se acostare en la cama, una ropa de las que en aquella enfermería hubiere, para que con ella con más honestidad, y abrigo se pueda levantar a sus necesidades, y hacerle la cama.

Referencia del documento: Constituciones sinodales del arzobispado de Granada hechas por el Ilustrísimo Reverendísimo señor don Pedro Guerrero, 1572. Ver ubicación (edición posterior)

De Sortilegii
1. Aunque por la ley divina está prohibido y por pragmáticas de estos reinos impuesta pena de muerte a los que usan de cualesquier manera adivinanzas, como es de agüeros, aves, esternudos, palabras que llaman proverbios, suertes, hechizos, y los que atacan en agua, cristal, espada, espejo, o en otra cosa lucia, o hacen hechizos de metal o de otra cosa cualquiera, usan de adivinanza cabeza de hombre muerto, o de bestia, o de palma de niño, o de doncella, o de encantamientos, o de cercos, o de ligamentos de casados, o que cortan la rosa del monte y otras cosas semejantes para dar salud, o bienes temporales, usando de equidad, estatuimos y mandamos, que cualquier persona que hiciera algo de lo susodicho, o hiciera cosas para provocar a amor u odio entre los próximos o entre casados, o para maleficiar, u otro cualesquier género de hechizo, incurra en penas de doscientos azotes, los cuáles le den públicamente con una mordaza en la lengua y una corona en la cabeza, y siendo persona de más suerte, esté a la vergüenza en una escalera a la puerta de una iglesia donde hubiere concurso de gente todo el tiempo que durase la misa mayor, y pague dos marcos de plata para obras pías, y a los que a tales sortílegos o hechiceros recurrieran para aprovecharse de ellos, estén en penitencia pública en la misa mayor de su parroquia un día de fiesta solemne descalzos en cuerpo y sin caperuza con una soga al cuello y ceñida por el cuerpo, y una candela encendida en las manos, y más paguen un marco de plata, y si fuere pobre, esté veinte días en la cárcel con prisiones, y léase allí públicamente su sentencia, salvo si a los jueces les pareciera moderar la pena en algunos que vinieran de su voluntad a confesar su culpa, y no por miedo que han de denunciar de ellos.
2. Las supersticiones de nóminas, adivinaciones, saludadores, ensalmadores, santiguaderas y oraciones de ciegos, se prohíben que no se tengan ni hagan, en el título de Reliquiis et veneratione Sanctorum de éstas nuestras constituciones lo allí dispuesto se guarde.
3. A los médicos mandamos so pena de excomunión y de veinte ducados, que no curen con cosas que no tengan virtud para la enfermedad que pretenden curar, o aguardando con ellos tiempos y horas, como con los sellos de Arnaldo y emporicas, y otras cosas vanas que hay en algunos libros de medicinas.
4. Las alcahuetas y intervenidoras, que para que nuestro Señor se ofenda procurasen hechicerías, o sin procurar fueran terceras de malos tratos y deshonestos, sean castigadas en penitencia pública que hagan en una escalera con una corona a la puerta de una iglesia por la primera vez, y por la segunda en doscientos azotes que les den públicamente con la dicha corona y sean desterradas del lugar donde vivieran por tiempo de dos años o más, como pareciera a nuestros jueces.

Referencia del documento: Libro de entretenimiento de la pícara Justina, de Francisco López de Úbeda, 1605. Ver ubicación

Mas ya querréis decirme, pluma mía, que el pelo de vuestros puntos, está llamando a la puerta y al cerrojo de las amargas memorias mi pelona francesa…
¿Seré yo la primera que anocheció sana en España y amaneció enferma en Francia? ¿Seré yo la primera camuesa, colorada por defuera y podrida por dentro? ¿Seré yo el primer sepulcro vivo? ¿Seré yo el primer alcázar en quien los frontispicios están adornados de ricos jaspes, pórfidos y alabastros, encubriendo muchos ocultos embutidos de tosca mampostería, y otras partes, tan secretas como necesarias? ¿Seré yo la primera ciudad de limpias y hermosas plazas y calles, cuyos arrabales son una sentina de mil viscosidades? ¿Seré yo la primera planta cuya  raíz secó y marchitó el roedor caracol?  ¿Seré yo la primera mujer que al pisar el lodo diga las tres verdades de un golpe, cuando, enfaldándome por todos lados, diga: muy sucio está esto?. En fin, ¿seré yo la primera fruta que huela bien y sepa mal?
   No me corro de eso, señora la de los pelos; antes pretendo descubrir mis males, porque es cosa averiguada que pocos supieran vivir sanos si no supieran de lo que otros han enfermado, Que los discretos escriben el arancel de su propia salud en el cuerpo de otro enfermo. Y no hay notomía que menos cueste y más valga que la que hace la noticia propia y la experiencia ajena.
   ¿Y piensa el dómine pelo que de eso me corro yo? ¡Dolor de mí, si supieran los señores cofrades del grillimón que me corría yo de pagar culpas oscuras con penas claras! No, mi reina. Que ya se sabe que un mismo oficial es el que tunde las cejas y la vergüenza, y de camino con el tocino de las tijeras unta las mejillas para desterrar el rosicler de las corridas.
   Un clavo saca otro. Como este mal es todo corrimientos, con él se quitan los corrimientos. Y ansí se ve que ningún pelado se corre, por más que lluevan fisgas y matracas. Otra tecla toque, señor pelo, que ésa, por más que se curse, nunca me sonó mal.
   Antes, en buena fe, que me holgase saber si hogaño los señores cofrades publican congregación, porque como quien soy, juro a lo menos como quien fui –que el otro juramento daba el golpe en vago-, de ir por honrar su junta, más cargada de parches por la cara, que si ella fuera privilegio rodado y ellos sellos pendientes.
   ¡Desmelenadas, desmelenadas de nosotras, si cuando nuestros gustos dieron al dolor la tendencia de nuestros cuerpos, desterraran para siempre de nuestras almas el consuelo, como si el alma no pudiera o no supiera dar posada a muchos gustos, que vienen en hábito de peregrinos, mientras el cuerpo llora y afana! Sin pelo salí del vientre de mi madre, y sin pelo tornaré a él.

Referencia del documento: Examen de ingenios para las ciencias, de Juan Huarte de San Juan, 1575. Ver ubicación (edición posterior)

Cuál sea la más verdadera sentencia ya no es tiempo de ponerlo en cuestión: porque ningún filósofo duda en esta Era, que el cerebro es el instrumento que naturaleza ordenó para que el hombre fuese sabio y prudente. Sólo conviene explicar qué condiciones ha de tener esta parte para que se pueda decir estar bien organizada; y que el muchacho por esta razón, tenga buen ingenio y habilidad. Cuatro condiciones ha de tener el cerebro para que el ánima racional pueda con él hacer cómodamente las obras que son de entendimiento y prudencia. La primera, es buena compostura. La segunda, que sus partes estén bien unidas. La tercera, que el calor no exceda á la frialdad, ni la humedad a la sequedad. La cuarta, que la sustancia esté compuesta de partes sutiles y muy delicadas…
Ninguna cosa ofende tanto al alma racional como estar en un cuerpo cargado de huesos, pringue y de carne. Curando Hipócrates cierto género de locura por exceso de calor, encomienda grandemente que el paciente no coma carne, sino yerbas y pescado, y que no beba vino sino agua, y que si tuviere mucha corpulencia, muchas carnes y pringue que lo enflaquezcamos, y dando la razón dice: conviene grandemente a los hombres, si quieren ser muy sabios, que no estén cargados de carnes y pringue, sino flacos y macilentos, porque el temperamento de la carne es caliente y húmedo, con el cual no puede el alma dejar de loquear ó ser muy estulta; en confirmación de lo cual trae por ejemplo el puerco, diciendo, que entre todos los brutos animales es el más estulto, por la mucha carne que tiene, cuya ánima, dijo Crisipo, que servía no más que de sal, para que no se le corrompiese el cuerpo: la cual sentencia confirma también Aristóteles diciendo, que los hombres que tienen mucha carne en la cabeza son muy estultos y los compara a los asnos, porque a la cabeza de estos animales acude más carne que a todos los demás. Ceteris paribus. Pero en lo que toca a la corpulencia, se ha de notar que hay dos géneros de hombres gordos, unos que tienen muchas carnes y sangre, cuyo temperamento es caliente y húmedo: otros que carecen de carne y sangre y tienen mucha pringue y mantecas, cuyo temperamento es frío y seco, de los primeros se entiende la sentencia de Hipócrates, porque el mucho calor y humedad y los muchos humos y vapores que se levantan en semejantes cuerpos, perturban mucho el raciocinio lo cual no acontece en los gordos de pringue, que por ser todos faltos de sangre no osan los médicos sangrarlos, y donde falta la carne y la sangre ordinariamente hay mucho ingenio. Queriendo Galeno dar a entender la grande amistad y correspondencia que tiene el estómago con el cerebro, especialmente en lo que toca al ingenio y saber, dijo: Crasus venter generat crasum intellectum. Y si entiende de los barrigudos de pringue no tiene razón, porque estos son agudísimos de ingenio. En esta misma filosofía se debió fundar Persio, cuando llamó al estómago ingeniique largitur venter. Ninguna cosa, dice Platón, perturba tanto al ánima racional, ni hay quien tanto la eche a perder sus buenos discursos y raciocinios, que los humos y vapores que se levantan del estómago e hígado, al tiempo que cuecen los manjares: ni hay quien tanto la levante en subidas contemplaciones como el ayuno y tener el cuerpo con falta de carne y de sangre, que es lo que la Iglesia católica canta…

Referencia del documento: Diego Blanco Salgado. Tratado de la epidemia, pestilente que padeció la ciudad de Málaga el año de 1678 y 79. Málaga, impreso por Mateo López Hidalgo, 1679. Pág. 31-32. Ver ubicación

Para que sirva de exemplo a los que ignoran los pesos, y medidas vsuales, y puedan aprovecharse de los remedios, me parecio muy conforme a razon notar esta breve descripcion, conforme al vso comun.
La libra medicinal tiene doze onças, la onça ocho dragmas, y cada dragma es el peso de vn real no cercenado: tiene la dragma tres escrupulos, el escrupulo veinte granos de los vsuales. Para pesar oro, o seis granillos de los que estan dentro de la algarroba, o treinta y seis lentejas, que todo es vn mismo peso. Manojo se llama todo lo que de yerva se abarca con la mano, pugilo, lo que con las estremidades de los dedos.
Para este fin se inventaron ciertos caracteres; los que demuestran onça, dragma, escrupulo, y sus medias cantidades, no tienen las Imprentas de Elpaña; los demas que notan letras, hallaras desta suerte. La M. dize manipulo, ò manojo: la P. pugilo; la F. facisculo, ò hazecillo, la N. numero. Esta figura, ana, dize partes iguales; esta lib dize libra: lo que a estas figuras, ò letras se sigue son las doses, ò cantidades.

Referencia del documento: Libro del arte de las comadres o madrinas y del regimiento de las preñadas y paridas y de los niños, de Damián Carbón, 1541. Ver ubicación

De las condiciones que ha de tener la comadre para ser buena y suficiente
Discurriendo el que necesario fuere para tal ejercicio y por ser arte mecánica es necesario proveer algunas condiciones que hagan el artífice perfecto y según alcanzo deben ser tres. La primera de las cuales ha de ser que la comadre sea muy experta en su arte. La segunda que sea ingeniosa. La tercera que sea moderada (es a saber) que tenga buenas costumbres.
Tomando pues la primera, si miramos cuantas variedades se siguen en las preñadas en todo el tiempo de su preñez y el tiempo de su parir claramente entenderemos no poderlas alcanzar sino por grandes experiencias (como tengo visto). Y por eso ha de ser la dicha comadre de todo esto muy experimentada… Por semejante debe también ser la comadre o partera, porque ha de tratar diversidad de casos. Los cuales platicando y conversando con otra experta comadre saldrá muy perfecta, tal que a las sobredichas necesidades de convenibles remedios.
La segunda condición que ha de tener la comadre es que sea ingeniosa (es a saber) que con buen ingenio y dirección sepa encaminar los partos dificultosos y malos, y prever en las cosas que daño para ello pueden traer, como es asentar a la que pare en su lugar y sitio, quitarla de una parte, ponerla en otra más conveniente para su condición y parto es necesario con su ingenio que tenga buenas fuerzas naturales para sufrir el trabajo de la que pare, tenga esfuerzo y no desmaye de lo que vea de mal parto, y si tiene necesidad de buen ingenio para conocer el parto dificultoso y para hacer previsiones para lo que fuere necesario.
La tercera condición que ha de tener la comadre es que sea bien moderada (es a saber) que tenga buenas costumbres, indícanlo los naturales por su complexión… Pues es menester que tenga buena cara y bien formada en sus miembros porque digamos de su buena complexión. No sea fantástica, no sea riñosa, sea alegre, gozosa porque con sus palabras alegre a la que pare. Sea honrada, sea casta para dar buenos consejos y ejemplos, mire que tiene honestísima arte. Sea secreta que es la parte más esencial. Cuantas cosas les vienen en manos que no se han de comunicar por la vergüenza y daño que se seguiría. Tenga las manos delgadas y mire las carnes que tiene a tratar. Sea ligera en el tacto que no haga lesión en las carnes delicadas. Tenga temor de Dios. Sea buena cristiana porque todas las cosas le vengan en bien. Deje cosas de sortilegios ni supersticiones y agüeros ni cosas semejantes porque lo aborrece la iglesia santa. Sea devota y tenga devoción en la Virgen María, y también con los santos y santas del Paraíso porque todos sean en su adjutorio.

Referencia del documento: Orden promulgada por el Tribunal del Protomedicato sobre intrusismo, 1688. Ver ubicación (p. 250).

En la Villa de Madrid, a veinte y dos días del mes de enero de mil seiscientos ochenta y ocho años. Los Señores Doctores D. Miguel de Alva, D. Francisco Enríquez de Villacorta, y D. Gavino Fariña, médicos de cámara del Rey nuestro Señor y sus Protomédicos generales, Alcaldes Mayores y examinadores en todos sus Reinos y Señoríos. Dijeron: Que sin embargo de estar dispuesto por la ley 13 tít. 7, lib. I, cap. 12. Ley 7 tít. 16, lib. 3 de la Nueva Recopilación que ningún Cirujano Romancista ni Sangrador en los lugares que hubiera médico, pueda por sí hacer a los enfermos que asistiera, evacuaciones, sangrías, ni recetar purgas, ni otros medicamentos, se les ha dado noticia, que en esta Corte y en las Ciudades, Villas y lugares donde hay médicos, los dichos Cirujanos Romancistas y Sangradores, contraviniendo a lo dispuesto, y mandado por las dichas leyes, y con grave cargo de sus conciencias, recetan por sí solos evacuaciones sangrías, purgas y otros medicamentos, de que han resultado muertes, y sucesos lastimosos y de gran dolor, y escándalo en lo público, y deseando en cumplimiento de su obligación, poner en lo referido remedio, y dar la providencia conveniente a tan grave exceso mandaron se notifique a los dichos Cirujanos y Sangradores que por sí solos, sin parecer de médico, no ordenen ni ejecuten sangrías ni otras evacuaciones, ni receten purgas ni otras bebidas, pena que serán castigados conforme a derecho. Y también se notifique a los Boticarios, no despachen, ni admitan recetas, que no estuvieran firmadas de médicos, sin que basten sus rúbricas o señales, por los inconvenientes, que de ejecutarse lo contrario se ha experimentado. Y que por sí mismos no puedan hacer purgas, ni otras bebidas sin recetas de médicos, pena de seis mil maravedíes por la primera vez, aplicados en la forma ordinaria, y de doce mil por la segunda, y dos años de destierro, por la tercera, reservaron a su arbitrio el castigo. Así, Doctor D. Francisco Enriquez de Villacorto, Doctor D. Gavino Fariña, ante mí Manuel López.

Referencia del documento: Regla y Constituciones, para el Hospital de Juan de Dios, de esta ciudad de Granada, 1585. Ver ubicación (p. 272).

Conviene que digamos ahora en particular de los enfermos que hemos de curar y remediar en nuestros Hospitales y de sus necesidades espirituales y corporales, para los cuales exhortamos a nuestros Hermanos que con todo amor reciban en sus Hospitales pobres enfermos de todas naciones y enfermedades sin diferencia ni excepción de personas, advirtiendo que donde se pudieran excusar de curar mujeres se excusen, salvo en los Hospitales que ya lo hacen o donde la necesidad lo demandase, y cuando esto se haya de hacer advertimos sea en lugares apartados con mucho recogimiento y honestidad como adelante se dirá y pues nuestro particular instituto y profesión es el servir a los pobres enfermos, pongamos nuestro cuidado y diligencia en como agradecemos al Señor en ellos.
Obligaciones de los médicos. En las dos visitas que los médicos harán en las enfermerías cada día se tendrá este orden, que a la mañana y a la tarde, viniendo el médico o médicos a la hora señalada y más conveniente se hará señal con la campana pequeña porque se entienda por toda la Casa y los enfermeros acudan a hallarse presentes a la vista con los médicos, el Hermano Mayor trabajará de hallarse presente y el enfermero mayor y los demás enfermeros y el boticario, barbero, sin faltar ninguno y habrá libros o tablillas donde se escribirá todo lo que el médico ordenara para la salud de los enfermos y en esto tendrá particular cuidado el enfermero mayor, haciendo que todos los demás cumplan su oficio, advirtiendo al médico que consuele con su visita a los enfermos y esto hará deteniéndose en la visita y haciendo con suavidad las preguntas a los enfermos y así se proseguirá la visita hasta acabarse sin quedar ninguno por visitar, y después de visitadas las enfermerías se visitarán y recibirán los pobres enfermos que de nuevo hubieran venido, y por el orden arriba dicho se les ordenará las cosas necesarias poniendo en la cama los que el médico recibiera, advirtiendo que no se reciba ninguno de enfermedad contagiosa porque el tal, no se recibirá mayormente si hubiera otro Hospital donde se reciba semejantes enfermedades.
El enfermero mayor. Procurarán los Superiores de dar este oficio de Enfermero Mayor a Hermano de buena fama y conciencia y caritativo para con los pobres enfermos, el cual tendrá cuidado de hacer que las enfermerías y salas de los enfermos estén limpias y bien aderezadas y que las camas se hagan por lo menos una vez al día y hará que se limpien los vasos y cosas que no lo estuvieran, y pondrán sahumerios y perfumes mayormente cuando fueran a comulgar los enfermos, y asimismo que se den a sus horas las medicinas y las demás cosas que los médicos ordenaran para la cura y remedio de los pobres, y tendrá cuenta en que se mude ropa limpia cada ocho días en las camas y también pondrá las guardias y verá como los demás enfermeros hacen sus oficios y avisará la Hermano Mayor de todas las faltas y necesidades que hubiera en las enfermerías para que se remedien, y tendrá el Hermano enfermero mayor cosas de conservas, confituras y otros regalos para acudir a regalar y recrear los pobres enfermos con ellas a los tiempos convenientes o en necesidad y también se advierte que visite de noche las enfermerías y las partes donde durmieran pobres enfermos en nuestras Casas y acudirá también a la puerta del Hospital a ver si hay algunos pobres enfermos que recoger.
La comida. Venida la hora de comer y cenar de los enfermos tañida la campanilla, se juntarán todos los Hermanos que en casa se hallaran excepto los que estuvieran legítimamente ocupados y puesto en orden todo lo que conviene a la comida, se bendecirá con la bendición del Breviario y leyendo en el libro o tablilla donde está escrita la orden del médico por sus números y el enfermero mayor u otro Hermano irán repartiendo la comida y todos los demás dándola a los enfermos y con caridad ayudando a los que tuvieran necesidad y lo mismo se hará con la bebida teniendo mucha cuenta con los que hubieran de comer más tarde o temprano de la hora ordinaria según los médicos y enfermedades lo pidieran, advirtiendo que la comida esté caliente, limpia y sazonada de manera que a todos se satisfaga, y el enfermero mayor y el Superior irán a la enfermería visitando y sabiendo si a los enfermos les faltó algo de lo que les fue ordenado, y acabado de comer se darán -Gracias- y se pedirá a los enfermos y a los demás digan un Pater noster por los bienhechores, procurando en todo hacer de nuestra parte lo que somos obligados para con Dios y nuestros prójimos.
Recepción de enfermos. Se procurará en nuestros Hospitales que el servicio que se hiciera al Señor en sus pobres le sea agradable para lo cual, se hará según este orden, que para dar salud al cuerpo se busque primero la del alma y así en entrando el enfermo en el lecho se le advertirá se prepare para la confesión la cual hará con brevedad y comulgará y si lo pudiera hacer estando en pié dando la enfermedad lugar será mejor y antes que lo acuesten en la cama con la caridad que se requiere les será cortado el cabello y las uñas no siendo dañoso a la salud y también se le lavarán las manos y los pies y a necesidad todo el cuerpo con agua caliente aderezada para este efecto y hecho esto se le vestirá con una camisa limpia y se le pondrá escofieta (gorro de dormir) o paño de cabeza y limpio de esta manera el enfermo le acostarán en la cama la cual estará acomodada de sábanas y almohadas limpias y si fuere invierno se le calentarán y de esta manera se le irán aplicando los remedios corporales y después del enfermo acostado vendrá el que tuviera oficio de escribir la ropa y lo escribirá en el libro que para este efecto habrá anotando por menudo sus vestidos y de dónde es natural y si es casado o soltero y con las demás circunstancias necesarias para que se pueda dar razón de él siempre que se pida y si el dicho enfermo trajera dineros se escriban con lo demás que trajera y se le advertirá haga testamento si tuviera de qué y escrito todo como es dicho se guardará su ropa y dineros para dárselo cuando se fuera que será teniendo buena disposición como adelante se dirá y se ponga en el margen del libro de salida y si muriera le pondrán señal de muerto.
Los cuidados. Y para que haya en las enfermerías todo cumplimiento, se hará guardia de noche y de día para más fácilmente acudir a las necesidades de los enfermos, ayudándoles a levantar y cubrir y otras semejantes y consolarles dándoles sustento a los flacos y haciéndoles otros refrigerios necesarios, para que con el buen tratamiento y regalo cobren más presto la salud, y no se dará licencia a ninguno hasta que el médico lo mande y esto será después de haberlo purgado y que haya convalecido algunos días, y cuando en los Hospitales de nuestros Hermanos no hubiera comodidad de convalecer será cambiado el enfermo a otros Hospitales donde esto se pueda hacer, y siempre que sean despedidos se les exhortará a bien vivir en el servicio de Dios y procurar que pudiendo ser, los enfermeros sean Hermanos.

Referencia del documento: Tribunal de la Inquisición: Proceso contra el sanador morisco Román Ramírez, 1599. Ver ubicación (p. 302).

Dijo que María de Luna (su madre) fue una mujer muy entendida en cosas de medicinas y conocimiento de hierbas, y era muy buena comadre; que venían de cinquenta leguas por ella para curase algunas enfermedades. Y ella le enseñó a este testigo todo lo que sabe del herbolario y de curar enfermedades, y así le dijo a este testigo que cuando a una persona le tomasen desmayos de corazón aquellos vapores y humos que subían a él de las melancolías. Y esta operación la hacían por ser de cosas tan fuertes que el olor y el humo de los dichos sahumerios penetraba todos los sentidos hasta el corazón que no se puede sufrir; y luego están buenas las personas que los reciben.
Preguntando quien enseñó a María Luna, madre de este testigo, a ser herbolaria y las cosas de medicina:
Dijo que el doctor Juan de Luna, su abuelo, vecino de Daroca, le enseñó las cosas de la medicina a la dicha María de la Luna, su nieta, y madre de este testigo.
Preguntando si la dicha María de Luna tenía libros escritos en alguna lengua, de medicina, y si este testigo los ha tenido, o si tiene escritas las recetas y medicinas que hace para las enfermedades que cura:
Dixo que María de Luna, su madre, nunca tuvo libros de medicina ni escrituras de las medicinas que hacía, ni este testigo los ha tenido ni tiene, más de el libro de Dioscórides que compró hará treinta años en Madrid, y se le quitaron hará diez años; ni este testigo tiene por escrito las recetas de las curas que hace ni memorial de las hierbas, sino que este testigo lo tiene en la memoria y conoce mucho las hierbas.
(A la pregunta de si sabe leer y escribir, o qué libros tiene):
Dijo que sabe leer muy poco, y que no sabe escribir sino sumar tan solamente, y que hará treinta años que sabe leer, y que no se lo enseñó nadie, sino que él mismo fue leyendo poco a poco, habiéndole dado un muchacho principios del abecé; y que sí ha tenido libros como son el dicho de Dioscórides y otros de Caballerías…

Referencia del documento: Historia de la vida y santas obras de Juan de Dios, y de la institución de su orden, y principio de su hospital, Francisco de Castro, 1585. Ver ubicación

Determinado Juan de Dios de procurar de veras el consuelo y remedio de los pobres, habló con algunas personas devotas, que en sus trabajos le habían favorecido; y con ayuda de ellos y su calor, alquiló una casa en la Pescadería de la ciudad, por ser cerca de la plaza de Bibarrambla, de donde y de otras partes recogía los pobres desamparados, enfermos y tullidos que hallaba, y compró algunas esteras de anea y algunas mantas viejas en que durmiesen, porque aun no tenía para más, ni otra medicina que hacerles; y así les decía: Hermanos, dad gracias a Dios muchas, que os ha esperado tanto tiempo a penitencia; pensad en lo que habéis ofendido, que yo os quiero traer un médico espiritual que os cure las almas, que después para el cuerpo no faltará remedio; confiad en el Señor, que él lo proveerá todo (como suele a los que hacen de su parte lo que pueden). Y fue y trájoles un sacerdote, y hízolos confesar a todos; porque vista su gran caridad, cualquier sacerdote a quien se lo pedía, iba de muy buena voluntad a hacer esta buena obra. Después de esto salía animosamente y con gran esfuerzo por todas las calles con una espuerta grande en el hombro y dos ollas en las manos colgadas de unos cordeles, iba diciendo a voces: !Quién hace bien para sí mismo! ¿Hacéis bien por amor de Dios, hermanos míos en Jesucristo? Y como a los principios salía de noche y algunas veces lloviendo, y a hora que estaban las gentes recogidas en sus casas, salían maravillados a las puertas y ventanas, de oír la nueva manera de pedir; y como tenía voz lastimosa y la virtud que el Señor le daba, parecía que atravesaba con ella las entrañas de todos. Y juntamente el verle tan flaco y mal tratado y la austeridad de su vida, movía mucho; de suerte que todos salían con sus limosnas, cada uno como podía, y se las daba con mucho amor y voluntad; unos dineros, otros pedazos de pan y panes enteros, otros lo que les sobraba de sus mesas, de carne y otras cosas, se lo daban en las ollas que para eso traía; y como sentía que tenía limosna bastante, volvía corriendo a sus pobres, y en llegando decía: Dios os salve, hermanos; rogad al Señor por quien bien os hace. Y calentaba lo que traía y repartíalo entre todos; y desde que habían comido y rezado por los bienhechores, él solo lavaba los platos y escudillas, y fregaba las ollas, y barría y limpiaba la casa, y traía agua con dos cántaros del pilar, con gran trabajo; porque como era reciente la memoria de entender que había sido loco, y lo veían tan mal tratado, no quería alguno llegarse a su compañía para ayudarle; y así llevaba el trabajo a sus solas, hasta que fueron conociendo lo que era. Y como él servía a los pobres con mucha caridad, acudían muchos; y como la casa era pequeña y la gente mucha, no cabían de pies de los que venían a la fama de Juan de Dios, y el buscarlos con halagos y amor los que en otros hospitales no podían entrar rogando. Y vista la necesidad que había, alquiló otra casa mayor y más espaciosa, a donde pasó todos sus pobres tullidos y enfermos, que no podían por su pie ir, a cuestas; y así mismo las alhajas en que dormían ellos y los peregrinos. Aquí puso más orden y concierto, y armó algunas camas para los más dolientes; y nuestro Señor proveyó de enfermeros, que le ayudasen a servirles, mientras él iba a buscarles la limosna y medicinas con que se curasen. Así como la caridad crecía en Juan de Dios, así iba creciendo y multiplicándose el caudal y alhajas de la casa de Dios; porque habían caído en la cuenta y echándolo de ver ya muchas personas principales y honradas, de dentro y fuera de Granada, viendo y considerando su perseverancia y orden en sus cosas, y que siempre iba creciendo de bien en mejor. Y como vieron que no solamente albergaba peregrinos y desamparados, como al principio, mas que tenía asentadas camas y enfermos que se curaban en ellas, comenzó a tener mucho crédito con todos, y a darle y fiarle cualquier cosa que había menester para los pobres, y a darle limosnas más en grueso que solían; así como mantas, sábanas, colchones y ropas de vestir y otras cosas.
Y así, como le iban acudiendo todo género de pobres y necesidades a que les socorriese, viuda y huérfanos honrados, en secreto, pleiteantes, soldados perdidos y pobres labradores, que respecto de ser aquel año trabajoso y estéril, acudían muchos más, y a todos socorría conforme tenían la necesidad, no enviando a nadie desconsolado. No se contentaba con emplearse en esto, sino que también comenzó a tener cuidado de buscar los pobres vergonzantes, doncellas recogidas, religiosas y beatas pobres, y casadas que padecían necesidades secretas; y con mucho cuidado y caridad las proveía de lo necesario, pidiendo para ellas a las señoras ricas y que podían, y él mismo les compraba el pan y la carne y pescado y carbón y todo lo demás que es necesario para el sustento; porque no tuviesen ocasión de salir a buscarlo, sino que estuviesen recogidas, y sustentasen virtud y recogimiento. Y después de haberles proveído de lo necesario para el cuerpo, buscábales (porque no estuviesen ociosas, y trabajasen para ayuda a vestirse) seda en casa de los mercaderes, que hiciesen, y a otras lana y lino que hilasen, y estopa; y luego sentábase un poco, y animábalas al trabajo, y hacíales un breve razonamiento espiritual; y persuadiéndolas a que amasen la virtud y aborreciesen el vicio, dándoles para ello (aunque simples) vivas razones, que hasta hoy viven en las memorias de muchos que se las oyeron; dándoles esperanza, que si así lo hiciesen, que de más de la gracia que alcanzarían del Señor, no les faltaría lo necesario para el sustento, prometiendo alguna ventaja a las que más trabajasen, con lo cual las inducía y animaba que viviesen virtuosamente y sirviesen a nuestro Señor…

Referencia del documento: Tratado del socorro de los pobres, de Juan Luis Vives, 1781 (primera edición en latín en 1526). Ver ubicación

Los que están sanos en los hospitales, y allí se mantienen como unos zánganos de los sudores ajenos, salgan, y envíense a trabajar, a no ser que les pertenezca permanecer allí por algún derecho, como por derecho de sangre por haberles dejado esta conveniencia sus mayores por los beneficios que hicieron al hospital, o que de sus haciendas dieron ellos a la casa lo bastante; sin embargo hágaseles trabajar en ella para que el fruto del trabajo sea común: si hubiere algún otro allí sano y robusto y por amor de la casa y de los antiguos compañeros rogare que se le permita lo mismo, désele licencia de permanecer bajo las mismas condiciones.
A nadie sea lícito regalarse con los bienes que se dejaron en otro tiempo para los pobres; no es ociosa esta advertencia porque hay algunos que de ministros o  criados de los hospitales se han hecho ya señores, y hay también algunas mujeres que admitidas al principio solo para servir, despreciando después o tratando mal a los pobres, como soberbias señoras, viven delicadamente, y con adornos espléndidos y profanos: quíteseles todo esto para que no se verifique que engordan y lucen con la sustancia de los mismos débiles y enflaquecidos pobres; cumplan el destino y ministerio para que fueron admitidas en la casa, atiendan al servicio de los enfermos, semejantes a aquellas viudas del principio de la Iglesia que tanto alaban los Apóstoles; y en el tiempo que les quedare, hagan oración, lean, hilen, tejan y ocúpense en alguna obra buena y honesta, como aun a las más opulentas y nobles Matronas manda San Gerónimo…
A los enfermos y a los viejos dénseles también cosas fáciles de trabajar según su edad y salud; ninguno hay tan inválido que le falten del todo las fuerzas para hacer algo, y así se conseguirá que ocupados y dados al trabajo se les refrenen los pensamientos  y malas inclinaciones, que les nacen estando ociosos.
Limpios ya los hospitales de semejantes sanguijuelas que les chupan la sangre, y examinadas las rentas anuales y lo que tienen en dinero, considérense las fuerzas de cada una de estas casas, véndanse las dádivas y adornos superfluos, que son más agradables a los niños y a los avarientos que útiles a los piadosos, y hecho esto, remítanse a cada uno de estos hospitales los que parecieren bastantes de los enfermos mendigos, de suerte que no les quede una ración tan corta que apenas pueda bastar para la mitad del hambre, lo que principalmente se ha de providenciar para los enfermos de cuerpo o alma, porque unos y otros se empeoran con la falta de alimento, pero no haya regalos, porque podrían fácilmente acostumbrarse mal.
Ya que la materia nos ha puesto delante a los privados del uso de la razón, no habiendo en el mundo cosa más excelente que el hombre, ni en el hombre cosa más noble que el entendimiento, se ha de trabajar principalmente para que este esté bueno, y se ha de reputar por el mayor de los beneficios si redujéremos al estado de sanidad los entendimientos de otros, o los conserváremos en su sanidad y firmeza; llevado pues al hospital un hombre de juicio descompuesto, se ha de averiguar antes que todo, si la locura es natural, o provino de algún acontecimiento, si da esperanzas de sanidad, o es del todo desesperada, nos hemos de compadecer y doler de un tan grande detrimento de la cosa más noble de la alma humana, y se ha de tratar ante todas las cosas al que lo padece, de suerte, que no se le aumente o tome fuerzas la locura, que es lo que sucede con los furiosos haciendo burla de ellos, provocándoles e irritándoles, y con los fatuos asintiendo y aprobando lo que dicen o hacen neciamente, e irritándoles a que desatinen más ridículamente, como quien fomenta y aplica excitativos a la insensatez y necedad.
¿Qué cosa se puede decir más inhumana que volver a uno loco para tener que reír, y hacer juguete de un mal tan grande en el hombre? Al contrario, aplíquense a cada uno caritativa y seriamente los remedios necesarios; unos necesitan de confortativos y alimentos; otros de un trato suave y afable para que se amansen poco a poco como las fieras; otros de enseñanza; habrá algunos que necesiten de castigo y prisiones, pero úsese de esto de modo que no sea motivo de enfurecerse más; ante todas cosas, en cuanto sea posible, se ha de procurar introducir en sus ánimos aquel sosiego, con que fácilmente vuelve el juicio y la sanidad al entendimiento.
Si todos los mendigos inválidos, enfermos, o achacosos, no caben en los hospitales, establézcase una casa, o muchas, las que basten;  sean allí recogidos y asistidos de Médico, Boticario, criados y criadas; de esta suerte se hará lo que hace la naturaleza y los que fabrican las naves, es a saber, que lo que carece de limpieza se recoja en un sitio para que no dañe a lo demás del cuerpo; consiguientemente los que están tocados de algún mal espantoso, o contagioso, encuéstense aparte, y coman con separación, no sea que trascienda a los otros el fastidio, o la infección, y en jamás tengan fin las enfermedades.
Cuando alguno haya convalecido, trátesele como a los demás sanos, y envíesele a trabajar, a no ser que movido de piedad quiera mas aprovechar allí con su oficio a los demás.

Referencia del documento: Constituciones del Hospital Real que en la ciudad de Granada fundaron los señores Reyes Católicos Don Fernando y Doña Isabel, 1671. Ver ubicación (p. 392).

3. Los dichos visitadores han de nombrar loquero, que también ha de servir de alcalde del agua del Hospital, y el cirujano, barbero, y boticario, letrado, y procuradores, y el escribano para las juntas que se hicieran, ante el cual han de pasar todos los demás negocios del dicho Hospital …
8. Los dichos visitadores, para mejor cumplir con sus obligaciones cada uno por sí, los días que les pareciera que los ministros están descuidados, entrarán en el Hospital a las horas que curan los enfermos y les dan de comer a ellos y a los locos inocentes, y al tiempo que los están curando, y los días que los reciben en las enfermerías, y cuando los inocentes están durmiendo, y cuando se da la limosna, para que de esta manera vean lo que pasa en el dicho Hospital, y den orden de que se remedien las faltas que hubiera.
12. No se ha de recibir loco en el Hospital sin licencia y acuerdo de los visitadores, precediendo las informaciones necesarias, así de estar loco, como de los bienes que tuviera, y teniéndolos, se ha de pagar de ellos todo lo que con él se gastase, recibiendo las fianzas necesarias para cobrar dichos gastos, y de las entradas de los locos haya un libro en que se escriba todo lo que acerca de esto fuese necesario.
Enfermeras
101. Mandamos, que de aquí adelante no haya en el dicho Hospital enfermera Mayor, y que cese el salario que se le daba, y que solamente haya un enfermero y una enfermera, los cuales han de ser siempre marido y mujer, para que curen y regalen a los enfermos, el marido a los hombres, y la mujer a las mujeres, sirviéndolas con mucho cuidado, amor, caridad y limpieza con el salario y ración que hasta aquí han tenido, los cuales, y cada uno de ellos han de tener, a su cargo toda la ropa de la enfermería, de camas, y aderezos, y se les ha de hacer entrega de ella por inventario, y han de ser fianzas a contento del administrador, que darán buena cuenta con pago de dicha ropa cada y cuando se le pida, y pagarán el valor de la que faltara, y han de tener cuidado de hacer lavar dicha ropa en los tiempos que convengan, y de tenerla limpia, y aderezada, y bien enjuta para echarla en las camas de los enfermos para su salud y regalo.
102. Se han de hallar con el médico y barbero en las visitas, para que vean el remedio que aplican a cada enfermo, y ejecuten lo que se ordenara puntualmente.
103. Asimismo se han de hallar en las comidas y cenas para ayudar a los enfermos a que coman, y no se han de apartar de sus enfermerías de día, ni de noche.
108. Para los enfermos ha de haber suficiente recaudo de jergones, colchones, y mantas, sábanas, almohadas, camisas, ropones para cuando se levantasen, y mucho cuidado que todo ande limpio, y bien tratado.
109. Ha de haber en el Hospital diez y seis camas para los hombres, y ocho para las mujeres, hasta tanto que otra cosa mandemos.
110. Y porque de ordinario tienen dieta, conviene que haya alguna cantidad de bizcocho para que jamás falte, y ha de haber asimismo mucho cuidado con el pan que comen, porque con la dieta es muy poco lo que han menester, y hasta aquí ha habido en esto mucho desborden y exceso, contando dos libras de pan a cada enfermo cada día.
114. En las curas de los enfermos se procure huir del riguroso frío, y el demasiado calor por el daño notable que les hace, así el calor excesivo, como el frío, y conviene que se curen en dos temporadas del año, cuatro meses en verano, y cuatro meses en otoño.
115. Sirvan de continuo en cada cama cuatro sábanas y dos camisas, de esta manera, que suden con las dos sábanas, y una camisa, y en acabando de sudar, se saquen aquellas dos sábanas, y camisas, y se pongan a secar, y echen las otras, y a la tarde suden en ellas, y para cada cama haya un jergón y dos colchones, el uno sirva, y se mude, el otro cuando pareciera al administrador, o enfermero, y tengan cuidado de hacer lavar la ropa en los tiempos que convenga, procurando que esté siempre limpia, y bien enjuta, pues hay corredores bien acomodados para este efecto.
Loquero
121. El loquero ha de tener juntamente con el dicho oficio cargo del agua del Hospital, con el salario y ración que hasta aquí se han dado, y ha de vivir dentro del cuarto de los inocentes, y ha de ser persona que pueda llevar el trabajo que es menester pasar de día y de noche con los pobres inocentes que hay, y hubiera en el Hospital, a los cuales, así hombres, como mujeres ha de tratar con mucho amor y caridad.
122. Con los locos inocentes que no se saben quejar, ha de tener particular cuidado, procurando su vestido, comida, cama y calzado, y que sean curados aquellos de quien hay esperanza que sanen, de manera que anden bien vestidos y calzados, y les den la comida entera y a sus tiempos.
123. Todos los días se ha de dar de almorzar a los locos inocentes de la fruta que hubiera, y tengan buenas camas y haya cuidado de echarlos en ellas y visitarlos después de acostados, para ver cómo están en la cama y si están cubiertos, procurando siempre que estén encerrados cada uno en su aposento, de manera que no puedan entrar, salir, ni juntarse unos con otros.
124. Asimismo es necesario tenga grandísimo cuidado de que las mujeres estén de noche en sus aposentos, visitándolas y procurando estén acostadas en sus camas y cerradas cada una en su aposento, de manera que ni ellas puedan bajar a los aposentos de los locos, ni los locos puedan subir a los de las locas, y que haya siempre cuidado de que ninguna persona sospechosa entre de día, ni de noche donde ellos están.
125. No ha de permitir en ninguna manera que entre gente forastera a desbaratarlos, ni desconcertarlos.
126. El vestido de los locos se les dé por el mes de octubre, cuando comienza el frío, o antes de todos los Santos, y porque a muchos de ellos los martiriza la suciedad y poca limpieza, se ha de guardar con mucho cuidado el vestido viejo y limpiarlo, coserlo y remendarlo para que se lo tornen a vestir cuando sea necesario limpiar, coser o remendar el nuevo, y en esto haya gran cuidado y vigilancia, como cosa tan importante al servicio de Nuestro Señor y al regalo y salud de los inocentes.
127. Se ha de procurar que los locos que pudieran y supieran algún oficio estén entretenidos, y que el provecho de su trabajo sea para el Hospital.
128. Ha de tener a su cargo el loquero la ropa de vestir, y camas de inocentes, y se le ha de hacer cargo de ello por inventario y para su seguridad, y que dará entera cuenta de lo que se entregara, ha de dar fianzas a contento del administrador cuando fuera proveído, y se recibiera en el dicho Hospital.
129. Conviene asimismo para la limpieza de los locos que esté a su cargo, no solamente el coser y remendar el vestido de los locos, sino el lavar la ropa de lienzo, camisas, sábanas y colchones, dándole alguna cosa cada mes para leña, ceniza e hilo al parecer del administrador.

Referencia del documento: Normas del Obispado de Jaén para el Gobierno y Administración de la Casa Cuna de Andújar, 1698. Ver ubicación (p. 379).

Que luego que reciba este auto de mandatos el vicario de dicha ciudad de Andújar reconozca los niños expósitos que hoy tiene esta obra pía a su cargo y desde aquí adelante el mayordomo administrador siempre que echen algunos niños en la cuna de cuenta al dicho vicario y en su libro de cuenta y razón los siente el administrador con día mes y año el nombre que se pusiere al niño o niña cuando se bauticen y el vicario señale y rubrique la partida y cuando muera cualquiera de ellos se anote al margen con día, mes y año, y los señale el vicario para que haya la buena cuenta y razón que requiere y para los demás efectos que haya lugar y convenga en lo futuro.
Que el vicario de la dicha ciudad de Andújar y el administrador de esta obra pía pongan especial cuidado en que los dichos niños expósitos estén bien asistidos así de amas que los crían, como de botica y curación, sin dar motivo con descuido y omisión a que por falta de asistencia se desgracien y mueran, sobre que se les encarga y a cada uno de ellos la conciencia. Y el mayordomo administrador de esta obra pía paguen con puntualidad a las amas que crían estos niños por mesadas su salario y cuando vaya el ama, cumplido el mes a cobrarle lleve el niño que así criare de la cuna para que le vea el mayordomo y reconozca el aseo y limpieza que tiene y no estando el niño bien alimentado por falta de cuidado, poca leche o que esta sea de mala calidad, se le quite a la dicha ama dándole otra que sea a propósito, lo cual ejecute así pena de que será castigado el mayordomo y por ahora se le impone dos ducados de multa por cada vez que se justifique falta a esta obligación aplicados para dicha obra pía, que se le cargarán en su dicha cuenta.
Que habiendo visto y reconocido los dos libros de cuenta y razón de la entrada de los niños de la cuna y los que de ellos han muerto, se previene se les debe dar más claridad en esta manera: poner la partida y capítulo de entrada de cada uno en la forma que hasta aquí se ha hecho, y consiguientemente anotar el ama que le lleva a criar, y en qué día, la cantidad que se da por cada mes por razón de criarle, y las demás cosas, como es miel, aceite, y que se acostumbra a dar y continuar por sus días lo que se le da al ama. Y si se mudare esta por cualquier motivo que pueda haber anotar al margen la nueva ama a quien se encargó, el día, mes y año en que se le entrega. Y cuando llegue el caso el día en que se desmama y quita el pecho al niño y si algunas personas piden estos niños para criarles continuando en el capítulo se anotará la persona que lo pidió y el día en que se le entregare y la edad que tiene el niño o niña al tiempo del entrego, y si muere a cargo de esta obra pía se anotará el día en que murió. Y cuando pidieren algún niño o niña de estos de la cuna para criarle se informe dicho administrador y si conviniere lo consulte con el vicario y patronos  que persona es la que le pide y si tiene caudal para criarle, y conformándose haga escritura, obligándose quien lo llevare ya sea prohijándole o si es tiempo limitado con toda expresión, las cuales dichas escrituras recoja en si el dicho administrador antes de entregar el niño o niña para dar cuenta en la visita o antes si se le pidiere por los vicarios que en esto puede haber con apercibimiento de todos los daños que puedan resultar.

Referencia del documento: Tratado de lo que se ha de hacer con los que están en el artículo de la muerte, por Andrés Fernández, 1625. ver ubicación (edición posterior, al fol. 153).

Y adviertan nuestros Hermanos, y principalmente los que de nuevo entran en nuestro Hábito, que con los que entran en el artículo de la muerte, se ha de tener gran cuenta, porque estos tales con el frenesí de la muerte muchas vezes se levantan, y piden fu vestido, ò que le hagan la cama en otra parte en el suelo. Adviértase, que ellos tienen mas necesidad de amor y blandura de coraçón, que otros. Y conviene que el tal Enfermero se arrime al tal agonizante hablándole con palabras blandas diciéndole, que lo que pide fe hará todo. Y no le aten por ningún caso, porque no cayga en alguna impaciencia. Y el Hermano que quisiere aprender bien esta doctrina, lea nuestras Constituciones , porque allí la hallará mas clara, y solo fe haze para los que traxeren este librillo entre manos. Vna de las obras de misericordia en que debemos tener puestos los ojos, en ayudar à bien morir à los Enfermos, y traer siempre puestos los ojos en los fatigados para consolarlos, y ayudarlos. Y porque en hazer esto se gana gran premio, y este es perdurable (y sin él seremos como el arbol que no lleva fruto , que manda Dios que fea cortado, y echado en el fuego) el que quisiere ganar este gran premio, y gozar del suave fruto del galardón, corrija primero fu conciencia , trayendo fu vida bien concertada confessando muchas vezes, y apartándose de todas las ocasiones que le pueden robar este precioso tesoro: porque si se aprovecha y así alcanzarán fuerças de nuestro Señor para aprovechar à los otros. Y para esto, debe también antes que comience à ayudar à bien morir, hazer la señal de la Cruz, y decir en secreto el Pater noster, y Ave María y Credo: se recogerà brevemente, como queda dicho, y dirà la Confesión general, con vn muy grande dolor de aver ofendido à Dios, pidiendole misericordia, y gracia para hazer tan grande obra; y que solo sea para que su divina Majestad sea servido, adorado y glorificado de sus criaturas, y sus obras, y loores se aumenten por todos los siglos, Amen.
SEÑALES UNIVERSALES de muerte.
Primera: Quando el Enfermo palpa la ropa,
Segunda: Las lagrimas involuntarias.
Tercera Siendo fatigado, è inapetente, y pedir de comer
Quarta: En enfermedades graves el pedir que los muden de vna parte à otra.
Quinta: La fatiga continua de la respiración, debilidad fuma de pulso, o celeridad con intercadencias,
Sexta: La continuada vigilia , y fi quieren dormir algun rato, no poder cerrar los ojos , en quedandose con la vista fixa, y los ojos empañados; todas estas fon señales generalmente de muerte, que aunque duren mas menos dias, ù horas, pocas vezes suelen escapar con vida; pero nunca se puede echar juicio temerario en el medir las horas de la vida de los Enfermos, porque esto solo queda à la voluntad del Artifice Soberano, sì solo se ponen aqui estas señales, por lo que la practica, y experiencia nos ha enseñado, para que haziendo el oficio de los Angeles, se les consuele, disponiendolos para vna buena muerte, cofa que tanto importa para la salvación, y evitar la guerra que haze el enemigo comun en estos lances; y no falte el agua bendita para asperjarlos de quando en quando, invocando el nombre de Jesvs, que es la suavissima Triaca, que nos defiende de las assechanças de nueftro comun adverfario.

Referencia del documento: Ordenanzas y constituciones para el buen gobierno y administración del Hospital general de la Misericordia desta villa de Madrid, y de los demás hospitales, por autorización apostólica y real, a el reducidos. Madrid, por Juan de la Cuesta, 1611. Páginas 1-2. Ver ubicación

A Honra, y gloria de Dios nuestro Señor, y de su bendita Madre. Estos son los Institutos que se han establecido, y ordenado en las juntas de las personas, que se ocupan en el servicio de los pobres del Hospital General de la Misericordia desta villa de Madrid, para la buena administracion de las limosnas que en ella se hazen, siendo Protector el señor Don Iuan de Acuña del Consejo del Rey nuestro señor, y assistiendo por el señor Cardenal de Toledo, como Ordinario, el Doctor Neroni Vicario General, y en nombre de la villa, Patrona del dicho Hospital, y como Corregidor della Luys Gaytan de Ayala del Consejo de la Hazienda de su Magestad.
Teniendo consideracion a que en este hospital general se recogen muchas suertes de pobres, que la vna es enfermos, heridos, convalecientes, contagiosos, e incurables, y la otra de mendigos viejos, mancebos, cojos, y otros pobres impedidos que no pueden servir, ni trabajar, y que otros son sacerdotes, viandantes, peregrinos, y cautivos, soldados, y pretendientes, y otras personas envergonçantes, que todos despues de la reducion de los hospitales, que por autoridad Apostolica, y Real se ha hecho a esta casa, se reciben en ella: y los primeros por ser mas vrgente su necessidad deven ser preferidos, y con mayor cuydado remediados, assi en su curacion, regalo, y servicio, y que la piedad que con estos se ha de hazer, no ha de ser causa, ni impedimento para desamparar a los otros pobres mendigos, que verdaderamente lo son, conforme a las leyes, y pragmaticas de estos Reynos, pues para ellos particularmente se fundo esta casa, con intento que en ella se les procurasse el remedio espiritual, y temporal…
Esta Casa de Misericordia general ha de tener las obras conforme al nombre, y assi conviene aya puerta abierta para la entrada de todos los pobres hombres, y mugeres, que a ella vinieren: los quales han de ser recebidos con toda piedad, y a todas horas, assi de dia, como de noche, y el portero ha de tener gran blandura, y caridad para recebirlos a todos, sin que tenga libertad para despedir a ninguno, y con todo cuydado tome la razon dellos, y los escriva en el libro general de la porteria, con el dia, mes, y año, y los padres, pueblo, y nacion, que ellos dixeren, y pongalos en el lugar que esta señalado, para que los medicos y cirujanos examinen sus enfermedades, para que sean puestos en las enfermerias que conviniere.
Los que se hallaren contagiosos, e incurables, luego fin ninguna dilacion se remitan al hospital de Anton Martin, pues esta, y aquella, son toda vna casa dedicada para la cura de estas enfermedades, y a los que por si mismo no pudieren yr por su mucha flaqueza, o enfermedad, llevenlos en las sillas que para esta necessidad ay, y vaya siempre con ellos vn hermano, o persona de recaudo, con cedula firmada del semanero, ò del hermano mayor, encomendando lo reciban, y amparen luego, y en ella vaya assentando si van confessados, o no, porque en esto no aya algun descuydo.

Referencia del documento: Claudii Galeni Pergameni, liber de ossibus ad Tyrones…, de Luis Collado de Valencia, 1555. Ver ubicación

No dudo, benévolo lector, que habrá algunos a quienes desagrade nuestro trabajo porque al responder a Silvio, en favor de Vesalio, le dirija, de vez en cuando, palabras injuriosas.
Clamarán que este varón, ilustre por su doctrina y grave por su edad, es indigno de que en nuestras explicaciones sea injuriado lo más mínimo. Sin embargo, esos hombres -lo sé de seguro- admitirán de buena gana mi excusa con tal que quiera escucharla con ecuanimidad.
De todos es sabido que Andrés Vesalio causó admiración con la edición de los libros sobre la fábrica del cuerpo humano. ¿Quién no se admiraría de que un joven de veintiocho años, en la tremenda oscuridad de las cosas anatómicas, tuviera una tan rara habilidad en la disección de los cuerpos y un conocimiento tan profundo de la anatomía? Con lo cual sucedió que los más aplicados se vieron incitados al aprendizaje y ejercicio de Ia misma. Él fue mi único maestro en el conocimiento de ella (lo confieso abiertamente), y cuanto pueda valer mi habilidad en la disección, a él, y no a otro, se lo debo.
Por lo que, al tener en cuenta su laboriosa entrega durante los años juveniles, al servicio de la disección, su eximia diligencia en indagar y desvelar la verdad, y leer las obras anatómicas de Jacobo Silvio en las que llama a Andrés Vesalio arrogante, desvergonzado, ignorante, impío, insolente, obstruidor de la verdad y de la naturaleza, el más maldiciente, calumniador y finalmente malvado, no puede evitar el que, al defender ardientemente a mi maestro Vesalio, me mostrara en ocasiones demasiado duro con Jacobo Silvio. Pues si un anciano, porque un joven -que se esfuerza por trabajar en utilidad de todos- disienta en algo de Hipócrates y de Galeno, en vez de avisarle como a discípulo le ataca con impaciencia, ¿por qué hay que extrañarse si yo, conmovido por la indignidad de tal acción imito la libertad de hablar del anciano por no decir su licencia? por lo cual, si hay alguien que lleve esto a mal, sepa que respondí y no que me adelanté a hablar. Pues soy tan admirador de Jacobo Silvio como el que más; en algún tiempo fui yo el único que cogí sus libros para explicarlos públicamente en la escuela de Valencia.
Adiós, lector, y si amas la verdad procura no anteponer a ella la piedad.

Referencia del documento: Cl. Galeni Pergameni de Locis Patieñtibus Libri Sex cum Scholiis, de Francisco Valles, 1559. Ver ubicación

La presente obra de Galeno, De locis patientibus, benévolo lector, es la más útil de todas las escritas por él, puedes creerme. En efecto, contiene aquellas enseñanzas que en nuestro arte son las más dificultosas, a saber: el diagnóstico de los males internos y todo lo que se oculta en lo más recóndito del cuerpo. Esta parte de nuestro arte no es lógica ni se refiere sólo a la especulación, sino realmente médica y abocada sobre todo a la práctica. Y así, por ser más útil es también muy difícil. Porque exige destreza anatómica, el conocimiento de cada una de las partes, de las diferencias y causas de cada enfermedad y síntoma. Aparte de todo esto, el mismo discernimiento de los males de las partes internas es ya, de por sí, muy dificultoso.
Por tanto, al empezar a explicar esta obra en cursos anteriores me comporté de modo que no osaba abordar los trabajos de ninguna partecilla sin que yo mismo observara su total formación y la expusiera a los ojos de mis discípulos, con la habilidad y ayuda de Jimeno, muy amigo mío, que había venido de Valencia a Alcalá de Henares para explicar el arte de disecar, en el que estaba muy impuesto, y que no mucho después murió trabajando aquí. Ponía todo su empeño en que pudiera ejercitarme mucho y enseñara a mis discípulos. Ya añadía el resto, y al repetir las lecciones iba anotando lo que parecía más interesante o, al menos, necesario al caso, de donde saqué estas conclusiones, bastante elaboradas, y, consultando los códices griegos, corregí muchos pasajes en el códice latino, según la versión de Copi, que por fortuna estaba en mi poder, de modo que se puede saber con certeza que aquel a quien doy en latín es Galeno.

Referencia del documento: Diego Blanco Salgado. Tratado de la epidemia, pestilente que padeció la ciudad de Málaga el año de 1678 y 79. Málaga, impreso por Mateo López Hidalgo, 1679. Pág. 46-47. Ver ubicación

A estos remedios, ò antidotos, me pareció muy conveniente añadir (concluyendo este breve discurso) vno muy presentanco, y de singular eficacia para alcançar el favor, y Antidoto Divino, que es el temor de Dios, principio de la verdadera fabiduria cuya consideracion es tan importante, que relegarà a muchos la vanagloria, y presuncion de que son doctos, solo por averse hallado en en la curacion de diversas pestes, faltandoles lo principal, que es la basa, o fundamentos en que debe fundarse su sabiduria. Quantos carneros, ò libitinas estàn llenos, por ignorancia de los Medicos, y principalmente de los Impiricos, y Cirujanos, a quienes toca, como Ministros, executar solo lo que el Medico ordenare, y no meterse en lo que no alcançan, ni entienden? Pues no es todo vno, dar vn cauterio de fuego, sajar un carbunco, que conocer la ocasion, y tiempo debido a su operacion, cuyo conocimiento esta tan lejos de su inteligencia, que si algun caso sucede prospero, la bondad se tiene de parte de la contingencia; y que mucho, si en la operacion manual (que es su exercicio) son raros los aciertos, sean emprendiendo lo que no professan, infinitos los desaciertos? Que peste puede aver mayor, que la insipiencia, ò ignorancia del que executa lo que ignora? Lo qual manifiesta bien vn politico diziendo: De la manera que vn loco furioso con un alfange en la mano destruye, y assola quanto encuentra, assi el insipiente, ò ignorante, sease Medico, ò Cirujano. La Divina Providencia tenga por bien, alumbrando nuestro entendimiento, desterrar todo genero de presuncion, y vanidad, y que con el continuo estudio, y exercicio, merezcamos ser de aquellos de quienes dize el Ecclesiast. en el cap. 38. hablando de los Medicos doctos por estas palabras: Et da locum Medico, etenim illum Dominus creavit, & nom discedat àte, quia opera eius sunt necessaria.