“La boca ofrece información, pero ojos y cejas revelan las emociones”
Eva Román Abal
Enfermera. Escola Universitària d’Infermeria EUI-Sant Pau, Barcelona, España.
Hace treinta años que soy enfermera y diez que dejé la asistencia para dedicarme a la docencia como profesora de la Escuela de Enfermería del Hospital de Sant Pau, y la investigación sobre complicaciones de la cirrosis del CIBER de Enfermedades Hepáticas y Digestivas.
Al inicio de la pandemia, me puse a disposición de la Dirección de Enfermería de mi hospital para que me reubicasen donde creyeran oportuno. Inicialmente, habilitamos junto con el resto de profesores y en menos de una semana la escuela de Enfermería como hospital de campaña con 10 camas, seguidamente pasé a dar soporte en la apertura de nuevos dispositivos de críticos y la adaptación de espacios para acoger a pacientes con Covid. Y a finales de marzo “aterricé” en una unidad de medicina interna, la unidad B0. La B0, fue la primera unidad Covid que se abrió en el Hospital de Sant Pau y desde entonces nunca ha dejado de ser unidad Covid.
Este relato tiene muy poco de académico pero mucho de personal y vivencial, No pretende nada más que compartir mi experiencia, mi vivencia como enfermera, y siempre bajo mi punto de vista.
Cuando me incorporé a “trincheras” y utilizo esta palabra porque realmente en ese momento realizábamos “medicina de guerra”, tenía mucha experiencia como enfermera asistencial, pero habían pasado 10 años. Me daba respeto el desconocimiento de algunas técnicas nuevas o los cambios administrativos, pero no tenía miedo del cuidado a las personas, soy enfermera, las técnicas se aprenden, pero cuidar a las personas forma parte de uno de los patrones del conocimiento descrito por Bárbara Carper, el conocimiento estético (1), “el arte de cuidar”, y esto es inherente a nuestra profesión.
Afortunadamente no nos había tocado vivir nunca una situación de pandemia. No teníamos formación sobre el uso de EPIS (habíamos “practicado” un poco cuando el primer caso de ébola en el país o cuando la gripe A) pero en el caso del Covid, no tuvimos tiempo. Nos zarandeó de golpe, partíamos de un absoluto desconocimiento de cómo y de qué forma actuar para hacer frente a esta nueva enfermedad, no sabíamos nada. Se sumaba además la falta de recursos materiales, los cambios organizativos frecuentes, que no eran nada más que el fruto de una situación caótica y totalmente desconocida para todos. Lo que servía para hoy, se invalidaba mañana. No pretendo hacer una crítica sobre si las decisiones que se tomaron en ese momento eran acertadas o no, no es el objetivo de esta narrativa, si no en como esto impactó en los profesionales. El desgaste y en nuestro caso estos cambios, podían impactar negativamente en los cuidados. Las enfermeras nos tuvimos que reinventar para poder mantenernos cerca de los enfermos y los equipos de protección nos lo impedían.
Nunca había sentido tanta frustración, rabia e impotencia al no poder ofrecer a los enfermos la compañía de sus familiares. Tanto que hemos luchado las enfermeras en este sentido, horarios de visitas flexibles, puertas abiertas en las UCIS, y ahora llega este “bicho”, permítanme la expresión y nos mutilaba emocionalmente y de forma tan cruel. Los enfermos estaban asustados, solos, nosotras éramos su familia. Me llevo muchas de sus lágrimas al no poder recibir la visita de sus familiares, pero también me llevo las sonrisas de cuando hacíamos las video-llamadas. Me llevo la fortaleza que mostraban a sus seres queridos diciéndoles que estaban bien, que se sentían cuidados y como se emocionaban al colgar. No querían preocupar a los suyos. Me llevo, el agradecimiento de las familias, tantos “gracias, por cuidarlos”…
Hemos prohibido las visitas de las familias con la premisa de protegerlos de un posible contagio (ahora pueden entrar en situación de últimos días, pero durante la primera ola algunos enfermos se despidieron a través de la tablet cogidos de nuestras manos). Si hubiéramos dispuesto de los medios de protección, ¿hubieran podido entrar? Probablemente sí. El pasado mes de octubre se publicó un artículo que decía que la ausencia de acompañamiento familiar impacta en la recuperación de los pacientes de larga estancia en las UCIS (2) y esto es extrapolable a otras unidades de hospitalización. En referencia a este artículo, Gemma Via, (enfermera de la UCI del Hospital de Bellvitge) apuntaba que “los pacientes NECESITAN compañía y las familias NECESITAN acompañarlos”.
Los ojos, la mirada, han sido el medio para comunicarnos, cuanto hemos aprendido de comunicación no verbal. José María Rolón profesor de Psicología y experto en comunicación no verbal, asegura que la mascarilla “no es una barrera insalvable” y añade que “la boca ofrece información, pero ojos y cejas revelan las emociones”.
El gran impacto que tuvo nuestro trabajo en los medios, las redes sociales, los aplausos…, por un lado nos hizo sentir el apoyo, pero por otro y en mi opinión, se convirtió en una carga muy pesada.
La incorporación de los estudiantes como auxilio sanitario, fue otro de los aspectos que me emocionó. Estuve trabajando con dos estudiantes que hasta hacía dos días eran mis alumnas y de la noche a la mañana eran mis compañeras. Qué coraje y que vida nos dieron. Mi agradecimiento para todos ellos.
Algunos compañeros médicos, después de la primera ola, comentaron que se habían quedado muy sorprendidos del liderazgo que habíamos tenido y estamos teniendo las enfermeras durante esta pandemia. La pandemia nos ha cambiado la vida, pero lo que no ha cambiado es el hecho de que las enfermeras continuamos trabajando a pie de cama, al lado del enfermo y esto hace que tengamos una visión mucho más cercana y real de los problemas y necesidades de salud que tienen las personas. Y además, nos ha permitido posicionarnos como referentes para dar respuesta a esta y otras situaciones y siempre con un alto grado de implicación y compromiso.
De todo lo vivido, por duro que se presente siempre sacamos algo positivo. Esta pandemia ha sacado a relucir una serie de puntos fuertes como el que las enfermeras ante la pandemia hemos sido capaces de dar una respuesta rápida, profesional, y competente y con una entrega absoluta. Por el contrario, nos hemos encontrado ante una gran paradoja. La OMS declaró el 2020 como el Año de las Enfermeras y las Comadronas y precisamente el Covid-19 ha puesto de manifiesto que la falta de enfermeras tiene una repercusión negativa directa en los cuidados de salud.
Respecto a la información, hemos pasado de no poder darla por teléfono, a ser la única vía para informar. Muchas familias, se han pasado días, semanas, “esperando la llamada” para saber cómo estaba su ser querido. El tono de voz es fundamental. He escuchado muchas maneras de dar la información, algunas completamente inadecuadas, carentes de sensibilidad, frías, por suerte han sido pocas. Es complicado en situación de máximo estrés, transmitir información delicada sin ir acompañada de una mirada o de una mano sobre el hombro para transmitir calor. No pueden ver nuestras caras, el teléfono no es un buen aliado, pone barreras a los sentimientos. Lo hemos hecho bien, pero debemos adaptarnos y cambiar algunas cosas. Empecemos por las más pequeñas, las sencillas, las que no cuestan dinero. No es difícil, se trata de añadir una “pizca” de calidad humana a esa llamada.
Y precisamente en calidad humana, a los “sanitarios”, no hay quien nos gane.
Referencias
1. Carper BA. Fundamental patterns of knowing in nursing. Advances in nursing science. (1978);1(1):13-24.
2. Rose L, Cook A, Casey J and Meyer J. Restricted family visiting in intensive care during COVID-19. Intensive & Critical Care Nursing. 2020;Volume 60:102896.
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