“Detrás de cada familia empobrecida hay un drama familiar, social y económico que requiere un cuidado con integralidad”
Nizama Carranza María Yolanda
Enfermera. Universidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo, Chiclayo – Lambayeque, Perú
La casualidad, dicen que existe. Por una de ellas, conocí a la Sra. María Antonieta de 54 años, en los tiempos de pandemia en el Perú, específicamente en el departamento de Lambayeque, al norte del país.
La vida no la había tratado bien, se dedicaba a la lavandería en su casa; separada de su esposo quien ya había formado otra familia. Con sus hijos ya adultos jóvenes, la primera Esther había fallecido hace 7 años y dejó a sus 2 hijas a su cuidado, el padre de ellas también se fue. Su hijo de 28 años tenía su esposa y su bebé de 2 años.
Vivían en un poblado de extrema pobreza. Su ex esposo vivía con su nueva familia cerca a su casa y tenía un bebé de 3 años. El Sr. Gustavo sufría de HTA-DM y ERC (hipertensión, diabetes mellitus y enfermedad renal crónica) con reemplazo dialítico en la modalidad de hemodiálisis.
Cuando inicié el monitoreo del cuidado enfermero, vía telefónica a fines de junio, escuché a una mujer inestable emocionalmente, insegura, ansiosa y con mucho miedo; tenía horror de que sus nietas e hijo, además de su ex esposo se enfermaran de Covid 19, decía que el Sr. Gustavo “era vulnerable”, yo no entendía la relación de ella y su ex esposo. Era muy cercana y ella se preocupaba no sólo de él sino de su pareja e hijo.
Es una persona noble y humilde. Su familia era disfuncional a todas luces. Ella se quejaba de muchos dolores de espalda, opresión al pecho, tos y también tenía comorbilidad de HTA. Con esa sintomatología se derivó a la teleconsulta médica e inició tratamiento para Covid19. En las llamadas para reforzar su autocuidado, María contaba que su ex esposo iba a ver a sus nietas. En esas circunstancias observó que Gustavo tenía mucha tos y había bajado de peso. Yo intuí que su ex esposo podía tener Covid19 ya que para dializarse iba al hospital donde la carga viral era alta. Se le recomendó que a él le tomaran prueba rápida para descarte en su establecimiento de salud, la que no se le llegó a realizar. Mi paciente cuando inició su tratamiento por covid-19, entendió que debía aislarse y no exponer a su familia y a su hijo, quien se convirtió en el proveedor de los víveres y sus nietas que hacían los quehaceres de la casa. Cuando se aisló, la ansiedad y el miedo se incrementó, por lo que fue necesario gestionar su interconsulta con psicología. Había empezado a perder peso por lo que también se efectivizó teleconsulta con la nutricionista. Cumplió su esquema de tratamiento para Covid19: 2 días de ivermectina y 5 días de azitromicina, aparte de su tratamiento para HTA con nifedipino de 10 mg. Mejoró y tuvo efectos secuenciales como tos leve y carraspera, además, dolor de espalda infrecuente pero continuó con miedo de volver “a recaer”. Aunque el médico le dio las explicaciones que era poco probable y no estaba demostrado científicamente “una reinfección”; fue necesario nuevamente gestionar la interconsulta con psicología. A inicios del mes de julio ya estaba saliendo de su cuadro de ansiedad y se agregó un episodio muy penoso en su vida. El día 2 de julio cerca de las 10.30pm recibo una llamada desesperada solicitando ayuda para “su esposo”, ¿qué pasaba? Por la sintomatología manifestada concluí que se había contagiado y ya estaba con dificultad respiratoria. Recomendé que lo sentaran en su cama y lo mantuvieran en esa posición y tratando de hacer fisioterapia respiratoria, mientras yo gestionaba con el equipo médico de seguimiento de la Unidad de Epidemiología de la Red Asistencial de Lambayeque, responsables del telemonitoreo a los pacientes asegurados y extendido a los no asegurados. El médico jefe de la Unidad de calidad le hizo la teleconsulta médica y a la vez coordinó el traslado en ambulancia del hospital más cercano al domicilio del paciente hacia el hospital covid del seguro social, donde fue internado.
Cuando le hicieron la prueba dio positivo, por lo tanto, su familia estaba contagiada. Se les tuvo que agregar el tratamiento y hacer el seguimiento a ellos también. Al siguiente día, ella informó que “su esposo había amanecido un poquito mejor”. Fui sincera al explicarle la afectación de los diferentes órganos por la enfermedad y la coloqué en los diferentes contextos de la evolución de la enfermedad. Entendió con tristeza la situación de salud de su esposo y me dijo ¿son pocas las posibilidades de recuperarse, no señorita? Me quedé pensando la respuesta “María, nadie puede asegurarle eso.” “Sí eres creyente, dejémosle las cosas a Dios”
Al tercer día las noticias fueron desalentadoras, me dijo “mi hijo está llorando por su papá, dice que hoy lo pusieron boca abajo”. Sí, le contesté. Lo colocan en esa posición que se llama prona porque es beneficiosa para la respiración del paciente, “Ojalá que le ayude” Señora María, tenga confianza, tal como le dije ayer “Hay que dejarlo en manos de Dios”. Se despidió llorando, me quedé pensando en la suerte que correría el paciente y rogué de corazón por él y su familia. Lamentablemente Gustavo falleció al 4to. día de hospitalizado, siendo su hijo el único que lo despidió y se encargó de hacer los trámites. Es muy triste que se avise por teléfono la partida de un familiar amado y que no todos puedan asistir a su sepelio.
Aquél día, sentí que no pude consolar a la Sra. María. Cuando la llamé y me contestó fue un llanto desgarrador, lamentos por no poder asistir al entierro y el dolor que sus nietas no se hayan podido despedir. Por momentos se consolaba diciendo “lo vieron de lejos, cuando lo llevaban a la ambulancia”; “me da pena mi hijo, está que llora mucho”.
Se le dio apoyo emocional, se le escuchó en el momento que lo necesitó, ayudándola a verbalizar sus emociones, fue muy triste pero se fue calmando, el llanto se fue aplacando, y se le comunicó que era necesario una nueva teleconsulta psicológica para ayudarla en su duelo. Se le extendió una semana más el cuidado enfermero con telemonitoreo, acompañándola en su duelo y orientándola en los trámites de sepelio y pensión por viudez por lo que se interconsultó con la asistenta social.
Cuando se le dio de alta, estuvo muy agradecida por el apoyo de todo el personal de salud que había intervenido en su atención y la de su familia. Para mí fue una experiencia muy diferente, por la pandemia no podemos hacer una atención directa, presencial, pero en algo me satisface el haber tenido la oportunidad de brindar el cuidado de enfermería al paciente y a la familia en la modalidad de telemonitoreo, en el primer nivel de atención.
Esta experiencia, nunca esperada, me ha permitido entrar en contacto directo con la pobreza extrema en la que viven miles de peruanos. Soy consciente que como enfermera no puedo hacer mucho por cambiar esta situación, pero, si recordaré por siempre que, detrás de cada familia empobrecida hay un drama familiar, social y económico que requiere un cuidado con integralidad.
Cómo citar este documento
Nizama Carranza María Yolanda. Gestión del cuidado enfermero: De la Individualidad al Mundo Familiar. Narrativas- Covid. Coviviendo [web en Ciberindex] 24 /09/2020. Disponible en: https://www.fundacionindex.com/fi/?page_id=1770