Historia de Isabel Antonia

El relato de Isabel teje con maestría los hilos del sacrificio materno, el esfuerzo de la vida rural y la añoranza de tiempos entre cuidados, remedios y fe. Es una narrativa que refleja la riqueza de lo cotidiano, las lecciones aprendidas y las adversidades vencidas con resiliencia y amor.

Nací aquí, mis hermanos y toda la familia. Mi madre se quedó muy joven viuda porque mi padre murió en el frente y yo me quedé con cuatro años sin padre. Bueno, en realidad, era más chica, pero cuando le mandaron la baja de mi padre a mi madre al cuartel, que fue cuando se enteró, yo tenía cuatro años.

Mi padre se llamaba Juan José Justicia Artero y mi madre Ana M.ª Arias Gómez. Mi madre nos crio sola. La mayor soy yo, luego va mi hermano que ya murió con 37 años y mi chiquitilla que le decíamos así, porque mi padre no llegó ni a conocerla, ¡qué lástima! Mi padre estaba en el frente y cuando mandaba las cartas preguntaba siempre por sus hijos, pero siempre por la más chiquitilla porque no sabía nada de ella. Y se llama M.ª Francisca, pero se ha quedado como la chiquitilla porque mis abuelas se lo decían. Ahora tiene 84 años y la llamas por su nombre y no te contesta. A mi padre lo hirieron en la toma de Teruel y de ahí se lo llevaron a Figueras y ahí murió. Así que la historia se lo llevó.

La casa la tenía mi madre ahí en las escalerillas. La casa no era de mi madre, era de un tío de mi padre. Mi madre vivió sola, con sus tres hijos. Mi infancia fue muy mala, de mucho trabajo. No fui a la escuela, está mal decirlo, pero eso lo lleva uno. Mi madre no tenía ni para pagar un maestro que nos diera lección porque aquí el colegio que había era para los cuatro ricos. Y aquí los demás estábamos a la luna de Valencia. Así que pues no crio con mucho trabajo. Yo desde pequeña haciendo ramal, machacando esparto, trabajando en el campo.

Cuando tuve más tiempo a la aceituna, a espigar, a arrancar y segar. Todo eso lo hemos hecho, y mis hermanos igual. Mi hermano, que lástima el pobre mío, murió de una caída en la sierra. En la cosecha de esparto de agosto, a eso le decían la romana, cogían el esparto. Los kilos de esparto que cogías era lo que te pagaban y él se echó cuatro arrobas en la espalda y bajando la sierra se escurrió y bajó dando tumbos y cuando se paró en una poza de las olivas, la vena aorta se le reventó y le salió la sangre por la boca. Con 37 años. No se murió al instante, lo llevamos a Madrid, le operaron en Puerta del Hierro, le quitaron una vena de la pierna para ponérsela en el corazón y se murió liándose un cigarro. Se quedó muy enfermo, unas veces le entraba mucha sangre al corazón y otras veces ninguna, y en una de esas se quedó frito. Esta mañana he bajado al cementerio, a ponerle flores a él y a mi marido. Mi madre pue se quedó sin marido y sin hijo.

Me casé con 20 años, conocí a mi marido en el pueblo, era mayor que yo cuatro años. De noche íbamos al taller a hacer ramal, para hacer un tiesto para otro día ir a coger el pan. Pues en una de esas lo conocí. Él vivía en la feria y yo en las escalerillas, pues estuvimos solo seis meses de novio porque él se iba a la mili y habló con mi abuelo, le dijo: “Don Simón, que me voy a la mili y a ver la Isabel qué hago”, mi abuelo le dijo que su hija no le podía casar.  Si es que mi madre no tenía para hacer boda, ni para nada, dijo: “bueno que me da igual, que el cura me eche la bendición”. Y eso hice, me fui con él y a los tres días habló mi madre con el cura y bajamos a las 6 de la mañana y nos casamos en la misa de las 6 de la mañana. Vinieron mis abuelos, mi madre y mis suegros. Fíjate qué boda.

Mi marido se fue y regresó a los siete meses, él ya estaba en la mili, solo que tenía que regresar. Ya llegó para el verano y él se fue a segar por un lado y yo por otro. Yo me quedé segando en las ramblas y el en los Llanos en Pajares. Nuestra vida solo de trabajo.

Nos fuimos a vivir juntos, buscamos una casa. Cuando él se fue, me quedé con mi madre y ya cuando vino de la mili, nos fuimos más abajo en casa de uno que le dicen el Andrés el Comadre. Me lo alquiló, hasta que nació mi hija. Mi hija vino a los dos años de estar casados. Eso era solamente una habitación y una cocina muy chica.

Cuando mi hija tuvo dos años, mi marido se fue en busca de trabajo. Me dijo: “aquí no podemos estar”, y es verdad, si es que en todo el invierno muy poco trabajo y esperando a que llegase un jornal para poder tirar y nada, si es que te daban tres duros.

Y él se fue solo a Aragón, y se colocó a trabajar hasta que se jubiló porque cayó a enfermo. Y yo me fui con él. Estuvimos en Escatrón, trabajó en la luz. Tengo tres hijos de Andorra, Teruel. Yo me fui cuando él busco casa, pasó muy poco tiempo, unos meses. Y nos fuimos para arriba, estuve viviendo allí.  Me fui a trabajar al Pirineo, lo trasladaron a Barcelona, después él se fue a Alemania, ya no me fui yo con él.  Le dije que yo me iba a todos sitios, pero de fuera de España no. Y me quedé sola con mis 4 hijos en Barcelona seis meses. A ese tiempo, él ya vino porque terminó su trabajo. De Barcelona estuvo en Armilla, Granada, con la soldadura. En fin, muchos años con la casa a cuestas. Y ya llegamos a Cabra, que cayó enfermo y le dieron la baja. El médico de la empresa, me acuerdo, en una vez de esas que fue el hombre a revisarlo, me llamó y me dijo: “mire que le voy a decir una cosa, ¿usted tiene casa en Andalucía?” Le dije: “yo casa no, está mi pueblo, pero nada”, y me dijo: “pues si usted se pudiera llevar a su marido para ver si pudiera aspirar aire sano, sería lo mejor”. Digo: “pues nos vamos al pueblo”, no lo pensé. Entonces vine, nos compramos una casa abajo, y a los cuatro días me lo traje.

Se tiró años en esta casa donde estoy, se tiró cuatro años enfermo. Murió con 84 años, se llamaba Juan Vives Pajares.

Cuando yo estaba en Barcelona, había un quiosco enfrente de donde vivía, aquel hombre tenía cáncer en la espina dorsal y andaba con muletas. Yo no sé por qué el hombre se quedó conmigo prendado. Cuando a mi Juan se lo llevaron a Alemania, mandó a su mujer a mi casa, a decirme que si necesitaba algo. Me dijo: “mire usted, yo no la conozco de nada, pero la veo tan sola, con cuatro niños”. Y qué lástima de hombre. Yo necesitaba algo y acudía a él, le decía, Manolo, me pasa esto, lo otro y me lo resolvía, por su mujer que se llamaba Nicolasa. Siempre me decía: “tú cuando te veas solica, acude a nosotros”. Y entre medias murió mi hermano, me dejé a mis hijos con las vecinas. La señora Rosita que me sintió llorar y bajó corriendo a mi casa, y le dije que había muerto mi hermano. Y me dijo: “pues si te quiere ir, vete, que nos quedamos con tus hijos”. Me fui dos días. Pero tenía que venir.

Mi madre nos traía hierbas de la tierra, me acuerdo tanto, que aún lo sigo haciendo yo. Para el resfriado nos daba mejorana, lo tengo yo como oro en paño ahí, eso es mano de santo, para hacer vapores y cuando nos daba el resfriado ese tan malo, pues con granzones, que son cuando se siega el trigo, la paja, pones una olla grande al fuego y los metes a cocer, cuando está hirviendo, lo apagas y tomas ese vapor.

Cuando nos poníamos malos de la garganta, mi madre cogía papel de estraza, con ceniza, un trozo de manteca y luego la ceniza. Liado al cuello y así se quitaba los resfriados, las anginas y todo. Entonces no había médicos, ni podíamos comprar. Me acuerdo que mi madre cuando se podía iba a por la pastilla de okal cuando nos dolía mucho la cabeza, nos daba la mitad y la otra media para otra vez, porque había que guardar. Si no había pastilla y nos dolía la cabeza, nos liaba la cabeza en paños de agua fría. Y si nos daba fiebre, como no había bañeras, nos metía en un barreño de zinc, lo llenaba medio de agua tibia y para dentro. Cuando venían las diarreas, las hierbas del campo, la mejorana servía para eso. En un poco de agua caliente hirviendo y se hacía una infusión, le puedes echar un poco azúcar. Yo la cojo del campo hay una mata grande, la desmenuzas y sirve para hacer la infusión. Es como la manzanilla, mano de santo. Ahora se compra, antes se sembraban y se cogía, la dejabas secar, la limpiabas y la metías en botes. Lo pones a hervir, lo cuelas y te lo bebes.

La papilla era el alimento principal. Me acuerdo de la harina de trigo, la tostabas en una sartén, la apartaba mi madre cuando ya estaba tostadilla y luego la leche la cocía y con aquello nos hacía papilla para cuando éramos niños. Me acuerdo como se la hacía a mis hermanos, y yo hice lo mismo con mis hijos. Y el pecho, yo les di teta, casi tres años, y digan lo que digan es lo mejor, no me han caído enfermos nunca. A mis hijos les dio el sarampión. Y recuerdo que hice lo que me mandó el médico, que le pusiera un trapo colorado a la bombilla, para que no le diera la luz y para los picores, nada más que polvos de talco.

Recuerdo también que se me taparon los caños del pecho y madre mía hasta que me los destapé. Lo hice con una liendrera de los piojos. Dándome con los dientes a la contra, como eso tiene por un lado los dientes más finos y por otro más gruesos, con aquello cogía y me daba. Me echaba aceite de oliva y con la liendrera. Y funcionó. Porque eso es malísimo, te daba unas fiebres.

Con los dolores de mujeres, entonces no teníamos pastillas, nos cogíamos un trapo lo calentabas y lo ponías en la barriga y a aguantar.

A mi chiquitilla siempre estaba que le picaba mucho ahí atrás, mi madre le echaba aceite y polvos de talco, y le acostaba con un trapo y por la mañana estaban las lombrices fuera.

También daba pulmonía, a base de paños calientes, te lo ponías en el pecho, te metías en la cama y poco más. Te tomabas cosas calientes y así te recuperabas, hasta que vino la penicilina, pero quien tenía para comprar un bote era un rico.

Si te dolían los huesos te dabas friegas de aceite de romero. Lo preparábamos: cogías el romero, lo mezclabas con aceite y diez días metido a oscuras bien tapado y ese aceite lo sacas y te das friegas. Antes se hacía ahora se compra.

Las comidas, eran muy buenas, los potajes, los altramuces en potaje, el trigo colorao que se criaba aquí, era más bueno. Y como no había para comprar arroz, mi madre cogía el trigo y lo ponía en remojo en una cazuela y al otro día cogía una teja del tejado, limpiada y fregada y ahí raspábamos el trigo. El trigo se iba con el pellejo, soplábamos y se iba, y con aquello hacia mi madre arroz. Y eso está buenísimo, y hoy la gente se ríe. Yo lo he hecho, antes se vendía en el mercado. Ahora ya no sé.

Me acuerdo también de los garbanzos morunos y las guijas o altramuces, me acuerdo que aquí se sembraban para los animales. Los garbanzos morunos, son igual que los normales, pero más chicos y beige y los garbanzos negros, que eso aquí se ha criado para los animales. Pero claro, que eso nos lo hemos comido, cuando no había, pues un potaje de lo que había. Un poquillo de bacalao y de eso.

Para el mal de ojo también me acuerdo, poníamos una taleguilla y con un cordón ponías pan, lo bendecías, bajabas a la iglesia para ponerle agua bendita y te lo colgabas. Yo eso se lo he hecho a mis hijos cuando eran bebés. A mi nieta, le hicieron mal de ojo, yo fue verla y se lo dije a mi nuera, le dije: “la niña tiene mal de ojo”. La cogí a mi nieta y se la llevé a una vecina de aquí, que cura el mal de ojo, la Trini, pues una sobrina de ella, y la curó. Y es verdad, ella se pone a rezar esa oración que nadie la sabe, luego corta la oración en cuadricos, porque está en un papel y hace cruces. Se lo hace tres días. El primer día que fui con la foto de mi nieta, me dijo que era mi nuera quien tenía mal de ojo. Me dijo: “tu nuera tiene en media cabeza el mal de ojo”, y no estaba aquí mi nuera, estaba en Úbeda. Me dijo, tú pregúntale Isabel, pregúntale si se le cae el pelo. Y entonces una vez de las que vino, le dije: “¿A ti te duele la cabeza?”, y me dijo: “uy mucho, pero no sé qué tengo”. Y le dije: “¿el pelo, se te cae?, y me dijo: “cuando me peino mucho”, no le dije nada. Solo que la próxima vez que viniera iríamos a ver la mujer. Y fuimos, y nada más entrar por la puerta, le dijo: “tienes mal de ojo en ese lado”. Le dijo su oración y cuando regresamos, me dijo mi nuera: “yo en esto no creo, pero esta mujer me ha quitado el dolor de cabeza”. Y eso por la foto te va curando y a mi nieta también. Yo en eso sí creo.

Y el pan para el mal de ojo siempre. Coges también romero, haces una cruz y te lo llevas contigo, te lo cuelgas en la taleguilla y con eso también se espanta. Antes la atábamos con esparto. Te persignas y ya estás protegida.

Yo en las cosas de Dios si creo, en lo que dicen los demás no. Yo creo que hay un Dios.

Mi marido siempre me lo decía, le gustaba mucho el campo y la caza. Y ya cuando nos vinimos solo quería estar en el campo, y yo le decía: “Juan que vas al cortijo y cuando vienes si te pasara algo”, y él me decía: “no pasa nada chiquilla, ya te enterarías”. Me decía: “Hay que creer en lo que tenemos encima, en chuminas no”. A él no le gustaba otra cosa, ni brujas, ni nada, solo en lo que hay arriba. Yo en su muerte, vi lo que le estaba pasando y eso lo tengo metido. Mi marido se me murió en mis brazos, ahogado de un infarto.

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