Historia de M.ª Josefa

Los recuerdos de Josefa se convierten en narraciones vivas de una infancia impregnada de lo rural. Describe la dedicación agrícola de su familia y cómo, gracias al apoyo familiar, lograban superar con sabiduría los desafíos diarios que se presentaban en su camino.

Nací en un cortijo. Mi padre estaba en la guerra y mi madre andaba solilla en el cortijo. Bueno, con la familia de mi padre que eran muchos hermanos, con la suegra y mis tías que eran seis hermanas. Nací por la estación de Cabra en un cortijo cerca de Pozoblanco. Mi familia se hizo de una tierra y ahí hacían la vida. Antes había muchas familias que vivían en el campo, no como ahora que están abandonados ya. Los están recuperando también porque yo veo que la gente también se está hartando ya de ciudad.

Mis padres eran agricultores, aunque mi madre mayormente trabajaba en la casa, porque tuvo 8 hijos, pero vamos, que también ayudaba. Me acuerdo cuando sacaban la cosecha en verano, ella iba a trillar, plantar, avarear el grano, quitarle las pajotas gordas que caían y con los animales de la era.

Más tarde nos fuimos a otro cortijo más abajo. No había ni agua, pero nos fuimos porque había animalillos y ganado. Mi madre se dedicaba a vender leche por Larva y de camino, pues con las cuatro pesetillas que hacía, se llevaba el apañillo para la casa. Hambre la verdad no pasamos. Éramos muchos hermanos, pero todos recuñábamos allí como pudiésemos.

Mi padre tuvo suerte porque regresó de la guerra. Sufrieron mucho mis abuelos. Resulta que tenían unos mulos y un cortijo de arrendamiento y les saqueaban las casas. Contaba mi madre que tenían unos pollos hermosos y que llegó uno conocido del pueblo que no les caía en gracia y que llegó el tío con la escopetilla y mató a los pollos, los más hermosos. Y ya ves tú, ellos lo que tenían, que mi madre no tenía ni jabón para lavar. Contaba que un hombre que era recovero, de estos que iban por los cortijos, le llevaba azúcar y con pastillas de jabón lavaba los pañales.

Me acuerdo que un día mi madre me llevó a Martos a ver a mi padre. Yo estaba en pañales. Allí no se acostaba la gente, pararon en casa de una familia y mi madre cuando llegó la noche pues se alistó para dormir, y le dijeron: “no, que las bombas suenan por la noche y hay que estar preparados”. Le dijeron que tenía que acostarse vestida por si tenía que salir corriendo.

Por eso cuando oigo quejarse ahora de la vida, digo: “madre mía, si ahora tuvieran que pasar lo que pasamos nosotros” y encima contentos porque en el cortijo no faltaba la leche, ni los huevos, ni el pan. Iba mi madre con su trigo al molino, lo molía y amasábamos el pan allí en el cortijo.

Me llevaron al colegio un par de meses para aprender el catecismo y poder hacer la primera comunión. Me vine a Cabra con mi abuela materna y mis tías, dos de ellas que estaban solteras. Ellas vivían donde vivo yo ahora. Y pues a ellas les vino muy bien para entretenerse, porque lo más que hacían era coser vestidillos y eso de tener a familia en casa daba alegría, estábamos muy unidos.

Después me casé a los 26 años, primero estuvimos en el cortijo, me casé y mis padres se quedaron en el cortijo ellos vinieron después al pueblo. Después de la boda, nos fuimos para Madrid, Ramón se hizo cartero y pidió la plaza en Madrid y se la dieron, estuvimos allí 4 años. Allí me alivié de mi segunda hija y tenía ya una con 9 meses. Y ya nos vinimos porque mi suegra se quedó viuda y Ramón pidió traslado. Tuvimos suerte porque había un relevo de un cartero que se iba, solicitó la plaza y se la le dieron en el año 1969.  Y aquí hemos hecho nuestra vida.

Yo conocí a mi marido allí en el cortijo. Mi abuela tenía el suyo un poquillo más abajo del nuestro y un año, Ramón se fue allí con mis tíos a echar el verano, a trabajar, tendría 17 años y allí nos conocimos. Estuvimos ocho años de novios. Nos veníamos los fines de semana y los días festivos aquí al pueblo con unos cargamentos de ropa para lavar, claro, allí no teníamos agua cerca. Y el novio iba a mi lado todo el rato. Antes se saludaban con la mano. Lo que era antes. Un día me escribió, porque iba a parar el tren en el pueblo y que quería verme. Se lo dije a mi padre, que antes los padres para eso eran rarillos, pero me llevó, cogimos una yegua y fuimos para la estación. Pero ¡tus verás!, el tren no paró ni cinco minutos en el pueblo, así que, desde el vagón con la mano, un saludo y andando. Anécdotas que hemos pasado.

Y en Madrid nos fue muy bien, él estaba por la tarde de cartero y por las mañanas en un camión repartiendo papas a los mercados. Allí alquilamos una casilla con una habitación con derecho a cocina, mi niña chica que la llevaba yo, allí metidas en la habitación todo el día. Los hatillos en un baúl que me llevé. No había casas, luego Dios nos ayudó y encontramos un pisito sin muebles, pero aquello ya era distinto, con dos camas, una mesa y sillas. Y allí cuatro años.

Con dos hijas nos bajamos al pueblo y ya más de 50 años seguimos haciendo la vida. Llevamos casados 60 años, en mayo de 2024, hacemos todos esos años. Y nos hemos separado ocho días solamente.

Ya cuando te casas, vas aprendiendo muchas cosas también, la vida te enseña. Les cosía la ropa a mis hijas. Si que es verdad que ya había medicinas, yo compraba el jarabe de manzana, para los empachos. La manzanilla la he utilizado mucho y ahora mi hija también. El agua carabaña, era un purgante que vendía en la farmacia.

Cuando nació mi niño en la casa del pueblo, me atendió una mujer aficionada, parteó a muchas personas, me fue estupendamente, muy bien que se portó conmigo. Yo parí en la cama, y te ponen un plástico grande debajo, agua caliente para lavar al niño y a empujar. Ella tranquilizaba mucho, me ayudaba a respirar, y me decía que empujara cuando lo sintiera. La tripilla la cortó mi hermana y mi suegra. Mi primera hija también me la parteo una experta, pero me fue fatal, porque era muy fresca. Estuve tres días de parto. Me acuerdo que fue el 14 de enero un frio que hacía y ella allí sentada en el brasero con mis tías dándole charla y yo para morirme. Y me decía: “No te preocupes que esto no viene, como eres primeriza esto es así”. Yo ya un dolor me iba y venía, luego me enteré que varios niños se fueron por su culpa.

Yo a mis hijos también les hacía los potitos: se le hervía un alón de pollo, una zanca, puerro, cebolla, ajo, patata y lo triturabas. Ya empezaban a comer, pues picatostes, lentejas trituradas, yo no he comprado potitos en la vida. Nos apañábamos con lo que había, no había pañales, ni gasas porque eran muy caras, antes con cuatro trapillos de sábanas viejas eso se le ponía al niño y a lavarlas después. Todo el día lavando trapillos en la pila.

Mi hija que ha sufrido mucho de dolor de oído, a mí me dijeron que la leche materna en un algodoncillo y se le metía en el oído.

Si a mis hijos les ha dado diarrea pues con arroz blanco, se cuece con una gotilla de aceite y se tomaba. También se majaba o se hacía horchata de arroz, que eso es machacar el arroz en el almirez, le echabas agua y lo colabas. Para hacer la horchata, el arroz es crudo machacado, le echas agua y se cuela. Si les daba lombrices, yo iba a comprar una perilla que vendían en la farmacia, se cocía agua con ajos y con el agua tibia le hacías la irrigación. También antes se usaba mucho los polvos de azol para las heridas, ayudaban al picor y a que se curase.

Recuerdo que cuando estaba dando de mamar, se me taparon los caños y ¡madre mía qué dolor! Y mi suegra era muy apañada para estas cosas.  A mi mayor es que le di el pecho casi dos años, me ponía mi suegra el niño del revés, me lo cambiaba de postura y así se me destapó, se mojaba las manos en aceite de oliva y me daba masajes y se me fue.

Mi madre me enseñaba todas las tareas: remendar sábanas, pantalones, coserse un mandil, las camisas de mi padre se las hacíamos, le comprábamos la tela del recovero y las cosíamos. Aprendí con 18 años e hice hasta el ajuar. De chica no nos enseñaron a hacer los primores, fue a esa edad más moza. De chicas nos ponían con los animales y ayudarle a mi padre con el campo. Recuerdo a mi madre darles escobazos a los toros bravos porque se comían las pajas, las semillas para trillar que teníamos en la era. Mi madre era muy valiente. Un año vinieron unos ladrones a robar ovejas, no estaba mi padre porque tuvo que ir al pueblo. Se dio cuenta, salió con la escopeta y tiro un tiro al aire y salieron corriendo. El corral claro lo rompieron y salió el ganado, pero bueno eso se remienda.

Me acuerdo que mi madre, cogía una olla, de grazones de la paja de los mulos, aquellos gordos que ya no se lo comían las bestias y ponía una olla de agua hirviendo y la paja. Echaba unas gotillas de aguarrás y tomábamos los vapores, nos poníamos una toalla por encima y respirábamos y se limpiaban los bronquios, para el resfriado era buenísimo.

Daba mucha ceguera, las payuelas o la varicela. Nos daba polvos de talco, para secar los granillos. Imagínate sin agua mi padre el pobre, no daba abasto yendo y viniendo de Larva con agua y del rio Guadiana menor. Más de media hora con la bestia y cuatro cantaros. Yo recuerdo cómo iba de pequeña y claro, yo me tenía que llevar una jarra para llenarlo porque no llegaba a la bestia y, además, aunque llegara, no lo podía coger una vez lleno. Así que así íbamos con la bestia y nuestra jarrica para llenar de agua.

No íbamos ni al médico. Hacía mi madre azúcar tostada con leche caliente para la tos. Le daba vueltas y se ponía como el caramelo.

También había cataplasma de malva, para los golpes. Y las toallas mojadas en agua fría para la fiebre te la ponías en la frente. Si te dabas un golpe, pues en el chichón te ponían una perra gorda (una moneda), te lo ataba con un pañuelo a la cabeza.

Cuando te bajaba el periodo mi madre nos decía que nos tomásemos un vaso de vino blanco. Que no lo queríamos ni ver, pero es que antes no había pastillas para calmarte, si tú madre decía que eso era bueno, pues te lo bebías con ansia. Cuando tenías una muela picada bebías una gotilla de aguardiente con agua.

Cuando nos fuimos al otro cortijo que era de mi abuela. Mi abuela se vino al pueblo y nos quedamos nosotros ahí. Allí había un vecino que tenía una casera mayor era de Huesa y nos enseñó a rezar muchas oraciones.  Mis padres eran muy católicos y mis abuelos nos enseñaron la religión católica, y cuando oigo mi misa aquí, en la comunión espiritual yo digo: “Señor mío Jesucristo, yo no soy digna, ni merezco de vuestra divina majestad entre en mi pobre morada, maldecir una sola palabra, mis pecados serán perdonados y mi alma quedará sana y salva”. Y esto es para cuando no has confesado y quieres comulgar.

También me acuerdo de esta que dice: “Creo Jesús mío que estás en el santísimo sacramento del altar, os adoro, os amo y deseo recibiros sacramentalmente pero no pudiendo hacerlo venid espiritualmente a mi corazón y como si ya hubierais venido os abrazo y me uno con vos”. Y esto es para lo mismo.

Estas dos me las enseño la mujer del cortijo.

Me acuerdo que también nos enseñaban romances. Uno que sacaron aquí del pueblo el día de tormenta, a una madre que se le ahogaron 5 hijos. Eso venía un trovador o romancero y los cantaba. La vida de antes a pesar de todo, era muy bonita.

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