
Natalia Perea Hidalgo cuenta su historia con sus propias palabras, centrando su relato en los cuidados que prestó a sus padres, marido e hijos, las enseñanzas maternas y su opinión sobre la pérdida de las tradiciones.
Infancia y juventud
Nací en Cabra del Santo Cristo. Mi infancia la viví en el pueblo, mis padres eran de aquí, de hecho, eran primos hermanos. Mi infancia la recuerdo muy buena, mi padre era sastre, tenía su sastrería y muchas mujeres oficialas cosiendo para él. Mis padres siempre fueron muy buenos conmigo. Mi madre se dedicaba a la casa. Éramos tres hermanas: dos varones y yo sola la mujer.
Tengo hasta el certificado de estudios primarios, luego me puse a coser con mi padre en la sastrería y ayudaba a mi madre con la casa. Pero, sin embargo, no estaba todo el día allí metida. Yo salir, salía como una niña que era. Mi infancia y mi juventud fueron maravillosas. Luego fue casarme, empezaron las enfermedades y fue cuando se torció más la vida.
El matrimonio
Mi marido era de Cabra, se fue a Alemania cinco años, y luego como su madre y sus hermanos estaban en Valencia, los dos tiramos para allí. Y en una de sus idas, nos conocimos, nos pusimos novios en un agosto y al otro agosto me casé.
Cuando me casé me fui a Valencia. Mi marido después cayó enfermo y nos volvimos a venir al pueblo, porque él ya no trabajaba. Tuve dos niños en Valencia y los otros dos en Cabra.
Cuando estaba yo en Valencia, yo estaba sola casi todo el día, con mis padres y mis hijos. Nacían mis hijos y a mi marido no le daban ni un día de descanso. Ahora fíjate tú si tienen días. Yo qué se cómo te la arreglabas, pero lo hacíamos.
Cuidar sola de una familia
Mi madre cayó mala, con una embolia, que ahora le dicen ICTUS, me la llevé conmigo a Valencia. Me quedé embarazada, pero tuve un aborto, así que me mandaron guardar reposo, mi padre al poco tiempo cayó también enfermo. En seis años tuve cuatro hijos.
Mi madre se tiró 7 años mala, pero mi padre 13 años en una silla de ruedas. Claro, a esto súmale que antes ni ayuda ni nada de nadie, yo sigo sin explicarme como pudieron salir todos. Mi día lo primero que hacía era pedirle a Dios que me diese fuerzas porque sabía lo que tenía, yo le decía: “tú sabes mejor que yo lo que tengo, dame fuerzas para tirar”.
Mi madre murió con 67 años. Y hace ya 36 años. Estuvo 10 años con un lado parado. Se le quedó el brazo derecho y ella bordaba con una mano. Se quedaban las vecinas alucinadas: “si no lo veo no lo creo, qué fuerza de voluntad”.
Mi marido tenía un reuma. Se murió hace 20 años, me quedé sola joven y con cuatro hijos.
He cuidado a todos lo mejor que he podido. Claro, yo tenía cuatro hijos, muchos caprichos yo no les podía dar. Por ejemplo, mi hija tiene uno y dice: “Mamá yo no me explico cómo pudiste con nosotros cuatro y el abuelito, estoy yo con una y estoy aburrida”. Digo: “ pues mira, al ser cuatro, es de otra forma, tú tienes un niño y claro, está consentido porque es único y él mismo como es inteligente se da cuenta que puede permitirse más de cuatro cosas”.
Yo no me explicó cómo pude ser capaz de cuidar a tanta gente yo sola, no sé cómo pude salir.
Las plantas y otras prácticas familiares
Yo veía a mi madre cómo siempre nos daba cosas caseras, la manzanilla con matalahúva para los gases, entonces eso te ayudaba a tirarlos. A mis hijos, ya era diferente, le he dado manzanilla, pero luego ya con cuatro, era más rápido el jarabe de la farmacia.
La planta que mi padre la refería mucho porque su hermana tuvo unas fiebres muy altas, y estaba en víspera de casarse, ni los médicos le bajaban la fiebre, y mi abuela, escuchó de uno que la quinina era buenísima para la fiebre. Mi padre fue al campo, la cogió se la dio y fue cosa santa la quinina. Fíjate que no he vuelto a oír la quinina ya, pero vamos, esa planta cosa santa porque fue tomarla y le bajó la fiebre.
Mi madre se llamaba Encarnación, yo la veía, y así aprendía. Yo le ayudaba y se me quedaba todo, nada más que de verlo y hacerlo. Por ejemplo, ella también padecía de migraña que antes le decían jaqueca, y se ponía malísima, y ella lo que hacía era acostarse, todo cerrado a oscuras.
Las recetas de cocina: herencia materna
Empecé a cocinar, muy joven, de pequeños mi madre tenía una mujer, pero ya a la juventud me dedicaba yo, sobre los 13 años me tuve que aplicar.
De mi madre he aprendido mucho, sobre todo a cocinar. Los dulces, que sigo haciendo. Yo me acuerdo de las recetas de mi madre, la comida todavía la sigo haciendo. Hago los borrachuelos, los roscos de sartén. Por Semana Santa hacía cañas, que eso es una masa que la envolvía en una caña y la echaba a la sartén, luego eso lo sacaba y la rellenada de crema, eso estaba buenísima. Tampoco podía faltar el potaje de garbanzos y bacalao. Claro, yo cocinaba con ella y eso se me ha quedado. Me acuerdo también de la crema pastelera que hacía mi madre y la leche agría, que ponía una cáscara de limón, canela, mantequilla, azúcar. Hacía otros dulces de naranja, pero fíjate yo tenía una libreta con las recetas de mi madre y en el traslado de cuando vivía en la Calle Real, se perdió.
Fíjate que a veces hasta mis hijos me dicen que les enseñe a sus mujeres, me dicen: “mamá, enséñale a cocinar esas cosas, que están muy buenas”. Pero vamos, que ellos me ven, y mi hija, por ejemplo, cocina muy bien. Ella se casó, y lleva la casa muy bien. Claro, se fija mucho en lo que yo hago, pero también mira por internet otras comidas. Mi hija, le gusta cocina, la casa. Y yo le digo: “mira como lo que tú hagas no se encuentra”.
Pérdida de las costumbres de antes
Yo creo que esto se está olvidando, pero fíjate que en la tele sale lo contrario, porque otra vez está volviendo la comida de la abuela, las sábanas de la abuela y todo lo de antes, porque era bueno. Las legumbres. El otro día, sin ir más lejos, me dice mi hija: “tengo el cuerpo malo, tengo vómitos, angustia” y le dije: “mira esta noche, vas a coger la naranja le vas a echar un poquillo de azúcar y aceite de oliva y lo mueves y te lo comes”. No quería porque le daba angustia. A otro día estaba yo desando de llamarla, y le dije: “¿cómo has pasado la noche? y me dice: “Ay mama que bien me sentó, esto lo voy a hacer más veces”. Y le dije: “tú verás, que cosa más sencilla, es como la ensalada de naranja que me hacía mi madre, si estaba fuerte la naranja con el azúcar el aceite”. El caso es que en la tele se oye, que hay que volver a las costumbres de antes y en el mercadillo siempre nos dicen que saquemos las sábanas de la abuela de algodón, que es más sano.
Yo creo que la gente va a lo más ligero, a lo que ya está hecho. También puede ser por el trabajo, que no tienen tiempo y es que antes las cosas te las tenías que hacer tú. Pues es lo que había.