
El relato de Tíscar está marcado por la superación personal y la importancia de la unión familiar. Desde su infancia en tiempos de escasez y trabajo duro en el campo, hasta su aprendizaje tardío y su vida adulta junto a su esposo, Tíscar muestra una profunda conexión con sus raíces y tradiciones. Su crítica a la sociedad actual, con un tono de nostalgia por los valores perdidos y una preocupación por el futuro, revela una sabiduría acumulada a través de experiencias vividas y compartidas.
La infancia en tiempos difíciles
Nací en 1935, el día 7 de mayo en Belerda, Quesada. Cerca de una aldea que se llama Tíscar y por eso me llamo así, porque es su patrona. Recuerdo que de Belerda íbamos a Huesa a comprar.
Mi madre se llamaba Sofía y mi padre Pedro. Mi infancia fue fatal. Nací en el año más malo del hambre, y no me quiero ni acordar, se me pone la cabeza que no sé ni dónde estoy.
Sin comer, descalzos, con esparteñas de tomizas hasta que aguantara. Iba andando tres horas a la dehesa a arrancar garbanzos y sin comer. Luego lo vendías y con el jornal que te daban, que no valían nada, pues comprabas la miajilla que podías. Había una tienda allí que no se me olvida, le decían el Tío Jurado. Y a otro día, pues buscando dónde arrancar, segar, buscar capota. Que la capota, ahora está florida y no la coje nadie. Es lo que se conoce como alcaparrones. Hemos pasado hasta noches en el campo, para poder seguir recogiendo por la mañana, sin comer claro.
Mi padre se dedicaba al campo, pero se murió joven y se quedó mi madre. Mi abuela entonces que tenía un horno, se encargaba de tener masa para que al menos eso no nos faltara y nos repartía lo que podía. Íbamos, me acuerdo de niñas a lo de mi abuela. Le decíamos: “Abuela que tenemos hambre” y ella salía a la puerta del horno, y nos daba repizcos de pan y así repartía y eso era a veces lo único que comíamos. Porque el que podía tener, daba lo que podía porque había escasez para todos.
Ya cuando mi padre murió, que yo tendría 14 años, nos fuimos a Úbeda.
La esperanza siempre encuentra el camino
Después parece que la Virgen nos acompañó. Hubo una familia que se llevó a una de mis hermanas a Úbeda de cocinera, donde ya se casó y tuvo hijos. Y otra de mis hermanas se fue a Barcelona, también sigue allí ya trabajando.
La misma familia que se llevó a mi hermana a Úbeda, consiguió meter a mi madre de portera en un edificio de pisos. Ya vimos el cielo abierto. Hechas a no comer, a estar tiradas como el que está pidiendo, para nosotras fue un milagro.
En esos pisos había una señora de Madrid, que no se me olvida. Estaba en el sindicato y vivía en el ático. Me dice un día: “¿Tú quieres subir a echarle a mi madre una mano?” Y le dije que sí. Y cuando llevaba unos días, me preguntó: “¿María Tíscar, tú que oficio tienes?” Y ya le conté mi historia. Y me dice: “pero, ¿no sabes leer ni escribir? No te preocupes que yo te enseño”.
Y gracias a ella se leer, escribir y las cuentas. Yo tendría como 18 años.
Terminaba de hacerle las cosas y ya me tenía la libreta allí. Me acuerdo que no sabía ni con qué mano tenía que comer el lápiz. Y gracias a esa señora que está en la Santísima Gloria.
Después me casé. Lo conocí en la boda de mi hermana Ramona, por habladuría de una amiga. Me lo metió por los ojos, me decía que era muy apañado, que estaba muy bien puesto. Un día vino a mi casa, no me disgustó, pero dije: “¡vamos a probar! Estuvimos un tiempo novios. Él tenía buena familia, no tenía vicios que echan a perder a todos. Total, que me casé con Pepe y con cuatro hijos, estupendamente.
La vida en matrimonio: el sacrificio de mantener un hogar.
Nos vinimos a Cabra porque él padecía de la respiración y nos vinimos aquí. Compramos la casa. Y siempre lo he dicho: no hay que tirar más de la medida de tu alpargate, más no te estires que como lo hagas, se rompe. Hay que cuidar las cosas.
Nos fuimos al barrio a vivir, hicimos los pisos estos, con mucho esfuerzo y trabajo y ya decidimos montar algo, y el Señor nos iba ayudando. Nos quedamos con la panadería, me levantaba a media noche, para hacer la masa, las tortas, Mi marido metiéndolo en el horno y sacando. Mis críos chicos, así han ido creciendo. Y siempre se los he dicho que cuiden todo lo que tienen.
Mi marido también trabajaba en el campo. Los primeros años los dos nos íbamos a Francia a la vendimia, más de 20 años hemos estado. Y todo hay que decirlo, gracias a mi madre tengo lo que tengo, ella se quedó aquí cuando yo me iba. Y ella era moza y ama de todo.
Yo me casé y vino mi madre. Ella se quedaba con mis hijos chiquitillos mientras trabajaba. Y esa ha sido mi vida. Mi madre se murió con 94 años, era igual que yo, hasta el final era inquieta. Todo se lo llevaba por delante. Cogía a mis hijos en las nogueras, y por delante los cuatro niños para la huerta, para todo.
Mi marido hace cuatro años que murió, se puso malo, no sé qué le dio y se me ha quedado la cosa de que ahora podía estar bien, y fíjate. No ha disfrutado lo que ha trabajado.
Remedios y sabiduría popular
Mi madre cuando estábamos resfriados, nos daba higos secos. Cocía higos, y el caldo nos lo bebíamos. También tomillo cocido. En infusión, y eso yo todavía lo hago, le echo un poco de azúcar y tan bien.
Recuerdo cómo nos daban manteca en la barriga, para el dolor. Hemos utilizado mucho la manzanilla, para el dolor de barriga también. Ahora en sobre, antes se cogía la planta.
Para la jaqueca recuerdo a mi madre que cogía un pañuelo con alcohol y nos lo ponía en la cabeza, bien apretado y a la media hora se había ido.
Eran muy utilizados los parches Virginia, esos rojos, que te los ponían en el pecho para que pudieras respirar.
Si se cortaba la piel, porque antes de estar al sol en el campo era normal, se cogía el aceite de oliva y le dábamos vueltas y vueltas hasta que se hiciera una cremica, y eso nos lo echábamos por la piel.
Para la mucosidad con el mismo tomillo, se cocía en una olla y te tapabas la cabeza con un paño y tenías que sorber para arriba. Y eso te despejaba la nariz. Esto también lo hacíamos con el VapoRub
Para las pitarras o las legañas, mi madre nos daba con la saliva del desayuno: en ayunas nos daba con su dedo mojado y lo limpiaba muy bien.
Para el dolor de oído, se echaba la leche de una madre en un dedal y te lo vertían en el oído y se iba.
Antes no estaba la medicina como ahora. Nos íbamos apañando porque yo recuerdo de estar en Belerda y tener que ir a Huesa andando por el médico y luego si tenías dinero te comparabas la medicina sino no.
Entonces recurríamos a lo que había y también a los Santos: íbamos mucho a cantarle a la virgen para que nos diera salud
¡Hermosa Virgen de Tíscar
Cuando bajes a Belerda
Se han acabado las rosas y empiezan las azucenas
Hermosa Virgen de Tíscar
Ya te vas para Quesada
¡Y te dejas a Belerda tan triste y desconsolada!
La sabiduría de una generación
Yo sé que la gente joven no aguanta lo que mi generación aguantó. Ahora solo queremos comprar y mirar para uno. ¿Cuándo se ha visto eso?
Y todo a medida, que, si no nos gusta, pues otra cosa. Antes era eso porque no había otra cosa. Esto no llevará a buen puerto.
No nos toman en cuenta a los mayores, incluso ni se nos da importancia, como si no hubiésemos vivido una vida dura. Si mi madre de las sábanas hacia un vestido. Y ahora no sabemos dónde meter lo que nos sobra. Vivimos como si supiésemos lo que va a venir detrás.
Lo que ha pasado la gente de mi edad, nos ha hecho aprender y sobre todo nos ha hecho fuertes y no nos rendimos, ni nos cansamos. Eso es lo que nos mantiene todavía aquí.