Historia de Basilisa

El relato de Basilisa es un testimonio conmovedor de la vida en la España rural durante la posguerra. Desde su infancia en un cortijo hasta su vida como esposa y madre, Basilisa enfrenta desafíos inimaginables, desde la lucha diaria por la comida hasta la pérdida de seres queridos. A través de sus recuerdos, emerge un retrato vívido de una época difícil, donde la fe, la familia y la fuerza interior son pilares fundamentales para sobrevivir.

Nací en un cortijo de Solera, está al lado de Puente de los Hierros, el más alto de España, Se llamaba Salero. Nací en el año 1936. El 27 de diciembre.

De la guerra me acuerdo muy poco, era una bebé, pero sí que recuerdo a una vecina del cortijo que llegó apurada y le dijo a mi madre: “Ramona asómate a la puerta”. Eso se me quedó a mi clavado, y detrás venía mi padre de la guerra con un saco en la espalda. Recuerdo los aviones que se escuchaban y mi madre nos decía que nos fuésemos con ella debajo de unas olivas. Del hambre si me acuerdo, mucha miseria. Éramos 6 hermanos, 4 hombres y 2 hembras. Mi padre se llamaba Juan María Justicia Justicia. Se dedicaba al campo y mi madre a la casa.

Después nos vinimos para el pueblo y era una escasez. Mi madre nos trajo al pueblo y me puso en la escuela de Doña Inés y estuve una semana para hacer la comunión. La hice vestida de azul cielo con un vestido de tablas. Llegué al pueblo con 6 años, después nos fuimos otra vez al cortijo, y ya volvimos para trabajar definitivamente.

Yo me puse a trabajar en una casa a cuidar niños del dueño de una droguería. Duré 3 días, me pusieron mi mandil blanco, me iba a mi casa a dormir, pero duré tres días. Y aquella noche yo sabía que no iba a volver, dejé mi mandil. La señora se llamaba Adora, y vino a mi casa a decirme qué era lo que me pasaba, me dijo: “Basilisa, pero si te queremos mucho” y le dije: “no, no quiero ir”. Yo no podía ver la comida y que en mi casa que no hubiese. De los tres días que estuve, un huevo frito que me puso la mujer me lo metí en el bolsillo con un papel.  Yo no podía seguir ahí.

Mis hermanos mientras pues iban a trabajar al campo, a labrar. Y luego ellos traían su jornalillo, pero fíjate la guerra, a veces había dinero, pero nada de comida. Un hermano mío que se llamaba Manuel se murió muy joven de un cáncer en el riñón, se acostó una noche en su dormitorio que estaba en la planta de abajo y el de mi madre arriba. Y entró mi madre como a las once de la noche de intentar conseguir pan de estraperlo. Entró a la casa mi madre y mi hermano le dijo: “¿mama traes algo?” Y ella le negó con la cabeza.

Mi hermano Juan, el mellizo, tenía una novia que le decían Micaela, vivía muy cerca de nosotros y estaba sirviendo aquí con unos señores ricos. Ella entraba mucho a nuestra casa y dice un día: “Ya no voy más a casa de Lucrecia, porque llevo en la cesta pan y un hombre me ha dicho: muy poco te queda con la cesta porque como no me des el pan te mato”. Y ella no volvió a ir del miedo. Es lo que hace la escasez.

Me levantaba, barría la puerta de la calle, los portales que eran de tierra, a mi hermana no le gustaba la casa ni las tareas a ella si le gustaba servir. Y se fue con Doña Carmen, y le gustaba irse, estuvo muchos años. Doña Carmen tenía cuatro hijos, todos médicos, había dinero y mira, cuando venían de Granada a la casa grande, me decía Doña Carmen: “Mira Basi, te vamos a hacer una cosa, te vamos a poner una cofia, porque vas a servir la mesa”. Y le dije: “yo no sé hacer eso”. Y cada vez que venían los niños ya iba yo, con mi mandil y la cofia, la tomó conmigo. La primera vez puse los cubiertos mal, e iba aprendiendo, me gustaba al final que me llamaran, tú verás yo con once años. Soy atrevida, le doy mucho apaño a todo.

Como era la casa hermosa, me hacía bajar a las gallinas y había una mujer enfrente que se llamaba M.ª Dolores. Yo tenía mucha hambre y bajé un día y maté a una gallina, le eché el pie en el cuello, M.ª Dolores me vio y me dijo: “por Dios, qué haces Basilisa”. Y le dije a doña Carmen que se había muerto una gallina y no pasó nada. La mujer la limpió, la partió por la mitad y me dio para llevarme a mi casa. Era la necesidad. Me mandaba también al horno donde cocía las tortas. Si me mandaba tres o cuatro, yo le decía al del horno que me hiciera cinco o seis y me quedaba el resto. Mi madre diciéndome que no lo hiciera, pero es que no me pagaban era lo que me podía llevar.

Me casé con 19 años, yo soy la menor, me puse novia con Luís. Él trabajaba en el campo. Ha sido manijero en los cortijos, llevaba el mando de los cortijos. Un día estando de novios me dijo: “mira ahí en las Ramblas, voy a sembrar una fanega de trigo por si nos da luego algo”. Y me dice, al rato, que habían salido malas. Nos casamos y a los días fue a por tarjetas del pan, que las tenía mi suegra, y ella le dijo que se la había comido porque eran tres hermanas. Y yo le dije que no pasaba nada, para gastarlas eran. Me acuerdo como me salió eso, del corazón.

Estuve siete años de novia empecé con 14 años, y en una fiesta lo conocí. Las primeras medias que me puse me las regaló él, yo iba con calcetines y mi marido me llevaba casi ocho años. Mi casamiento fue bonito y feliz. Me fui de alquiler a una casa en la Calle Real, no había ni cuarto de baño porque el matrimonio que vivía ahí se fue a Barcelona, pero a los tres meses me llegó una carta que venían de nuevo, así que nos fuimos a casa de mi madre. Yo no quería, porque mi madre era una mujer muy antigua, y cuando venía mi marido a los días del cortijo, él se subía al cuarto y mi madre no me dejaba subir con él. Yo me subía a acostarme para que mi madre también se acostara y vaya, la que pasamos.

Y ahí estuvimos un año. Pero hubo que aguantarlo, mi madre no quería que me casara, porque era muy joven y luego también como era la última, ellos se quedaron más tranquilos y querían que yo estuviera ahí. Yo también por ser la menor, me hice mayor antes de tiempo, ellos todos mis hermanos trabajando, yo me encargaba de las camisas, las planchas, la comida. Y siempre me pedían más cosas a mi que a mi madre. También porque mi madre segando se le vacío un ojo y faltó mucho al médico.

Luego criamos un marrano en casa de mi madre, lo matamos, vendimos los jamones a Don Isaac, el farmacéutico y compramos una casa que nos costó trece mil pesetas con un dormitorio y una cámara. Y ya empecé a tener hijos, y la casa se complicó y tuve seis hijas todas mujeres y dos abortos y después asomó un niño enfermo. El médico me dijo que era de nacimiento y se me murió con ocho años. Él nació con una cabeza exagerada lo operamos en Granada le pusieron válvula, pero sin resultado. Solo quería brazos, no quería cuna, cama, nada.

Me quedé con 62 años viuda, tenía cáncer, no se quitaba el cigarro de la boca. Fue muy bueno, muy trabajador. Cuando murió, me fui con unas de mis hijas para estar acompañada, y bueno te das cuenta después que tienes que volver a tu casa. Y que es mi pueblo, aquí está el Santo Cristo y tenía que volver. Mis hijas me insistían en casarme de nuevo o echarme compañía, pero yo estaba bien así. Con mis nietos también y bisnietas.

Mi madre nos cuidó lo mejor que se podía, pero dentro de lo mejor, había muy poco.

Nos resfriábamos y ya sacaba el cacillo, con las hierbas, sobre todo manzanilla para los ojos, para los pegados. Orégano, lo cogía del campo y tomillo. Con el orégano lo hervía lo colaba por dos veces, al hervirlo se picaba mucho y lo colaba por dos veces y como infusión. Tomillo, para la tos, nos los daba en infusión. Cogía el tomillo del campo, en agua, y lo ponía a hervir y como infusión.

Café de cebada hacía mucho. Mi madre compraba la cebada, en una sartén le echaba un puñado y en la lumbre no paraba de moverlo y se tostaba. Una vez tostado lo metía en su lata bien cerradico, ponía agua a hervir en un cacillo y cogía dos o tres cucharadas. También nos hacía un pozo ciego, para hacer nuestras necesidades y para bañarnos en un barreño, el día que me casé me bañé en un barreño.

Mi hermano Juan le dolía el riñón, le operaron.  Pero se le iba con masajes de su otro hermano mellizo, Manuel. Cogía mi hermano Manuel y empezaba a darle masajes circulares y es que dicen que como son mellizos tiene ese don.

También recuerdo los paños de agua fría para la fiebre, y a nosotros mi madre nos lo ponía. El cataplasma que lo hacía con ceniza, rodaja de pan mojada en vino, doble paño, y la ponía en la cabeza. También lo ponía en el pecho para desprender mocos. Para seguir calentándolo pasaba la plancha por las ascuas para mantener el trapo caliente.

A mi abuela la conocí también, vivía con sus cuatro hijas. Comíamos con ella a veces, me acuerdo que me decía mi madre: “ve y llama a madre”, que era mi abuela. Siempre estaba sentada, y me decía: “ahora voy”. Y llegaba a la casa, se sentaba, tenía un bolsillo grande atado a la cintura, sacaba su cuchara de plata de ahí que tenía hasta una mueca del uso. El primer plato de la olla, siempre para la abuela. Eso era el respeto.

Mi madre por nosotros ha dado la vida, ha sufrido de vernos pasar hambre. Fue quien nos enseñó a cocinar. Ella sirvió también en casa de unos ricos, pero de mozuela. Y allí se enamoró de mi padre que era un mulero.

Yo al tener mis hijos, los llevaba más al médico, utilizaba la manzanilla y el Vaporub. También es verdad, que yo era muy paciente, por ejemplo, si a mis hijos les daban anginas, le daba su infusión de tomillo, leche caliente y si pasaban tres días y no mejoraban, entonces si los llevaba al médico.

Ahora por ejemplo, utilizo mucho el laurel, me tomo por las mañanas en infusión, para el ánimo bajo. Me lo enseñó mi madre. Que siempre ha sido muy depresiva.

Ella también me enseñó algunas oraciones. No sabía leer ni escribir, pero sabía de oraciones. Yo para mi el Santo Cristo es sagrado, no me levanto ni me acuesto sin darle un beso.

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