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Historia de Rosa

La historia de Rosa muestra una vida llena de trabajo duro y perseverancia. Desde pequeña ayudaba a su familia en el campo y el molino. Pasó por muchas dificultades, como la pérdida del sustento familiar. Aprendió a leer y escribir de mayor, y hasta el día de hoy, utiliza los remedios caseros para mantener su salud. Rosa se casó joven, tuvo ocho hijos y ha seguido trabajando para sacarlos adelante. A pesar de los retos, su historia refleja el amor por su familia y la sabiduría transmitida de generación en generación.

Nací en Cabra del Santo Cristo, me crie en el Molinillo que es un cortijo. Vivía en un molino de harina que pertenecía aquí al pueblo.

Mi madre se dedicaba a trabajar en el campo y mi padre era molinero porque su padre, mi abuelo, también lo era. Cuando murieron mis abuelos mi padre se quedó con el molino.

Cuando hice la primera comunión, me fui al molino y me vine al pueblo con 22 años para casarme.

Vino una tormenta que se llevó el molino, tuvimos que empezar de nuevo, hicimos un cortijo, nos ayudaron, desde luego, a hacerlo y allí me crie. Cuando yo tenía 15 años vino la tormenta, el día 1 de julio.

Mi padre se llamaba Manuel y mi madre Isabel. Mi madre ha tenido 10 hijos, tuvo abortos ya de 6 meses. Yo fui la primera, después de mi vinieron otros dos que se murieron, con dos meses ya nacidos, luego después tuvo un aborto y también tuvo una niña que se murió con dos años, se le pudrió el bazo. Así que, me crie únicamente con mi hermano en el cortijo.

Yo ayudaba a mi madre, me iba al campo, a coger aceituna, capota, ayudaba a mi padre a regar porque claro, el molino tenía una acequia que daba agua al molino y había una mina que es un túnel que por allí pasaba el agua. Cuando el canal se rompía imagínate como se ponía y allí iba la Rosa con el candil, me metía y le ayudaba. Mi hermano se iba con las cabras, mi madre se venía a vender al pueblo y yo me quedaba a veces sola en la casa. Había días que me asustaba, porque encima del cortijo pasaba el camino del alba y nos echaban piedras al tejado y pasaba gente y me asustaban. Yo cerraba mi puerta por dentro y me quedaba ahí hasta que viniera mi madre. Tenía 14 años.

Me puse novia con 19 años y me vine con 22 años al pueblo. Desde los 8 hasta los 22 estuvimos ahí en el cortijo. No lo hemos pasado mal, pero tampoco bien.

A la escuela he ido de mayor. Me pusieron con seis años y me quitaron con ocho, solo para hacer la comunión. Mi hermano por ejemplo ni fue. Ya de mayor fui a la escuela de adultos y lo poco que se, ahí lo aprendí.

A mi marido lo conocí en las fiestas, que siempre veníamos en las fiestas del pueblo. Estuvimos 4 años de noviazgo y 52 años casados. Él se dedicaba al campo, a la obra, vendimia, a todo lo que se presentaba. Nos casamos aquí en el pueblo y nos vinimos a la casa donde vivo, estuvimos unos meses, pero se nos quedó muy pequeña, y nos cambiamos de casa porque no me querían alquilar una más grande. Al poco tiempo de nacer mi Toñi la compramos y ya le hicimos las obras.

Tuve 6 hijos bien tenidos y dos abortos. Cuatro niñas y dos niños. Y ahora tengo doce nietos y un bisnieto.

Yo me salía a trabajar, éramos muchos. Me salía para trabajar, unas veces se quedaban los niños en la escuela, y sino la mayor se quedaba con ellos. Yo tenía que ir a sacar el dinero: capota, limpiar, lo que tocaba. Hemos sido muchos, y también hemos pasado mucho. Antes el trabajo era temporal, lo que daba el campo.

Mi madre me ha enseñado muchos remedios.

Mi padre padecía de úlcera de estómago y se tomaba mucho la zahareña. Él, como entendía de plantas, la cogía y se la tomaba.

Para mi madre, mi padre cogía la jara negra, ella la hervía y metía los pies ahí para las durezas y ojos de gallo.  Cortaba lo de arriba, lo que tiene más hojas. Fíjate que la jara negra es muy pegajosa, la jara blanca no. Son distintas y se diferencian por lo untuoso y la flor.

Hacíamos un jarabe porque ella padecía de los bronquios, igual que ahora yo. Echábamos higos secos, tomillo, camisa de culebra, orégano y mejorana. Se cocía todo junto, una vez cocido, antes de quitarlo, se le echaba un par de cucharadas de miel, lo colábamos y eso era el remedio para los bronquios.

Yo me acuerdo que mi madre cuando cogíamos cosas de pecho, nos ponía una cataplasma de empeña de gallina, que eso es la manteca de la gallina, que es pajiza. Cuando se mataba, se guardaba y lo utilizaba para la cataplasma. Se calentaba y se ponía en trapos para la cataplasma. Eso para los mocos te aliviaba.

A mí se me taponaban muchos los poros del pecho, por la leche y me lo han destaponado, la madre de Antonia, con un peine, con el revés de un peine. Y me lo hizo muchas veces, y me funcionó.

Para mis hijos, hacía mucho zumo de limón con copa de coñac y una cucharada de miel para el resfriado. Se levantaban nuevos. Yo cocía el limón, dejaba hervir la copa de coñac y le metía fuego, y por último la cucharada de miel.

Si se escocían los niños, les ponía aceite de oliva con agua de cal que se utilizaba para pintar. Cogía esa agua, aceite, lo meneaba hasta que se hacía crema y les daba a los niños.

Una de mis hijas, con la regla se ponía muy mala, se hacía una infusión que se llamaba hierbaluisa, que me la daba una mujer que tenía un árbol y le pedía mucha. Se la cocía a mi hija y se le mejoraba. También para los dolores de regla yo hacía aguardiente de moras. Se cogen las moras de moral no de zarza. Se echan en un tarro, le echas aguardiente seco porque la mora es dulce. Se deja macerar un poco y se coge una copilla y te lo bebes.

Para el cólico les daba escaramujo, son como rosas pequeñas que echan una bolita roja, que le dicen también tapaculos. Se hervía y se tomaba para la diarrea.

Para el estreñimiento he tomado de todo, pero el que más he utilizado es, agua templada, aceite de oliva y jabón casero. Esa mezcla la metes en la perilla y te la echas.  

Para las pitarras o ceguera que le decían, recuerdo como mi madre me daba con manzanilla en el ojo o suero que hacía, con agua hervida, sal y la dejaba enfriar.

Para los oídos, se echaba una gota de leche materna de la teta o de vaca, pero se templaba.

Y para los piojos, cogía, vinagre le bañaba la cabeza y le liaba una bolsa de plástico, con eso, se ahogaban.

El olivo, se utilizaba en infusión para la tensión. Eso me lo sigo haciendo yo. Me lo dijeron las mujeres del pueblo. Esto se va hablando entre nosotras. Está muy amargo, pero me reguló la tensión.

Aquí en el pueblo había una comadrona, Plácida y Elena, que las dos me han estrenado a mí. Di a luz en mi casa. Antes eran colchones de lana, metían debajo una sábana y la piedra de lavar y cuando apretabas imagínate. Ellas utilizaban el agua caliente, jabón casero y poco más: a empujar.

Cuando han nacido he tenido a mi madre siempre, me ayudaba en todo. Hace 33 años que murió o sea que vio nacer a todos mis hijos.

Cuando me puse de parto de una de mis hijas, había estado haciendo matanza el día de antes, y me dijo mi madre: “ve y lava la ropa de la matanza”. Me fui al arroyo con mi marido. Estuve lavando y me daba un dolor, paraba, si se me iba, me ponía a lavar otra vez. Y así, hasta que terminé. Nos fuimos, me daba un dolor de vez en cuando. Subí las escaleras, y en la última me dio uno que solté el barreño, y mi marido dice: “¿qué hacemos?” y le dije: “vamos a seguir”. Llego a casa de mi madre y me dice: “venga que te ayudo. Tiende los trapos y ve para tu casa”. Pues fue llegar a mi casa y a las dos horas, de parto, pero de parto de verdad.

El primer aborto lo tuve en Navarra, trabajando en una fábrica de conservas me di cuenta en el baño, empecé a sangrar mucho. Me limpié sola, pero fue eso. El otro, si que estuve ya ingresada y todo.

Me acuerdo que me costó mucho trabajo quedarme embarazada, fuimos hasta a un médico para que nos ayudara. Y ya ves tú, me mandó unas pastillas, nos fuimos a Navarra y me quedé embarazada.

Yo sé, que no lo he hecho, pero hay un remedio para cuando la mujer da a luz o un animal, lo he visto a hacer a mi hermano con las cabras. Cuecen perejil y corteza de encina, y se la das a beber al animal o a la mujer, después de parir, para limpiarte. Mi hermano se lo daba para que echara las parias.

Historia de Catalina

Catalina encarna una tradición de cuidado familiar, donde el conocimiento práctico y la colaboración entre vecinos eran fundamentales para enfrentar los desafíos cotidianos. A través de su relato, Catalina comparte valiosos aprendizajes y enseñanzas profundamente enraizados en su experiencia familiar y comunitaria. Desde su infancia marcada por la escuela y la sastrería, donde aprendió a coser y se formó, hasta su matrimonio y vida con su esposo Miguel, quien también dejó un legado en el tejido local.

Nací en Cabra del Santo Cristo, el día 21 de abril de 1935 en la Calle Antolino, no sé el número porque mi madre no me lo dijo. Y allí estuve hasta que tenia 20 años. Luego ya me fui a la calle Río en el número 9.

Mi padre se llamaba Pantaleón Villanueva Fernández y mi madre M.ª Josefa Ruiz Gómez. Ella se dedicaba a las cosas de su casa y mi padre era albañil, hizo varias casas aquí. El bar que está en la esquina que es del Chispas, donde esta la droguería, ese bar lo hizo mi padre, también una casa que hay al lado de la Caja Rural que está en venta eso también lo hizo.

Éramos cuatro hermanas, pero ya quedan dos. Mi padre murió con 61 años en el año 1966 y mi madre con 97 años y fue en el 2005. Y mi hermano murió también con 74 años.

De mi infancia recuerdo mucho el colegio donde estuve con una maestra muchos años, después me fui a la sastrería con 14 años a coser y a que me enseñaran. Era la sastrería de Francisco Perea y allí estuve hasta los 20 años. Cosíamos pantalones, americanas y de todo. A mi hijo Juan Antonio cuando leyó la tesis le cosí la americana.

Mi marido me conoció porque su abuela vivía enfrente de mi casa y estuvo detrás de mí, casi dos años, me hice de rogar. Él se ponía en la esquina de la Cruz, donde está la tienda de Anita, se ponían allí los jóvenes. La sastrería era la otra equina de arriba y allí se esperaba a que yo saliera. Cuando lo veía allí me tiraba por la otra calle y cuando llegaba a mi casa, miraba para arriba y le decía: “espérate ahí”.

Así estuve tiempo, hasta que se fue a la mili y ya empezamos de novios. Estuvimos siete años de novios. Me casé con 25 años y medio el día 7 de septiembre, aquí en el pueblo. Nos casamos y a los nueve meses nació mi primer hijo, fui rápida. Y a los cuatro años vinieron dos. He estado casada 62 años, hasta que murió en agosto. Mi marido me llevaba cinco años y se llamaba Miguel López Navarro él era albañil hizo la casa de la pradera, la primera porque ahora ya está restaurada.

Mi marido estaba en la hermandad del Santo Cristo y hemos tenido la llave de la ermita del Santo Cristo 16 años para ir arreglándola. Mi marido iba dos veces, el martes y el sábado, sin cobrar nada.

Mis hijos están todos fuera. Mi chico, se fue con 10 años, porque le escribió él y otros dos a los frailes de carmelitas descalzos de Baeza, que quería hacer estudios eclesiásticos. Recuerdo que nos enteramos cuando nos llegó la carta diciendo que tenía que hacer el examen. Su padre lo llevó y lo aprobó. Entró y estuvo hasta los 14 años, porque ya no quería hace estudios eclesiásticos. Entonces le daban una pequeña beca y los frailes ponían el resto.

Los demás, se fueron después de estudiar. Pero siempre han trabajado aquí con nosotros, en sus vacaciones, cogían capota que tenían las manos llenas de pinchos.

En mi casa siempre ha habido muchos remedios. Le tengo mucho miedo a las medicinas, porque muchas me han caído mal.

Mi abuela era ayudante de la comadrona, se llamaba Catalina Gómez Raya igual que yo y parteaba con Doña Plácida. Había mujeres que te ayudaban mucho. Mi hijo Pantaleón se quebró de las dos hernias y una señora me enseñó a vendarlo y lo vendaba yo. Se cogía todo lo largo de la sábana y eso era la venda, se cortaba la tira. Me lo dijo la señora que vivía en lo alto de la feria. Fíjate que el propio pediatra me dijo: “mire en los pueblos hay mujeres que saben hacer vendajes y se curan así los chiquillos”. Cuando llegué a la revisión del médico y se lo enseñé, me acuerdo que me dijo: “Anda señora si ya es usted maestra” y se curó de las dos hernias. Eso lo tenía que tener todo el día puesto.

Yo recuerdo que tenía siempre mucha tos. Mi madre me asaba papas con cáscara y azúcar y me lo daba para la tos.  El tomillo en infusión para el resfriado era común, también se le echaba miel, podía ser pura o de eucalipto, para suavizar la carraspera. Y los higos secos cocidos: cortabas los higos, los dejabas al sol secar y los ponías en infusión. Y eso era para la tos y el resfriado.

Algunas veces, cuando veían que tenías el estómago malo. Te daban la purga con agua carabañas y una vez me dio mi madre un sobre de frutas. La manzanilla nunca podía faltar para la pancilla, a mí no me han gustado las pastillas.

Mi hijo cuando estaba estreñido le ponía una hoja de geranio por detrás mojada en aceite.

Cuando yo tengo la piel escocida, hago mucho el aceite lavado. Echo aceite y un poco de agua y te pones a batirlo y se convierte en una cremilla. También en el culete de los niños. Esto además se lo dije a un médico y me dijo que era lo mejor que podía hacer.

También recuerdo para las pitarras, nos daban unos polvos que le decían polvos de San Antonio, se compraba en la farmacia, para cuando teníamos ceguera.

El romero siempre ha sido bueno, aunque venden en la farmacia, pero no funciona igual que el que te haces. Yo lo sigo haciendo para mis rodillas, mezclado con alcohol.

Historia de Tíscar

El relato de Tíscar está marcado por la superación personal y la importancia de la unión familiar. Desde su infancia en tiempos de escasez y trabajo duro en el campo, hasta su aprendizaje tardío y su vida adulta junto a su esposo, Tíscar muestra una profunda conexión con sus raíces y tradiciones. Su crítica a la sociedad actual, con un tono de nostalgia por los valores perdidos y una preocupación por el futuro, revela una sabiduría acumulada a través de experiencias vividas y compartidas.

Nací en 1935, el día 7 de mayo en Belerda, Quesada. Cerca de una aldea que se llama Tíscar y por eso me llamo así, porque es su patrona. Recuerdo que de Belerda íbamos a Huesa a comprar.

Mi madre se llamaba Sofía y mi padre Pedro. Mi infancia fue fatal. Nací en el año más malo del hambre, y no me quiero ni acordar, se me pone la cabeza que no sé ni dónde estoy.

Sin comer, descalzos, con esparteñas de tomizas hasta que aguantara. Iba andando tres horas a la dehesa a arrancar garbanzos y sin comer. Luego lo vendías y con el jornal que te daban, que no valían nada, pues comprabas la miajilla que podías. Había una tienda allí que no se me olvida, le decían el Tío Jurado. Y a otro día, pues buscando dónde arrancar, segar, buscar capota. Que la capota, ahora está florida y no la coje nadie. Es lo que se conoce como alcaparrones.  Hemos pasado hasta noches en el campo, para poder seguir recogiendo por la mañana, sin comer claro.

Mi padre se dedicaba al campo, pero se murió joven y se quedó mi madre. Mi abuela entonces que tenía un horno, se encargaba de tener masa para que al menos eso no nos faltara y nos repartía lo que podía.  Íbamos, me acuerdo de niñas a lo de mi abuela. Le decíamos: “Abuela que tenemos hambre” y ella salía a la puerta del horno, y nos daba repizcos de pan y así repartía y eso era a veces lo único que comíamos. Porque el que podía tener, daba lo que podía porque había escasez para todos.

Ya cuando mi padre murió, que yo tendría 14 años, nos fuimos a Úbeda.

Después parece que la Virgen nos acompañó. Hubo una familia que se llevó a una de mis hermanas a Úbeda de cocinera, donde ya se casó y tuvo hijos. Y otra de mis hermanas se fue a Barcelona, también sigue allí ya trabajando.

La misma familia que se llevó a mi hermana a Úbeda, consiguió meter a mi madre de portera en un edificio de pisos. Ya vimos el cielo abierto. Hechas a no comer, a estar tiradas como el que está pidiendo, para nosotras fue un milagro.

En esos pisos había una señora de Madrid, que no se me olvida. Estaba en el sindicato y vivía en el ático. Me dice un día: “¿Tú quieres subir a echarle a mi madre una mano?” Y le dije que sí. Y cuando llevaba unos días, me preguntó: “¿María Tíscar, tú que oficio tienes?”  Y ya le conté mi historia. Y me dice: “pero, ¿no sabes leer ni escribir? No te preocupes que yo te enseño”.

Y gracias a ella se leer, escribir y las cuentas. Yo tendría como 18 años.

Terminaba de hacerle las cosas y ya me tenía la libreta allí. Me acuerdo que no sabía ni con qué mano tenía que comer el lápiz. Y gracias a esa señora que está en la Santísima Gloria.

Después me casé. Lo conocí en la boda de mi hermana Ramona, por habladuría de una amiga. Me lo metió por los ojos, me decía que era muy apañado, que estaba muy bien puesto. Un día vino a mi casa, no me disgustó, pero dije: “¡vamos a probar! Estuvimos un tiempo novios. Él tenía buena familia, no tenía vicios que echan a perder a todos. Total, que me casé con Pepe y con cuatro hijos, estupendamente.

Nos vinimos a Cabra porque él padecía de la respiración y nos vinimos aquí. Compramos la casa. Y siempre lo he dicho: no hay que tirar más de la medida de tu alpargate, más no te estires que como lo hagas, se rompe. Hay que cuidar las cosas.

Nos fuimos al barrio a vivir, hicimos los pisos estos, con mucho esfuerzo y trabajo y ya decidimos montar algo, y el Señor nos iba ayudando. Nos quedamos con la panadería, me levantaba a media noche, para hacer la masa, las tortas, Mi marido metiéndolo en el horno y sacando. Mis críos chicos, así han ido creciendo. Y siempre se los he dicho que cuiden todo lo que tienen.

Mi marido también trabajaba en el campo. Los primeros años los dos nos íbamos a Francia a la vendimia, más de 20 años hemos estado. Y todo hay que decirlo, gracias a mi madre tengo lo que tengo, ella se quedó aquí cuando yo me iba. Y ella era moza y ama de todo.

Yo me casé y vino mi madre. Ella se quedaba con mis hijos chiquitillos mientras trabajaba. Y esa ha sido mi vida. Mi madre se murió con 94 años, era igual que yo, hasta el final era inquieta. Todo se lo llevaba por delante. Cogía a mis hijos en las nogueras, y por delante los cuatro niños para la huerta, para todo.

Mi marido hace cuatro años que murió, se puso malo, no sé qué le dio y se me ha quedado la cosa de que ahora podía estar bien, y fíjate. No ha disfrutado lo que ha trabajado.

Mi madre cuando estábamos resfriados, nos daba higos secos. Cocía higos, y el caldo nos lo bebíamos. También tomillo cocido. En infusión, y eso yo todavía lo hago, le echo un poco de azúcar y tan bien.

Recuerdo cómo nos daban manteca en la barriga, para el dolor. Hemos utilizado mucho la manzanilla, para el dolor de barriga también. Ahora en sobre, antes se cogía la planta.

Para la jaqueca recuerdo a mi madre que cogía un pañuelo con alcohol y nos lo ponía en la cabeza, bien apretado y a la media hora se había ido.

Eran muy utilizados los parches Virginia, esos rojos, que te los ponían en el pecho para que pudieras respirar.

Si se cortaba la piel, porque antes de estar al sol en el campo era normal, se cogía el aceite de oliva y le dábamos vueltas y vueltas hasta que se hiciera una cremica, y eso nos lo echábamos por la piel.

Para la mucosidad con el mismo tomillo, se cocía en una olla y te tapabas la cabeza con un paño y tenías que sorber para arriba. Y eso te despejaba la nariz. Esto también lo hacíamos con el VapoRub

Para las pitarras o las legañas, mi madre nos daba con la saliva del desayuno: en ayunas nos daba con su dedo mojado y lo limpiaba muy bien.

Para el dolor de oído, se echaba la leche de una madre en un dedal y te lo vertían en el oído y se iba.

Antes no estaba la medicina como ahora. Nos íbamos apañando porque yo recuerdo de estar en Belerda y tener que ir a Huesa andando por el médico y luego si tenías dinero te comparabas la medicina sino no.

Entonces recurríamos a lo que había y también a los Santos: íbamos mucho a cantarle a la virgen para que nos diera salud

¡Hermosa Virgen de Tíscar

Cuando bajes a Belerda

Se han acabado las rosas y empiezan las azucenas

Hermosa Virgen de Tíscar

Ya te vas para Quesada

¡Y te dejas a Belerda tan triste y desconsolada!

Yo sé que la gente joven no aguanta lo que mi generación aguantó. Ahora solo queremos comprar y mirar para uno. ¿Cuándo se ha visto eso?  

Y todo a medida, que, si no nos gusta, pues otra cosa. Antes era eso porque no había otra cosa. Esto no llevará a buen puerto.

No nos toman en cuenta a los mayores, incluso ni se nos da importancia, como si no hubiésemos vivido una vida dura. Si mi madre de las sábanas hacia un vestido. Y ahora no sabemos dónde meter lo que nos sobra. Vivimos como si supiésemos lo que va a venir detrás.  

Lo que ha pasado la gente de mi edad, nos ha hecho aprender y sobre todo nos ha hecho fuertes y no nos rendimos, ni nos cansamos. Eso es lo que nos mantiene todavía aquí.

Historia de Basilisa

El relato de Basilisa es un testimonio conmovedor de la vida en la España rural durante la posguerra. Desde su infancia en un cortijo hasta su vida como esposa y madre, Basilisa enfrenta desafíos inimaginables, desde la lucha diaria por la comida hasta la pérdida de seres queridos. A través de sus recuerdos, emerge un retrato vívido de una época difícil, donde la fe, la familia y la fuerza interior son pilares fundamentales para sobrevivir.

Nací en un cortijo de Solera, está al lado de Puente de los Hierros, el más alto de España, Se llamaba Salero. Nací en el año 1936. El 27 de diciembre.

De la guerra me acuerdo muy poco, era una bebé, pero sí que recuerdo a una vecina del cortijo que llegó apurada y le dijo a mi madre: “Ramona asómate a la puerta”. Eso se me quedó a mi clavado, y detrás venía mi padre de la guerra con un saco en la espalda. Recuerdo los aviones que se escuchaban y mi madre nos decía que nos fuésemos con ella debajo de unas olivas. Del hambre si me acuerdo, mucha miseria. Éramos 6 hermanos, 4 hombres y 2 hembras. Mi padre se llamaba Juan María Justicia Justicia. Se dedicaba al campo y mi madre a la casa.

Después nos vinimos para el pueblo y era una escasez. Mi madre nos trajo al pueblo y me puso en la escuela de Doña Inés y estuve una semana para hacer la comunión. La hice vestida de azul cielo con un vestido de tablas. Llegué al pueblo con 6 años, después nos fuimos otra vez al cortijo, y ya volvimos para trabajar definitivamente.

Yo me puse a trabajar en una casa a cuidar niños del dueño de una droguería. Duré 3 días, me pusieron mi mandil blanco, me iba a mi casa a dormir, pero duré tres días. Y aquella noche yo sabía que no iba a volver, dejé mi mandil. La señora se llamaba Adora, y vino a mi casa a decirme qué era lo que me pasaba, me dijo: “Basilisa, pero si te queremos mucho” y le dije: “no, no quiero ir”. Yo no podía ver la comida y que en mi casa que no hubiese. De los tres días que estuve, un huevo frito que me puso la mujer me lo metí en el bolsillo con un papel.  Yo no podía seguir ahí.

Mis hermanos mientras pues iban a trabajar al campo, a labrar. Y luego ellos traían su jornalillo, pero fíjate la guerra, a veces había dinero, pero nada de comida. Un hermano mío que se llamaba Manuel se murió muy joven de un cáncer en el riñón, se acostó una noche en su dormitorio que estaba en la planta de abajo y el de mi madre arriba. Y entró mi madre como a las once de la noche de intentar conseguir pan de estraperlo. Entró a la casa mi madre y mi hermano le dijo: “¿mama traes algo?” Y ella le negó con la cabeza.

Mi hermano Juan, el mellizo, tenía una novia que le decían Micaela, vivía muy cerca de nosotros y estaba sirviendo aquí con unos señores ricos. Ella entraba mucho a nuestra casa y dice un día: “Ya no voy más a casa de Lucrecia, porque llevo en la cesta pan y un hombre me ha dicho: muy poco te queda con la cesta porque como no me des el pan te mato”. Y ella no volvió a ir del miedo. Es lo que hace la escasez.

Me levantaba, barría la puerta de la calle, los portales que eran de tierra, a mi hermana no le gustaba la casa ni las tareas a ella si le gustaba servir. Y se fue con Doña Carmen, y le gustaba irse, estuvo muchos años. Doña Carmen tenía cuatro hijos, todos médicos, había dinero y mira, cuando venían de Granada a la casa grande, me decía Doña Carmen: “Mira Basi, te vamos a hacer una cosa, te vamos a poner una cofia, porque vas a servir la mesa”. Y le dije: “yo no sé hacer eso”. Y cada vez que venían los niños ya iba yo, con mi mandil y la cofia, la tomó conmigo. La primera vez puse los cubiertos mal, e iba aprendiendo, me gustaba al final que me llamaran, tú verás yo con once años. Soy atrevida, le doy mucho apaño a todo.

Como era la casa hermosa, me hacía bajar a las gallinas y había una mujer enfrente que se llamaba M.ª Dolores. Yo tenía mucha hambre y bajé un día y maté a una gallina, le eché el pie en el cuello, M.ª Dolores me vio y me dijo: “por Dios, qué haces Basilisa”. Y le dije a doña Carmen que se había muerto una gallina y no pasó nada. La mujer la limpió, la partió por la mitad y me dio para llevarme a mi casa. Era la necesidad. Me mandaba también al horno donde cocía las tortas. Si me mandaba tres o cuatro, yo le decía al del horno que me hiciera cinco o seis y me quedaba el resto. Mi madre diciéndome que no lo hiciera, pero es que no me pagaban era lo que me podía llevar.

Me casé con 19 años, yo soy la menor, me puse novia con Luís. Él trabajaba en el campo. Ha sido manijero en los cortijos, llevaba el mando de los cortijos. Un día estando de novios me dijo: “mira ahí en las Ramblas, voy a sembrar una fanega de trigo por si nos da luego algo”. Y me dice, al rato, que habían salido malas. Nos casamos y a los días fue a por tarjetas del pan, que las tenía mi suegra, y ella le dijo que se la había comido porque eran tres hermanas. Y yo le dije que no pasaba nada, para gastarlas eran. Me acuerdo como me salió eso, del corazón.

Estuve siete años de novia empecé con 14 años, y en una fiesta lo conocí. Las primeras medias que me puse me las regaló él, yo iba con calcetines y mi marido me llevaba casi ocho años. Mi casamiento fue bonito y feliz. Me fui de alquiler a una casa en la Calle Real, no había ni cuarto de baño porque el matrimonio que vivía ahí se fue a Barcelona, pero a los tres meses me llegó una carta que venían de nuevo, así que nos fuimos a casa de mi madre. Yo no quería, porque mi madre era una mujer muy antigua, y cuando venía mi marido a los días del cortijo, él se subía al cuarto y mi madre no me dejaba subir con él. Yo me subía a acostarme para que mi madre también se acostara y vaya, la que pasamos.

Y ahí estuvimos un año. Pero hubo que aguantarlo, mi madre no quería que me casara, porque era muy joven y luego también como era la última, ellos se quedaron más tranquilos y querían que yo estuviera ahí. Yo también por ser la menor, me hice mayor antes de tiempo, ellos todos mis hermanos trabajando, yo me encargaba de las camisas, las planchas, la comida. Y siempre me pedían más cosas a mi que a mi madre. También porque mi madre segando se le vacío un ojo y faltó mucho al médico.

Luego criamos un marrano en casa de mi madre, lo matamos, vendimos los jamones a Don Isaac, el farmacéutico y compramos una casa que nos costó trece mil pesetas con un dormitorio y una cámara. Y ya empecé a tener hijos, y la casa se complicó y tuve seis hijas todas mujeres y dos abortos y después asomó un niño enfermo. El médico me dijo que era de nacimiento y se me murió con ocho años. Él nació con una cabeza exagerada lo operamos en Granada le pusieron válvula, pero sin resultado. Solo quería brazos, no quería cuna, cama, nada.

Me quedé con 62 años viuda, tenía cáncer, no se quitaba el cigarro de la boca. Fue muy bueno, muy trabajador. Cuando murió, me fui con unas de mis hijas para estar acompañada, y bueno te das cuenta después que tienes que volver a tu casa. Y que es mi pueblo, aquí está el Santo Cristo y tenía que volver. Mis hijas me insistían en casarme de nuevo o echarme compañía, pero yo estaba bien así. Con mis nietos también y bisnietas.

Mi madre nos cuidó lo mejor que se podía, pero dentro de lo mejor, había muy poco.

Nos resfriábamos y ya sacaba el cacillo, con las hierbas, sobre todo manzanilla para los ojos, para los pegados. Orégano, lo cogía del campo y tomillo. Con el orégano lo hervía lo colaba por dos veces, al hervirlo se picaba mucho y lo colaba por dos veces y como infusión. Tomillo, para la tos, nos los daba en infusión. Cogía el tomillo del campo, en agua, y lo ponía a hervir y como infusión.

Café de cebada hacía mucho. Mi madre compraba la cebada, en una sartén le echaba un puñado y en la lumbre no paraba de moverlo y se tostaba. Una vez tostado lo metía en su lata bien cerradico, ponía agua a hervir en un cacillo y cogía dos o tres cucharadas. También nos hacía un pozo ciego, para hacer nuestras necesidades y para bañarnos en un barreño, el día que me casé me bañé en un barreño.

Mi hermano Juan le dolía el riñón, le operaron.  Pero se le iba con masajes de su otro hermano mellizo, Manuel. Cogía mi hermano Manuel y empezaba a darle masajes circulares y es que dicen que como son mellizos tiene ese don.

También recuerdo los paños de agua fría para la fiebre, y a nosotros mi madre nos lo ponía. El cataplasma que lo hacía con ceniza, rodaja de pan mojada en vino, doble paño, y la ponía en la cabeza. También lo ponía en el pecho para desprender mocos. Para seguir calentándolo pasaba la plancha por las ascuas para mantener el trapo caliente.

A mi abuela la conocí también, vivía con sus cuatro hijas. Comíamos con ella a veces, me acuerdo que me decía mi madre: “ve y llama a madre”, que era mi abuela. Siempre estaba sentada, y me decía: “ahora voy”. Y llegaba a la casa, se sentaba, tenía un bolsillo grande atado a la cintura, sacaba su cuchara de plata de ahí que tenía hasta una mueca del uso. El primer plato de la olla, siempre para la abuela. Eso era el respeto.

Mi madre por nosotros ha dado la vida, ha sufrido de vernos pasar hambre. Fue quien nos enseñó a cocinar. Ella sirvió también en casa de unos ricos, pero de mozuela. Y allí se enamoró de mi padre que era un mulero.

Yo al tener mis hijos, los llevaba más al médico, utilizaba la manzanilla y el Vaporub. También es verdad, que yo era muy paciente, por ejemplo, si a mis hijos les daban anginas, le daba su infusión de tomillo, leche caliente y si pasaban tres días y no mejoraban, entonces si los llevaba al médico.

Ahora por ejemplo, utilizo mucho el laurel, me tomo por las mañanas en infusión, para el ánimo bajo. Me lo enseñó mi madre. Que siempre ha sido muy depresiva.

Ella también me enseñó algunas oraciones. No sabía leer ni escribir, pero sabía de oraciones. Yo para mi el Santo Cristo es sagrado, no me levanto ni me acuesto sin darle un beso.

Historia de Isabel Antonia

El relato de Isabel teje con maestría los hilos del sacrificio materno, el esfuerzo de la vida rural y la añoranza de tiempos entre cuidados, remedios y fe. Es una narrativa que refleja la riqueza de lo cotidiano, las lecciones aprendidas y las adversidades vencidas con resiliencia y amor.

Nací aquí, mis hermanos y toda la familia. Mi madre se quedó muy joven viuda porque mi padre murió en el frente y yo me quedé con cuatro años sin padre. Bueno, en realidad, era más chica, pero cuando le mandaron la baja de mi padre a mi madre al cuartel, que fue cuando se enteró, yo tenía cuatro años.

Mi padre se llamaba Juan José Justicia Artero y mi madre Ana M.ª Arias Gómez. Mi madre nos crio sola. La mayor soy yo, luego va mi hermano que ya murió con 37 años y mi chiquitilla que le decíamos así, porque mi padre no llegó ni a conocerla, ¡qué lástima! Mi padre estaba en el frente y cuando mandaba las cartas preguntaba siempre por sus hijos, pero siempre por la más chiquitilla porque no sabía nada de ella. Y se llama M.ª Francisca, pero se ha quedado como la chiquitilla porque mis abuelas se lo decían. Ahora tiene 84 años y la llamas por su nombre y no te contesta. A mi padre lo hirieron en la toma de Teruel y de ahí se lo llevaron a Figueras y ahí murió. Así que la historia se lo llevó.

La casa la tenía mi madre ahí en las escalerillas. La casa no era de mi madre, era de un tío de mi padre. Mi madre vivió sola, con sus tres hijos. Mi infancia fue muy mala, de mucho trabajo. No fui a la escuela, está mal decirlo, pero eso lo lleva uno. Mi madre no tenía ni para pagar un maestro que nos diera lección porque aquí el colegio que había era para los cuatro ricos. Y aquí los demás estábamos a la luna de Valencia. Así que pues no crio con mucho trabajo. Yo desde pequeña haciendo ramal, machacando esparto, trabajando en el campo.

Cuando tuve más tiempo a la aceituna, a espigar, a arrancar y segar. Todo eso lo hemos hecho, y mis hermanos igual. Mi hermano, que lástima el pobre mío, murió de una caída en la sierra. En la cosecha de esparto de agosto, a eso le decían la romana, cogían el esparto. Los kilos de esparto que cogías era lo que te pagaban y él se echó cuatro arrobas en la espalda y bajando la sierra se escurrió y bajó dando tumbos y cuando se paró en una poza de las olivas, la vena aorta se le reventó y le salió la sangre por la boca. Con 37 años. No se murió al instante, lo llevamos a Madrid, le operaron en Puerta del Hierro, le quitaron una vena de la pierna para ponérsela en el corazón y se murió liándose un cigarro. Se quedó muy enfermo, unas veces le entraba mucha sangre al corazón y otras veces ninguna, y en una de esas se quedó frito. Esta mañana he bajado al cementerio, a ponerle flores a él y a mi marido. Mi madre pue se quedó sin marido y sin hijo.

Me casé con 20 años, conocí a mi marido en el pueblo, era mayor que yo cuatro años. De noche íbamos al taller a hacer ramal, para hacer un tiesto para otro día ir a coger el pan. Pues en una de esas lo conocí. Él vivía en la feria y yo en las escalerillas, pues estuvimos solo seis meses de novio porque él se iba a la mili y habló con mi abuelo, le dijo: “Don Simón, que me voy a la mili y a ver la Isabel qué hago”, mi abuelo le dijo que su hija no le podía casar.  Si es que mi madre no tenía para hacer boda, ni para nada, dijo: “bueno que me da igual, que el cura me eche la bendición”. Y eso hice, me fui con él y a los tres días habló mi madre con el cura y bajamos a las 6 de la mañana y nos casamos en la misa de las 6 de la mañana. Vinieron mis abuelos, mi madre y mis suegros. Fíjate qué boda.

Mi marido se fue y regresó a los siete meses, él ya estaba en la mili, solo que tenía que regresar. Ya llegó para el verano y él se fue a segar por un lado y yo por otro. Yo me quedé segando en las ramblas y el en los Llanos en Pajares. Nuestra vida solo de trabajo.

Nos fuimos a vivir juntos, buscamos una casa. Cuando él se fue, me quedé con mi madre y ya cuando vino de la mili, nos fuimos más abajo en casa de uno que le dicen el Andrés el Comadre. Me lo alquiló, hasta que nació mi hija. Mi hija vino a los dos años de estar casados. Eso era solamente una habitación y una cocina muy chica.

Cuando mi hija tuvo dos años, mi marido se fue en busca de trabajo. Me dijo: “aquí no podemos estar”, y es verdad, si es que en todo el invierno muy poco trabajo y esperando a que llegase un jornal para poder tirar y nada, si es que te daban tres duros.

Y él se fue solo a Aragón, y se colocó a trabajar hasta que se jubiló porque cayó a enfermo. Y yo me fui con él. Estuvimos en Escatrón, trabajó en la luz. Tengo tres hijos de Andorra, Teruel. Yo me fui cuando él busco casa, pasó muy poco tiempo, unos meses. Y nos fuimos para arriba, estuve viviendo allí.  Me fui a trabajar al Pirineo, lo trasladaron a Barcelona, después él se fue a Alemania, ya no me fui yo con él.  Le dije que yo me iba a todos sitios, pero de fuera de España no. Y me quedé sola con mis 4 hijos en Barcelona seis meses. A ese tiempo, él ya vino porque terminó su trabajo. De Barcelona estuvo en Armilla, Granada, con la soldadura. En fin, muchos años con la casa a cuestas. Y ya llegamos a Cabra, que cayó enfermo y le dieron la baja. El médico de la empresa, me acuerdo, en una vez de esas que fue el hombre a revisarlo, me llamó y me dijo: “mire que le voy a decir una cosa, ¿usted tiene casa en Andalucía?” Le dije: “yo casa no, está mi pueblo, pero nada”, y me dijo: “pues si usted se pudiera llevar a su marido para ver si pudiera aspirar aire sano, sería lo mejor”. Digo: “pues nos vamos al pueblo”, no lo pensé. Entonces vine, nos compramos una casa abajo, y a los cuatro días me lo traje.

Se tiró años en esta casa donde estoy, se tiró cuatro años enfermo. Murió con 84 años, se llamaba Juan Vives Pajares.

Cuando yo estaba en Barcelona, había un quiosco enfrente de donde vivía, aquel hombre tenía cáncer en la espina dorsal y andaba con muletas. Yo no sé por qué el hombre se quedó conmigo prendado. Cuando a mi Juan se lo llevaron a Alemania, mandó a su mujer a mi casa, a decirme que si necesitaba algo. Me dijo: “mire usted, yo no la conozco de nada, pero la veo tan sola, con cuatro niños”. Y qué lástima de hombre. Yo necesitaba algo y acudía a él, le decía, Manolo, me pasa esto, lo otro y me lo resolvía, por su mujer que se llamaba Nicolasa. Siempre me decía: “tú cuando te veas solica, acude a nosotros”. Y entre medias murió mi hermano, me dejé a mis hijos con las vecinas. La señora Rosita que me sintió llorar y bajó corriendo a mi casa, y le dije que había muerto mi hermano. Y me dijo: “pues si te quiere ir, vete, que nos quedamos con tus hijos”. Me fui dos días. Pero tenía que venir.

Mi madre nos traía hierbas de la tierra, me acuerdo tanto, que aún lo sigo haciendo yo. Para el resfriado nos daba mejorana, lo tengo yo como oro en paño ahí, eso es mano de santo, para hacer vapores y cuando nos daba el resfriado ese tan malo, pues con granzones, que son cuando se siega el trigo, la paja, pones una olla grande al fuego y los metes a cocer, cuando está hirviendo, lo apagas y tomas ese vapor.

Cuando nos poníamos malos de la garganta, mi madre cogía papel de estraza, con ceniza, un trozo de manteca y luego la ceniza. Liado al cuello y así se quitaba los resfriados, las anginas y todo. Entonces no había médicos, ni podíamos comprar. Me acuerdo que mi madre cuando se podía iba a por la pastilla de okal cuando nos dolía mucho la cabeza, nos daba la mitad y la otra media para otra vez, porque había que guardar. Si no había pastilla y nos dolía la cabeza, nos liaba la cabeza en paños de agua fría. Y si nos daba fiebre, como no había bañeras, nos metía en un barreño de zinc, lo llenaba medio de agua tibia y para dentro. Cuando venían las diarreas, las hierbas del campo, la mejorana servía para eso. En un poco de agua caliente hirviendo y se hacía una infusión, le puedes echar un poco azúcar. Yo la cojo del campo hay una mata grande, la desmenuzas y sirve para hacer la infusión. Es como la manzanilla, mano de santo. Ahora se compra, antes se sembraban y se cogía, la dejabas secar, la limpiabas y la metías en botes. Lo pones a hervir, lo cuelas y te lo bebes.

La papilla era el alimento principal. Me acuerdo de la harina de trigo, la tostabas en una sartén, la apartaba mi madre cuando ya estaba tostadilla y luego la leche la cocía y con aquello nos hacía papilla para cuando éramos niños. Me acuerdo como se la hacía a mis hermanos, y yo hice lo mismo con mis hijos. Y el pecho, yo les di teta, casi tres años, y digan lo que digan es lo mejor, no me han caído enfermos nunca. A mis hijos les dio el sarampión. Y recuerdo que hice lo que me mandó el médico, que le pusiera un trapo colorado a la bombilla, para que no le diera la luz y para los picores, nada más que polvos de talco.

Recuerdo también que se me taparon los caños del pecho y madre mía hasta que me los destapé. Lo hice con una liendrera de los piojos. Dándome con los dientes a la contra, como eso tiene por un lado los dientes más finos y por otro más gruesos, con aquello cogía y me daba. Me echaba aceite de oliva y con la liendrera. Y funcionó. Porque eso es malísimo, te daba unas fiebres.

Con los dolores de mujeres, entonces no teníamos pastillas, nos cogíamos un trapo lo calentabas y lo ponías en la barriga y a aguantar.

A mi chiquitilla siempre estaba que le picaba mucho ahí atrás, mi madre le echaba aceite y polvos de talco, y le acostaba con un trapo y por la mañana estaban las lombrices fuera.

También daba pulmonía, a base de paños calientes, te lo ponías en el pecho, te metías en la cama y poco más. Te tomabas cosas calientes y así te recuperabas, hasta que vino la penicilina, pero quien tenía para comprar un bote era un rico.

Si te dolían los huesos te dabas friegas de aceite de romero. Lo preparábamos: cogías el romero, lo mezclabas con aceite y diez días metido a oscuras bien tapado y ese aceite lo sacas y te das friegas. Antes se hacía ahora se compra.

Las comidas, eran muy buenas, los potajes, los altramuces en potaje, el trigo colorao que se criaba aquí, era más bueno. Y como no había para comprar arroz, mi madre cogía el trigo y lo ponía en remojo en una cazuela y al otro día cogía una teja del tejado, limpiada y fregada y ahí raspábamos el trigo. El trigo se iba con el pellejo, soplábamos y se iba, y con aquello hacia mi madre arroz. Y eso está buenísimo, y hoy la gente se ríe. Yo lo he hecho, antes se vendía en el mercado. Ahora ya no sé.

Me acuerdo también de los garbanzos morunos y las guijas o altramuces, me acuerdo que aquí se sembraban para los animales. Los garbanzos morunos, son igual que los normales, pero más chicos y beige y los garbanzos negros, que eso aquí se ha criado para los animales. Pero claro, que eso nos lo hemos comido, cuando no había, pues un potaje de lo que había. Un poquillo de bacalao y de eso.

Para el mal de ojo también me acuerdo, poníamos una taleguilla y con un cordón ponías pan, lo bendecías, bajabas a la iglesia para ponerle agua bendita y te lo colgabas. Yo eso se lo he hecho a mis hijos cuando eran bebés. A mi nieta, le hicieron mal de ojo, yo fue verla y se lo dije a mi nuera, le dije: “la niña tiene mal de ojo”. La cogí a mi nieta y se la llevé a una vecina de aquí, que cura el mal de ojo, la Trini, pues una sobrina de ella, y la curó. Y es verdad, ella se pone a rezar esa oración que nadie la sabe, luego corta la oración en cuadricos, porque está en un papel y hace cruces. Se lo hace tres días. El primer día que fui con la foto de mi nieta, me dijo que era mi nuera quien tenía mal de ojo. Me dijo: “tu nuera tiene en media cabeza el mal de ojo”, y no estaba aquí mi nuera, estaba en Úbeda. Me dijo, tú pregúntale Isabel, pregúntale si se le cae el pelo. Y entonces una vez de las que vino, le dije: “¿A ti te duele la cabeza?”, y me dijo: “uy mucho, pero no sé qué tengo”. Y le dije: “¿el pelo, se te cae?, y me dijo: “cuando me peino mucho”, no le dije nada. Solo que la próxima vez que viniera iríamos a ver la mujer. Y fuimos, y nada más entrar por la puerta, le dijo: “tienes mal de ojo en ese lado”. Le dijo su oración y cuando regresamos, me dijo mi nuera: “yo en esto no creo, pero esta mujer me ha quitado el dolor de cabeza”. Y eso por la foto te va curando y a mi nieta también. Yo en eso sí creo.

Y el pan para el mal de ojo siempre. Coges también romero, haces una cruz y te lo llevas contigo, te lo cuelgas en la taleguilla y con eso también se espanta. Antes la atábamos con esparto. Te persignas y ya estás protegida.

Yo en las cosas de Dios si creo, en lo que dicen los demás no. Yo creo que hay un Dios.

Mi marido siempre me lo decía, le gustaba mucho el campo y la caza. Y ya cuando nos vinimos solo quería estar en el campo, y yo le decía: “Juan que vas al cortijo y cuando vienes si te pasara algo”, y él me decía: “no pasa nada chiquilla, ya te enterarías”. Me decía: “Hay que creer en lo que tenemos encima, en chuminas no”. A él no le gustaba otra cosa, ni brujas, ni nada, solo en lo que hay arriba. Yo en su muerte, vi lo que le estaba pasando y eso lo tengo metido. Mi marido se me murió en mis brazos, ahogado de un infarto.

Historia de M.ª Josefa

Los recuerdos de Josefa se convierten en narraciones vivas de una infancia impregnada de lo rural. Describe la dedicación agrícola de su familia y cómo, gracias al apoyo familiar, lograban superar con sabiduría los desafíos diarios que se presentaban en su camino.

Nací en un cortijo. Mi padre estaba en la guerra y mi madre andaba solilla en el cortijo. Bueno, con la familia de mi padre que eran muchos hermanos, con la suegra y mis tías que eran seis hermanas. Nací por la estación de Cabra en un cortijo cerca de Pozoblanco. Mi familia se hizo de una tierra y ahí hacían la vida. Antes había muchas familias que vivían en el campo, no como ahora que están abandonados ya. Los están recuperando también porque yo veo que la gente también se está hartando ya de ciudad.

Mis padres eran agricultores, aunque mi madre mayormente trabajaba en la casa, porque tuvo 8 hijos, pero vamos, que también ayudaba. Me acuerdo cuando sacaban la cosecha en verano, ella iba a trillar, plantar, avarear el grano, quitarle las pajotas gordas que caían y con los animales de la era.

Más tarde nos fuimos a otro cortijo más abajo. No había ni agua, pero nos fuimos porque había animalillos y ganado. Mi madre se dedicaba a vender leche por Larva y de camino, pues con las cuatro pesetillas que hacía, se llevaba el apañillo para la casa. Hambre la verdad no pasamos. Éramos muchos hermanos, pero todos recuñábamos allí como pudiésemos.

Mi padre tuvo suerte porque regresó de la guerra. Sufrieron mucho mis abuelos. Resulta que tenían unos mulos y un cortijo de arrendamiento y les saqueaban las casas. Contaba mi madre que tenían unos pollos hermosos y que llegó uno conocido del pueblo que no les caía en gracia y que llegó el tío con la escopetilla y mató a los pollos, los más hermosos. Y ya ves tú, ellos lo que tenían, que mi madre no tenía ni jabón para lavar. Contaba que un hombre que era recovero, de estos que iban por los cortijos, le llevaba azúcar y con pastillas de jabón lavaba los pañales.

Me acuerdo que un día mi madre me llevó a Martos a ver a mi padre. Yo estaba en pañales. Allí no se acostaba la gente, pararon en casa de una familia y mi madre cuando llegó la noche pues se alistó para dormir, y le dijeron: “no, que las bombas suenan por la noche y hay que estar preparados”. Le dijeron que tenía que acostarse vestida por si tenía que salir corriendo.

Por eso cuando oigo quejarse ahora de la vida, digo: “madre mía, si ahora tuvieran que pasar lo que pasamos nosotros” y encima contentos porque en el cortijo no faltaba la leche, ni los huevos, ni el pan. Iba mi madre con su trigo al molino, lo molía y amasábamos el pan allí en el cortijo.

Me llevaron al colegio un par de meses para aprender el catecismo y poder hacer la primera comunión. Me vine a Cabra con mi abuela materna y mis tías, dos de ellas que estaban solteras. Ellas vivían donde vivo yo ahora. Y pues a ellas les vino muy bien para entretenerse, porque lo más que hacían era coser vestidillos y eso de tener a familia en casa daba alegría, estábamos muy unidos.

Después me casé a los 26 años, primero estuvimos en el cortijo, me casé y mis padres se quedaron en el cortijo ellos vinieron después al pueblo. Después de la boda, nos fuimos para Madrid, Ramón se hizo cartero y pidió la plaza en Madrid y se la dieron, estuvimos allí 4 años. Allí me alivié de mi segunda hija y tenía ya una con 9 meses. Y ya nos vinimos porque mi suegra se quedó viuda y Ramón pidió traslado. Tuvimos suerte porque había un relevo de un cartero que se iba, solicitó la plaza y se la le dieron en el año 1969.  Y aquí hemos hecho nuestra vida.

Yo conocí a mi marido allí en el cortijo. Mi abuela tenía el suyo un poquillo más abajo del nuestro y un año, Ramón se fue allí con mis tíos a echar el verano, a trabajar, tendría 17 años y allí nos conocimos. Estuvimos ocho años de novios. Nos veníamos los fines de semana y los días festivos aquí al pueblo con unos cargamentos de ropa para lavar, claro, allí no teníamos agua cerca. Y el novio iba a mi lado todo el rato. Antes se saludaban con la mano. Lo que era antes. Un día me escribió, porque iba a parar el tren en el pueblo y que quería verme. Se lo dije a mi padre, que antes los padres para eso eran rarillos, pero me llevó, cogimos una yegua y fuimos para la estación. Pero ¡tus verás!, el tren no paró ni cinco minutos en el pueblo, así que, desde el vagón con la mano, un saludo y andando. Anécdotas que hemos pasado.

Y en Madrid nos fue muy bien, él estaba por la tarde de cartero y por las mañanas en un camión repartiendo papas a los mercados. Allí alquilamos una casilla con una habitación con derecho a cocina, mi niña chica que la llevaba yo, allí metidas en la habitación todo el día. Los hatillos en un baúl que me llevé. No había casas, luego Dios nos ayudó y encontramos un pisito sin muebles, pero aquello ya era distinto, con dos camas, una mesa y sillas. Y allí cuatro años.

Con dos hijas nos bajamos al pueblo y ya más de 50 años seguimos haciendo la vida. Llevamos casados 60 años, en mayo de 2024, hacemos todos esos años. Y nos hemos separado ocho días solamente.

Ya cuando te casas, vas aprendiendo muchas cosas también, la vida te enseña. Les cosía la ropa a mis hijas. Si que es verdad que ya había medicinas, yo compraba el jarabe de manzana, para los empachos. La manzanilla la he utilizado mucho y ahora mi hija también. El agua carabaña, era un purgante que vendía en la farmacia.

Cuando nació mi niño en la casa del pueblo, me atendió una mujer aficionada, parteó a muchas personas, me fue estupendamente, muy bien que se portó conmigo. Yo parí en la cama, y te ponen un plástico grande debajo, agua caliente para lavar al niño y a empujar. Ella tranquilizaba mucho, me ayudaba a respirar, y me decía que empujara cuando lo sintiera. La tripilla la cortó mi hermana y mi suegra. Mi primera hija también me la parteo una experta, pero me fue fatal, porque era muy fresca. Estuve tres días de parto. Me acuerdo que fue el 14 de enero un frio que hacía y ella allí sentada en el brasero con mis tías dándole charla y yo para morirme. Y me decía: “No te preocupes que esto no viene, como eres primeriza esto es así”. Yo ya un dolor me iba y venía, luego me enteré que varios niños se fueron por su culpa.

Yo a mis hijos también les hacía los potitos: se le hervía un alón de pollo, una zanca, puerro, cebolla, ajo, patata y lo triturabas. Ya empezaban a comer, pues picatostes, lentejas trituradas, yo no he comprado potitos en la vida. Nos apañábamos con lo que había, no había pañales, ni gasas porque eran muy caras, antes con cuatro trapillos de sábanas viejas eso se le ponía al niño y a lavarlas después. Todo el día lavando trapillos en la pila.

Mi hija que ha sufrido mucho de dolor de oído, a mí me dijeron que la leche materna en un algodoncillo y se le metía en el oído.

Si a mis hijos les ha dado diarrea pues con arroz blanco, se cuece con una gotilla de aceite y se tomaba. También se majaba o se hacía horchata de arroz, que eso es machacar el arroz en el almirez, le echabas agua y lo colabas. Para hacer la horchata, el arroz es crudo machacado, le echas agua y se cuela. Si les daba lombrices, yo iba a comprar una perilla que vendían en la farmacia, se cocía agua con ajos y con el agua tibia le hacías la irrigación. También antes se usaba mucho los polvos de azol para las heridas, ayudaban al picor y a que se curase.

Recuerdo que cuando estaba dando de mamar, se me taparon los caños y ¡madre mía qué dolor! Y mi suegra era muy apañada para estas cosas.  A mi mayor es que le di el pecho casi dos años, me ponía mi suegra el niño del revés, me lo cambiaba de postura y así se me destapó, se mojaba las manos en aceite de oliva y me daba masajes y se me fue.

Mi madre me enseñaba todas las tareas: remendar sábanas, pantalones, coserse un mandil, las camisas de mi padre se las hacíamos, le comprábamos la tela del recovero y las cosíamos. Aprendí con 18 años e hice hasta el ajuar. De chica no nos enseñaron a hacer los primores, fue a esa edad más moza. De chicas nos ponían con los animales y ayudarle a mi padre con el campo. Recuerdo a mi madre darles escobazos a los toros bravos porque se comían las pajas, las semillas para trillar que teníamos en la era. Mi madre era muy valiente. Un año vinieron unos ladrones a robar ovejas, no estaba mi padre porque tuvo que ir al pueblo. Se dio cuenta, salió con la escopeta y tiro un tiro al aire y salieron corriendo. El corral claro lo rompieron y salió el ganado, pero bueno eso se remienda.

Me acuerdo que mi madre, cogía una olla, de grazones de la paja de los mulos, aquellos gordos que ya no se lo comían las bestias y ponía una olla de agua hirviendo y la paja. Echaba unas gotillas de aguarrás y tomábamos los vapores, nos poníamos una toalla por encima y respirábamos y se limpiaban los bronquios, para el resfriado era buenísimo.

Daba mucha ceguera, las payuelas o la varicela. Nos daba polvos de talco, para secar los granillos. Imagínate sin agua mi padre el pobre, no daba abasto yendo y viniendo de Larva con agua y del rio Guadiana menor. Más de media hora con la bestia y cuatro cantaros. Yo recuerdo cómo iba de pequeña y claro, yo me tenía que llevar una jarra para llenarlo porque no llegaba a la bestia y, además, aunque llegara, no lo podía coger una vez lleno. Así que así íbamos con la bestia y nuestra jarrica para llenar de agua.

No íbamos ni al médico. Hacía mi madre azúcar tostada con leche caliente para la tos. Le daba vueltas y se ponía como el caramelo.

También había cataplasma de malva, para los golpes. Y las toallas mojadas en agua fría para la fiebre te la ponías en la frente. Si te dabas un golpe, pues en el chichón te ponían una perra gorda (una moneda), te lo ataba con un pañuelo a la cabeza.

Cuando te bajaba el periodo mi madre nos decía que nos tomásemos un vaso de vino blanco. Que no lo queríamos ni ver, pero es que antes no había pastillas para calmarte, si tú madre decía que eso era bueno, pues te lo bebías con ansia. Cuando tenías una muela picada bebías una gotilla de aguardiente con agua.

Cuando nos fuimos al otro cortijo que era de mi abuela. Mi abuela se vino al pueblo y nos quedamos nosotros ahí. Allí había un vecino que tenía una casera mayor era de Huesa y nos enseñó a rezar muchas oraciones.  Mis padres eran muy católicos y mis abuelos nos enseñaron la religión católica, y cuando oigo mi misa aquí, en la comunión espiritual yo digo: “Señor mío Jesucristo, yo no soy digna, ni merezco de vuestra divina majestad entre en mi pobre morada, maldecir una sola palabra, mis pecados serán perdonados y mi alma quedará sana y salva”. Y esto es para cuando no has confesado y quieres comulgar.

También me acuerdo de esta que dice: “Creo Jesús mío que estás en el santísimo sacramento del altar, os adoro, os amo y deseo recibiros sacramentalmente pero no pudiendo hacerlo venid espiritualmente a mi corazón y como si ya hubierais venido os abrazo y me uno con vos”. Y esto es para lo mismo.

Estas dos me las enseño la mujer del cortijo.

Me acuerdo que también nos enseñaban romances. Uno que sacaron aquí del pueblo el día de tormenta, a una madre que se le ahogaron 5 hijos. Eso venía un trovador o romancero y los cantaba. La vida de antes a pesar de todo, era muy bonita.

Historia de M.ª Teresa

Teresa narra su historia con sus propias palabras, centrando su relato en la infancia, el duelo y la superación ante la pérdida de un hijo y los modos de cuidar que aprendió de su madre.

Lo que la infancia le enseñó

Nací en 1936, el 11 de mayo. El año de la guerra. Mi padre allí estaba cuando yo nací. Nací en Cabra del Santo Cristo. Aquí me he criado, nunca he ido a ningún otro sitio. Aquí estoy acristianada, bautizada, confirmada y casada. Ya llevamos casados 60 años. Me crie con cinco hermanos en un cortijo. Yo era la mayor. Mi madre, como tenía que ayudarle a mi padre, pues prácticamente yo era la que tenía que cuidar de mis hermanos. Yo era una cría, y me enseñé a todo: a hacer de comer, cuidar de mis hermanos y de todo. Luego ya cuando cumplí 17 años, me puse a servir en una casa. Y allí estuve hasta que me casé, con 23 años. Tres años de novia y después me casé. Después de casarme, pues a criar hijos, que los tuve muy seguidos. Y en mi casa, trabajando.

He tenido tres hermanas y dos hermanos. Mis hermanas aprendieron de mi madre y mis hermanos de mi padre. Las mujeres a las casas y los hombres al campo. A mi hermana, por ejemplo, mi madre le enseñó a coser, a remendar que ahora no se remienda, ahora todo nuevo. Se le ve un agujerillo, lo tiras y ala, otro. Hoy hay muchos dineros, antes no había y si había, se guardaba para otras cosas.

Mi madre era ama de casa y mi padre era hombre de campo: siega, sembrar y recoger. Mi madre me enseñó a coser y a cocinar todo lo poquito que se. Desde papas en salsa hasta un guisado. Ella me llamaba para que le acompañara en la cocina, y me decía: “pues échale el laurel, el tomate y la sal” y así es como mejor se enseña. Me enseñó a cocinar con 16 o 17 años. Después cuando yo ya me metí a servir, había una cocinera, y aprendí también mucho de ella. Yo observaba y aprendí lo más grande. No fui al colegio. Fui una semana para que me enseñaran el padre nuestro y poco más para poder hacer la comunión.
Mi madre murió con 84 años. Ya ni me acuerdo cuando murió.

El paso del tiempo en un cortijo

En el cortijo no teníamos vecinas allí estábamos solas. Nos pasaba el tiempo, no teníamos uso de razón, como no había para comer, ni dinero, pues ayudando a mi madre en la casa y haciendo esparto. Lo vendíamos y con eso comprábamos para vivir. Lo hice más que una tonta. Y nada me ha quedado porque lo vendí todo.

Llegaba la cuaresma y tenía un librico así como el teléfono y tenía oraciones del viernes. Y entonces todas las noches antes de acostarnos después de cenar, cogía el libro, rezábamos el rosario y entonces leía las oraciones de los viernes de cuaresma. No se comía carne y se ayunaba. Y ahora lo sigo haciendo, yo guardo todos los viernes de cuaresma. Pero fíjate, con las mudanzas, se perdió el librillo.

También me acuerdo de ver a los tíos esos de los romances y aprendíamos coplillas. Mi madre nos enseñaba algo, cantaoras no hemos sido, pero alguno nos sabíamos.

El matrimonio y la pérdida de un hijo

Yo he tenido cinco hijos, cuatro varones seguidos y luego vino la niña. Mi marido se dedicó a labrar, cortar, arrancar pasto y de todo, de lo que había.

Luego tuve un hijo, el tercero, se dio un golpe, se puso malo y se me murió a los 12 años.
Y lo he pasado muy mal, y no se me olvida nunca. Eso de enterrar un hijo con esa edad, a mí se me acabó la vida. Tenía cuatro más, pero no es igual. Esto es el cómo el coche que le falta una rueda y tiene que andar, pero ahí está el hueco de la que falta. En fin, ya hace 30 años, pero está el recuerdo. El médico me dijo que se había dañado el riñón izquierdo y se le necrosó. Quizás hoy se hubiera curado, pero hace 30 años es lo que había.

La vida que llevamos arrastrada. Criando tus hijos, casi sin poder tirar, con el jornal de tu marido y ahora con su paga y a eso tienes que vivir y te tienes que atener. Y decir: “hoy me compro un pollo, pero mañana tocará papas”.

La utilización de los remedios familiares

Antes los médicos eran las madres. Muchos medicamentos no hemos tomado.
Nos resfriábamos y mi madre hacía la cataplasma de malvas. Iba al campo, las cogía, las cocía y luego las aplastaba y le echaba manteca de cerdo y cogía un trapo viejo y le echaba la mezcla y nos ponía la cataplasma. No había vivaporub ni nada: la cataplasma.

Lo cierto es que yo lo recuerdo de mi madre, pero yo por ejemplo con mis hijos ya no lo he hecho, porque eso era muy complicado, se ponía todo encenagado, con la manteca y todo.
Para la tos, se cocían higos secos en una olla y esa agua nos la colaba y hacía una infusión. Y vaya que funcionaba. Te bebías tu tacica antes de acostarte y no tosías de noche. Los higos cocidos estaba el puchero allí, para servirnos siempre.

Me dolía la barriga pues la manzanilla. Otras veces, mi madre cogía el azúcar en terrón, mira que eso estaba malo, pero mira, teníamos una fe a los remedios que nos lo tomábamos. Le echaba una gotita de aguarrás al terrón y para dentro. Y eso te quitaba la tos y el resfriado. Mi hermana es que cogía una tos, que le decían tosferina y aquello no había quien lo cortara y con el aguarrás la cosa iba funcionando.

Antes cuando te aporreabas pues nos lavaban la herida con agua oxigenada, nos ponían el espadrapo y poco más. En las rodillas igual. Mi madre hacia una infusión de matalahúva, tomillo y cáscara de naranja con un poquito de azúcar y eso era para la digestión y el empacho.
También se hacía el jarabe de azúcar quemada, eso se coge un cazo y se le pone una cucharada de azúcar, y se echa agua muy poquita, el azúcar se deshace y se quema y se queda como el chocolate y entonces cuando esta derretida le echas agua y se queda como el caramelo y se toma. Eso le decíamos aguasanta. Cuando teníamos mocos pues nos la absorbían con una jeringa de goma que vendían en la farmacia, eso yo para los míos. Mi hermana le tenía mucha fe al azúcar quemado, al aguasanta le tenía mucha fe.
Si teníamos piojos, que madre mía, había a mares, pues a mano nos los quitaba. Medio día se tiraba.

Cuando no podíamos ir al baño, nos metíamos una hoja de geranio, y eso a los míos se lo he dado mojadillo en aceite. Y se escocía, pues un bañillo de aceite y masaje, dale, dale hasta que se hacía crema. Con la diarrea, pues parar de comer y dieta, con un plátano. Y así, no había otra cosa. Como no fuera plátano no había nada. Y si vomitabas, pues a vomitar, te bebías una infusión de tomillo o manzanilla y ya está. Antes cuando no comías, tiene el estómago sucio, vendían el aceite de ricino, que purgante tan malo, eso lo vendían en la farmacia. Para las legañas o pitarras, eso con manzanilla lavarnos y para los oídos en un algodoncillo se mojaba de leche de teta de una madre y te lo ponían.

Para los dolores de regla nos daban vino caliente y coñac. Yo eso lo he aprendido después pero nunca lo he utilizado. Lo aprendí de una muchacha que un día que estábamos lavando ahí en el lavadero, dice: “me voy a mi casa porque me ha venido la regla y tengo n dolor de regla que voy a tomarme un vaso de vino caliente”, y yo pensé: “madre mía qué malo que tiene que estar”.

Para el dolor de muelas y has cogido y te has echado una bocanada de anís, y eso te surte algo de efecto al momento, pero se te pasa el efecto del alcohol y nada. Mi padre decía: “al catarro, el jarro”, y eso era que ponía un jarro con vino al lado de la lumbre y de vez en cuando un traguillo. Antes se tomaba mucho líquido para poder despedir moco cuando estabas resfriado.
Para los dolores de cabeza nos tomábamos una pastilla de OKAL que eso se vendía en la farmacia.

Antes te hacías daño en la muñeca o te la torcías y cogías una tirilla de sabana y te hacías una venda y la mojabas en sal las lavabas y se secaba. También se cocía el tomillo con matalahúva, anís, y una taza de naranja, y le decíamos que estaba muy malo y te daban un terroncillo de azúcar para que le echaras. Y el tomillo era del campo, el mismo que el de las aceitunas. Los teníamos que coger seco, pero con fresco se puede hacer también. La tila también los usábamos, le cogíamos las hojas a los tilos y se utilizaba para los nervios.

A mi madre le dijeron que era muy bueno que tomara vapor de eucalipto y mi hijo le trajo, le cocía una olla, se ponía una toalla y salía sudando, pero salía curada. Mi hermana también me acuerdo que tenía bronquitis crónica de chica, ella era creyente e iba a curanderos. También con mi nieto, su madre lo llevo porque nació y no se veía bien, lo llevó a una curandera, a Linares y fui con ella.

Antes se abrían las ventanas también para limpiar el aire, pero cuando hacía mucho frío solo un poco en la mañana. Y en el verano de noche. Antes tampoco se miraba tanto la corriente como hoy que parece que te vas a poner malo si te da. Tenías calor y pues ponías un trapo le echabas al suelo y te tumbabas en el suelo. Y había noches que se dormía ahí.

La crianza de los hijos

Yo a mis hijos, lo único que he estado haciéndoles ya, que entonces cuando yo los tuve, si había vivaporub, le daba un poquito y su manzanilla. Le hacía también su jarabe de azúcar quemado. Yo los veía tontillos y cogía la aspirina y le daba un cuartillo. No había potitos, si hacia un potaje le sacaba una papa y se la pasaba por el chino, un plátano, una galleta. No había yogures pues nos las apañábamos. Y la verdad que no eran delicados.

Y claro, por ejemplo, antes no había para triturar y esto me dirán que es una burrada, pero vamos que si se hacía. Les masticábamos el pan o la papa para hacérsela puré. Y ahora dicen: “es que tú te llevas el alimento”, bueno claro, visto desde ahora es muy sencillo, pero antes era lo que había. Porque yo tenía una tía que tenía otros cuatro hijos, y vi que los hacía con sus niños, pues lo vi y lo aprendí. Y luego con los míos los hice. También antes, se daba harina de trigo y compraba leche y hacíamos su papilla una por la mañana y otra por la noche. Y cuando van creciendo pues la papa del cocido y el plátano.

Y me acuerdo que antes para sentarlos en el suelo le poníamos un baleó y me acuerdo del mío mayor, lo sentaba que era redondo como los de la aceituna, de esparto y le ponía un trapillo y lo sentaba. Y tacatá no había, lo que había era una silla bocabajo. Y así hasta que andan.

Yo tuve mi niño malillo con la bronquitis que cogió, y le mandaron la penicilina y eso era muy fuerte y entonces la sangre se comió las cosas esas rojas que se dice y se puso peor, y le transfundieron sangre. Me dijo el médico: “¿eres capaz de darla tú? Yo le contesté: “¡cómo no se la voy a dar si es mi hijo!”, y se la pasaron. Fue la mejor medicina, le metieron mi sangre y se espabiló. No he tenido mala suerte con la enfermedad después de todo. Mi otro hijo porque tuvo dios que se muriera y ya está.

Lo de ahora y la juventud

La sociedad es muy distinta, no sé lo que pasa que está todo dislocado. No se puede hacer nada en lo de antes. Si antes teníamos que lavarnos en un cubo un barreño de agua, se vaciaba un cántaro no había grifos y ahora todos deseando de pillar un día de playa, piscina, y todos lados. Todo cambiado. Ni para criar los hijos, hoy lo tienen todo y se están quejando y antes no teníamos nada y salíamos adelante.

Yo no sé qué habrá pasado, que estamos locos igual que el tiempo. Por ejemplo, ahora con el machismo y todo esto, pues claro que hay, pero te digo yo que antes había menos que lo que hay ahora, lo de hoy es que te pones mala.

La gente joven no sabe de remedios, pero su problema es que tampoco se lo creen, de momento te dice: “sí, tú vas a saber más que el médico”. Y ¿ya qué?, pues nada.
Yo gracias a eso viejo hoy estoy bien. Hoy mira, para todo al médico.

Historia de Antonia

Antonia del Río González, cuenta su historia con sus propias palabras, centrando su relato en las dificultades de la posguerra, los remedios naturales que le enseñaron sus padres y cómo cuidaban con ellos, así como la importancia de la unión familiar y el cambio de valores de la sociedad actual.

La vida en un cortijo

Nací aquí y aquí estoy. Mis padres los dos de aquí, aquí nacieron y aquí han muerto. Somos 8 hermanos, 3 varones y 5 hembras. Yo soy la tercera.
Yo al colegio no fui, vivíamos en el campo, estuve solo un año, para hacer la comunión. Mi colegio era dónde ahora está correos, donde tienen los rrarras los muebles. Allí fue mi colegio. Se llamaba la profesora Ana M.ª Punaide, era de aquí del pueblo. Y ahí estuve hasta que hice la comunión nada más. Después nos fuimos a una cortijá. Se llama Aulabar, está entre la Moraleda y ahí pusieron cuando vivía Franco, la escuela y la Iglesia, después de la guerra. Yo me acuerdo de la guerra, la posguerra la viví bien vivida.
Mis hermanos ya los más pequeños si fueron al colegio allí en la cortijá y venía una maestra, pero era del Estado, del gobierno. Se vino allí a vivir, hicieron una casa para los maestros.
Cuando ya fui mayor, me pusieron a trabajar en el campo, ya después de la comunión con 7 años. En el cortijo que arrendó mi padre, estuve viviendo hasta que tuve 20 años.

Las labores y enseñanzas de sus padres

Mi madre trabajaba en la casa y mi padre en el campo, guardaba animales, criaba hortaliza, iba la aceituna, segaba los cereales y yo hacía lo mismo: ayudaba en la casa y en el campo. Lo que había en esa época.
Mi madre es que tenía 8 hijos, bastante tenía con la crianza, estaba con la casa y cosía. Porque antes no vendían nada hecho y te lo tenías que hacer, desde los más chicos a los más grandes, no había nada, ni abrigos, ni nada, todo había que trabajarlo a mano. Y le ayudábamos a mi madre.
Las madres te enseñaban a hacer punto, a abrigos, a hacerte calcetines. Me enseñó desde muy chica. Y a mi me ha gustado mucho leer y escribir, fui poco al colegio, pero analfabeta no soy. Se hacer cuentas, las cuatro reglas. Mi padre también era muy apañao, nos daba clase, tenía hasta enciclopedias grandes. Su fe eran los libros. De chicos chicos, nos enseñó las letras y con un pizarrín nos ponía los números y las letras. Antes de irnos a la cama nos enseñaba. Después la maestra, los colegios antes eran mesas con sillas, no eran pupitres, nos decía que todos los que aprendieran la lección, los aventajaba y los que no, los echaba para atrás, las cosas que hacían antes los maestros. Mi hermana Ana y yo, nos metimos en el colegio, y como mi padre nos había dado desde muy chicas lección, la cartilla y lo más preciso, pues nos lo sabíamos de carretilla. Y nos pusieron delante.

La vida con su marido

Me casé con 24 años, en diciembre, mi marido era de aquí del pueblo y de mi familia. Éramos primos segundos. Padres de primos hermanos. El cura, el padre pitillo, nos examinó y dijimos que no éramos familia, pero luego el cura se enteró en la posada de que éramos familia. Así que el día de las amonestaciones, el cura dijo: “fulano y fulana, no se pueden casar porque hay impedimento”. Y mi hermana Ana, se le echó encima.
Tuvimos que pedir la dispensa para poder casarnos y en aquellos tiempos había que pagar 60 duros, entonces eso eran muchos duros.
He tenido 6 hijos, 3 hombres y 3 mujeres. Yo me casé y quedé a cargo de la casa y en el campo, la temporada de campo. Lo que había antes. Teníamos que trabajar para comer y mi marido al campo. Mi marido tenía sus bestias y su campo, el hombre era del campo y yo con mis hijos.

Los cuidados y las prácticas familiares

Yo también había criado hermanos. Me acuerdo cuando nos dolía la tripilla, que mi madre me daba agua carabaña, eso estaba de malo, pero es purgante. Basilio, que tenía la droguería vendía una botella de tres cuartos de litro y aceite de ricino. Cuando estabas malo, mi padre nos daba un montón de apio en infusión, para el estómago, para los ardiles, biles y cuando estás revuelto. Siempre nos decía: “tienes al niño muerto teniendo el apio en el huerto”.

Cuando mis hijos, había médicos, pero yo les seguía dando lo que me enseñaron. A una de mis hijas, le daban muchas diarreas, vivíamos en un cortijo, y cuando le daban, con las bellotas le hacía una infusión, las cocía y las machacaba, la pasaba por un colador, y eso era como un jarabe. Lo mismo con la almendra es muy buena para recuperar el estómago. Los tapaculos, también, los majoletos, eran para comer y servían también para eso. Están dulces, tienen hueso, pero se comen. El tapaculos o el escaramujo que eso pincha mucho, pero está donde hay agua, y eso echa una ristra de flores y servía para las diarreas. La manzanilla claro, el agua de cebada, buenísima.

Mi madre y mi padre pues sabían de estas cosas, porque no te quedaba otra, no había médicos ni nada y me acuerdo de cuando los niños chicos se ponían malos. Hacíamos un picatoste, lo mojábamos en vino y azúcar y se lo poníamos encima del estómago como suplemento para recuperar el estómago. Se lo cogían como con un fajín, con unas reatas y una ombliguera. Primero se cogía con una ombliguera, para sujetar el ombligo y que se no quebrara al llorar. Antes se parteaban las madres mayores, le liaban después la mantilla con unos empapadores, no había pañales. Ya después las mantillas. Yo a mis hijos eso también se lo he puesto. Lo hice yo todo a mano.

En casa de mis padres, siempre hacíamos todo con ellos, el pan, los dulces, la matanza, todo y así aprendimos.

Yo todavía me tomo mis infusiones, el año pasado cogí la gripe y me hacía mis infusiones con jengibre, hinojo, manzanilla, tomillos. El tomillo aceitunero también es muy bueno para la tos y para la infección de la orina.

También me acuerdo de la sanaloto, el té que se cría en las riscas, la flor de árnica que se cría en la carretera donde ves las matas largas con flores amarillas, parecidos a los jamargos, se cría donde hay algo de humedad, que haya pasado un río o donde se riega. Y eso sirve de curación para los dolores del cuerpo. Las plantas todas tienen su función, son medicinales.

El cambio de valores: lo fácil y lo cómodo

Pero ya desde que llegaron las medicinas, aunque están hechas de plantas. Pero bueno. Mis hijos, ya hacen poco, por los médicos.  Por los adelantos que hay.

Todo esto no se debería dejar que se pierda. Está muy bien que la vida se haya adelantado porque lo que había tampoco era tan bueno, porque lo que se vivió en aquellos años, ojalá que nunca se vuelva a vivir. Pero a parte de eso, el sufrir es aprender también y si ponen todos la mano, tú no aprendes. Si tú tienes hambre y lo tienes todo a mano, no aprendes. La vida fácil gusta a todos y hoy lo tenemos todo. ¿Quién va a aprender hoy a coser? Antes no vendían nada hecho, no nos quedaba de otra. Ahora ni remendarse, todo nuevo. Esto a mi me da mucha pena. Y claro, lo cierto es que a todos nos gusta la comodidad, yo ahora tengo cocina, antes si no iba a buscar la leña, la comida no la podía hacer. Luego vino el carbón y vendían en los pueblos en puestecicos y guisábamos con carbón y ahora pues mira.

Lo que yo no estoy de acuerdo, es que no hay un respeto, ni en los matrimonios, ni los hijos tienen ya ese cariño de antes. Todos quieren más. Fíjate yo tengo 14 nietos y 7 bisnietos. Yo vengo de una familia grande, con muchos hermanos, me acuerdo de mis tíos, los hermanos de mis padres. Pero había una familia, con más faltas, pero ahí estábamos, pero hoy parece que pasamos todos unos de otros. No hay ese cariño que yo recuerdo.

EL mundo es muy difícil cambiarlo, ha tomado una velocidad. Por ejemplo, el respeto a los mayores, se ha volado. Ahora les dices algo a un niño y te dice “a ti que te importa”.

Yo estoy muy contenta porque hay de todo, pero por otro lado, yo echo de menos esta parte de la familia. Pero cada tiempo es único y hay que vivir.

Historia de Natalia

Natalia Perea Hidalgo cuenta su historia con sus propias palabras, centrando su relato en los cuidados que prestó a sus padres, marido e hijos, las enseñanzas maternas y su opinión sobre la pérdida de las tradiciones.

Infancia y juventud

Nací en Cabra del Santo Cristo. Mi infancia la viví en el pueblo, mis padres eran de aquí, de hecho, eran primos hermanos. Mi infancia la recuerdo muy buena, mi padre era sastre, tenía su sastrería y muchas mujeres oficialas cosiendo para él. Mis padres siempre fueron muy buenos conmigo. Mi madre se dedicaba a la casa. Éramos tres hermanas: dos varones y yo sola la mujer.
Tengo hasta el certificado de estudios primarios, luego me puse a coser con mi padre en la sastrería y ayudaba a mi madre con la casa. Pero, sin embargo, no estaba todo el día allí metida. Yo salir, salía como una niña que era. Mi infancia y mi juventud fueron maravillosas. Luego fue casarme, empezaron las enfermedades y fue cuando se torció más la vida.

El matrimonio

Mi marido era de Cabra, se fue a Alemania cinco años, y luego como su madre y sus hermanos estaban en Valencia, los dos tiramos para allí. Y en una de sus idas, nos conocimos, nos pusimos novios en un agosto y al otro agosto me casé.
Cuando me casé me fui a Valencia. Mi marido después cayó enfermo y nos volvimos a venir al pueblo, porque él ya no trabajaba. Tuve dos niños en Valencia y los otros dos en Cabra.
Cuando estaba yo en Valencia, yo estaba sola casi todo el día, con mis padres y mis hijos. Nacían mis hijos y a mi marido no le daban ni un día de descanso. Ahora fíjate tú si tienen días. Yo qué se cómo te la arreglabas, pero lo hacíamos.

Cuidar sola de una familia

Mi madre cayó mala, con una embolia, que ahora le dicen ICTUS, me la llevé conmigo a Valencia. Me quedé embarazada, pero tuve un aborto, así que me mandaron guardar reposo, mi padre al poco tiempo cayó también enfermo. En seis años tuve cuatro hijos.
Mi madre se tiró 7 años mala, pero mi padre 13 años en una silla de ruedas. Claro, a esto súmale que antes ni ayuda ni nada de nadie, yo sigo sin explicarme como pudieron salir todos. Mi día lo primero que hacía era pedirle a Dios que me diese fuerzas porque sabía lo que tenía, yo le decía: “tú sabes mejor que yo lo que tengo, dame fuerzas para tirar”.
Mi madre murió con 67 años. Y hace ya 36 años. Estuvo 10 años con un lado parado. Se le quedó el brazo derecho y ella bordaba con una mano. Se quedaban las vecinas alucinadas: “si no lo veo no lo creo, qué fuerza de voluntad”.
Mi marido tenía un reuma. Se murió hace 20 años, me quedé sola joven y con cuatro hijos.
He cuidado a todos lo mejor que he podido. Claro, yo tenía cuatro hijos, muchos caprichos yo no les podía dar. Por ejemplo, mi hija tiene uno y dice: “Mamá yo no me explico cómo pudiste con nosotros cuatro y el abuelito, estoy yo con una y estoy aburrida”. Digo: “ pues mira, al ser cuatro, es de otra forma, tú tienes un niño y claro, está consentido porque es único y él mismo como es inteligente se da cuenta que puede permitirse más de cuatro cosas”.
Yo no me explicó cómo pude ser capaz de cuidar a tanta gente yo sola, no sé cómo pude salir.

Las plantas y otras prácticas familiares

Yo veía a mi madre cómo siempre nos daba cosas caseras, la manzanilla con matalahúva para los gases, entonces eso te ayudaba a tirarlos. A mis hijos, ya era diferente, le he dado manzanilla, pero luego ya con cuatro, era más rápido el jarabe de la farmacia.

La planta que mi padre la refería mucho porque su hermana tuvo unas fiebres muy altas, y estaba en víspera de casarse, ni los médicos le bajaban la fiebre, y mi abuela, escuchó de uno que la quinina era buenísima para la fiebre. Mi padre fue al campo, la cogió se la dio y fue cosa santa la quinina. Fíjate que no he vuelto a oír la quinina ya, pero vamos, esa planta cosa santa porque fue tomarla y le bajó la fiebre.

Mi madre se llamaba Encarnación, yo la veía, y así aprendía. Yo le ayudaba y se me quedaba todo, nada más que de verlo y hacerlo. Por ejemplo, ella también padecía de migraña que antes le decían jaqueca, y se ponía malísima, y ella lo que hacía era acostarse, todo cerrado a oscuras.

Las recetas de cocina: herencia materna

Empecé a cocinar, muy joven, de pequeños mi madre tenía una mujer, pero ya a la juventud me dedicaba yo, sobre los 13 años me tuve que aplicar.

De mi madre he aprendido mucho, sobre todo a cocinar. Los dulces, que sigo haciendo. Yo me acuerdo de las recetas de mi madre, la comida todavía la sigo haciendo. Hago los borrachuelos, los roscos de sartén. Por Semana Santa hacía cañas, que eso es una masa que la envolvía en una caña y la echaba a la sartén, luego eso lo sacaba y la rellenada de crema, eso estaba buenísima.  Tampoco podía faltar el potaje de garbanzos y bacalao. Claro, yo cocinaba con ella y eso se me ha quedado. Me acuerdo también de la crema pastelera que hacía mi madre y la leche agría, que ponía una cáscara de limón, canela, mantequilla, azúcar. Hacía otros dulces de naranja, pero fíjate yo tenía una libreta con las recetas de mi madre y en el traslado de cuando vivía en la Calle Real, se perdió.

Fíjate que a veces hasta mis hijos me dicen que les enseñe a sus mujeres, me dicen: “mamá, enséñale a cocinar esas cosas, que están muy buenas”. Pero vamos, que ellos me ven, y mi hija, por ejemplo, cocina muy bien. Ella se casó, y lleva la casa muy bien. Claro, se fija mucho en lo que yo hago, pero también mira por internet otras comidas. Mi hija, le gusta cocina, la casa. Y yo le digo: “mira como lo que tú hagas no se encuentra”.

Pérdida de las costumbres de antes

Yo creo que esto se está olvidando, pero fíjate que en la tele sale lo contrario, porque otra vez está volviendo la comida de la abuela, las sábanas de la abuela y todo lo de antes, porque era bueno. Las legumbres. El otro día, sin ir más lejos, me dice mi hija: “tengo el cuerpo malo, tengo vómitos, angustia” y le dije: “mira esta noche, vas a coger la naranja le vas a echar un poquillo de azúcar y aceite de oliva y lo mueves y te lo comes”. No quería porque le daba angustia. A otro día estaba yo desando de llamarla, y le dije: “¿cómo has pasado la noche? y me dice: “Ay mama que bien me sentó, esto lo voy a hacer más veces”. Y le dije: “tú verás, que cosa más sencilla, es como la ensalada de naranja que me hacía mi madre, si estaba fuerte la naranja con el azúcar el aceite”. El caso es que en la tele se oye, que hay que volver a las costumbres de antes y en el mercadillo siempre nos dicen que saquemos las sábanas de la abuela de algodón, que es más sano.
Yo creo que la gente va a lo más ligero, a lo que ya está hecho. También puede ser por el trabajo, que no tienen tiempo y es que antes las cosas te las tenías que hacer tú. Pues es lo que había.