El reloj despertador ha vuelto a sonar

“Menuda enfermera voy a ser si me desanimo a la primera de cambio”

Paula Díaz Cumplido
Estudiante de Enfermería. San Juan de Dios, Bormujos, Sevilla, España.

El reloj despertador ha vuelto a sonar. Noto que los días cada vez son más largos porque puedo ver que la luz matinal ya inunda mi habitación. Me levanto y voy al cuarto de baño, como cada mañana, y me aseo. No quiero perder mis hábitos. Me visto como si fuera a acudir a mis prácticas en el hospital, pero hoy tampoco voy a poder ir. Como cada día desde hace ya casi dos meses me siento en mi escritorio a estudiar, pero no puedo evitar que mis pensamientos vuelen libres, aunque yo no lo sea. Mis padres aún no se han levantado, ellos, aunque trabajan desde casa, comienzan su jornada un poco más tarde. Son mayores de sesenta años y tienen los medios para poder realizar sus tareas desde la distancia. En el fondo me alegra de que sea así: me preocuparía mucho más si tuvieran que acudir a su centro de trabajo cada día.

Soy consciente de cómo nos ha cambiado la vida el coronavirus, cómo ha aplazado nuestros proyectos personales e, incluso, cómo los ha puesto en riesgo. En estos momentos la incertidumbre de mi futuro me inquieta y me entristece. ¡Tenía tanta ilusión de terminar este año mi carrera de enfermera y empezar a ejercer de inmediato! Desde mi cuarto estoy oyendo a mis padres en la cocina. Seguro que se están preparando un café. En especial mi madre siempre dice que no es persona hasta que no se toma un café recién levantada. No puedo dejar de temer por ellos: se les considera personas de riesgo por tener patologías previas, no solo por su edad. Con angustia espero que lleguen las once para poner las noticias y saber la evolución de la pandemia. Ayer fueron unos datos esperanzadores o, al menos, no tan dramáticos, pero las personas siguen muriendo a causa del dichoso virus, y siguen apareciendo nuevos contagiados. A pesar de ello, el Gobierno ha anunciado medidas de des-confinamiento, la situación económica del país lo exige: la falta de actividad por la paralización obligada de la producción y del consumo está haciendo mucho daño a muchas personas, a muchas familias. Recuerdo cuando empezó todo.

No nos queríamos creer que este virus fuera diferente al de la gripe estacional, incluso oíamos que era menos letal. Nos parecía curiosa y hasta pintoresca la reacción de los chinos construyendo un hospital gigantesco en poco más de una semana para atender a lo que, entonces, aún se consideraba una epidemia, no una pandemia. Recuerdo las informaciones confusas sobre el origen del patógeno, que si era fruto de un ensayo intencionado de guerra biológica, que si había sido una fuga accidental de unas instalaciones secretas para la fabricación de armas biológicas, que si era la consecuencia de comer carne de animales salvajes, a lo que los chinos estaban acostumbrados, como el pangolín, las serpientes… En realidad, a fecha de hoy, aún no se sabe, o al menos yo, el verdadero origen del COVID 19, y creo que es de suma importancia averiguarlo: no deseo que esta tragedia humana se vuelva a repetir en un futuro. Han pasado casi dos meses desde la primera declaración del estado de alarma en el país y tengo la sensación de llevar encerrada mucho más tiempo.

Me doy cuenta de lo acostumbrada que estaba a reunirme con mis amigas, a verme con mis hermanos, a salir y entrar en mi casa a libre voluntad. Mi padre acaba de asomarse a saludarme y le he ofrecido una fingida sonrisa. No quiero preocuparlo más de lo que ya veo que está, pero sigo sintiendo mucho miedo por él y por mi madre. No puedo concentrarme en mi trabajo fin de grado que me apetece por fin terminar. Mi imaginación me lleva una y otra vez fuera de estas cuatro paredes, y me veo en el hospital sintiendo el ambiente, oliendo a fármacos, oyendo la llamada de una paciente que, sobre todo, desea que le den ánimos porque lleva mucho tiempo hospitalizada, lejos de sus seres queridos. Me gusta servir de ayuda, me gusta que los enfermos se alegren de tenerme cerca, de que me consideren una amiga empeñada en que recuperen su salud cuanto antes. Sin darme cuenta ha llegado la hora de comer. Mi madre me lo ha recordado. Tengo la impresión de estar metida en un bucle temporal. Como aquella película de Bill Murray, “Atrapado en el tiempo”, donde cada día era una copia del anterior. Y lo malo es que, a diferencia de la película, me siento envejecer, como si estuviera perdiendo tiempo de mi vida. Creo que debería pensar más en positivo, que toda esta época quedará pronto en el olvido, como un mal sueño. Debo pensar que pronto se encontrará cura, que pronto dispondremos de una eficaz vacuna.

No quiero dejarme arrastrar por el pesimismo, por la depresión. ¡Menuda enfermera voy a ser si me desanimo a la primera de cambio! ¡No lo puedo consentir! Durante el almuerzo charlo despreocupadamente con mis padres, mayormente sobre temas sin importancia ya que el virus ha trastocado casi todos los planes de futuro de cada uno. Aun así, me reconforta pensar que al menos lo bueno que nos ha traído esta situación es que podemos pasar más tiempo en familia. Por la tarde, como todos los días, hago unos abdominales en el suelo de mi habitación, a continuación hago unas sentadillas y por último simulo que corro, aunque no me muevo del mismo sitio. No quiero dejar de hacer ejercicio: me horroriza coger peso con la inactividad. Suena el teléfono. Es una videollamada de mis amigos. Me arreglo el pelo como puedo y charlamos un rato. Jamás pensé que echaría tanto de menos poder tomarme una cerveza en la terraza con ellos. Esta vez hay malas noticias porque uno de ellos nos cuenta que su abuelo falleció anoche, de un infarto. Desconsolado nos cuenta que ni siquiera ha podido despedirse de él. ¡Qué horror! Pienso en mi abuela, que esta en una residencia y deseo que no le pase nada. Mañana la llamo sin falta, otra vez. Parece mentira que a sus 88 años haya tenido que aprender a hacer videollamadas con su móvil.

Exhausta, como todas las tardes, me tumbo en mi cama y, nuevamente, mi pensamiento viaja libre como el viento. Y me veo trabajando en un hospital y me siento bien. Me siento muy bien. Y me digo una vez más, como todos los días, como todas las tardes: Esto ya va a terminar, y va a terminar bien.

Cómo citar este documento
Díaz Cumplido, Paula.  El reloj despertador ha vuelto a sonar. Narrativas-Covid. Coviviendo [web en Ciberindex], 10/05/2020. Disponible en: https://www.fundacionindex.com/fi/?page_id=967

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