El COVID-19 y sus diferentes caras: memorias de una enfermera.

¿Realmente estar encerrada con una paciente asintomática estable y darle de comer una vez por turno me convierte en un héroe?

Juana Maygualidia Aguilar Gutiérrez
Enfermera. Facultad de Estudios Superiores Zaragoza. UNAM, México.

A modo de bitácora y crónica de registro, estando en la Ciudad de México la manifestación del primer caso se detectó el 27 de febrero de 2020, 64 días después el número aumentó exponencialmente a 19.224 casos, a lo cual el sector salud tanto público como privado tenían y debían de enfrentar como la línea primaria de defensa y contención de tal salvaje y despiadado adversario, no obstante ante la monstruosa batalla iniciada se tenía que proteger al personal de riesgo que formaba la plantilla de trabajo es decir compañeros mayores de 60 años, personal con patologías preexistentes.

En mi unidad de trabajo fue un total de 49% de personal de riesgo, este no fue reemplazado quedando una plantilla de trabajando de un 51%. el hospital donde laboraba es del sector privado y no se podía dar el lujo de contratar personal, porque de igual modo la demanda de los servicios en este nosocomio descendió abruptamente, de repente los niños ya no presentaban accidentes domésticos, ya no llegaban niños con traumatismos cráneo encefálicos, el servicio de pediatría que contaba con un aproximado 50 camas parecía una zona desierta, no habían pacientes, las urgencias pediátricas atendían al día 5 niños y la mayoría eran ambulatorios.

Sin embargo, cuando el gobierno de la ciudad de México a través de la secretaría de salud estableció convenios con hospitales privados para hacer frente a la pandemia de COVID-19, las camas se empezaron a llenar de pacientes contagiados en su mayoría adultos.
Secuencialmente el hospital procedió a instalar el área de terapia intensiva COVID adulto, previamente una doctora fue quien nos capacito para utilizar de manera correcta el equipo de protección personal, por lo que se consideraba que ya estábamos listas para salir a esta área, tras lo anterior finalmente era el momento de dar batalla a una guerra patológica, y biopsicosocial. Subsecuentemente las y los jefes de servicio realizaron un rol de salida para esta área, recuerdo llegar al hospital, lo primero que hacía era ver este rol.

El primer mes por azares del destino no me tocó ir a esta área de terapia intensiva COVID adulto, sin embargo atendí a una niña de un año, que era positivo al sars cov 2, afortunadamente asintomática y estable, esa noche me vestí con el equipo de protección me coloque la máscara snorkel, toda aguerrida entraba a la batalla estando yo totalmente armada y blindada, en aquel momento e instante estando a minutos antes de entrar, llegó una de las supervisora la cual me refirió “no tienes porqué salir del cubículo en ningún momento una vez adentro”

Él bebe durmió toda la noche, signos vitales dentro de sus parámetros, saturando al 100% sin apoyo de oxígeno, al cabo de ll horas entregue el turno sin ninguna novedad, más que solo pasar la información de no salir del cubículo una vez adentro por las políticas del hospital.
Al regreso a casa procedí a encender la televisión y escuchaba la cifras abrumadoras y desgarradoras sobre la tasa de morbilidad y mortalidad de pacientes de COVID-19, como la agresividad de este fenómeno patológico terminaba sin piedad con el ente humano, de repente, alguien hacia la referencia a todo el personal que colaboraba en el sector salud denominando y llamándonos héroes, sin embargo en ese justo momento sentía que yo no era digna ni merecedora de aquel seudónimo o título de gran valía y honorabilidad en verdad debo y tengo que preguntarme ¿realmente estar encerrada con una paciente asintomática estable y darle de comer una vez por turno me convierte en un héroe?

A título personal sentía que estaba engañado a la sociedad, ya que en todos lados en todas partes se referían al personal de enfermería como heroínas los ángeles blancos, como tener el derecho de poder llamarme una heroína ¿realmente lo era?

En la vida todo ocurre con la causalidad coyuntural de eventos y circunstancias, quizás esa primera experiencia con un paciente positivo teniendo este último las características antes mencionadas, me estaba preparando para lo que venía.

El tiempo transcurrió de forma inevitable y un día como muchos al llegar al hospital me percato que las jefes del servicio y la supervisión, modificaron el rol, fue de una sorpresa que la primera que le tocaba salir al área de terapia COVID adulto era precisamente yo, ante este hecho camine hacia el casillero, tomé lo necesario y me dirigí al servicio al área asignada, al llegar solicite todo el equipo de protección personal, me cambie conforme las normativas y disposiciones del hospital, mientras realizaba esta actividad en el vestidor de mujeres, varias compañeras del turno vespertino fueron saliendo, y referían entre sí; ahora si me siento cansada, esperemos que los pacientes puedan lograrlo, ya no hay camas libres, abrieron otra ala para recibir a los pacientes positivos, otras enmudecidas con el rostro lastimado.

Al irse, se despedían con la frase buen turno y esperemos encontrar mejor a los pacientes. Yo únicamente me limitaba solamente a escuchar y a observar muy atenta. Estando yo lista, vestida y protegida me dirigí hacia el servicio, al llegar la jefe a cargo de la velada, nos anotaba nuestros nombres en la parte delantera y trasera de la bata, para poder identificarnos.
En este servicio a pesar de ser una terapia COVID resultaba ser totalmente especial ya que se conseguía apreciar aquel ambiente y dinámica del compañerismo y trabajo en equipo, mismo que representaba en primera instancia el motor de cada guardia, cada uno de nosotros nos ayudábamos mutuamente a pesar de la adrenalina continua que se vivía.

Siendo este servicio desde mi perspectiva una hermandad, una fraternidad, una legión de batalla.
Justo en aquella noche me asignaron a los pacientes que atendería en dicho momento e instante, fue una noche de código azul, a lo cual todos nos coordinamos para ayudar y sacar al paciente adelante. Yo corría de un lado a otro, las guardias pasaban de una forma realmente fugaz sin embargo yo me sentía bien, ya que ahora si estaba contribuyendo con un granito de arroz en la lucha, hombro con hombro a lado de todas mis compañeras.

Fueron tantos los pacientes que se atendieron en el hospital que mi corazón se regocijaba cuando alguien ganaba la batalla contra el COVID-19, pero cuando la batalla se perdía, me era imposible no sentir dolor, un dolor que quemaba mis huesos y mi ser, tan solo al tener que imaginar el llanto y duelo de una madre, el sufrimiento de los familiares, el tener que saber que dejaban este mundo, sin ni siquiera poder despedirse de ellos, era algo muy frustrante al tener la impotencia de no poder hacer más por ellos.

Los días transcurrieron y claro llegaba de igual cuenta a la terapia COVID-19, con todos los ánimos del mundo sumamente aguerrida, empoderada y más que nunca orgullosa de ser enfermera y lo que aquello representa, simboliza e implica.
Sin embargo, a pesar de todo lo anteriormente mencionado, como ser humano tenía siempre latente el temor y el miedo de contagiarme, de dejar sola a mi madre, esto era muy raro porque en cierta forma no le temía a la muerte, sino al dolor y angustia que mi muerte podía ocasionar a mis seres queridos.

En este sentido, de forma repentina me vi envuelta en una plática con una compañera que se vio muy grave por el COVID-19 y me refería exactamente lo mismo, el temor que sintió y no realmente por ella, sino por dejar sola a su hermana, de tener que causarle tan duro y gran dolor, que cada uno de sus pensamientos al estar internada era, ¿que pasara con mi hermana? ¿Quién cuidará de ella? Justo en aquella plática vi correr sus lágrimas por sus mejillas, en cada palabra que pronunciaba, reflexionado sobre aquella charla, quizás todos tenemos ese sentimiento en momentos tan cruciales como este.
Las caras y realidades relacionadas al fenómeno patológico del COVID-19, son como una serie de máscaras, fachadas y entidades, que conforme nos vamos despojando de una, otra sale a relucir consecutivamente, en realidad no sabemos cuál sea, pero nadie puede, no podrá escapar de todas y cada una de ellas, por lo tanto, esta terrible y monstruosa enfermedad, me enseñó una serie de caras y realidades siendo estás: dolor, miedo, tristeza, sufrimiento, frustración, esperanza, agradecimiento, pobreza, desolación, duelo y muerte.

El COVID-19, se llevó de forma implacable a varios guerreros, que lucharon hasta el final como entidades de honor y de gloria hasta el último instante de su vida, honor a quien honor merece.
Aun en la presente tripulación que aún se vive, muchos siguen y seguimos en pie de lucha, guerreras/os con armaduras blancas, que dejaran y darán el todo para poder luchar, por aquellos que piden a grito una palabra de consolación una mirada de aliento una intervención oportuna.

Teniendo presente la encomienda de alcanzar la trascendencia y la supervivencia actual y venidera, lucharemos hasta el final, al final de toda esta campaña de guerra contra tal poderoso e infame rival, venceremos y al mirar atrás las generaciones venideras sabrán de primera instancia nuestra verdad, nuestra realidad, el que estuvimos ahí y que aquel legado que forjamos prevalecerá por la eternidad.

Cómo citar este documento

Aguilar Gutiérrez , Juana Maygualidia.El COVID-19 y sus diferentes caras: memorias de una enfermera. Narrativas-COVID. Coviviendo [web en Ciberindex] 22/09/2021. Disponible en: https://www.fundacionindex.com/fi/?page_id=2351
 

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