Relatos de pandemia

“Me he dado cuenta que el valor más importante es la humanidad”

Soraya González López
Técnico en Cuidados Auxiliares de Enfermería, Unidad COVID, Hospital Medina del Campo, Valladolid, España.

Un 14 de marzo de 2020 llega a nuestro país un estado de alarma, nadie nos podíamos imaginar que esto nos pudiera pasar, todos pendientes de la televisión, donde un mensaje del presidente provocó que un abrir y cerrar de ojos nuestras vidas cambiarían por completo, donde permaneceríamos reclutados en nuestras casas separados de nuestros seres queridos, nuestras calles parecían desiertos, parecía un pueblo fantasma.

Para mí como para mucha gente fue como un chorro de agua fría, personal y profesionalmente. Me senté a reflexionar y sentí que no podía relajarme, había elegido esta profesión, Técnico en Cuidados Auxiliares de Enfermería -TCAE-, y tenía que ponerme manos a la obra, dar en este momento y más que nunca lo mejor de mí, poner mis conocimientos al servicio de los pacientes que lo necesitaban.

Era muy difícil, sentía miedo, miedo por lo que pudiera vivir, miedo de contagiarme y podérselo llevar a mi familia. Tenía dos hijos pequeños, por los que disfrutaba de una reducción de jornada para pasar más tiempo con ellos. Sin embargo, di un paso al frente y decidí aumentar mi jornada a jornada completa, cambiando los turnos de 8 horas a turnos de 12 horas. Tuve que reajustar mi vida familiar quitándoles dedicación a mis hijos, que se quedaban en casa, organizándome con mi marido que además es también profesional sanitario y el amplio horario de trabajo nos traía de cabeza.

Tuve que ser fuerte y mirar hacia adelante. Llegó el día de entrar en la planta COVID, fue una sensación rara la que sentía, tenía miedo, tristeza, incertidumbre, preocupación, impotencia…. Eran un montón de sensaciones acumuladas difíciles de explicar. Reinaba el silencio entre los compañeros, sentimientos encontrados cuando cruzábamos nuestras miradas, era una situación inédita para todos.

Llegó el primer momento de vestirnos con esos buzos, doble guantes, calzas, gafas, mascarillas que provocaban una sensación de asfixia, parecíamos auténticos astronautas, para poder entrar en las habitaciones. Ahí me di cuenta de lo que nos tocaba vivir: caras de miedo, asustadizas, gente que no sabía lo que iba a pasar, ni cómo iba a acabar, pero lo malo y lo peor de todo esto, en SOLEDAD. Tenerlo que pasar solos sin un familiar que pudiera darles calor, ánimo o consuelo. No solo pensaba en ellos, sino en sus familiares que sufrían desde casa sin poder despedirse como se merece de ese padre, madre, abuelo, abuela e incluso hijo en tan duro trance.

Me hice el firme propósito de darles eso que no podían recibir de los suyos: palabras de ánimo, de aliento, silencios complacientes, escuchas, asentimientos, promesas, pulgares hacia arriba… muchas veces se hacía cuesta arriba, pero esa es una de las grandes lecciones que me ha enseñado el dichoso coronavirus, a empatizar mucho más con el paciente.

Cada día era una información nueva, un protocolo diferente, surgían brotes, se abrían más plantas, era un sin parar. Dar las gracias a tantos y tantos voluntarios que donaban o ayudaban con todo lo que estaba en su mano para ayudar: con sus batas, calzas, pantallas 3D, donación de geles, material impermeable, mascarillas hechas puntada a puntada, labores de desinfección que pusieron todo su empeño y esfuerzo para juntos salir de esta situación.
Otro de los momentos más duros, que nadie queríamos que pasase, pero que por desgracia pasaba a menudo, sin importar la edad, era la hora de los fallecimientos, el tener que meter el cuerpo en una bolsa y fumigarla con lejía como si fueran auténtica basura, momentos duros que se quedan grabados en la memoria. Pero no nos quedó otra que ser fuertes y luchar contra ese maldito “bicho”. ¡Qué rabia me daba la gente que pensaba que esto era un juego y se saltaba las reglas!

Volvías a casa en coche y sentías los aplausos de la gente desde los balcones, se te erizaba el vello, los ojos se volvían acuosos, y porque no decirlo, muchas veces llorabas de la impotencia porque no podías hacer más por ellos. Los arcoíris adornaban las ventanas con el lema “todo va a salir bien” pero hay veces que necesitabas un abrazo, un desahogo para seguir adelante porque todo era incertidumbre, pacientes que dejabas sanos, al día siguiente estaban intubados, o peor aún muertos. ¡Qué mierda de virus era este!

No podía dejar de pensar en mis hijos, mi marido, que intentábamos cambiar el turno para cuidar a los peques. Agradecer a mi suegra, que estaba en proceso de superación de un cáncer, que fue muy valiente pues nos ayudó a cuidar de mis hijos las veces que coincidíamos en turnos, para que cuidáramos nosotros a los demás. Es una situación que no se dio relevancia, pero como profesionales sanitarios nadie pensó en los hijos de estas personas, donde nadie se atrevía, ni pagando, cuidar a los hijos de sanitarios por miedo al contagio. Además, mi familia vivía en Bilbao, no podían echarnos una mano, ni tampoco podía verlos de cerca a mis padres, mis hermanas, no pude conocer a mi sobrino que nació en plena pandemia, esto hacia más duro llevar la situación, pues muchas veces me sentía sola. Gracias a Nicolás y Jorge por su paciencia, por esperarme cada día detrás de la puerta y desde la distancia verlos sonreír, por animarme, por sentirse orgullosos de su madre, por hacerme jugar y sonreír ¡fuisteis mi mejor bálsamo!

Así he seguido luchando día a día, profesionalmente todo esto me ha marcado, ha hecho sentirme orgullosa de mi profesión, he crecido, madurado, aumentando unos de los valores más importantes de la sanidad, la HUMANIDAD. Personalmente he podido darme cuenta de lo importante que es vivir el día a día disfrutando de los míos de esos pequeños gestos, miradas, logros, abrazos y besos que no le damos la verdadera importancia hasta que nos falta.
¿Cuántos pacientes y familiares lo habrán echado de menos? Debemos ser agradecidos de poder estar escribiendo este relato que nos sirve para exteriorizar todo lo acumulado en nuestro interior y valorar lo importante que es nuestra labor en el día a día.

Tengo que dar las gracias de poder estar escribiendo este relato que me sirve para exteriorizar, todo lo acumulado en mi interior y valorar lo importante que es nuestra labor del día a día.

Cómo citar este documento

González López, Soraya. Relatos de pandemia. Narrativas-COVID. Coviviendo [web en Ciberindex] 22/09/2021. Disponible en: https://www.fundacionindex.com/fi/?page_id=2345
 

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