
“Las personas somo imparables, tenemos una gran capacidad de metamorfosis”
Carla Villanueva Pérez
Enfermera. Unidad COVID. Hospital Medina del Campo, Valladolid, España.
Llegó marzo, mes de la lluvia en el que continua el frio a pesar de que casi siempre se escapan pequeños rayos de sol. Hacía escasamente un mes que había empezado mi nuevo trabajo, llena de ilusión y proyectos por delante. Me había pasado todas las Navidades de 2019 trabajando en Atención Primaria, haciendo guardias por diferentes pueblos y este nuevo trabajado era una oportunidad para aprender. Como recién acabada que soy; a pesar que era mi tercer año trabajando como enfermera, en la sanidad pública de mí comunidad no ofrecían contratos muy duraderos en los hospitales, así que decidí ir donde me reclamaron, en la residencia donde tan buenos momentos he pasado.
En febrero de 2020 habíamos empezado a trabajar nuevos el médico y yo, también teníamos otra compañera enfermera que llevaba muchos años allí a sí que con su ayuda y nuestra ilusión decidimos encaminarnos en proyectos y cambios pero todo se desmoronó.
Empezaron los rumores, una nueva enfermedad estaba rondando el mundo. Las noticias estaban en todos los canales de televisión. Recomendaron el uso de mascarillas, equipos de protección, lavado de manos… Nos enfundaron en unos EPIS en los que apenas las personas que nos veían todos días podían reconocernos.
Los ancianos se hacían tantas preguntas que ni nosotros mismos sabíamos contestar, NO ENTENDIAMOS NADA DE ESTA NUEVA SITUACIÓN QUE ACABABA DE COMENZAR.
Llegó el 14 de marzo de 2020 y ese día se declaró el estado de alarma. En la residencia se empezó a entregar mascarillas a todas las personas, distancia de seguridad, hidrogeles y desinfectantes por todas las partes, controles de temperatura continuos… Tuvimos que aprender a manejar la situación desde cero. Todo nos superaba.
No se podía salir y parecía que mi mejor aliento era poder ir a trabajar a pesar de todo, pues dedicaba la mayor parte de mi tiempo a cuidar a los demás.
Cuando volvía a mi casa, todo era una odisea, el uniforme se quedaba en el trabajo pero el resto de la ropa había que desinfectarla. Todos los días una lavadora a alta temperatura para quitar de mí este “maldito bicho´´.
Cada día era una historia nueva, pero parecía que en verano, con el calor todo iba a mejorar… Cambie de trabajo y en mayo comencé a trabajar en la Unidad de Cirugía del Hospital en el que sigo a pie de cañón.
El verano fue distinto, no teníamos muchos casos en la planta de Covid, pero llegó septiembre y todo volvió a empezar.
Los ingresos en el hospital se fueron incrementando y tuvimos que habilitar mi Unidad para atender a más pacientes con COVID. Por un instante sentí que no sería capaz de afrontar esta situación, me superó, y caí, toque fondo pero sentí que tenía que levantarme y luchar por todo lo que siempre había querido ser.
Ver a tanta gente enferma, no poder dedicar todo el tiempo que me hubiera gustado a estar con ellos… Me di cuenta que tenía que ser fuerte, para poder cuidar a los demás.
Parecía que octubre nos había dado un respiro pero llegó diciembre, el mes del turrón, de pasar tiempo con la familia y de disfrutar de la Navidad. Fue un mes muy agridulce, viví en mis propias carnes perder a un familiar por Covid-19. Tuve la gran suerte, a pesar de todo, de poder pasar con ella los momentos más duro, acompañar y darla aliento en los últimos instantes de su vida. Para mí supuso un gran duelo que aún me cuesta recordar.
En enero la situación empeoró aún más en mi hospital, tuvimos que habilitar dos unidades de Hospitalización enteras para el cuidado de los pacientes COVID.
Cada vez ingresaba gente más joven, con miedo en su mirada, ellos no se daban cuenta pero nosotros notábamos ese miedo que sentían, pensaban que a través de “nuestros uniformes” no pasaba ni un rayo de luz, pero al contrario sentíamos aún más cada sentimiento.
Sentían miedo pero también tristeza, tenían que estar solos, no podían recibir visitas, no tenían la mano de su madre, hija, marido, mujer, nieto que les agarrara y les dijera que todo iría bien.
Una gran ventaja fueron las video-llamadas, teníamos un teléfono habilitado para que a través de una simple pantalla de móvil pudieran sentir cerca su familiar; verles, hablar con ellos y darles ánimos, decirles que todo iría bien.
Mi mayor suerte ha sido el gran equipo de personas que he tenido en todo momento a mi lado. Con nuestros días malos, cada uno con su carácter, manera de trabajar y ver la vida pero siempre unidos. Desde luego que esta ha sido mi gran suerte, formar parte de un equipo humano que ha estado siempre a pie de cañón, sin descansar por ver sonreír a las personas que cuidamos.
Siempre he pensado que es muy importante el aprendizaje, la teoría, las clases, simulaciones, todo lo cual me han impartido para formarme como enfermera; pero cada día tengo más claro que trabajar con personas que te hacen día a día el trabajo más fácil es lo mejor.
La vida ha cambiado pero este ´´maldito bicho´´ me ha enseñado a valorar aún más pequeñas cosas de cada día, lo importante que es disfrutar de las personas que tienes a tu lado.
Cuando decidí estudiar enfermería, no lo tenía muy claro, tenía muchas dudas, incertidumbre, no sabía si sería un trabajo para mí, si sería capaz de saber cuidara los demás. Pero cada día que pasa, cada día que vengo a trabajar siento esto es lo que mejor se hacer.
Los aplausos de la gente que salía de sus casas a las ocho de la tarde cada día, las gracias de los paciente que cuidas, las ganas de vivir y de luchar de muchos de ellos, las manos de aliento de los compañeros, esto ha sido mi empuje para seguir…
Si algo me ha enseñado esta pandemia ha capacidad de metamorfosis que tenemos las personas. Como hemos sido capaces de gestionar esta nueva situación. SOMOS IMPARABLES
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