
“No podías salir a caminar, a inspirar aire, a resetear tu cerebro”
Teresa Santos Boya
Enfermera. Hospital de Medina del Campo, Valladolid, España.
Llevamos escuchando últimamente este término en numerosas ocasiones y contextos, pero quien me iba a decir que esta capacidad para sobreponerte a circunstancias llenas de adversidad, que parecía interesante, pero a la vez desconocida y lejana, incluso teórica, iba a tomar tanto protagonismo en nuestras vidas. Aún recuerdo cómo nuestros abuelos hablaban de “ la guerra del 36 “, y yo desde mi admiración no podía llegar a imaginar las situaciones tan terribles y duras que tuvieron que vivir, me consolaba pensando que algo así no volvería a suceder, pues me equivocaba, ni en una horrible pesadilla hubiera imaginado que en pleno Siglo XXI, estaríamos inmersos en una “nueva guerra”.
Parece insolente o incluso desmesurado definirlo así, pero realmente es como lo he vivido, al frente de la Unidad Covid del Hospital de Medina del Campo (Valladolid), junto a mis compañero/as, nos hemos sentido como soldados que acudíamos a un campo de batalla con armas y balas invisibles, bajo un EPI agotador y tremendamente incómodo como único escudo, enfrentándonos a un enemigo totalmente desconocido que había puesto en jaque al mundo entero. No puedo negar que he sentido miedo, por mis compañeros, por los pacientes, por mi familia, por sus familias… por no saber si lo estábamos haciendo bien, por pensar que podía equivocarme en alguna decisión tomada en un ambiente lleno de caos y desconocimiento, aunque tengo que decir y estoy muy orgullosa de ello, que en todo momento he sentido el apoyo de todos mis compañero/as, tanto de los que estaban en primera línea que han sido muy valientes, y han demostrado su fortaleza y coraje en los momentos difíciles, y que han sido y son un ejemplo a seguir no sólo por su calidad profesional sino también por su calidad humana, como de los compañeros que estaban un poquito más arriba o al mando de otras unidades, y tengo que decir que me han ayudado en la toma de decisiones y que han permanecido dándonos aliento y cobijo en todo momento. ¡Mi agradecimiento a todos ellos!
Las calles vacías, el silencio, la falsa calma que se respiraba en ellas, el ejército, los soldados con los fusiles en sus brazos, todo esto me sobrecogía , me asfixiaba, y llegabas a casa y solo querías estudiar, leer, aprender todo lo que descubrían de ese maldito bicho, no podías desconectar…, no podías salir a respirar, a inspirar profundamente para sacar la angustia del pecho y poder llenar de nuevo tus pulmones como si de una pila alcalina se trataran para tenerlos recargados para afrontar un nuevo día, no podías caminar para resetear tu cerebro y así olvidar imágenes impactantes.
Al día siguiente, de vuelta al trabajo, al cruzar la puerta y entrar en la Unidad Covid, todo se intensificaba más aún, comenzabas a respirar un ambiente lleno de angustia, incertidumbre y miedo, todas estas sensaciones se iban mitigando a lo largo de la jornada gracias al calor del compañero/a, a sus palabras de consuelo, a su mirada cómplice…todo esto, nos unió formando una “pequeña familia”.
Por suerte toda esta atmósfera se ha ido relajando con el paso del tiempo y nuestra resiliencia ha ido creciendo y hemos podido continuar con nuestra labor diaria como sanitarios (Tcaes, enfermeros, médicos..) y no sanitarios (celadores, limpieza…)
He visto llorar detrás de esas pantallas de impotencia, por no poder acompañar más tiempo a los pacientes, porque no estábamos acostumbrados a esta “medicina de guerra” en la que los pacientes están aislados, por tener que hacer videollamadas para que pudieran recibir el afecto de sus familias, por ser la última persona de las que se despedían e incluso entregaban su alma antes de su adiós definitivo.
Cada ola nos ha hecho vivir y sentir emociones diferentes, superamos la primera ola en la que tuvimos que reestructurar de manera urgente la unidad de Traumatología, transformarla en “Unidad Covid” y aumentar la infraestructura rápidamente para poder acoger al gran número de ingresos que venían cada día y reorganizar al personal incluso cambiándoles el turno o de servicio, a pesar de todos estos cambios tan brutales, tengo que decir que su respuesta fue magnifica, “SON UN GRAN EQUIPO”.
En está ola destacaría el miedo, desconocimiento y la incertidumbre. Llegado el verano, parecía que empezábamos a ver la luz, pero en Septiembre llegó la segunda ola, con un brote de contagios entre compañeros con un gran aumento en el número de ingresos hasta el punto de tener que extendernos hasta la Unidad contigua y continuamos resistiendo, creciéndonos ante la adversidad, adaptándonos a las nuevas directrices, protocolos, a los cribados. En esta ola todavía se produjeron más fallecimientos de ancianos que en la ola anterior, y esto hizo mucha mella en nuestro corazón.
Pero la tercera ola, allá por el mes de Enero, fue brutal, todavía aumentaron más el número de ingresos, llegando a tener más del 40% de la totalidad de las camas del hospital ocupadas, fue muy dura con pacientes jóvenes que empeoraban de forma repentina y brusca, está ola la vivimos con una enorme tensión porque a pesar de que ya teníamos más conocimientos y sabíamos cómo tratar mejor a los pacientes y los tratamientos cada vez eran más efectivos, comprobábamos que los pacientes seguían empeorando de forma inesperada y súbita, necesitando intubación y traslado a UCI.
Gracias a la vacuna podemos decir que no hemos sentido las siguientes olas, como ha ocurrido en otros hospitales, tenemos pocos pacientes ingresados, vamos trabajando con mayor normalidad, continuamos con circuitos y con la sectorización de la unidad, pero no bajamos la guardia, no nos confiamos y seguimos cuidando a los pacientes, dándoles lo mejor nuestro cariño y calidad en sus cuidados.
Como podéis observar en todo este relato ha estado muy presente la “resiliencia”, cualidad que me resultaba lejana incluso teórica, pero que con la pandemia, hemos desarrollado enormemente, porque hemos tenido que sobreponernos ante momentos difíciles y hemos aprendido a resistir como lo hicieron nuestros abuelos en “la guerra del 36” y nosotros lo hemos hecho en la Pandemia por Covid-19. A pesar de todo lo vivido tenemos que continuar mirando hacia el mañana, tiene que renacer la alegría y la esperanza, tenemos que dar gracias a la vida por todo lo que tenemos y por la felicidad que hemos vivido hasta el momento. “Vivir intensamente cada instante es sentirse viva/o”
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