Lo que el COVID me ha enseñado a base de sudor y lágrimas

“Recojo mis cosas, me monto en el coche y me hago una anotación mental: “Al llegar a casa, diles que los quieres, pero sin acercarte mucho””

Iván Fulgueiras Carril
Plantilla volante. Hospital del Bierzo, España.

Como enfermero de la plantilla volante del Hospital del Bierzo, la mayoría de mis jornadas laborales empiezan con una llamada a la supervisora de guardia para preguntar en qué planta tengo que trabajar ese día. Y así comienza también mi primera experiencia laboral con el COVID. – Buenos días, soy Iván Fulgueiras, enfermero. Llamo para pedirte el destino. – Buenos días, Iván. Pues vete de refuerzo a la tercera B. Es planta COVID y están saturados con la cantidad de ingresos que han tenido esta noche. Había llegado el momento. Durante la “primera ola” había trabajado en una empresa que se dedica a las terapias respiratorias a domicilio, alejado del ámbito hospitalario. Pero muchas personas de mi entorno son sanitarios, y me habían informado a lo que me iba a enfrentar. Además, durante la pandemia, los medios de comunicación también hacían eco constantemente de la situación del sistema sanitario. Ese día iba a hacerle cara a eso de lo que tanto se hablaba y tanta incertidumbre me generaba. Como cada vez que voy a trabajar en una planta en la que nunca lo he hecho, el primer temor que emerge hace referencia a los compañeros del turno.

La experiencia me ha demostrado que una jornada laboral con compañeros con los que poder contar, hacen mucho más fácil el trabajo. También la experiencia me había demostrado que no todo el mundo está dispuesto a ayudarte. Pero al entrar a la planta y encontrarme con dos enfermeros que conocía, y con los que sabía que iba a haber un buen clima de trabajo, el primer temor estaba superado. – Buenas, es la primera vez que estoy en esta planta, vengo de refuerzo. – Hola Iván. Pues que bien, hoy la verdad que nos hacía falta alguien. Estamos desbordados. Si tienes alguna duda, pregunta sin problema. ¿Dudas? Muchas. Para empezar, nunca me había puesto un EPI. Te enseñan un día en la universidad el protocolo, pero son de esas cosas que al poco olvidas porque no lo llevas a la práctica. Empezaré preguntando por eso, pensé. Primero sacamos la medicación, y mientras, aprovecho para averiguar cómo es el funcionamiento de la planta, cómo trabajan, que hacen en cada turno, como se organizan… Y todo lo que me cuentan es nuevo para mí. Resulta que los pacientes de esta planta no son COVID positivo. Todos los pacientes son “posibles”: por la clínica, por ser contactos de positivos, por algunas pruebas diagnósticas… pero ninguno tiene PCR positiva. Aún así, como son sospechas de COVID, se les atiende como positivos. Pero como puede ser que unos sean positivos y otros no, todos los pacientes de esta planta están en habitaciones individuales. Veinticuatro horas prácticamente solo, excepto por el personal que entraba en la habitación. Y cuando entran, van tapados de arriba abajo. Cuando entre en las habitaciones, pensé, tengo que hacer que disfruten de un rato en buena compañía. Otra cosa que me sorprendió es que trabajaba en equipos de dos enfermeros. Como uno entra en las habitaciones, no puede tocar las cosas “limpias”, asique uno se queda fuera para pasarle el material y la medicación, comprobar los tratamientos y limpiar al otro cuando pasa de una habitación a otra. Bueno, eso cuando son cuatro. El hospital está escaso de enfermeros, asique muchos turnos tienen que organizarse como pueden. – Espera, espera. ¿Cómo que limpiar? – Seguimos faltos de recursos materiales. No hay suficientes EPIS. No podemos cambiarlo de habitación en habitación, y como son sospechas, podemos ser portadores del virus de una habitación de un paciente positivo a uno negativo. Asique, para evitarlo, nos desinfectamos los EPIS al cambiar de habitación.

Y llegó el momento. Mi compañero con el que hago dupla me pregunta si quiero vestirme con el EPI o quedarme fuera. A él le da igual. A mi me daría igual si cada vez que me pida que le pase algo yo supiera donde está. La planta no la conozco, asique si me pide algo no voy a saber donde lo guardan. Le explico mi razonamiento y mi compañero está de acuerdo con que me vista yo primero. Calzas, gorro, mono, doble guante, mascarilla, gafas y pantalla. Ya estoy. Y aquí me empiezo a sentir más protagonista de esta historia que nos ha tocado vivir. Y recuerdo lo que he visto y oído: el calor que se pasa dentro, lo incómodo que es, las marcas o heridas que deja… más tarde podría confirmar todo aquello, pero en ese momento solo podía pensar en que podría contar que fui un enfermero que trabajo durante la pandemia por coronavirus cuidando pacientes COVID. A mis futuros hijos. Y nietos. Yo me sentí importante. Porque para mí, los que lo hicieron antes, lo son. Ahora, me encantaría contar que estuve charlando con los pacientes. Me encantaría decir que, pensando en los cuidados holísticos de enfermería, traté de hacerles pensar en otra cosa. No pude hacerlo. Toma de constantes a todos los pacientes, administración de medicación, curas, electrocardiogramas… la vía de uno extravasada, otro se la había arrancado “sin querer”. – ¡Enfermero! El paciente de la 321 se ha atragantado con el desayuno. – Iván, ha llamado al timbre el de la 330. Se le han caído las gafas nasales al suelo. Las gafas estaban empañadas. Apenas podía ver. Sudaba tanto que la mascarilla estaba mojada. Con cada bocanada de aire que cogía, notaba en la boca la sal del sudor. Estaba incómodo, ya que el traje me quedaba demasiado justo porque no quedaban de mi talla. Me costaba respirar. Estaba deseando que llegara el momento de quitarme todo. Y llego a la última habitación. Es una señora de unos ochenta años. Han quedado con su familia para hacer una videollamada, ya que lleva cerca de una semana ingresada y quieren verla. La paciente no tiene móvil, y a veces hablan por el teléfono de la habitación, pero su familia quiere verla. Supongo que quieren comprobar que está tan bien como les ha informado el médico. A la paciente le encanta la idea, y cuando ve a sus hijos en la pantalla del móvil, rompe a llorar. Sus hijos lo hacen detrás de ella. Y yo, aunque nadie se da cuenta porque el EPI me ayuda a esconderlo, me emociono con ellos. Entiendo lo duro que tiene que ser para ambos. Y hablan poco, pero se dicen mucho: que se quieren. Y no paran de darme las gracias por ponerlos en contacto. Y yo me emociono más. Por esto soy enfermero, y esto me lo recuerdo desde ese día. Casi tan emocionante fue el momento de quitarme el EPI. Me explican bien como hacerlo, y cuando procedo a ello, el pijama desechable que llevo por debajo esta encharcado en sudor. Mi compañero no se sorprende, está acostumbrado. Yo creo que no he sudado así ni en la clase más intensa de zumba. Voy a beber agua y ya es la hora de dar la medicación de la comida. Hay que volver a empezar la ronda. Mientras me ducho en el hospital, para evitar llevar el “bicho” para casa, repaso todo lo que ha pasado.

El día ha sido una montaña de emociones. La incertidumbre, el miedo a lo desconocido y las dudas de hacerlo bien, se han mezclado con la satisfacción, el orgullo y un poco de amor propio. Soy enfermero, siempre lo he querido ser, y hoy he comprendido un poco mejor el por qué. Tengo miedo de que, al llegar a casa, pueda poner en riesgo a mi familia después de esta jornada. Me preocupa que alguien de los míos sea el que ocupe la única habitación que ha quedado vacía porque el paciente que la ocupaba ha fallecido.

Pero, con cierta resignación, me vuelvo a decir que he elegido ser enfermero, y a pesar de todo, me hace feliz. Que una familia me agradezca una simple videollamada, me hace feliz. Recojo mis cosas, me monto en el coche y me hago una anotación mental: “Al llegar a casa, diles que los quieres, pero sin acercarte mucho”.

Cómo citar este documento

Fulgueiras Carril, Iván .Lo que el COVID me ha enseñado a base de sudor y lágrimas. Narrativas-COVID. Coviviendo [web en Ciberindex] 08/12/2020. Disponible en:  https://www.fundacionindex.com/fi/?page_id=1897
 

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