Pandemia desde un hospital en el entono rural, segunda familia forjada en el medio laboral.

“Realmente el trabajo en equipo fue excepcional respecto a atención al paciente y a conexión entre los integrantes, una experiencia puramente enfermera”

Yolanda Queipo Herías
Enfermera eventual en el Área Sanitaria 2 del Principado de Asturias. Hospital Carmen y Severo Ochoa de Cangas del Narcea, España.

Cuando terminé el grado en enfermería en 2018 decidí apuntarme en la bolsa del SESPA y poner como primera opción el área correspondiente a mi lugar de nacimiento, la bolsa siempre estaba escasa de personal de enfermería y así pensé que podría devolverle algo al lugar que me inspiró para ser enfermera, sumado a que era la mejor opción. Se trata de un área rural y el hospital de área es pequeño, cuenta solo 3 plantas para ingresos y está situado a una hora del hospital de referencia de la provincia al que se derivan las patologías que este no puede asumir, pero da servicio a un extenso territorio en el que prima el éxodo rural y la limitación de comunicaciones.

En marzo de 2020 llevaba casi 2 años ejerciendo la profesión en el área, había trabajado de continuo, al principio en centros de salud, después en la planta de cirugía y traumatología de este hospital y algún día suelto en la planta de medicina interna, donde me encontraba en este momento cubriendo días. Recuerdo la angustia en los momentos iniciales, mirar a la supervisora buscando respuestas que no tenía, la avalancha de preguntas que se le venía encima después de cada reunión a la que asistía para abordar el tema COVID y la cantidad de circulares que se iban amontonando en una esquina del control. Fueron momentos de caos silencioso, interno, se sentía, pero no se dejaba ver. Pronto empezaron los actos firmes, la semana previa al 14 de marzo cuando declararon estado de alarma habíamos empezado ya a utilizar EPIS para sospechas y a aislar a estos pacientes, recuerdo que las mascarillas FPP2 en ese momento pasaron a ser un tesoro que cada uno guardábamos como tal.

Cuando el día 14 se declaró estado de alarma los cambios fueron más marcados con la prohibición de visitas, creación de zona de ingreso para sospechosos COVID a espera de resultado de la PCR, la habituación de esa zona, contaje de mascarillas, firma por cada una utilizada y optimización de las FPP2, aparecieron en ese momento los números de teléfono para COVID con el fin de desaturar el de emergencias común, 112 en Asturias. Fue una semana intensa, el mismo día que me tuve que atender la primera sospecha COVID me aislé en una casa de mi familia cercana a mi domicilio habitual lo que me permitía no poner en riesgo a mi núcleo familiar, y esto que me aportó tranquilidad y me permitió ejercer la profesión sin el miedo a contagiar a mis seres queridos, que, al fin y al cabo, al menos para mí, pesaba más que el propio miedo a contagiarme yo misma. Llevo pocos años ejerciendo, pero si algo estuvo en mi mente desde el momento cero en que decidí ser enfermera es que asumía la profesión con todo lo que implica y este caso era ese riesgo. Realmente estábamos frete a algo totalmente desconocido y nos exponíamos a ello con respeto, pero dejando el miedo a un lado porque detrás de cada una de esas puertas de aislamiento había una persona que necesitaba que realizamos nuestro trabajo con la mejor actitud posible. Los positivos empezaron a aparecer y en nuestro caso los derivábamos al hospital central, una hora de trayecto en ambulancia con enfermera. El caso solía ser el siguiente, paciente por encima de 80 años, COVID positivo, traslado inmediato al HUCA, ahí yo reflexionaba lo siguiente “una persona que lleva viviendo toda su vida en el pueblo con su familia, ingresa en este hospital, mínimo 24 horas solo, aunque habitualmente eran unas 48horas, hasta que salía la PCR y ahora se traslada al hospital central donde harán todo lo posible por su vida, pero sigues pensando que ya es una edad, que está fuera de su entorno, sin poder ver a ninguno de sus familiares durante los días que restan, que los respiradores en otros lugares ya no llegan a todos los pacientes, que el personal de UCI es limitado, y duele, podríamos ser cualquiera o nuestra persona más querida”. Ese momento en que se iban y perdías su pista, es indescriptible, esas miradas al cruzar la puerta de salida a otro hospital, no tanto con los jóvenes pero las personas mayores, no se si porque su situación es más delicada o por tener a mis abuelas como seres queridos cercanos a los que en ese momento solo concebía como de mayor riesgo y empatizaba más, pero se quedaba conmigo un poquito de la incertidumbre del desenlace de la historia, un deseo de que en lugar al que fuesen derivados pudiesen hacer algo más por ellos, sacarlos adelante.

Recuerdo haber publicado en Twitter la frase “me está empezando a doler el alma” con fecha del uno de abril. Fue un periodo de transición muy rápido, un día estábamos en el control hablando entre compañeros cuando se iniciaban los casos en España y uno comentaba que uno de sus compañeros de carrera había dicho que como mucho llegaríamos a los 60.000 casos y nos había parecido una auténtica barbaridad “imposible, como mucho yo pondría 30.000” decía yo, y no habían pasado dos semanas cuando ya nos estábamos colocando el EPI, realizando PCRs en nuestro hospital y los 30.000 infectados ya superados con creces en España. El personal de enfermería que en esta área ya era escaso antes de la pandemia en ese momento resultaba insuficiente, con el riesgo añadido de la posibilidad y aparición real de contagios entre en propio personal, por lo que a finales de marzo comenzamos ha hacer turnos de 12 horas, nos organizaron por equipos trabajamos salvo excepción con las mismas personas. En mi caso respecto enfermería en el turno éramos 3 enfermeros, 2 habituales de la planta y yo, fueron turnos duros, de darlo todo en el trabajo, llegar con la mejor actitud posible y vestirte el EPI se transformó en una rutina y es que yo ahí iba a dar lo mejor de mí, pero tras cada turno se queda la sensación de agotamiento mental, emocional y físico, que recuperaba en casa durmiendo 8 horas ya fuera de día o de noche para poder volver al día siguiente y no agotarme, no era el caso de mis compañeros que tenían hijos pequeños que cuidar al llegar a casa y conciliar esos turnos de 12 horas con los de sus parejas en algún caso enfermeros también, en ese aspecto se que no fue tan fácil para ellos con la preocupación añadida de contagiar a los suyos.

Al final son muchas horas juntos de convivencia hospitalaria con ellos y se terminó forjando una pequeña familia, en la que se compartían sensaciones, preocupaciones, experiencias y en la que verdaderamente aprendí como nunca en el aspecto laboral y que me aportó, también, mucho en lo personal, el valor de una conversación de unas palabras de apoyo…. Realmente el trabajo en equipo fue excepcional respecto a atención al paciente y a conexión entre los integrantes, una experiencia puramente enfermera. Creo que en este momento tan crítico la enfermería sacó a relucir su esencia más pura y humana, aprendí a sonreír con los ojos y transmitir más con las palabras para que el paciente no olvidara que detrás de ese EPI había alguien que estaría ahí si lo necesitaba. Y no olvidaré cuando en mayo se terminaron los turnos de 12 horas y me reubicaron en la planta de pediatría, me fui agradecida y con pena de tener que dejar el maravilloso equipo del que había formado parte y con la satisfacción de tras una PCR propia negativa poder abrazar a mis abuelas de nuevo, el valor de ese abrazo, esa emoción quedará para siempre en mi memoria, es indescriptible.

Cómo citar este documento

Queipo Herías, Yolanda. Pandemia desde un hospital en el entono rural, segunda familia forjada en el medio laboral. Narrativas-COVID. Coviviendo [web en Ciberindex] 08/12/2020. Disponible en: https://www.fundacionindex.com/fi/?page_id=1894
 

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