El virus de la enfermedad del COVID-19, un virus sostenible ambientalmente

“Fue una primavera silenciosa, que a causa del confinamiento domiciliario para contener el virus, hizo que disminuyera nuestro impacto sobre la naturaleza”

Olga Maria Luque Alcaraz
Enfermera. Neurocirugía. Hospital Universitario Reina Sofía, Córdoba, España.

Iniciamos el año nuevo 2020, con gran ilusión, por ser declarado por la OMS, como el año internacional de enfermería en honor al 200 aniversario del Florence Nightingale. Pero con tristeza, porque existían unos incendios muy graves en Sídney, Australia.
Los medios de comunicación mostraban imágenes del fuego, con un cielo contaminado por las cenizas que impedían ver los fuegos artificiales, personas huyendo y la biodiversidad destruyéndose, mientras que los pulmones del planeta se quemaban.
Para mí suponía un verdadero crimen para la humanidad, y mi impresión fue que todas las naciones deberían de ayudar en su extinción antes de celebrarlo. Es cuando pensaba, estamos rompiendo la sostenibilidad con nuestro entorno. Si tenemos una naturaleza enferma y dañada, sin equilibrio, empezaremos a tener consecuencias para la salud. Nos tendríamos que ayudar mutuamente, la naturaleza y los seres humanos, y en vez de cuidarla, y sostenerla, la estábamos dañando.
Yo trabajo en la planta de neurocirugía y estaba realizando mi tesis, pero a mediados de marzo, cuando empezó el estado de alarma en España, me trasladaron a las plantas COVID.
El primer día en la planta COVID, fue por la noche, me presenté a mi nuevo equipo de compañeras de enfermería y médicos/as.
La planta, era para sospechosos similar a un Triaje, donde se clasificaban a los/las pacientes, y también era un lugar para descongestionar las urgencias y las demás plantas.
Al entrar la primera vez en el módulo de la planta, observé que había paños con lejía en el suelo, y las puertas cerradas del módulo.
Todo estaba demasiado en silencio, porque normalmente hay familiares o visitas, y ahora no podía entrar nadie.
Existía un olor muy fuerte a lejía, tanto que me empezó a doler la cabeza y me pregunté: ¿podría dar algún problema respiratorio tanta lejía?, y vi que habían puesto una raya amarilla en el suelo, a la entrada de las habitaciones.
Todas las habitaciones eran de aislamiento, con una mesilla en la entrada y un cubo de residuos peligrosos en la puerta y con otro paño blanco con lejía.
Y esta fue mi primera reflexión, sobre lo que supondría esta nueva situación, pues aumentarían los residuos peligrosos, por los EPIS ya que todo esto será desechable en el contenedor verde con bolsa roja.
Las limpiadoras estaban muy afanadas lavando todo con más lejía, y nos pedían EPIS para entrar en las habitaciones.
Decidí abrir las ventanas del módulo.
Las ventanas de las habitaciones las abría cuando estaba con la puerta cerrada dentro y cuando me iba tenía la precaución de cerrarla. Siempre intentaba no crear corriente entre la puerta y la ventana. Con esta maniobra lo que pretendía era disminuir la carga viral. He de decir, que la temperatura estaba compensada dentro, pero si hacía mucho frio o la persona enferma no quería o le molestaba no la abría.
En las plantas de oncohematología del infantil, hay cámaras de presión positiva, las cuales no dejan entrar microorganismos, esto es lo que debería haber, pero a la inversa, y control por filtros HEPA en los aires acondicionados.
Después de presentarme, le pregunté a las compañeras, qué protocolo había y me dijeron que ninguno, únicamente el plan de contingencia, para el cual no explicaba nada de cómo debe y tiene que actuar enfermería, a pesar de que se actualizaba con múltiples versiones.
Esa noche, me apoyé mi binomio, mi compañera enfermera, porque nos pusieron dos enfermeras por pasillo, en total cuatro por planta, y eso me sirvió de mucho.
Mientras una se quedaba fuera en la zona limpia, otra estaba en la zona contaminada en la franja amarilla, ayudando.
Me fui valiendo de mi experiencia y de la experiencia de mis compañeras. A pesar del miedo pude sentir un gran compañerismo, y trabajé de una manera ordenada a pesar de no tener protocolos y de tener los recursos suficientes, pero contados.
Limpiamos el mostrador con la dilución de la lejía, y estas costumbres las trasmitimos a las compañeras y otras como la limpieza de móviles por ejemplo antes de salir de la unidad con alcohol. Todo esto lo recogí en un manual de recomendaciones, muy informal, que envié a las compañeras de nueva incorporación, con el permiso de mis superiores.
Las pruebas no eran fiables, a pesar de que los síntomas y pruebas de rayos apuntaban a la enfermedad de COVID.
Antes de entrar en las habitaciones, llamábamos por teléfono a cada paciente, y le hacíamos una valoración, porque no podías entrar muchas veces ni estar mucho en la habitación del paciente, ya que todavía no se conocía muy bien esta enfermedad y los recursos estaban contados. Ojalá hubiera una videollamada para ver también como se encontraban.
Para la puesta del EPI, recordé lo que había aprendido en un video, sobre la colocación de estos, y le dije a mi compañera que me dijera si estaba correcto, ayudándome.
Cuando me vestí con el EPI para entrar, estaba sudorosa y torpe, y las gafas se me empañaban, sin pantalla, porque no teníamos. Después, a los pocos días, hubo un movimiento desde la ciudadanía por redes sociales y desde el IMIBIC, que solidariamente nos hicieron pantallas y trajes de protección.
Yo reflexionaba si ese material se podría reutilizar, pero sin contagiarnos, o contagiar a servicios como el de lavandería, y sin correr riesgos.
Cuando entré en la habitación a oscuras, tropecé sin querer con el sillón, y después encendí la luz. Ya con la luz encendida, me encontré un hombre solo, tiritando por la fiebre, tosiendo.
Me presenté y le dio alegría verme, se ve que no había estado con nadie hace bastante tiempo. Era sospechoso, pero después se confirmó que tenía COVID. Abrí la ventana, le tomé las constantes y le extraje una analítica y un hemocultivo, además de ponerle su tratamiento. El tenía oxígeno por gafas nasales y llevaba mascarilla puesta. Se sentía muy culpable por estar contagiado, y me decía que me fuera, que tenía COVID confirmado, y me lo podía pegar. Le intenté animar hablando con él, mientras lo atendía, y cerré la ventana, antes de abrir la puerta. Reflexioné que podía hacer para aliviar esta soledad impuesta por el COVID.
Salí de la habitación, y con la ayuda de mi compañera me quité el EPI, todo iba al contenedor de residuos peligrosos, pensé de nuevo que existía mucha cantidad de residuos.
Trabajé toda la noche con mascarilla quirúrgica, y no me quite la mascarilla, ni siquiera en el office con las compañeras. Además, por miedo a los contagios entre compañeras, nos íbamos a comer y beber, por turnos, en una habitación aparte, aunque cuando charlábamos siempre estábamos con la mascarilla puestas. ¿sería verdad que se contagiaba por las microgotículas en suspensión en el aire al hablar o estornudar?
Las manos las tenías pegajosas, porque el gel hidroalcohólico, no era el de antes, ya que desapareció el de las habitaciones, y se gastó muy rápido el anterior. Las manos las tenía descamadas, además me lavaba con mucha más frecuencia que anteriormente.
Había nuevas normas para la enfermería, ya no se podía tocar al paciente tan libremente, coger la mano, dar un gesto de ánimo. Incluso vino una compañera de contrato nueva, y me comentó que raro era todo, ya que nosotras estamos acostumbradas a estar al pie de cama, sin distancia, acompañando.
Además, estaba el tema de la mascarilla, que nos elimina media cara, nuestro gesto, nuestra personalidad, nuestro lado más humano.
En las semanas siguiente, había compañeros/as contagiadas e ingresados/as, por COVID. Estaba muy preocupada y sigo expectante desde entonces.
Yo me acorde cuando en una conferencia plenaria de la reunión del Consejo Internacional de Enfermería, en 2017, una enfermera africana explicaba emocionada, como habían fallecido compañeras/os por el Ébola y la limitación por la falta de EPIS, que habían tenido.
Es que los recursos son siempre limitados, como ocurre en la naturaleza, de ahí de la importancia de su optimización y aprovechamiento.
Por eso se creó un almacén con un estocaje de material, que firmábamos al entrar a trabajar.
Al día siguiente, dormida todavía de la noche, sentí en el balcón el aplauso para los sanitarios y servicios mínimos o esenciales. Eso, me emocionó y me dio mucha energía para continuar trabajando, a pesar de no poder salir de casa, y de mi habitación.
Las semanas siguientes del confinamiento domiciliario, donde los humanos empezamos a no dejar nuestra huella, la naturaleza tomó las ciudades por todo el mundo. El aire fue más limpio, el sol brillaba, se hizo un silencio, se escuchaban los pájaros por la ventana, en lugar de los coches contaminantes. Pensaba, somos lo peor para el planeta, ningún animal va en contra de su naturaleza. No tenemos derecho a estropear nuestro entorno. Los animales tomaban las calles y revivían todas las plantas en las aceras ya que no las pisábamos destruyéndolas. Fue una primavera silenciosa, que a causa del confinamiento domiciliario para contener el virus del COVID, hizo que disminuyera nuestro impacto sobre la naturaleza y esto se hizo notar.

Cómo citar este documento
Luque Alcaraz, Olga María. El virus de la enfermedad del COVID-19, un virus sostenible ambientalmente. Narrativas- Covid. Coviviendo [web en Ciberindex] 24 /09/2020. Disponible en: https://www.fundacionindex.com/fi/?page_id=1757

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