
“Y ante mis ojos , el paradigma enfermero se desdibujaba, sin poder curar, ni aliviar, ni consolar, ni acompañar”
Silvia Pinedo Extremera
Enfermera. Hospitalizaciones infecciosos. Hospital CLinico Universitario San Cecilio Granada, España.
He tenido otros sentimientos desde el inicio de la pandemia por el COVID19. Pero el miedo ha estado presente cada segundo, de cada día, y aún hoy… Los telediarios hablaban con insistencia creciente de los efectos de un virus aparecido en China y que se extendía por el mundo , en aquellos primeros días de marzo, en los que un mal presentimiento nos hizo, a algunos, anular reuniones familiares y desplazamientos innecesarios, antes de la declaración de la alerta sanitaria, conteniendo la respiración ante lo que se avecinaba y que, sin duda, superaría nuestras peores pesadillas. En cuestión de días estábamos en “estado de alarma”, uno de tantos términos que tendríamos que aprender a marchas forzadas. Soy enfermera desde hace más de 25 años. He asistido en primera fila a dramas humanos de toda índole, como es normal en mi profesión. Despedidas dolorosas, quebrantamientos insoportables de la salud y de la calidad de vida, enfermedades injustas que arrasan a su paso familias y destrozan corazones. Y todo compensaba sobradamente por las veces que contribuí a mejorar la salud de un paciente, a reducir su dolor, a ayudarle en sus necesidades básicas, a aumentar su confort; por las veces que he sido sus ojos, sus manos, su cómplice, su sonrisa, su mano amiga.. Es conocida nuestra máxima : “Si no puedes curar, alivia; si no puedes aliviar, consuela; si no puedes consolar, acompaña”. Principio que parece caer de su propio peso, sobretodo para los que elegimos dedicarnos a cuidar (del verbo amar). Nunca me detuve a cuestionarlo ni contemplé la posibilidad de que podría no ser así, de que podría ocurrir algo que no me permitiera, ni siquiera, acompañar a mi paciente, solo en su habitación, mientras se despedía de este mundo sin un beso, sin una caricia ni una mirada de sus seres queridos. Hablo de mi paciente Diego, de mi paciente Teresa, de Carmen, Manuel, Pedro, Inmaculada, Antonia, José Luis… Ese paciente que, en la mayoría de los casos, era llevado al hospital por fiebre o síntomas catarrales y en pocas horas estaba solo en una habitación sin saber por qué, que me pedía que llamara a sus hijos, enfadado porque le habían dejado allí, sin poder ni siquiera salir al pasillo.
Teniendo que ver pasar las horas, los días y las noches desde la ventana de su habitación de hospital, donde muy pocas veces entraba alguien a verlo o atendían sus llamadas. Cada día más débil, desorientado y sintiendo que se asfixiaba mientras esperaba la hora en la que entrara a su habitación un ser humano irreconocible, cubierto de plástico, distinto al último, para quedarse apenas unos minutos, los necesarios para pincharle otra vez, entrarle una bandeja con comida, auscultarlo, asearlo o cambiarle un suero… hasta la siguiente visita.
Y dentro de ese traje de plástico, yo, llena de miedo, poniendo todo de mí para que no se me notara, consciente de que ésa podía ser la última vez que le asistiera. Miedo de volver a casa, a un mundo silencioso y amenazante. Miedo a recibir noticias de un ser querido con fiebre. Miedo a escuchar las cifras endemoniadas. Miedo a estar informada. Miedo a no estarlo. Miedo a la información sesgada y a las realidades paralelas. Miedo al sonido del teléfono, tras el cual me preguntaban por mi situación. Miedo a tener que mentir, porque cada día que era menos capaz de contar lo que estaba viviendo y de pretender la empatía de los míos, que bastante tenían ya con sus propios miedos. Miedo a volver a entrar al turno al día siguiente, sin saber si habría equipos de protección y si realmente lo eran. Miedo a cambiarme de ropa. Miedo a tocar, a tocarme y a que me tocaran. Miedo a comer. Miedo a hablar y a que me hablaran. Miedo a respirar. Miedo a sonreír cuando quería gritar. Miedo a los ataques de llanto, a las pesadillas, al aislamiento autoimpuesto sin horizonte a la vista. Miedo constante por mí misma, por mi familia, por mis pacientes.
Miedo a la muerte. Ella se paseaba a sus anchas entre nosotros, los sanitarios, que teníamos y queríamos estar allí, y dar mucho más de lo que podíamos, porque entrar una vez más a una habitación podía significar no poder entrar al día siguiente, por la escasez de equipos de protección. La sensación de no estar a la altura de las circunstancias, de desbordamiento, de saber que administrábamos medicación experimental que podía provocar reacciones horribles, como única herramienta terapéutica, era difícil de sobrellevar. Miedo a que este bucle hubiera venido para quedarse. Y ante mis ojos , el paradigma enfermero se desdibujaba, sin poder curar, ni aliviar, ni consolar, ni acompañar. Sin duda, la experiencia más dura de mi carrera. Y eso, también da miedo.
Cómo citar este documento
Extremera Pinedo, Silvia. Miedo constante. Narrativas- Covid. Coviviendo [web en Ciberindex] 04/09/2020. Disponible en: http://www.fundacionindex.com/fi/?page_id=1663