Adaptación exprés ante una pandemia .

” El testimonio de una paciente a la que cuidé, resultó para mí ser un rayo de luz entre los arcoíris”.

Paula Diest Pina
Enfermera quirúrgica. Hospital Universitario Miguel Servet Zaragoza, España.

Una actividad muy recurrente durante los paseos mañaneros con mi padre los días que yo no tenía que trabajar era hablar de la actualidad. Recuerdo que sobre Navidad (un año parece que ha pasado, la manera en que transcurre el tiempo según nuestras emociones es digna de estudio) mi padre mencionó una epidemia que se había originado en China. Mi conclusión de aquella historia fue que el virus había aparecido por la suciedad de aquellos exóticos mercadillos chinos, con sus variopintas costumbres de comer extraños animales. Aunque en aquel lejano país estaban asustados, nosotros no creíamos que aquí fuera a afectarnos. Aquel virus lo veíamos inofensivo para nosotros. Una anécdota que dejar pasar. Poco a poco surgían noticias de nuestros vecinos italianos y aquel problema ya lo empezamos a ver más cerca, pero lo achacábamos a que ellos no tenían un sistema sanitario fuerte. Luego nos enteramos del primer caso en España, un turista alemán en la Gomera, y ahí ya empezamos a asustarnos un poco, pero nuestros dirigentes nos tranquilizaban… Hasta que de un día para otro llegó la hecatombe. De repente en mi hospital empezaron a oírse rumores de que a la gente contratada en las unidades en que había disminuido la actividad drásticamente, como es mi caso, nos querían reubicar en las UCIS. ¿La razón? Que ahí estaba aumentando mucho la carga asistencial por el coronavirus. Era evidente que en quirófano, que es donde trabajaba, sobrábamos gente… Así, la histeria flotaba en el aire de los pasillos del hospital. De un día para otro cambiaron mi ubicación de quirófano a una UCI de nueva creación, exclusiva para pacientes con coronavirus, y todo esto tras leer un simple correo en el que me informaban de que cambiaba mi situación vital. Tras recibir la noticia mi siguiente pensamiento fue “¿y ahora dónde me voy a vivir?”. Yo convivo con mis padres y mi abuelo, todos mayores y con múltiples patologías, y no quería exponerlos a un riesgo añadido ahora que me iba a la boca del lobo. Pasado el momento de cortocircuito mental tuve que hacer una rápida búsqueda en Internet sobre cuáles eran mis alternativas dado que al día siguiente acudía a trabajar a la UCI.

Encontré que el Colegio de Enfermería de Zaragoza ponía a disposición de sus colegiados la estancia en un hotel en el centro de Zaragoza. Al segundo me puse en contacto con ellos, y hoy les agradezco lo rápido que me resolvieron el problema. Al día siguiente me presenté en la nueva Unidad de Cuidados Intensivos con la mayoría de personal de enfermería, que eran tan nuevos en aquel contexto como yo y no tenían experiencia en UCI. Iba armada de todo el coraje y la valentía que logré reunir, aunque también he de reconocer que no me quedaba más remedio. Nada más llegar me pareció que me estaba metiendo en una auténtica guerra. Lo único que me consoló es que conocía a compañeros del bloque quirúrgico porque fuimos de los servicios que más reubicaron, así que por lo menos sabíamos que era un respirador, vaya consuelo. Nada más llegar, me toco vestirme con el EPI y cuidar a dos pacientes críticos.

Me habían comentado que algún compañero se había mareado por el calor que generaban el traje, las pantallas, el gorro. A mí me entro agobió, pero no fue por eso sino porque no controlaba nada de mi alrededor, el respirador pitando yo sin saber que ocurría, le preguntaba al compañero de al lado y estaba tan verde como yo… hasta que al rato aparecía algún veterano o el intensivista al que llamaban por pura desesperación. Al ser una nueva unidad, al principio nadie tenía las funciones claras, los protocolos, la ubicación de lo más básico… en definitiva, una locura. Cuando llegaba al hotel después de jornadas maratonianas me encontraba ante la soledad de cuatro paredes, me sentía como en una especie de burbuja. Además, los restaurantes cerrados y yo en una habitación sin un microondas ni nada para cocinar. Lo único que me salvó de la quedarme sin comer a diario fue que la cafetería del hospital estaba abierta para llevarme la comida, que había un microondas en una salita del hotel y que alguna compañera tuvo la caridad y el detalle de agasajarme con algún tupper. Entre lo que sudaba con el EPI, mi obligada dieta a base de ensaladas y que tiendo a perder peso cuando me estresó he terminado con cuatro kilos menos en un mes, todo un ‘triunfo’.

Tenía el deseo ambivalente de que llegara el día festivo, pero estar sola en esa habitación algún día me resultó asfixiante. Solo podía disfrutar del aire fresco cuando me permitía el lujo de volver del trabajo al hotel andando y cuando bajaba a comprar, cosa que hacía a menudo porque en una nevera de minibar poco cabe. Un día al volver del trabajo creo que tuve un episodio de desrealización porque pensé muy seriamente si en realidad estaba en una UCI intubada y todo alrededor de mí era un sueño. Para salvaguardar mi salud mental tuve que dejar de ver el canal de noticias en la televisión porque entraba en un bucle de desesperación y angustia del que luego me costaba salir. Por eso empecé a evadirme de esa realidad con series superfluas y gracias a las llamadas me pasaba el día pegada al móvil. A base de esfuerzo y supervivencia, los compañeros aprendimos lo básico para resolver de la forma eficaz los turnos. Empezamos a organizar mejor el trabajo, a tener más claras las funciones, a resolver mejor las situaciones imprevistas, lo cierto es que en general aprendimos rápido. Recuerdo que al principio cuando me pitaba la alarma del respirador no sabía lo que pasaba y luego aprendí por lo menos a identificar qué ocurría y cómo resolverlo, o aspirarle o vigilar la presión del neumotapón o que se esté desadaptado y llamar al médico para que le cambiara los parámetros. Otro ejemplo de aprendizaje exprés fue manejar la bomba de noradrenalina o de otras drogas cuando se hipotensaba el paciente o se le modificaban los parámetros de forma alarmante. Pequeños progresos de los que me sentí orgullosa.

El primer prono que se realizó en la unidad lo hice yo con ayuda de la intensivista, una anestesista y dos auxiliares. Recuerdo una noche en que mirando a una paciente pensé que podría ser un familiar mío, fue una sensación extrañísima, me entro un agobio vital inexplicable. Son pacientes muy inestables que requieren extensos cuidados, estancias prolongadas. Hubo de todo, pacientes que no lograron superar la enfermedad, otros a los que les quedaron secuelas y los que salieron de alta indemnes. Hoy, aunque suene extraño, estoy relativamente contenta porque al disminuir la carga asistencial en las UCIS en Aragón se cerró esta unidad. He podido volver a mi casa puesto que volví a trabajar en quirófano y sabiendo que al menos este esfuerzo ha valido la pena enormemente.

Hace unos días me alegré al leer en un periódico local el testimonio de una paciente a la que cuidé, resultó para mí ser un rayo de luz entre los arcoíris que tan de moda se han puesto en estos tiempos convulsos. En definitiva, he recordado lo que es la esencia de la enfermería: “Si puedes curar, cura. Si no puedes curar, alivia. Y si no puedes aliviar, consuela”.

Cómo citar este documento
Diest Pina, Paula. Adaptación exprés ante una pandemia. Narrativas-Covid. Coviviendo [web en Ciberindex], 19/05/2020. Disponible en: https://www.fundacionindex.com/fi/?page_id=1194

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1 comentario en “Adaptación exprés ante una pandemia .

  1. Jo Pauli, que mal debiste pasarlo y que buena narrativa. Estoy tan orgullosa de ti como si fuera tu madre. Me hago una idea de lo que debió ser esos días las UCIS y es un orgullo que alguien a quien considero mi amiga haya estado ayudando a quien lo haya necesitado. Un abrazo.

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