Diario de mi lucha personal contra la tempestad de Wuhan

“Cada uno en su barco sujeta su propio timón”

José Antonio Alfonso Montero
Enfermero. Emergencias extrahospitalarias, traslado de pacientes críticos, Sevilla, España.

Sale el sol, sus rayos brillan en el horizonte, se puede notar la sal en el aroma. La mar está en calma y el basto océano se abre ante nosotros, se llama dos mil veinte y comienza con fuerza, tensando la driza del velamen e impulsando el galeón hacia lo desconocido. ¡Estibad la carga, fijad las escotillas, fachea el navío viento a favor! zarpamos con fuerza, comienza otro año más. En principio debía ser un año rutinario, cotidiano, más especial para unos que para otros, pero esto no será así, nos aguardan vientos feroces en alta mar y tendremos que lidiar con ellos. Ya susurran las gaviotas palabras como; PANDEMIA, COVID-19, CORONAVIRUS,… parecen premoniciones de las leyendas que desgraciadamente se escribirán con sangre en las páginas de la historia y que el día de Nochevieja nos recordarán las emisiones televisivas nostálgicas que repasan el año. Seguimos navegando, ya se acerca la medianía de marzo y surgen desde la carena del casco susurros que auguran malas noticias. Esos susurros vienen a la deriva desde aguas de Wuhan donde se hicieron a la mar a finales de 2019 y sigilosamente, como una brisa de muerte virulenta, resistente en superficies y silenciosa se propaga hasta todos los rincones del planeta. 30.000 son algunos de los tétricos datos que tendremos que afrontar en países como España por lo que izamos un gran crespón negro junto a la bandera nacional en el mástil de nuestra nave, así cualquiera que nos divise sabrá que navegamos hacia lo desconocido sin olvidar a los que van quedando atrás en este duro recorrido.

Sabemos a ciencia cierta que los relatos de este viaje serán recordados en la historia como una gran mancha negra de la globalización del siglo XXI. Es tarde, el sol se esconde tímidamente sobre el horizonte, convirtiendo el agua en oro líquido que da una aurea bienvenida al manto de estrellas que empieza a aparecer sobre el cielo magenta. ¡Se han establecido las guardias nocturnas!, el oficial está en la Sala de Coordinación, las ambulancias apostadas en la cofa del palo mayor, los hospitales preparados en la mesana y la atención primaria en el tormentín de proa. Todo está en calma, es hora de aguantar y esperar la llegada del amanecer. Amanece, pero no se ven los rayos de sol, no es que no haya salido, es que la tempestad se ha apostado sobre nosotros sigilosamente durante la noche, sin dar opción a esquiva. Los vientos de Wuhan han llegado hasta nosotros. Marinos; “… amarrad el velamen, tensad los trinquetes, recoged la mayor, preparad la nave, ¡La tormenta ha llegado! …” Me levanto, pero sigo cansado, me duelen las articulaciones, tengo tos y fiebre. Me asusto y hago memoria, trato de recordar si había estado en contacto con pacientes contagiados, seguro que sí. ¿Qué debo hacer?, ¿Voy al médico?, ¿Será solo cansancio?, ¿Será el virus del que todos hablan? Mil dudas comienzan a abordarme. Ha venido a visitarme el médico de abordo y grito; “¡No entre usted!, podría contagiarse”.

Cuando le cuento lo ocurrido quedo automáticamente confinado en el camarote de popa a la espera de la realización del test. Diario de Bitácora, martes, 10 de marzo. Siempre recordaré ese día en el que la prensa, el telediario, la radio y todos los demás medios de comunicación. Los marineros no hablaban de otra cosa. Hacía ya dos días desde mi último turno de guardia como técnico en Emergencias Sanitarias, había estado en el tormentín de proa, expuesto a la marejada, las olas me habían estado azotando durante todo el turno y ahora quedaba confinado a la espera de que llegasen en mi ayuda, mientras tanto, relleno este diario para que quede constancia de todo lo ocurrido en negro sobre blanco. Se abre la puerta de la carlinga, dando paso a la oscuridad de la noche, el miedo me está abordando cual corsario, aparece poco a poco una sombra con una brillante luz que va iluminándolo todo, es Florence, la enfermera de abordo, “la Dama de la linterna”, así la llaman los camaradas más experimentados por su costumbre de pasear entre las camas comprobando que todos se encuentren bien. Parece que viene a comprobar mi estado y a realizarme el famoso test, después vuelve a su paseo nocturno.

Domingo, 15 de marzo, me sigo encontrando mal, se han disipado algunos dolores, pero la fiebre persiste, este mal está afectando a muchos de la tripulación, … toc, toc, … alguien llama a la puerta. Era mi oficial de proa, “Capitán, Ha dado usted positivo en coronavirus, debe permanecer confinado al menos 15 días, mantendremos contacto”. Confirmado, tengo el famoso mal de Wuhan. Aguas oscuras se acercan, comienza un tiempo de navegación tenebroso donde las tempestades no cesarán en varias semanas, será mi experiencia con el COVID-19. Hay que abordar las primeras decisiones relativas al contagio, ¿debían mi mujer y mi hija abandonar el barco y dejarme allí aislado?, pero, ¿después de estos días estarán contagiadas?, ¿pondremos así en peligro al resto de la familia?, posiblemente si, por tanto, finalmente decidimos que nos quedaríamos juntos y afrontaríamos esto unidos. Los primeros días fueron complicados, los dolores no me dejaban levantarme de la cama, frio, tenía mucho frio. La cabeza me daba vueltas, el barco no paraba de zarandearse con el oleaje y tenía náuseas, casi imposible comer. ¡Estado de ALARMA! Las cifras de fallecidos ya se cuentan por miles, estamos todos aislados. Desde el balcón de popa vemos otros barcos, nos aplaudimos cada día al anochecer para animarnos, pero cada uno en su barco sujeta su propio timón. Otra página más del diario de bitácora, los días pasan lentos encerrado en el cuarto de derrota. La segunda semana me encontraba bien, tenía mucha tos, pero la fiebre ya pasó y los dolores también, por lo que pensé, debo aprovechar el tiempo.

Decido actualizar las tareas de la Universidad, trato de poner a punto la cubierta, es necesario limpiar el salitre y reparar los mástiles dañados por la fuerza del viento, tareas que llevaban pendientes demasiado tiempo. Pero, el estado de bienestar no duraría mucho, puesto que la peor parte aún estaba por llegar y es que carecía de tratamiento, solo tenía una pauta de paracetamol a demanda. Tercera semana, llegan los problemas, comienza la disnea severa, la tos se reagudiza y el miedo crece. Tarde, pero el tratamiento de antibioterapia, corticoides, inhaladores y codeína que me ha preparado el galeno de a bordo se pone en marcha y el efecto de mejora fue casi inmediato, ya podía sentir la notable mejoría y volvía a estar animado, aunque paso también la cuarta y quinta semanas con estos síntomas. Sin duda, puedo constatar que la peor parte del proceso fueron estas semanas.

Sexta, séptima y octava semanas, durante este periodo comenzaron los problemas gastrointestinales y es que, de un día para otro, sin previo aviso comenzó un dolor abdominal agudo e inespecífico que casi me inhabilitaba por completo, debuté con náuseas y con lo que parecía un proceso de gastroenteritis. La mayor parte de las horas del día las tengo que pasar asomado por la borda. Novena semana, la tormenta parece que se aleja, se abre el cielo, ya brillan los primeros rayos de sol y de nuevo sopla el viento, como una agradable brisa que acaricia el velamen. Por fin parece que los vamos viento en popa y a toda vela hacia buen puerto, el cual se vislumbra desde la cofa del palo mayor. Aclara el día, brilla el sol y se divisan las grietas que han quedado en el casco de la nave, algunas parecen suponer malas noticias y dejaran marcas. La arboladura está dañada, los fallecidos aún siguen aumentando por lo que la crisis sanitaria aún no ha terminado, pero se pueden ver gaviotas, comienzan a salir y la mayoría ya se posan en el oleaje tranquilo y apaciguado, se escuchan palabras como “meseta”, “desescalada”, “altas hospitalarias”, … Por fin en tierra, el barco ya está abarloado en el muelle junto a otros que han superado la tormenta. Piso suelo firme, puedo sentir la sombra que el barco vierte sobre mí, el cobijo que me recuerda lo que he pasado. En mi memoria, el coronavirus.

En mis manos, fuerza para seguir. En mis ojos el horizonte lejano y en mi mente, mi mujer y mi hija. Por mi parte, ya me siento recuperado, puedo volver a realizar mi profesión, debo ayudar a otros que lo están pasando mal, porque ya terminó el peligro, lo conseguí y mi familia también.

Cómo citar este documento
Alfonso Montero, José Antonio. Diario de mi lucha personal contra la tempestad de Wuhan. Narrativas-Covid. Coviviendo [web en Ciberindex], 13/05/2020. Disponible en: https://www.fundacionindex.com/fi/?page_id=1036

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