La oliva de Fuentebuena

Es como si en la semilla hubiese caído una gota de heraclefobia, el alimento de los dioses de Wells. Ponerse bajo la oliva de Fuentebuena es como recorrer la nave de una catedral. Pasear entre los reflejos cristalinos de una espesa cúpula de ramaje, entre arbotantes caprichosos que van a descansar al suelo para soportar el peso de sus encorvadas ramas cargadas de fruto.

Las dimensiones son desproporcionadas aún para los que nacimos entre mares de olivos: tan alto como un edificio de cinco plantas, que precisaría de los brazos de toda una cuadrilla de aceituneros para perimetrarlo. Dicen que tiene la propiedad de dar a la vez cosechas de picual y de arbequina, aunque a mí las aceitunas dejadas para la rebusca me parecieron de cornezuelo. Dicen que hubo años que ella sola produjo tanto como una finca familiar. Y dicen que fue plantado hace muchos, cientos de años, por unos frailes mendicantes para sacar el aceite de los santos óleos.

La oliva de Fuentebuena fue declarada patrimonio natural por la Junta de Andalucía y está puesta en el libro Guinnes como la más grande del mundo. O al menos eso me ha contado David, el vecino mecánico de motosierras de la cercana aldea de Los Guijalbas, que me acompañó a ver el monumento y que te recomiendo conocer tanto como a la oliva. Él te podrá contar las peripecias de tan singular árbol, y seguro que te mostrará su colección de antigüedades, fruto de su afición al campo y a guaquear los contornos.

Ante tamaño espectáculo, uno se pregunta qué criterio utiliza la madre naturaleza para recompensar de una manera tan desorbitada a uno de sus hijos. Para ver la oliva de Fuentebuena es preciso tomar desde Arrollo del Ojanco (Jaén) la carretera local a Beas de Segura, lo encontrarás a cincuenta metros del cruce de Prados de Armijo. Manuel Amezcua

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