Cabrilla, paraíso imaginado

Pregón de las fiestas patronales de Cabra del Santo Cristo (Jaén), pronunciado el 14 de agosto de 2014 por el Dr. Manuel Amezcua, Presidente de la Fundación Index.

Cabrileños y cabrileñas,

Ha llegado la hora del regocijo, más que de las palabras. Pero me han pedido que pregone el acontecimiento más importante que tiene lugar en el pueblo, las fiestas en honor a su patrón el Cristo de Burgos, y lo haré, no sin antes dar las gracias al Excmo. Ayuntamiento y a su alcalde en particular por haberme invitado a pronunciarlo. Sin duda es un honor por el que me siento muy reconocido, diría que emocionado, pues no siendo del pueblo, recibo sobradas muestras del cariño, con el que este vecindario acoge a todos los que hemos decidido enraizarnos entre vosotros.

No quiero robaros mucho tiempo, pues cabezas más prominentes que la mía andan ya por ahí, inquietas, deseando esturrearse por el pueblo para llevar el jolgorio a cada uno de sus rincones. Mejor que yo con la palabra, será el Pinchaúvas con su vejiga estridente quien os revele la quintaesencia de las fiestas de Cabra. El es la verdadera alma de la fiesta.

Un año más el pueblo se ha llenado de gente. Nos hemos juntado para disfrutar, pero también para renovar el voto sagrado del reencuentro, la necesidad de manifestar con alegrías los vínculos que nos unen a este trozo de tierra que arcanas voluntades colocaron en los confines de Mágina. Hoy comenzamos otra vez el gran jubileo. Los que sois y vivís aquí os armáis de generosidad y abrís vuestros brazos a la forastería, a los convecinos de la comarca y a los que vienen de lejanas tierras. Pero sobre todo abrazáis de nuevo a quienes buscando mejor vivir dejaron el pueblo años atrás y hoy regresan para reencontrarse con los suyos, para venerar a su Cristo de Burgos, y para convencerse a sí mismos y a los demás que también en la distancia se vive intensamente el ser cabrileño.

Cabra del Santo Cristo es tierra de gentes, de horizontes imposibles y de espíritu de libertad. De historia forjada en el vivir cada día de sus habitantes, domesticando la naturaleza salvaje donde hace siglos decidieron asentarse. Superando las no pocas crisis de subsistencia provocadas por hambrunas y carestías. Rebelándose como uno solo contra quienes desde pretensiones feudalistas o desde el abuso institucional ansiaron los beneficios de la dehesa y de las tierras que con tanto afán comenzaron a roturar sus esforzados habitantes. Me gusta presumir que el primer logro de autonomía que los de Cabrilla ganaron a la ciudad de Úbeda, fue comunicado en esta misma plaza y tal vez desde este mismo balcón, por el regidor Juan de Mezcua Navarrete, uno de mis antepasados, descendiente de los primeros conquistadores de Baeza.

Las gentes de Cabra siempre habéis logrado lo que os habéis propuesto. Aunque haciendo un poco de trampa, que todo hay que decirlo, pues buena ayuda recibisteis cuando las esferas sobrenaturales decidieron posar su dedo sobre este recóndito lugar y os enviaron como síndico al sagrado lienzo del Cristo de Burgos, que tanto beneficio ha procurado a los de aquí y a los que aquí se han acercado en busca de su influjo vivificador. Basta fijarse en la mansedumbre del rostro del crucificado, levemente destacado sobre la negritud del lienzo, para saber que sus vecinos pueden dormir tranquilos. ¡Menudo guardaespaldas tenéis los cabrileños!

Tengo que reconocer que, desde la vecina Moraleda, donde pasé mi primera infancia, desde muy chico, aquella lejana Cabrilla que a menudo mentaba mi abuela, ejercía en mí una cierta fascinación:

Solera está en la umbría,
La Moraleda en la solana,
Cabrilla en lo alto de la sierra
Y Jódar en tierra llana.

Con estos versos, tan espontáneos como bellos, nos instruían a los niños para ubicarnos en el pequeño universo al que podían aspirar nuestras cortas luces, que yo expandía imaginando Cabrilla como uno de esos paraísos de los cuentos de Nunca Jamás, encaramada a una montaña tan alta, tan alta, que desde allí seguro que se podría ver el mar. Y me imaginaba el horizonte con barquitos de vapor, como los de los cromos que salían en las libras de chocolate, navegando cadenciosamente hacia lugares todavía más lejanos y exóticos. ¡Qué suerte tenían los niños de Cabrilla, que podían mirar desde sus ventanas el universo mundo!

La primera vez que vine a Cabrilla, lo hice en el ejercicio de mi insigne cargo de monaguillo, acompañando al cura de mi pueblo en una soleada tarde de primavera para asistirle en la misa del domingo. El seiscientos del párroco aparcó en esta misma plaza, un hervidero de gente que discurría como si tal cosa entre unos vetustos edificios que me dejaron anonadado, ¡qué grande me pareció todo! Hasta la iglesia se me antojaba más catedral que parroquia. Don Pedro el cura tuvo que llamar más de una vez mi atención, pues su monaguillo andaba más atento a los resplandores del rutilante retablo del Cristo de Burgos que a la liturgia de la misa. No me decepcionó la Cabrilla que conocí en relación a la que había imaginado, aunque no hubiese barcos en lontananza, sino más montes y más sierras, encrespadas como olas de un mar embravecido, paralizadas en el horizonte como una de esas imágenes estereoscópicas de Cerdá.

Cerdá y Rico, otro afincado que quedó atrapado por el influjo de este pueblo. Con el tiempo, como él, tuve que ejercer aunque efímeramente el ministerio del cuidado de la salud de sus vecinos. Y como él, me hice subsidiario de una cabrileña, y senté mi propia casa, y ahora ya no sé si vivo en Granada o en Cabra del Santo Cristo, pues mi cabeza y mi cuerpo andan a veces por separado, ¿qué tiene este pueblo que tanto cautiva a sus allegados?

Personalmente me veo en la tesitura de viajar con frecuencia a otros países y continentes, he conocido lugares muy recónditos y extraños, pero nunca he visto un cielo tan azul como el que adorna este pueblo, esa luz tan especial, limpia y luminosa como su blanco caserío, con reflejos dorados de las piedras de sus viejos edificios y de las sementeras. Cuando la luz mágica de la tarde inunda los anaqueles de la biblioteca, en un juego de contraluces que simulan presencias misteriosas, reconozco que ese fugaz momento que precede a la penumbra produce algo en el espíritu de quienes la habitamos. Pero no sabría explicar el qué.

Al conocer vuestra historia, uno se percata que el afincamiento en este pueblo obliga a pagar ciertos tributos. Ya lo hicieron vuestros ancestros, aquel puñado de familias ubetenses que se asentaron en este páramo tras la pacificación de la frontera granadina. Todavía seguís luciendo algunos de sus apellidos: Biedma, Gila, Ortega, Molina, Navarrete, Vilches… Ellos os legaron estilos de vida que fraguaron en tradiciones que habéis sabido preservar con los años. Como habéis conservado sus excepcionales monumentos, sus casas derramadas sobre las faldas de la Sierra Cruzá, su imponente templo parroquial, que parece un buque varado entre un mar de espuma blanca, y un entorno natural que hoy hacen de Cabra uno de los pueblos más amigables y bellos del Santo Reino de Jaén.

Tributo tuvo que pagar el caballero burgalés Jerónimo de Sanvítores, dejando en el pueblo su milagroso lienzo del Cristo de Burgos, que vería largamente recompensado al convertir a su familia en señores del lugar. Y qué decir de aquel prior Palomino de Ledesma, que hizo de parroquia, santuario, y del pueblo uno de los principales centros de peregrinación de Andalucía. Tampoco habéis olvidado a la prieguense Marta de Jesús, la Mamarta, que anduvo descalza por las más escarpadas trochas de la comarca pidiendo limosnas para dejarle al pueblo un hospital y una escuela para pobres y necesitados, una encomiable obra social que duró siglos. El propio Cerdá dejó para la posteridad el testimonio fotográfico más valioso sobre el cotidiano de una comunidad rural en la época del esparto. Yo mismo pago tributo como otro afincado más, y ahí ando instaurando en la Casa de Mágina una iniciativa de turismo académico que intenta extender la memoria de Cabrilla por no pocos lugares de este planeta.

¿Qué tiene Cabra del Santo Cristo que tanto fascina a propios y a extraños? Sin duda es algo profundo, misterioso, difícil de comprender. Pero no olvidéis que es la cultura lo que hace grandes a los pueblos, y la que ha hecho que Cabrilla llegue hasta nuestro siglo como un paraíso soñado para muchos y disfrutado por los que habéis tenido el privilegio de vivirlo cada día. Dejad pues que la cultura fluya a borbotones como esa agua fresca y libre del Nacimiento, y mantenedla siempre a la par que la alegría de vivir.

Ciudadanos y ciudadanas de Cabra del Santo Cristo, vecinos y visitantes, desde el respeto y el reconocimiento al sentirme uno más entre vosotros, os deseo de corazón que paséis unas fiestas desbordantes de alegría, tan inolvidables como todas las que habéis pasado juntos, en sana concordia con toda la gente de paz y buena voluntad con la que vamos a disfrutar los próximos días.

¡Viva Cabra del Santo Cristo!¡Felices fiestas!

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Cómo citar este documento

Amezcua M. Cabrilla, paraíso imaginado [Pregón de las Fiestas de Cabra del Santo Cristo, Jaén, 2014]. Casa de Mágina, 14.08.2014. Disponible en http://www.fundacionindex.com/casamagina/?page_id=264.

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