Historia de Antonia

Antonia del Río González, cuenta su historia con sus propias palabras, centrando su relato en las dificultades de la posguerra, los remedios naturales que le enseñaron sus padres y cómo cuidaban con ellos, así como la importancia de la unión familiar y el cambio de valores de la sociedad actual.

La vida en un cortijo

Nací aquí y aquí estoy. Mis padres los dos de aquí, aquí nacieron y aquí han muerto. Somos 8 hermanos, 3 varones y 5 hembras. Yo soy la tercera.
Yo al colegio no fui, vivíamos en el campo, estuve solo un año, para hacer la comunión. Mi colegio era dónde ahora está correos, donde tienen los rrarras los muebles. Allí fue mi colegio. Se llamaba la profesora Ana M.ª Punaide, era de aquí del pueblo. Y ahí estuve hasta que hice la comunión nada más. Después nos fuimos a una cortijá. Se llama Aulabar, está entre la Moraleda y ahí pusieron cuando vivía Franco, la escuela y la Iglesia, después de la guerra. Yo me acuerdo de la guerra, la posguerra la viví bien vivida.
Mis hermanos ya los más pequeños si fueron al colegio allí en la cortijá y venía una maestra, pero era del Estado, del gobierno. Se vino allí a vivir, hicieron una casa para los maestros.
Cuando ya fui mayor, me pusieron a trabajar en el campo, ya después de la comunión con 7 años. En el cortijo que arrendó mi padre, estuve viviendo hasta que tuve 20 años.

Las labores y enseñanzas de sus padres

Mi madre trabajaba en la casa y mi padre en el campo, guardaba animales, criaba hortaliza, iba la aceituna, segaba los cereales y yo hacía lo mismo: ayudaba en la casa y en el campo. Lo que había en esa época.
Mi madre es que tenía 8 hijos, bastante tenía con la crianza, estaba con la casa y cosía. Porque antes no vendían nada hecho y te lo tenías que hacer, desde los más chicos a los más grandes, no había nada, ni abrigos, ni nada, todo había que trabajarlo a mano. Y le ayudábamos a mi madre.
Las madres te enseñaban a hacer punto, a abrigos, a hacerte calcetines. Me enseñó desde muy chica. Y a mi me ha gustado mucho leer y escribir, fui poco al colegio, pero analfabeta no soy. Se hacer cuentas, las cuatro reglas. Mi padre también era muy apañao, nos daba clase, tenía hasta enciclopedias grandes. Su fe eran los libros. De chicos chicos, nos enseñó las letras y con un pizarrín nos ponía los números y las letras. Antes de irnos a la cama nos enseñaba. Después la maestra, los colegios antes eran mesas con sillas, no eran pupitres, nos decía que todos los que aprendieran la lección, los aventajaba y los que no, los echaba para atrás, las cosas que hacían antes los maestros. Mi hermana Ana y yo, nos metimos en el colegio, y como mi padre nos había dado desde muy chicas lección, la cartilla y lo más preciso, pues nos lo sabíamos de carretilla. Y nos pusieron delante.

La vida con su marido

Me casé con 24 años, en diciembre, mi marido era de aquí del pueblo y de mi familia. Éramos primos segundos. Padres de primos hermanos. El cura, el padre pitillo, nos examinó y dijimos que no éramos familia, pero luego el cura se enteró en la posada de que éramos familia. Así que el día de las amonestaciones, el cura dijo: “fulano y fulana, no se pueden casar porque hay impedimento”. Y mi hermana Ana, se le echó encima.
Tuvimos que pedir la dispensa para poder casarnos y en aquellos tiempos había que pagar 60 duros, entonces eso eran muchos duros.
He tenido 6 hijos, 3 hombres y 3 mujeres. Yo me casé y quedé a cargo de la casa y en el campo, la temporada de campo. Lo que había antes. Teníamos que trabajar para comer y mi marido al campo. Mi marido tenía sus bestias y su campo, el hombre era del campo y yo con mis hijos.

Los cuidados y las prácticas familiares

Yo también había criado hermanos. Me acuerdo cuando nos dolía la tripilla, que mi madre me daba agua carabaña, eso estaba de malo, pero es purgante. Basilio, que tenía la droguería vendía una botella de tres cuartos de litro y aceite de ricino. Cuando estabas malo, mi padre nos daba un montón de apio en infusión, para el estómago, para los ardiles, biles y cuando estás revuelto. Siempre nos decía: “tienes al niño muerto teniendo el apio en el huerto”.

Cuando mis hijos, había médicos, pero yo les seguía dando lo que me enseñaron. A una de mis hijas, le daban muchas diarreas, vivíamos en un cortijo, y cuando le daban, con las bellotas le hacía una infusión, las cocía y las machacaba, la pasaba por un colador, y eso era como un jarabe. Lo mismo con la almendra es muy buena para recuperar el estómago. Los tapaculos, también, los majoletos, eran para comer y servían también para eso. Están dulces, tienen hueso, pero se comen. El tapaculos o el escaramujo que eso pincha mucho, pero está donde hay agua, y eso echa una ristra de flores y servía para las diarreas. La manzanilla claro, el agua de cebada, buenísima.

Mi madre y mi padre pues sabían de estas cosas, porque no te quedaba otra, no había médicos ni nada y me acuerdo de cuando los niños chicos se ponían malos. Hacíamos un picatoste, lo mojábamos en vino y azúcar y se lo poníamos encima del estómago como suplemento para recuperar el estómago. Se lo cogían como con un fajín, con unas reatas y una ombliguera. Primero se cogía con una ombliguera, para sujetar el ombligo y que se no quebrara al llorar. Antes se parteaban las madres mayores, le liaban después la mantilla con unos empapadores, no había pañales. Ya después las mantillas. Yo a mis hijos eso también se lo he puesto. Lo hice yo todo a mano.

En casa de mis padres, siempre hacíamos todo con ellos, el pan, los dulces, la matanza, todo y así aprendimos.

Yo todavía me tomo mis infusiones, el año pasado cogí la gripe y me hacía mis infusiones con jengibre, hinojo, manzanilla, tomillos. El tomillo aceitunero también es muy bueno para la tos y para la infección de la orina.

También me acuerdo de la sanaloto, el té que se cría en las riscas, la flor de árnica que se cría en la carretera donde ves las matas largas con flores amarillas, parecidos a los jamargos, se cría donde hay algo de humedad, que haya pasado un río o donde se riega. Y eso sirve de curación para los dolores del cuerpo. Las plantas todas tienen su función, son medicinales.

El cambio de valores: lo fácil y lo cómodo

Pero ya desde que llegaron las medicinas, aunque están hechas de plantas. Pero bueno. Mis hijos, ya hacen poco, por los médicos.  Por los adelantos que hay.

Todo esto no se debería dejar que se pierda. Está muy bien que la vida se haya adelantado porque lo que había tampoco era tan bueno, porque lo que se vivió en aquellos años, ojalá que nunca se vuelva a vivir. Pero a parte de eso, el sufrir es aprender también y si ponen todos la mano, tú no aprendes. Si tú tienes hambre y lo tienes todo a mano, no aprendes. La vida fácil gusta a todos y hoy lo tenemos todo. ¿Quién va a aprender hoy a coser? Antes no vendían nada hecho, no nos quedaba de otra. Ahora ni remendarse, todo nuevo. Esto a mi me da mucha pena. Y claro, lo cierto es que a todos nos gusta la comodidad, yo ahora tengo cocina, antes si no iba a buscar la leña, la comida no la podía hacer. Luego vino el carbón y vendían en los pueblos en puestecicos y guisábamos con carbón y ahora pues mira.

Lo que yo no estoy de acuerdo, es que no hay un respeto, ni en los matrimonios, ni los hijos tienen ya ese cariño de antes. Todos quieren más. Fíjate yo tengo 14 nietos y 7 bisnietos. Yo vengo de una familia grande, con muchos hermanos, me acuerdo de mis tíos, los hermanos de mis padres. Pero había una familia, con más faltas, pero ahí estábamos, pero hoy parece que pasamos todos unos de otros. No hay ese cariño que yo recuerdo.

EL mundo es muy difícil cambiarlo, ha tomado una velocidad. Por ejemplo, el respeto a los mayores, se ha volado. Ahora les dices algo a un niño y te dice “a ti que te importa”.

Yo estoy muy contenta porque hay de todo, pero por otro lado, yo echo de menos esta parte de la familia. Pero cada tiempo es único y hay que vivir.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *