Historia de Ángeles

Ángeles López López cuenta su historia con sus propias palabras, centrando su relato en las múltiples dimensiones en las que ha ocupado su vida, en su dedicación plena al mantenimiento de su hogar y a la crianza de sus hijos. La narrativa fue obtenida por su hija mayor, María González López.

La niñez

Desde que tenía seis años yo no sé lo que es descansar. Con seis años me pusieron en casa de doña Inés, la maestra, ahí en la calle Real, en la casa donde cobraban las contribuciones. Bueno, era la maestra y tenía muchos hijos y tenía uno chiquitillo en la cuna, me acuerdo, y entonces repartieron los pobres, repartieron chiquillos así a las casas de los ricos, pagando con dar de comer al mediodía. Y a mí me tocó con doña Inés y comía al medio día de cuchara, y yo nada más que para mecer al chiquillo. Que llora, “¡anda y lo meces!” tú verás, estaba yo para que me mecieran a mí, pues ya empecé ahí a pasar fatigas. Y luego cuando me casé decían: “y ¿cómo te apañas?», y yo decía “¡Dios mío! si esto es vivir ahora”, porque ya por lo menos, os tenía a los cuatro seguíos, pero gracias a Dios no os faltaba para comer, estabais bien puestecicos, bien vestíos, limpicos.

Era tanta hambre la que había, eran los años recién acabada la Guerra. Yo nací en plena guerra, pues luego todos los años de la miseria, yo me acuerdo perfectamente, de que no había ni con dineros ni sin dineros, no había que echarse a la boca, porque a lo mejor tenías para coger un pan, pero como no lo pillabas, pues no había. Poca comida había, pero menos te vendían. El aceite con cartilla, tenías a lo mejor para el mes tres litros de aceite, te pertenecía en la cartilla para los seis que estábamos, y un panecillo todos los días de esos que hacen ahora de kilo, eso eran las seis raciones, tu verás a lo que tocabas y te tirabas tres horas ahí en la panadería, era donde nos pertenecía a nosotros el panadero. El López y yo nada más que de cola en cola, tan chiquitilla, me acuerdo ahí en Matías, molía la harina, él tenía su molino y molía el trigo y salía la harina con las raspas y te la vendían, para hacer una miaja de ajuharina o gachamiga. Vamos, yo me acuerdo de eso tan rebién y no tendría más de seis añillos.

La vida de antes

Me acuerdo de todo tan rebién. Cuando vivíamos en la calle Chorrillo, por donde pasan los muertos. El tito Alfonso no andaba y yo le llevo tres años, pues figúrate los años que tendría. Él no andaba todavía cuando nos subimos a San Marcos, el tito Alfonso me acuerdo yo de llevarlo siempre al anca. Mama Quica se iba a la aceituna, nos quedábamos la tita Ana María y yo y el tito Alfonso chiquitillo, para cuidar de él, porque como no ibas a la escuela ni nada.

Yo no he ido a la escuela jamás, ninguna tita, nada más que el tito Alfonso es el que ha ido, yo nada más que trabajar. Tenías que ir a por la leña a la sierra. Papa Antonio estaba en los cortijos, venía cada quince días una noche, a otro día por la mañana se iba, pues tú verás, a por la leña a la sierra, Mama Quica y nosotras con ella. Venías de por la leña, a encender la lumbre y hacer de comer, hacer ramal. Venías con los albardines a machacarlos, te ponías ahí en la carretera, que había piedras así de cantería como bancos, y en cada trozo nos poníamos tres a machacar con una maza de madera, pon, pon y pon. A porretazos machacabas el manojo, o los tres o cuatro manojos, haciendo cola la gente ahí en la carretera para machacar, porque claro, si ibas a los mazos tenías que pagar y con una guía, pues tenías que machacarlos, cocerlos y luego subir a venderlo a lo alto de las cuevas, te los cargabas. Claro, chiquitilla, te ponía Mama Quica a hacer los cabillos, el malo lo metías debajo y luego la capa de encima del que ella hacía, llegabas, te los cargaban en la maza, “¡esa no, que no está bien pelá!, ¡esa no, que está muy mal hecha!”. No te lo compraban, ya no podías comer.

Antes, en cualquier casa había un taller de hacer ramal, te metías en una habitación treinta o cuarenta, una con otra que no te podías menear, nada más que haciendo ramal, y a lo mejor entre las titas y Mama Quica nos hacíamos diez o doce madejas entre las tres, y teníamos para comprar el pan, una miaja de fideos, arroz. Estábamos por las mañanas, luego al mediodía te ibas a comer y volvías allí hasta la noche, todo el día haciendo ramal, si no había otra cosa. Y tenías que ir a por la leña para encender la lumbre.

Comprábamos en las tiendas y a los recoberos que venían por las casas. Traían ollas, platos, cucharas. Bueno, pues si a lo mejor valía veinte duros lo que te quedabas “pues en cuatro plazos te lo pago”, pues ya con esa condición te lo quedabas. Yo ya cuando estaba novia con padre, allí en el taller, ya cuando compramos la casilla esa, pues ya allí estaba yo sola, se habían casado las titas y Mama Quica y yo nos levantábamos y dos horas antes de que amaneciera ya estabas en el taller. Pues venía Mama Quica a las diez y media y llevaba a lo mejor un trozo de pan con aceite o un peazo pan y tomate y yo no me venía hasta el mediodía, me iba a las cinco o las seis de mañana hasta el mediodía que iba a comer, que hacía Mama Quica andrajos, ajuharina o lo que fuera, comías y te venías otra vez y ya te venías por la tarde a verte con padre, te ponías limpia y a hablar con tu padre allí en el brasero, si era invierno, y seguías haciendo en la casa ramal o cosías el ajuar, porque  antes te comprabas la tela y todo te lo hacías, los sujetadores, las bragas, las sábanas, pero los ricos y los pobres, todo se hacía. Hombre, los ricos se lo hacían modistas, pero todo se cosía.

La boda

Pues yo cuando me casé, porque me fui, pero bueno, tenía el apañillo, tenía la cómoda que había comprao que era de relance, la colcha, el lavabo, tenía media docena de sábanas, tenía dos colchas, tenía dos toallas, no tenía más, una olla, una perola, una sartén más grandecilla y otra más chica, dos cucharas y dos tenedores. Y cuando tú nacistes, que fuimos a Jaén a cobrar tres mil pesetas, que fue lo único que hemos pillado en la vida, pues compré allí los tenedores. Esas tres mil pesetas te las daba el gobierno, cuando te casabas bien casao.

Los hogares

Cuando ya nació la Paquita, nació allí en casa de Mama Quica. Se tiró padre por lo menos dos meses con el brazo enyesao, y cuando se puso con el brazo bien, decían que la del Colgao alquilaba la casa y subió padre y nos la alquilaron y ya ahí fue cuando nos subimos con la Paquita chiquitilla, no andaba ni nada. Y ya ahí pusimos nuestra casilla, no es que tuviera mucho, pero bueno, arreglado a lo de antes.

No había agua en las casas, ni siquiera cuando nos mudamos a la casa de Carrete con los cuatro. El agua la tuvimos cuando nos mudamos al parque que la metimos nosotros.

Cuando venía de comprar arreglaba la casa. No era tanto como ahora, porque tenía el cuarto, la cocina, la escalera y el portal, que era de todos, pero como estabas tú sola, los otros venían a ratos, tú te lo cargabas todo. Esto era en la del Colgao, pero en la del Carrete es donde estuvimos mejor, allí teníamos dos dormitorios hermosos, una sala hermosa y el dormitorio nuestro hermoso, un despacho y una cocina hermosa con fregadero con dos pilas, nada más que no tenía agua y su váter. En la otra no había nada más que un retrete ciego y en las otras nada, teníamos que ir a la calle a cagar, eso era así. Ya ahí, casa del Colgao, mejoramos, y ya por lo menos era el pozo ciego, blanqueábamos muy limpico eso, nuestro cuarto tenía dos camas puestas, era el cuarto grande, tenía la chimenea en medio y en cada hueco cogía una cama y la cómoda a los pies y el lavabo y la cuna al lado del lavabo, pero en fin, allí tenías tu dormitorio en condiciones, la cocina hermosa, nada más que la cocina la tenías para todo, para guisar, para despacho y para todo, pero bueno, su suelo de cemento suavico y las escaleras muy bonicas con su baranda de hierro, era una casa en condiciones, nada más que vivías con vecinos.

La cocina tenía un infiernillo de petróleo, eso cuando nació el Cristóbal, porque antes nada más que la lumbre. La lumbre siempre la tenías encendía, en invierno y en verano, si tenías que hacer una poquilla manzanilla, y cuando nos bajamos al parque fue cuando compramos el primer butano de las bombonas azules, de esos para ponerlos encima de una mesa, chico, y luego ya fue este, el segundo que compramos en Úbeda.

Los recursos

Cuando padre vendía cal, pues claro, antes no había tantos dineros y la gente de los cortijos pues los pobres, si tenían sus papillas, tenían los garbancillos, sus papas, el tocino, que mataban, pues si no tenían para la cal, le decían, “es que no tengo dineros, pero si quieres te doy papas, o garbanzos, o lo que sea lo que valga la cal”. Pues unas veces venía con papas, con cebá para el burro.

Antes no tenías el aceite como ahora, ibas con una botellilla de medio litro de cristal que era lo que se gastaba, que ibas y a lo mejor te traías si tenías bastante [dinero] medio litro, que no, pues te traías la mitad de la botella, un cuarto y ya está. No había tanta comodidad, en una cesta en un gancho en la cocina tenía el apañillo: unos tomatillos, tocino, en fin.

Se tiró padre por lo menos dos meses con el brazo enyesado, con el motocarro estaba el tito Alfonso, y como el tito no sabía llevarlo, pues iba padre con el motocarro. En fin, pues antes no había tantos camiones tampoco ni nada, pues con eso se apañaban para traer arena de las Nogueras, traía arena para las obras, piedras. Llevaba al tito Alfonso para darle a los mandos y padre con una mano le decía “dale pacá, dale pallá”.

De noche me levantaba a hacer ramal, a las dos o las tres de la mañana te levantabas. A lo primero de casá, antes de tú nacer, y después de tú nacer también, luego ya no. Ibas a por el esparto aquí en frente. Maripaz, que vivía ahí, que tenía los mazos, así en el verano los mazos eran para las máquinas y venía Mama Quica y se llevaba esparto y lo hacíamos entre las dos, contigo, viviendo yo allí con ella, hacía ramal. Lo hacía porque como lo hacía Mama Quica pues le ayudaba. Si cuando yo me casé que vivía ase Mama Quica, que no estaba preñá de ti ni siquiera, pues claro, si Mama Quica hacía ramal y yo estaba aquí, pues hacía. Pero pillaba padre y decía, como se iba de noche a trabajar, “vámonos a mi casa, qué vas a hacer aquí”. Pues me levantaba y me iba con él a casa de la Mama María, porque como el burro lo encerraba allí, pues me subía parriba con él y se levantaba la tita Antonia y la tita Juana y para cuando la abuela se levantaba, a las once de la mañana, la Pili y el abuelo y ya teníamos nosotras hecho un tercio de ramal entre las tres, veinte cientos. Una madeja de esas son veinte brazas así.

Dos años, antes de tu nacer, fui el primer año a la aceituna a Aguadux y luego otro año fuí al Guaitre y luego el año que fuimos tú y yo. Solo coger del suelo. Antes he ido de chiquitilla toda la vida, donde Mama Quica iban que estaba papa Antonio de mulero ahí en Aguadux y era a destajo la aceituna, nada más que del suelo a coger las mujeres nada más, no sé por qué antes se caía tanta aceituna y era por peso, lo que te cogías, kilos que te cogías eso era lo que ganabas. Pues claro, aunque estabas chiquitilla, pues te ibas, que te cogías una espuerta, pues una espuerta.

Luego fui otro año a la aceituna con los Juan Moyas cuando tú estabas chiquitilla, cuando a padre le pasó lo del brazo, estuve en el Molino Barranco, eché catorce o quince días, cobraba diecisiete o dieciocho pesetas de jornal. Y fui porque hacía falta, porque lo poco que tenías ahorrao, con tanto viaje y la operación. Pero ya siempre he estado con vosotros y no he trabajado fuera. Con la aceituna se ganaba más. El ramal era para el ratillo cuando terminabas de tus cosas, si me hago una madeja a lo mejor te daban un duro o tres pesetas, luego ya a seis pesetas, a siete.

Estando yo chica, subíamos donde está el repetidor en Sierra Cruzá a por lastones, que es lo que se comen los burros, pues con eso se hacía ramal. Pues subíamos ahí a Sierra Cruzá a cuestas, Mama Quica, la tita María Antonia y yo chiquitilla. Ellas iban segando con una hoz, eso es como hierba, iban segándolos y haciendo manojillos y yo iba recogiendo y poniéndoselo en un montón para que hicieran luego un hacecillo, lo bajaban a cuestas y yo, como era muy chiquitilla, me llevaban para ir recogiéndole los manojos. Luego venías, los mojabas y ibas ahí a la carretera que había dos pilares de piedra de cantería, uno más grande y otro más chiquitillo. Y viviendo ahí ase Carrete, de noche, si no había agua, cogías la cubeta, no podías hacerlo, porque te pillaba el inspector y te denunciaba, pero cuando era tarde cogías la cubeta y los trapos, los que más falta te hacían, y te ibas allí al lado de Pilar y llenabas el cubo y lavabas y desesperá mirando que no te pillaran.

La crianza de los hijos

A ti te crie con galletas, me acuerdo que a los tres o cuatro días de nacer, llora que te llora, claro, una analfabeta, no es como ahora que la gente está más espabilá, pues, madre mía, llora que te llora, te ponía la teta, pero no tenía, si no comía, ni calostros ni na, ¿qué iba a tener? Y me acuerdo que Mama Quica me decía “si la chiquilla lo que tiene es hambre, si no tienes teta”. Me levanté y puse un cazo con manzanilla, le eché dos o tres galletas y te las zampastes y ya desde ahí palante pues ya está, tostaba harina con un sobrecillo de flanín del niño, lo tostaba con un kilo de harina en el horno, le revolvías eso y las gachillas.

La vida cotidiana

Me levantaba por la mañana de noche, cuando padre se iba a vender la cal, que muchos días se iba cuando ya empieza a clarear, que se ve ya rezar el día, pues cogía mi barreño de trapos a lavar al nacimiento y venía a las siete y media o las ocho con mi barreño ya lavao y ya estabais todos, el uno despierto, el otro que se había cagao, el otro que, en fin. El más chiquitillo lo ataba a la cuna con un cinturón atravesado y lo ataba así y le dejaba las manecillas sueltas, que aunque se le quedaran helás, sabías que así no le pasaba nada, y vosotros los otros tres metidos en la cama, la Angelita en la cuna y el Cristóbal, la Paqui y tú en la cama esa grande negra dormíais. Pues me liaba a apañaros, os daba de desayunar, vuestra leche con galletas o con pan o lo que fuera.

Primero era el lavado, un barreño de trapos, luego ya venía, os ponía limpicos, claro erais chiquitillos, el Cristóbal estaba meado, la Angelita estaba meá, tú y la Paqui ya erais más grandecillas y no, pues os cambiaba, arreglaba, os ponía limpicos, lavaba, peinaba y ¡ale!, a desayunar, la leche con vuestras galletas o lo que fuera, magdalenas o galletas, pues ya está, comíais.

Luego al mediodía, si padre no estaba, pues os hacía vuestra comidica, y si no, como tú ya comías de todo y la Paquita, pues hacía arroz, y al Cristóbal su comidica, con su pescao o un poquillo pollo. Hacía como ahora, potajes, cocido, arroz, os asaba a lo mejor una papilla, un picatostillo, no había tantas cosas. En la merienda bocadillos con nocilla o con mantequilla, una poquilla mortadela que era lo que había, y por la noche, unos la leche con sus gachillas, una tortilla.

A las fuentes, para lavaros, para los platos, para echar en el váter. Todo el día acarreando agua, reventá. Y luego por la tarde os arreglaba y os mandaba a casa de la tita Ana María y mientras yo iba a lavar otro barreño de trapos, y otras veces os llevaba a todos al nacimiento y dejaba al más chiquitillo acostao, que era la Angelita, y los tres conmigo. Muchas veces os metíais en el nacimiento y os poníais chorreando y tenía que salir a medio lavar y venir a cambiaros y así.

Iba a la plaza a comprar, que antes todo se compraba en la plaza de abastos: carne, pescao, papas, fruta. Me levantaba, iba a lavar, apañaba a los chiquillos, cogía al más chiquitillo, lo acostaba, cogía a los otros tres y el cesto, uno en brazos y los otros dos andando, a la plaza. Subía con el cesto lleno, con las papas, con el pescao, con el tomate, con el pimiento, con todo, ¡ale! Llegabas, ya era hora de haceros de comer, os hacía el guisotillo si padre no estaba, una miaja potaje, una miaja arroz o algo, una sopica con pescao, algo para que pudierais comer, algo que os viniera bien, pues ¡ale!, ensaladillas. Para tirar no tenías pero para hartarme ya tampoco te faltaba, las cosas como son, tu padre ha bullío, mucho no se ha estado quieto. Vosotros os habéis criado muy bien criaicas, tú has sido la peor, los primeros meses entre pasarlos mejor que estabas sola, fueron los peores. Luego los otros ya no, lo otros se han criado como Dios manda.

Luego ya os acostaba, al que se dormía, salía otro barreño de trapos, claro así que os cambiaba a cuatro, pues figúrate, que no son ropas como ahora, que las lavas y de momento se secan. No había pañales, todo eran trapos, gasas. Tú estrenaste el hatico: vestidillos, pañales, mantillas, empapador, reatas, ombliguera, camisillas. Vestías al crío y era un barreño de trapos, no es como ahora que ¡ale!, le pones la camisetilla, le pones la mijilla de pijama y el pañal. Pero antes no, antes cada vez que lo cambiaba era un barreño de trapos, todos los días dos barreños de trapos, uno por la mañana antes de que fuera de día y otro te anochecía en el nacimiento. Eso hacía hasta que me bajé al parque, ya allí en el parque me puso padre la pila con su trozo de uralita y ya aquello era vivir, ya estaba al cuidado de vosotros, estaba haciendo de comer, estaba lavando.

La alimentación

A los chiquitillos le daba harina tostada, de esa de latas, la que pilló fue la Paquita porque estaba malilla. La Paquita cuando estaba con un añillo, nació muy hermosa, cuando nació pesó cinco kilos y pico y luego con un año pesaba seis kilos, parecía el bichillo del saltón. Cuando vivíamos casa de Carrete, que nos la subimos chiquitilla de casa Mama Quica, bueno ya la Paquita sí, la harina tostá, la Maicena, ya ibas a la farmacia y ya don Diego [el médico] “prueba a darle de esta lata”, en fin, antes no había tantas latas como ahora, que si cereales, que si la harina de no se qué, que si lo otro. Antes nada más que el Pelargón ese y otra, no había nada más que dos marcas. Pero bueno la Paquita ya si pilló todo eso, porque como todo lo que le dabas todo se lo tomaba, pero ibas, la apañabas en la cuna y siempre riendo, te echaba su risa, le dabas sus gachillas y con biberón no, con la cuchara, y cuando salías nada más que dar la vuelta, el caño que echaba fuera, chiquilla, nada y la bajabas al médico, “pues si está bien, la chiquilla no tiene nada”. Pues ya al año, seguía así y seguía así, nada más que cagaba, como así verdines y trocillos como de huevo cuando lo cueces y no sale muy duro, así era lo que cagaba. Pues ya dispusimos de llevarla a Úbeda a un especialista de niños que había que se llamaba don Antonio Centeno, y el médico la estuvo reconociendo y dijo que la chiquilla estaba muy sana, que estaba muy bien, nada más que tenía falta de que no le paraba nada en el cuerpo. Y le mandó un jarabe, dos clases de jarabes le mandó, uno que cuando cagaba lo que le pillara esa mancha no le salía con nada, calcio veinte y jarabe de eso, y así estuvo. Pues me pegué por los menos dos o tres años dándole el calcio veinte.

Y luego le dio por comer nada más que macarrones como los de ahora, nada más que más cortillos,  se los daban a los Anicos esos los del Pepo y a tos los de las cuevas, que a lo mejor estaban mejor que tú, pero bueno. A esos les daban limosna que venía de Alemania, mandaban para los pobres macarrones, leche en polvo, en fin, todo eso para todos los de las cuevas, y como entonces en las tiendas no había de eso, nada más que papas y arroz y fideos, la Anica le daba los macarrones.

Comidas hacía de todo, pues tú ya estabas más grandecilla, pues comías de lo que comíamos, te sacaba si tenía cocido tu caldico que no tuviera mucha grasa, unas papillas y unos gabancillos espanchurraos, porque ni turmix, y ya está. Y a la Paquita con macarrones de esos se saturdió. Pero tú a lo mejor te comías un huevo cocío con sopillas mojao, una poquilla sopa, en fin, si hacía fideos, te espanchurraba las papillas y una mollilla de pan y así. Y la leche a los ocho meses no probastes la leche ya y no es porque no te la daba, sino porque no querías leche. Y ya te digo, tú no pillaste na, pero luego los otros sí.

Los alimentos

Ahora hay más, sardinas, jureles, boquerones y ya está, no había más pescao, bacalaillas. Y carne, pues de choto y de marrano, la Encarna nada más de puesto de carne y pescaeros dos. Y fruta sí, porque antes todo el mundo sembraba planta, y también venían de Bélmez en el tiempo de las peras sanjuaneras, con melocotones, perillas, todas clases de frutas. Y aquí como todo el mundo tiene sus huertecillas, si venías a la plaza, todas las casetas estaban ocupadas y alrededor de la plaza con gente: el Polinar, el Sensio, la madre de Josefa, Luisa la Polinara, el padre de la Conchi, todos se ponían alrededor de la plaza en el suelo y todos los que venían de Bélmez y estaba la plaza llena. Claro, no había tiendas, pues todo a la plaza.

Todos los días iba a comprar, iba siempre contigo, cogía del harapo, y la Paquita a otro lado, y el Cristóbal en brazos, y a lo mejor preñá y el bolso. Cuando subía a lo alto, pues no te digo nada, pero hay que ver lo que aguanta el cuerpo. Y venías y te daba tiempo a todo.

La leche, cuando tú naciste, ya empezaron a venderla en la plaza, por las mañanas y por las tardes. Por las mañanas me traía una lechera, litro y medio que le cogía, y por la tarde bajabas y otra vez, para la noche leche con galletas, al otro su papilla de harina tostá o Maizena para los chichos, y vosotras cualquier cosilla, y encima su vaso de leche con galletas, bueno tú leche no, que no querías.

Si, eso sí, tus albóndigas, eso no era familiar en muchas casas pero yo sí, las titas no podían hacerlo, pero yo sí, que tus pimientos y tomate con carne, comprabas tus conejos y tus pollos.

Las conservas y otros suministros

Todos los años matábamos. El primer año que matamos fue en casa del Colgao, que estabas tú y la Paquita, y preñá del Cristóbal, que crie yo el marrano, nada más que ese crie. Se lo compramos a Vicente el Sereno, que venían de Vitoria los marranos, blancos con las orejas grandes, crie un marrano muy hermoso, traía padre bellotas, maíz, cebá, trigo, la primera matanza fue esa.

Todo el año no duraba, pero bueno para el apañillo, porque como estabais chiquitillas, pues los chorizos, el salchichón y eso, pues los apartabas. Como no había frigoríficos ni nada, los liabas en papeles y los metías en una caja y antes no se ponían blancos, y ahora hay que ver los chorizos que a los cuatro días antes de que terminen de estar secos ya están blancos, y antes me acuerdo que hasta el mes de mayo te duraba. Tenías la morcilla, que la echabas en aceite. Sacabas la tajá de morcilla, se la echabas en la merienda.

Pues conservas, de tomate nada más, de recién casaos. Asabas pimientos y los secabas, los pimientos coloraos hacías tus sartales y los secabas para todo el año, cada temporada sus cosas. En el invierno cogías tu aceituna de agua si habías hecho tu conserva en el verano, que es cuando están las plantas en septiembre, hacías tu conserva para el invierno y con las aceitunas, pues ¡ale!, para la merienda, tu ensalá de aceitunas, un arenque, un poquillo tocino, un chorizo y trocillo de salchichón, lo guardabas para eso, para sus meriendas. Como estaba solo y como ya estabais grandecillas, pues ponías tu arreglo de tus potajes, arroz, lo que os gustaba, tu tortilla de papas, en fin, cuatro cosillas, el tocino asado por las mañanas.

La ropa

La ropa siempre os la hacía toda, me la cortaban siempre, he tenido buenas vecinas, iba y le decía “córtame este vestidillo”. Siempre os la hacía, braguillas, calcetines, abrigos, todo. Sin saber os lo hacía todo, me daba vergüenza de salir [a que le cortaran la ropa], pero iba. Comprado hecho, nada. Iba a comprar la tela y os lo hacía. Los abriguillos os los hacía tan bonicos, Josefa [una vecina] pedía la lana de una revista de Madrid, “El Gato Negro”, escribía y luego le mandaba en un paquetillo la lana y te salía más barata.

Antes toda la ropa se hacía, yo no me acuerdo de ver ropa echa, había modistas, hasta los mandiles los hacíamos. Vendían los Ortegas nada más que telas, pero vestíos hechos no, telas para sábanas, para ropa para vestir, todo se hacía, las camisas para los hombres, los calzoncillos blancos de lienzo, los sujetadores, todo se cosía. Yo a vosotros toda la ropilla, a padre cuando me casé, los calzoncillos, las camisas, todo se lo hacía, me las cortaban y yo lo trazaba.

Lo cosía con la máquina de Mama Quica, bueno y antes ase la Mamapí, que tenía una máquina que tenías que darle con la mano a la manivela y con la otra cosías

Los cuidados de la casa

Blanqueada del todo, una vez al año, siempre en todas las casas que he estado, y los suelos de piedras. Ya en la casa del Colgao, fue el primero que pillé de cemento, el portal era de piedras y todo de cenefilla y blanqueado y las escaleras blanqueadas y con cenefilla.

Las piedras eso estaba muy limpico, hombre ya allí no hacías ramal y todas esas cosas, ya no se llenaba tanto, lo barrías, le echabas un espurreillo de agua y lo fregabas, pero no todos los días, tenía el alrededor de cemento lisico y en el centro de piedras. Allí estuvimos bien, te encerrabas en tu cuarto y la cocina que la tenías aparte y ya el patio y el corral [compartían con vecino].

La asistencia sanitaria

A mí nunca, jamás, nosotros ni médico, ni nada. Cuando ya don Diego Jerez estaba nos aseguramos con él, nos igualamos. La iguala era que pagabas un tanto al mes, treinta pesetas, estabas tú chiquitilla y la Paqui nada más, cuando nos igualamos con don Diego Jerez.

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